jueves, 29 de diciembre de 2011

Astillas

En la determinación de Larsen, en su sueño y sus planes, en los de todos ellos, no hay nada más que decisiones y cambios de opinión. Llegar a un lugar, tras mucho caminar, y darse la vuelta sin más ni más antes de rendirse, antes de pensar. Llenarse de esperanzas un día. Desear vengarse al otro. Renunciar a la venganza al cabo.


El astillero (Luis Pérez Ortiz)
Todo es confuso, todo es tan verosímil que no parece real. La literatura no sabe de no ir a ninguna parte, de desesperar y recuperar la esperanza, así como un niño llora y se consuela. La vida se crea como una suma de trazos, de principios y finales, de historias que llevan un curso: como si nuestras vidas fueran tan naturales, tan precisas, tan acordes con la geografía como un río.
Tan solo, no hay historia más pueril que la del suicida que encuentra sentido a todo, nada tan fantasioso como una mujer perdida, nada más tranquilo que un muerto recién amortajado.
El resto... el resto no existe hasta que no se cumpla. El resto es casualidad, torpeza y voluntad. Juego y más juego revestido de verdad, de mentira, de piedad, de humildad, de crueldad. Todos los disfraces que puedas imaginar. 
Sí, no van a ningún lugar, no hay más final que la tumba porque lo demás nos lo hemos inventado nosotros para fantasear. Y no digo que no existamos, digo que no importamos; y no digo que no ocurran cosas, digo que lo normal es que no ocurra nada y los ríos desemboquen en el mar y el cadáver salga a flote sin más. 
Otra cosa es que pongamos el punto y final aquí o allá.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Yo soy un Jedi porque el mundo me hizo así

Estaba yo en Ojayo, al ladito de El Morche, o igual era el que está en El Borge. Uno de los dos, creo. A lo que iba: en Ojayo tienen la mejor juguetería de la Axarquía y, por ende, del mundo. Bueno, es la mejor porque, además de estúpidos juguetes de Inazuma 11 y Ben 10, muñecos que vomitan de verdad, puzles de Winnie de Pooh y otras sandeces como bicis y monopatines con motor, tienen el mejor surtido de réplicas de los personajes de Star Wars, disfraces y complementos de los de verdad, nada de la mierda de ahora. No. Lucas en esencia pura.

Para empezar diré que me revienta pasar por la calle donde está la tienda, porque han puesto una pasticcerie, o como se escriba, llena de maricas tomando té con pastas, con gafas de sol y rubias pijas, de piernas larguísimas que no le llegan a la princesa Leia a la altura del zapato.


Ya al pasar por delante de esos entes degenerados perdiendo el tiempo en lugar de batallar por la República, me exacerbé un pelín. Lo confieso. Iba yo con mi traje blanco en son de paz, pensando en las enseñanzas de Yoda, con la intención de sentir empatía con todas las cosas del Universo para ayudar a la República a salir de esta crisis que nos asfixia, y aquellos allí con los modelitos de no sé cuántos y el muestrario de bolsos y complementos de El Corte Inglés y sus muert...


La cuestión no pasó a mayores: yo pensé en la Fuerza y ellos bostezaron. Y seguí unos pasos hasta entrar en el Templo. El último resquicio de pasión por la mejor historia de la Historia de la humanidad. El último bastión, superviviente de la deforme atracción del lado oscuro que todo lo corroe en nuestros días. No hay más que leer la prensa o ver Intereconomía para saber que el desastre está servido y solo unos pocos, limpios de mente y con la suficiente voluntad, podrán parar los golpes del Mal.

Y hete aquí que penetro en el lugar y encuentro el sector dedicado al Santuario desmantelado, con intención de reducirlo a un triste testero de piezas de Lego. La dependienta, de nariz puntiaguda e impertinente, me mira a los zapatos mientras de mala gana me dice que los "disfraces y pelotudeces varias" están ahora junto los demás disfraces, que "llega Halloween y los friquis tienen que saber donde buscar". Y... ¿después? "¿Después? Al almacén".

Unos minutos después volví en mí: una ausencia epiléptica malinterpretada por el común de los mortales, que me hace especial y me ensimisma en momentos de extrema necesidad. 

A mi regreso, la tipeja de la nariz, el uniforme y el desprecio ya estaba en otra zona de la tienda, disponiendo las piezas de Pokémon y otros falsos monstruos advenedizos. Sentí una ira inédita en mí. Sabía que no podía dejarme llevar, así que me acerqué a ella y le rogué, utilizando mi poder hipnótico, que devolviese las cosas a su estado anterior; pero la chica se manifestó claramente como un encubierto agente Sith que tiene la capacidad de resistirse al poder de la fuerza. Y ahí se armó. Ella utilizó la ira y el odio, en forma de risas y gritos, palabras hirientes y llamados a sus compañeros para neutralizarme. De un salto tomé una de las espadas sable con empuñadura de metal pulido que, en mis manos, dejó brotar un rayo azul de más de un metro. La fea Sith dejó de reírse. A golpes, obligué a ella y a sus compinches furcias-terroristas del Imperio a que repusieran el Santuario; tratando de alejar de allí a la inocente clientela, para que ningún humano corriente y normal saliese malherido.

Todo iba bien, las cosas iban bien. Lo digo en serio. Todo iba bien. Hasta que oí ciertos sonidos agudos y percibí unos colores brillantes azules y rojos y, de nuevo, la ausencia. Poco. Nada. Un minuto lo más. Mas, al tornar plena mi conciencia, toda la zona estaba llena de soldados imperiales, armados con pistolas láser y unas espadas que nunca antes vi, sin empuñadura plateada, sin extensión de color rosado; no, estas eran negras, duras. Entonces los soldados se me avecinaron por doquier, mientras poco podía hacer contra más de mil enemigos que me asediaban con todos los poderes del lado oscuro. Al cabo de unos minutos de forcejeo y lucha, uno de los envites me partió la cabeza y cuando desperté me hallaba absolutamente atado, en una misteriosa sala, en una nave que reconocí de inmediato como la Estrella de la muerte; sin más decoración que paredes y suelo blancos y blanduzcos, tanto como mi vestimenta blanca, lazadas las mangas por detrás, como debe de ser la moda estelar.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Las reglas del juego que desconozco

Anoche 
fue la última noche 
que muestro mis cartas


un lenguaje pueril
como el sentimiento
un lenguaje pueril
como yo


una cabeza fingiendo
estar asida a algún cuerpo
fingiendo alegría
fingiendo control


locuaz cabeza
perdida
verborrea sinsentido


las reglas del juego
que todos saben
menos yo


las reglas del silencio
del secreto
de la masturbación
del ostracismo
de la autocompasión


he roto promesas
y me he roto en parte
voy dando tumbos por la noche
que alargo hacia la tarde


y ahora busco este papel arrugado
donde están escritas las siete reglas
las normas
leyes invariables
del comportamiento humano


no son tablas, es un papelito
doblado y crujiente
que venía en no sé qué caja
de pastillas de colores


y pongo la casa patas arriba
y así se nota menos el desorden
y el descuido
las pelusas que me miran
las cuartillas de poemas
atrincheradas bajo la cama
escapando de la quema


aparece todo 
menos las instrucciones


así parece
así creo que parece
que va a ser así 
siempre jugando 
a un juego del que desconozco 
la finalidad
el cómo
el cuándo
y el por qué


luego entonces ayer
no fue el último día
que me equivoco
que destruyo lo que soy
que enseño mis cartas
con un lenguaje pueril

domingo, 18 de diciembre de 2011

Ya estoy otra vez, perdida en mi propio laberinto.
Otra vez, perdida.
Me llegan noticias de un nuevo blog.
Hoy, pienso, Internet rebosará.
Escribo consciente, mal, conscientemente llena de sarcasmos y cinismo.
Ayer fui una niña, miré el teatro romano, sentí felicidad.
Me enamoré.

Periodismo de investigación

Después de ser la más polémica participante del último Gran Hermano, me sentía preparada y me lancé. Primero probé suerte en el mundo del espectáculo, pero por lo visto no tengo talento musical: que ni susurrando canto ni con la pandereta me apaño y bailo sexi, no crean, pero de la barra me caigo. Que no, vaya. 
En fin, como artista no puedo ser y tampoco me permiten acercarme a los futbolistas de Real Madrid tras un par de meteduras de pata en mi etapa de "relaciones públicas" de la discoteca Pachá, pensé que podría ser periodista. Lamentablemente, "en la tele ya no queda ni un hueco", me dijo textualmente el ayudante del secretario del subdirector de Tele5, "pero hoy día, joven, proliferan los periódicos en línea y el mercado por ahí está en expansión". "Eso o leer el porvenir a horas intempestivas". 
"Bueno", dije. Y me fui pensando que si quisiera trabajar ya buscaría trabajo. No obstante, consideré que podría colarme en uno de esos sitios y acabar contando cosas del corazón o dando consejos de belleza. 
Me puse en contacto con una de estas webs que estando como estaban empezando podrían aprovechar mi moribunda fama televisiva para darse algo de publicidad. Mas no solo me piden un ¿¿CV?? sino que me exigen un articulo de 1000 palabras, tema libre, eso sí. Para ver si tengo pasta de periodista o qué.
Total, después de mucho pensar y como casualmente me pasé las noches del viernes y el sábado de bar  en bar con la pandi, decidí matar dos pájaros de un tiro y observar a los grupúsculos de ebrios compañeros de trabajo en las tradicionales cenitas de los días 16 y 17 de diciembre.
Oleadas de jóvenes y maduros con gorritos de Papa Noel, ellas de negro con grandes escotes y breves faldas, ellos con trajes chaqueta, engominados, los pocos que no  están calvos perdidos, vociferando alegres por las calles de la ciudad.
Reconozco que debí tomar notas o hacer fotos con el móvil o al menos centrarme algo más. De todos modos, ocurrió que de tanto observar a un grupo de tipos de mediana edad tratando con una confianza desmedida a un jefe-paganini contenido, se fijaron en mí, en mi rubia melena, en mis gruesos labios, en mi pechera talla 95, y me invitaron a una copa. Ahí ya pasé de la pandi, que muy amigos pero no invitan ni muertos. Y me fui con los tipos estos de cuyo nombre no puedo acordarme. La cosa es que les interrogué cual profesional de incógnito; creo que eran la plantilla casi al completo de un bufete de abogados, cuyo único miembro femenino se despidió tras el café por cierta insinuación masiva. A mí, que soy mujer de mundo, de mente abierta y pocos complejos, -además de que mi fama ya no puede empeorar-, no me escandalizó el asunto y creo que manifesté mi acuerdo con la postura mayoritaria, sin más afán que el conseguir más copas gratis. Perdida la cuenta de las copas, divertidísimos todos y relajado hasta el jefe, pasamos unos días muy agradables.
Mi intento de escribir mil palabras sobre el caso fue un fiasco. Exhausta, tras escribir largos ratos, contaba y me daban cincuenta palabras lo más. Los del periódico on line ni me respondieron el mail. Vale, sin rencores. Reconozco que me hicieron un favor. Los muy estúpidos. Pero mira por donde, ahora trabajo en el bufete y me pagan un montón de pasta por el mero hecho de ser cariñosa, alegre y obediente. A veces, cojo el teléfono, hago café o unas fotocopias aunque en general no me dan mucho que hacer.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Walt Whitman - Tu mirada

Tu mirada

Me miraste a los ojos, penetrando,
en lo más profundo de mi alma.
El cristal azul de tus pupilas,
me mostraba, mi imagen reflejada.

Me miraste y pediste temblorosa
que un te amo, saliera de mis labios,
pero ellos ya no tienen más palabras
pues los golpes de la vida los han cerrado.

Me miraste y tu pelo se erizaba,
y una gota redonda en tu pupila
que brotó, de un corazón roto
y cayó recorriendo tu mejilla.

Me miraste y tu rostro empapado
me exigía una palabra, una respuesta,
y mentí diciéndote te amo
por ganar de tu cara una sonrisa.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Requiem for a Dream

Un sueño muerto. Uno de esos que empezaron siendo de aire y se materializaron y en el ardor se derritieron y pasaron a ser fluido; dulce, espeso que nos recorre de pies a cabeza, que es como miel que nos cubre; que por algún lógico proceso químico se deja lo substancial en nuestra piel y queda en una ligerísima liquidez que se escurre gota a gota hasta llegar a aquel desagüe por donde cae para siempre. 
Cierta parte ya había sido llevada por el viento en forma de vapor de sueño; pero por lo muero hoy es por el sueño líquido que se fue por las tuberías al inframundo, al lado retorcido debajo del suelo, donde nada perece del todo, pero se pudre y toma un color sucio y un olor hediondo. Y hasta en su conciencia de la no vida aparece el impreciso brillo de la vergüenza, la autocompasión, el deseo imposible de desaparecer del todo. Como aquella parte de él mismo que se evaporó, como aquella parte de él mismo que se disolvió en nuestra piel.