sábado, 29 de enero de 2011

caso de estudio 32456-A


Se diagnostica a la paciente una notable tendencia a (re)caer en una adicción.




El primer paso es reconocer que se tiene un problema. Bien, pues yo tengo un problema. Fui alcohólica, bulímica, anoréxica, adicta a los somníferos, alcohólica otra vez. Fui supersticiosa, mística, erotómana, agregada cultural en una importante cadena de supermercados y, algo que me avergüenza, afiliada a un sindicato liberal. Sufrí agorafobia y pánico escénico. Padecí de miedo a los perros, odio a los gatos, asco a las arañas. Tuve fijación con un vecino al que, al parecer, acosé. El juez determinó una orden de alejamiento y tuve que irme. Emigré, inmigré. Retorné. Me exilié. Llegué a no saber dónde estaba, de dónde era.
Después vinieron las pastillas, más alcohol, las compras compulsivas, la adicción a la literatura. Internet. Una perversión tras otra. Las etapas de la degradación, la humillación, la deshumanización.
Adicto se puede ser a todo, al amor en cualquiera de sus formas o a la ira en cualquiera de sus formas. Nada es inocente, ni siquiera una manzana, una flor, un hotel. Todo puede causar un irrefrenable deseo de repetición. Todo puede causarte una sensación de felicidad suma. Algo relativo al placer y su búsqueda pero distorsionado por una personalidad débil y viciosa.
Los psicólogos me ayudaron y creo que me curé. Entendí que todo es peligroso para las personas como yo. He de huir de lo que me gusta en demasía. Hay técnicas que pueden ayudar: tener un hombro en el que llorar, alguien con quien hablar. Pero mi experiencia dice que esto siempre acaba mal. Te acabas haciendo dependiente de ellos y eso conduce, de nuevo e indefectiblemente, a la adicción.

lunes, 17 de enero de 2011

Experiencia

Observo las intimidades y fantasías de otros que como yo tienen sus blogs atestados de palabras. Con una intención. Sin ninguna intención. No lo sé. Yo solo leo. Me suscribo a sitios que ofrecen la etimología de la palabra fascismo. La palabra del día. Atorrante. Voyeur. Sé que en la Patagonia hace frío, que los gobiernos abusan, que los jóvenes se enamoran. Que tú adoras la poesía. Que Sayak es una luchadora. Que el capitalismo es gore. Que existen millones de cuadros que no he visto y millones que no veré. Que jamás podré recordar todo esto.

La experiencia lo es todo, escribió Bolaño.
Si quieres escribir, tienes que tener experiencia, haber vivido, haber ido a la guerra, haber caminado por ciudades y haber absorbido el espíritu de aceras y puentes, subir muy alto para ver el color de los tejados de la parte vieja. Oler la podredumbre, pasar frío, sentirte solo. Hacer el amor con muchas mujeres y muchos hombres. Experiencia.
Yo tengo una ventana. Ya lo he dicho. Un agujero en la pared de mi casa por el que fisgar, mirar, observar, espiar. Tengo libros subrayados. Tengo muy poco tiempo.
Acaso podría hablar del dolor. Describir durante quinientas páginas cómo es una deshidratación, una punción, dar detalles de la sensación física de la inflamación de algún órgano. O quizás podría contar el viaje en el ascensor cada mañana.
Una vez vi un buitre morir. Me perdí en Katowice, con más frío del que pueda soportar alguien del Sur. Abrí una cuenta corriente en Carlisle (Pensilvania). Creo que salvé la vida de mi hermano cuando tenía nueve años. A veces, me falta el aire cuando recuerdo los ataques de asma de mi hijo. Atropellé un poco a un nazi una noche. Nada.

Puede que haya que recurrir a la observación cuando la experiencia es insuficiente o la memoria se ha borrado. Hay vidas o compendios de vidas.
Mis vecinos son como hormigas. Van al súper, hacen la compra, sacan la basura, tienden la ropa. Yo solo miro. Intuyo que las amas de casa se aburren. Cosen, planchan, cocinan. Preparan cenas de Navidad y dan meriendas. No lo sé cierto, solo me lo parece. Cada seis meses, en el hospital, veo enfermeras atareadas, con prisas, disimulando mal su antipatía, impacientes. Médicos sin piernas que firman recetas y apuntan en papeles mientras te hacen muchas preguntas y no te dan ninguna respuesta. No hay respuestas, esto es así. Vecinos, enfermeras, médicos, alumnos y profesores, madres e hijos.

Vivo en una caravana, en una cola de la seguridad social, en la sala de espera del especialista. En la desesperación de una cuenta atrás, observando cómo los demás reaccionan ante las malas noticias, ante las obligaciones desbordantes, ante la mirada de piedad de los que allí estamos.

Tengo impresiones confusas o de apariencia diáfana; claras intuiciones que no sirven para nada. Mi experiencia se limita a un recorrido diario de carretera. A un día de verano. A lo que veo desde la ventana de mi despacho con la calefacción puesta. A lo que leo en el diario. A lo que me cuentan. A mis pocos viajes.

sábado, 15 de enero de 2011

Hay que decidirse. Ni modo estar siempre en stand by. Es que ya se impacienta una.
Hay que decidirse. Subirse en este tren, que quizás sea el último de la noche, o dejarlo pasar. En el siguiente, si lo hay, quizás estés tú.
Es difícil aclararse, tomar un camino u otro. Por fin, optar por una senda y que, al cabo de tan solo unos pasos, ya se te presente otra encrucijada. Yo preferiría ser como otras. Ver claro el rumbo que debo seguir. Sentir que acierto porque el juego tiene unas reglas que conoces y obedeces. Yo quisiera ser como esa amiga perfecta que camina recto y siempre adelante. Quisiera no pararme, no pensar, no dudar. Solo avanzar, con un halo glorioso que haga que los demás se aparten. Ser admirable y justa.
Quisiera ser así, de verdad. Pero no puedo. Mi camino se bifurca más que otros. Cada decisión podría cambiar todo. Y yo no creo en nada. No obedezco leyes, decálogos ni reglas. Nada me sirve de guía. Y siempre otra encrucijada.
La peor de todas es esta. Esta que tengo ante mí. Ahora mismo. Con mi yo de este momento. Contra ese tú que toca en este lugar y esta fecha. Otro tú diferente, pero siempre tú.
Este tren ya no espera más, debe partir. Hay que decidirse: el jefe de la estación me mira mal.

domingo, 9 de enero de 2011

Antes del incendio


A veces no verlo todo es la única opción. Percibir apenas; captar una impresión. Fugaz y leve. Después, quedarte ahí con los ojos abiertos, la mirada perdida, la imaginación en pause, posada en el borde de alguna copa, quizás una taza, que inestable sobre una mesa de papel se romperá en mil pedazos en cuanto el viento sople. Y el viento siempre sopla. Siempre sopla.
El corazón del pájaro está cansado. Simula que nada le preocupa excepto su alimento. Sin embargo, presiente el peligro del lugar donde se halla, un fuego que lo devorará, pero del que por ahora no puede escapar. No hay jaula ni hay trampa ni ataduras que le impidan volar. Solo el deseo de quedarse ahí. Ahí mismo, quieto sobre esa taza de bordes cálidos que aún huelen a tus labios, que todavía saben ligeramente a ti.


Ilustración de Clarulina, Miss Celánea.
Colaboración en "Escríbeme una ilustración"

jueves, 6 de enero de 2011

Todo es raro en Edimburgo. En el día más frío de la historia, cuando los autos se paran congelados y el piso convertido en resbaladizo espejo refleja el albísimo cielo. El relojero se afana en arreglar todos los relojes para que el tiempo no se detenga; será su misión del día de hoy y puede que siga así por siempre.
Los ciudadanos no pueden ir a trabajar: las puertas están bloquedas por la nieve. Según barrios, el frío cala los huesos, el día se hace eterno, duele el segundo sostenido en que todo se detuvo. Tantos al unísono se preguntan cómo es posible que la vida sea tan corta cuando algunos días son tan largos que Dios siente la tentación de contestar.
Ayer fue perfecto. No sentí hambre ni hastío, no hubo sombras acechando, no perdí nada que no quisiera perder. Ayer, doloroso contraste, tuve calor y jugué en la calle y hablé sobre las galaxias que planeo visitar. Me trajiste a casa ya al atardecer, aún el sol calentaba mi espalda cuando nos despedimos. Después empezó la tormenta.
No poder salir significa no verte. Me asomo mil veces a las ventanas. Tengo tres. Abro y cierro las cortinas como si de eso dependiera que tú desafíes la tempestad y te acerques a mí. ¿Te arriesgarías solo para cruzar unas palabras, unas caricias, largos besos?
La respuesta la sé. Ojalá no la supiera. Preferiría mil veces un incendio que lo arrasara todo. Quedarme sin techo bajo el que cobijarme. Vivir para siempre en la calle.