miércoles, 24 de noviembre de 2010

Fotógrafo accidental desea convertirse en profesional

Del cenador del Parque de las Acacias

Tras la palmera centenaria del Parque de las Acacias, el Alcalde inauguró un cenador de estilo decimonónico donde los domingo a las 12 del mediodía tocaba la filarmónica local deleitando a los paseantes. El resto de los días de la semana servía, como el resto del parque, de lugar de recreo. El parque se cerraba por las noches, por seguridad del parque mismo. A veces, previo pago de una fianza y un carísimo alquiler el Ayuntamiento tenía a bien permitir alguna celebración elegante y formal: una boda, un homenaje, un baile fin de curso.
Cada sábado, en las escaleras que daban paso al cenador quedaban las chicas de las Esclavas para merendar juntas, cotillear y no perder el contacto ahora que estaban en la universidad, cada una en una facultad, y algunas fuera de la ciudad.
Los sábados era un día muy concurrido en el Parque de las Acacias. Parejas paseando al bebé, parejas paseando al perrito, parejas haciendo footing o jogging (i.e., corriendo por gusto de correr), tiernos abuelitos con sus nietos, grupos de amigos, grupos de amigas, grupos mixtos. Lo que se veía eran pocos de mediana edad (ese eufemismo para los cuarentones y cincuentones). Yo, que voy mucho por allí para tomar fotos, ya lo venía observando con curiosidad.

Lo importante de la historia :YO

A mí ahora me gusta lo de las fotos a rabiar. Al principio lo hice para evitar las clases de yoga, pilates y natación a las que el traumatólogo, que -cumpliendo el tópico- es un sádico de tomo y lomo, me obligaba a ir para paliar mis dolores crónicos. Yo, la verdad, odiaba tanto las clases, el horario de las clases, el camino hasta las clases, las monitoras de las clases y, sobre todo, el ejercicio físico que conllevaban las clases que empecé a buscar excusas para no ir. Una era una fingida súbita pasión por la fotografía.
Lo demás ya es historia. Cada día mi afición iba en aumento, se metió en mi mente y en mi pecho, recorría mis arterias, y se extendió por mis entrañas como el deseo por una mujer bella e inalcanzable.
¿Qué decía yo? ¡Ah! Sí. El parque.
En fin, que deduzco que los cuarenta debe de ser una edad muy poco proclive a los paseos y al dolce far niente de las tardes en un parque. Los de treinta y tantos con los críos no se escapaban, pero los otros, criados ya los suyos, no tenían ningún motivo para ir a tan concurrido lugar.

De lo que ocurrió en los alrededores del cenador un sábado por la tarde

Aquella tarde las de las Esclavas armaban más jaleo del habitual. No sé qué de que una de ellas se iba a casar; preñada, supuse. Y las otras celebraban histéricamente. Tanto revuelo despistó a un papá que vigilaba a su retoño mientras jugaba en el tobogán: los saltitos de las Esclavas con esas falditas del uniforme de años pasados le tenían como hipnotizado, y pasó no sabría decir cuánto rato absorto en la visión de aquellas jóvenes, mientras a su hijo no lo veía nadie.
Al momento, el papá, recuperado el recuerdo de su condición paternal, se percató de que su hijo no estaba. Ni en el tobogán, ni en la zona de recreo infantil. El terror se apoderó de él. Corría de un lado para otro gritando: “Fernandito, Fernandito". 
Gracias a Dios, Alá, Jehová, y todos los dioses, deidades, demiurgos, divinidades paganas, seres mitológicos de culturas orientales, superhéroes de cómic y reales, ángeles de la guarda y cuerpos de seguridad, autoridades sanitarias, madre patria, padre matria y sobre todo al Creador supremo de esta ficción, el niño estaba haciendo pis detrás de un arbusto unos metros detrás del cenador. Pero Fernando, que es el nombre del padre, tuvo un susto tremendo que le duró bastante y que le curó el mal de faldas varias horas.

No hay mal que por bien no venga

Yo, que -como dije- ando por allí siempre, tomando fotos de todo y de todos, como afición y terapia, perpetué la expresión aterrada del pobre hombre y tal fue la pericia del enfoque y el aumento, que en las gotas de sudor de sienes y frente se ven perfectamente reflejados el cielo azul, el verde piso, los negros uniformes de las Esclavas y la blanca estructura del cenador.
Aquel día estuve de concurso y planeo una exposición titulada "Del placer al dolor en cincuenta foto-gramas", con imágenes del tal Fernando, cuando logre su permiso para usar su imagen públicamente. Gratis, claro.
 Lo de la exposición me anima por su importancia e impacto. Con un poco de suerte, cambiará mi vida y me brindará la oportunidad de muchas mañanas y tardes en el parque observando personas, animales y plantas; árboles y fuentes; cenador y columpios, como decorado único de mi vida y mi arte.

Lo importante es la salud

¿De lo mío? Mucho mejor, gracias. No era ejercitar el cuerpo lo que necesitaba; a ver si le echo valor y se lo digo al traumatólogo.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Hoy más que nunca me parece hermosa la denominación i griega, como el canto del cisne. Pero hay un montón de ruido insoportable estos días de filología "gore"