lunes, 30 de diciembre de 2013

Navidad en Tony2 (III)

A las 15:47, aún sin noticias de Yuri y tras una infame discusión sobre el contenido del almuerzo (una alita de pollo sin denominación de origen y una cabeza de 23 gramos de brócoli chino), localizo en el compartimento B-225 de la cabina #3 un arsenal de regalos sin abrir, entre los que destacan:
-25 muñecas inflables made in Taiwan
-35 botellas de Chianti
-18 botellitas de licor de Ginseng
-10 blísters de salmón ahumado escandinavo caducados + 10 botes de mostaza con eneldo a punto de caducar
-14 botellas de Beefeater
-15 botellas de Bourbon procedentes del mismísimo condado de Bourbon en Kentucky (USA)
-135 muñecas surtidas de porcelana y tejidos de alta calidad de toreros y flamencas
-1 mamushka dentro de la que, finalmente, había un dibujo de unos genitales masculinos
-10 botellas de Stolichnaya (¡PREMIO!)

Conclusiones:
1) Bien por los chinos, mal por Michel.
2) Me como el salmón, aunque hubiese caducado hacía 17 años.
3) Inquietante que los norteamericanos hubieran estado allí 15 veces, estando su estación espacial mucho mejor equipada que esta y quedando increíblemente más céntrica... Habría que estudiarlo.
4) Si Yuri no aparece, toco a 10 botellas de vodka para mí solo; después, 15 de bourbon y después 14 de ginebra.
5) Habría que preguntar a Michel por el satélite, ¿no?


                       

domingo, 29 de diciembre de 2013

Navidad en Tony2 (II)

Yuri no aparece por ningún lado.
Michel está recalentando pollo con verduras en el compartimento de gravedad artificial, mientras yo, con disimulo, floto en la cabina #2 buscando licor en cada hueco del cubículo.
Es la costumbre estelar que cada quien que llegue a la estación espacial traiga un presente y nada más apropiado en todas las fechas que una botellita de tal o cual cosa propia de la nación del astronauta visitante en cuestión. Así, como el plasta de Michel es abstemio y nadie en su sano juicio viene para quedarse más del tiempo de repostar o arreglar algún desperfecto o refugiarse de una lluvia de basura espacial que se acerca a toda leche y evitar que te joda vivo, la deducción lógica es que en algún sitio de la estación debe haber un mini bar enorme.
Me pregunto dónde estará Yuri.


viernes, 27 de diciembre de 2013

Navidad en Tony2 (I)

    La Tony2 es la estación espacial de Luteranian, una de las naciones más ricas del planeta Tierra. El espíritu ahorrativo, trabajador y severo de los luterianos convirtió el diminuto Ducado en una de las principales potencias mundiales en todos los sentidos posibles... Son admirables, a la par que insoportables. Y, de todos, el que más, Michel: el comandante, tripulante y personal de abordo de la Tony2, el hombre que ahora yace a mis pies, sangrando a causa de una serie de golpes de los cuales solo me hago responsable de uno, pues el resto (se) los di en estado de enajenación mental.
    Nosotros, Yuri y yo, íbamos en una misión rutinaria: la comprobación anual del funcionamiento de uno de nuestros satélites en activo. Era Navidad, pero el gobierno ruso ni en estos ni en tiempos mejores ha tenido muy en cuenta las necesidades familiares de los componentes de nuestras fuerzas armadas ni, por supuesto, ha dudado de nuestra lealtad, patriotismo y absoluta disponibilidad. Y la verdad es que a mí no me vino mal; ese año la celebración tocaba en casa de mi cuñado: la encarnación ucraniana del Mal. 
     Así pues, partimos y navegamos sin novedad. Dulces horas en piloto automático, mientras Yuri y yo acabábamos de pintar el techo de la nave en una (está feo que yo lo diga) magnífica réplica a escala de la Capilla Sixtina. Y, si bien confieso que la gravedad cero nos había sido de gran ayuda en este y otros menesteres, nuestro flamante fresco dejaría sin palabras al mismo Michelangelo. Todo iba bien, Yuri Kandinski y yo mismo, relajados, tomábamos cada tanto un poquín de vodka al son de la solemne obertura 1812 del maestro Tchaikovsky, mientras nuestros corazones gozaban de un modo que me es francamente imposible expresar aquí. A las 14:21, hora zulú, el piloto automático avisó a la tripulación de que estábamos en el destino. Yuri y yo, de modo algo apático, comenzamos el procedimiento como habíamos hecho ciento de veces, pero imagínense cuál no sería nuestra sorpresa al comprobar que el satélite no estaba. No estaba donde lo dejamos. 
     Dimos noticia por radio a la Base, que no daba crédito. Textualmente. No nos creyó. Se ve que en la voz de Yuri se notaba cierta afectación por el vodka: "Pero las coordenadas no mienten y la tecnología de nuestra nave es infalible". Mas, tras cierta discusión, Base repite: "No damos crédito. Busque el satélite y vuelva en el tiempo estipulado". Y colgaron.
    Francamente, mi patriotismo en aquellos momentos estaba en horas bajas. No teníamos suficiente combustible ni asesoramiento de Base y el vodka se había terminado. Además, quedaba el problema del satélite... Miré a Yuri, trémulo, sabiendo qué tocaba a continuación. No nos hizo falta hablar. Pusimos rumbo al destino más cercano a la ubicación (es un decir) de nuestro satélite: la estación espacial Tony2. 
    Ya al ponernos en contacto con Michel, empezaron los problemas:
Nave Stuxnet pidiendo permiso para...
La contraseña.
No jodas, Michel. Somos nosotros. Nos estás viendo.
La contraseña.
No pienso decir esa sandez.
Bueno, allá usted.
Michel, abre. ¿Qué ha pasado con nuestro satélite? Seguro que has visto algo...
La contraseña.
Hijodep...

    En ese momento, Yuri, a pesar de ser yo mayor por unos meses, me relevó de forma expedita:
Hola, Michel. Soy Yuri.
La contraseña.
¡Está bien! "La Tierra es plana".
Adelante.

      Tras unos veinticinco minutos discutiendo sobre el sinsentido de la contraseña viendo como veíamos la Tierra y su forma claramente desde allí y, con una inusitada paciencia por mi parte, tener que escuchar una salmodia pretenciosa al tiempo que llena de displicente desdén, cuyo argumento principal era la ridícula afirmación de que nuestros sentidos nos engañan, el que más la vista y, sobre todo, la mía después de que evidentemente había estado bebiendo y... Entonces, Yuri nos paró en seco y logró evitar que respondiese cuatro cosas al puritano, mojigato e hipócrita aquel. Pacientemente, le explicó la situación (como si aquel mamón no lo supiera todo) y le pidió de modo protocolario el auxilio acordado en casos como este, lo que incluía asilo, alimentos y suficiente combustible para volver a la Tierra.
    Así llegamos a la Tony2, la nave peor decorada de todo el universo, sin nadie excepto Michel, el ser menos cooperativo de todas las galaxias, a quien poder recurrir. Sin satélite a la vista y con mi sangre hirviendo a cada despectivo comentario que el luteriano no paraba de lanzar contra toda costumbre humana que no fuese vestir de negro, comer frugalmente, dormir poco y cobrar por todo.



domingo, 17 de noviembre de 2013

La lámpara

Comenzaba el día a una hora indefinida que agotaba de claridad; el sol, tan alto; los niños del vecindario, incendiarios; las ollas, pitando. Comenzaba el día, sin mirarse al espejo ni lavarse los dientes: orinar a oscuras, salir a la sala, colocarse los cascos: allí no hay nada: café recalentado y magdalenas.
En el cuarto, la cama espera deshecha su vuelta. En el pasillo, un largo banco cargado de ropa arrugada. En la cocina, pulcritud y soledad. Un altillo de la entrada rebosa de medicinas, justo al lado de atestadas perchas. Radiohead, 4 minutes. Just like everybody. Se tiende en el sofá. Cierra los ojos. Escucha atenta.
Debo estar incubando algo, se dice, mientras ve manchas pululando tras los párpados cerrados―. No hay resaca que dure tanto.
Es cierto, los dientes apretados ya empiezan a doler. Se incorpora: asoma al ordenador y empieza a trabajar; hoy, extrañamente a desganas, con un sufrimiento agudo y brillante que va in crescendo hasta que no puede más. Las náuseas le vencen: vomita entre el escritorio y el sofá. Salpica ambos muebles y dios sabe qué más. Se limpia con la manga de la bata... Camina encogida hasta la cama, se tiende, alarga la mano y alcanza la botella de agua que vive allí abajo: un litro y medio azul con boca ancha. Bebe, se echa, se duele... Se duerme.
Debería llamarla, parece pensar entre brumas.
*

La puerta cede tras varios intentos. El piso apesta. Nota cómo las rodillas no aguantan su propio peso y eso que ha debido perder al menos diez kilos durante estos días. Camina temblando. Y tiembla tanto que deja de caminar. Deja de moverse, se queda clavada bajo una lámpara oscura que cuelga como un murciélago. Es como un test de Rorschach, una piel de oso, un animal despellejado y abierto flotando en medio de la nada. Qué diseñador loco de mierda haría semejante lámpara. Y allí, bajo un sinfín de connotaciones, recuerdos e interpretaciones, se queda. Allí, se petrifica y se acostumbra al olor a putrefacción, a carne muerta, a fin del mundo. Allí, se olvida un instante de todo y de ella.
Al cabo, la idea de un amuleto indio, la sensación de ser miércoles, de tener hambre a pesar de todo la despiertan. No parece el mismo día, la luz ha menguado; también los ruidos de fuera. Recuerda quién es y dónde está y qué hace allí. Grita de impotencia. No se puede mover, lucha y lo intenta: pero solo consigue caer. Al menos ahora es capaz de gritar, aunque nadie viene. Consigue arrastrarse, cruzar varios umbrales polvorientos conforme el olor es más y más insoportable... Ella ya lo sabe, lo sabía incluso antes de entrar, antes de llegar hasta allí, antes de dejar que pasaran 4 días sin atreverse a ir a verla. Por fin, logra alzarse y moverse y anda encogida hasta la cama, se tiende a su lado, coloca la cara sobre su cabellera, alarga la mano y alcanza la botella. Bebe, se duele, se duerme.


nadie reclamará mi presencia

Me gustan las mentiras, la guerra, las lágrimas, los principios, ... Y ojalá estuviésemos siempre empezando algo, o con la sensación de estar empezando. Nunca se estancaría nuestra sangre en ese instante sostenido de frustración y normalidad, de vulgaridad y mezquindad, nunca se agostaría nuestra sonrisa ni irían más lentos los latidos dentro del pecho escurrido.
¿No te lo avisé? Soy un peligro, un desastre, una adicta, un veneno. Solo amo con locura a la vida.
No soy buena para nada, para nadie. No soy ni quiero ser algo más: no escondo las respuestas, no ofrezco una salida, no soy lo que deseas.
Me saldré de una curva a 150 una madrugada cualquiera. Dejaré atrás a todos y todo. Ya nadie me dirá que experimente la calidad del expreso, que use cremas antiedad, que compre parches para dejar de fumar; que tenga estilo, calma, presencia; que me cure la impotencia, la frigidez, la inmadurez; que responda al teléfono, a los mensajes, a los emails; nadie reclamará más mi presencia para desgastarme a base de exigencias.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Es una bonita tumba para la memoria

A la Facultad de Filosofía y Letras, muchas lunas antes y muchas lunas después


Dunas y polvo espeso de color rojizo, rubicunda polvareda, donde piedras diminutas esconden la vida del que entra, donde, quizás, un día pusiste un poema dentro de una botella. Dunas y polvo y cráteres que no cesan de mutar, mientras el resto del mundo se desgañita en millones de voces y oídos que sangran. Gritos y dunas y polvo y cráteres se tornan una sola cosa, marcas de cuerpos que se borran con la primera racha de viento.
Huele a polvo y a caída de la tarde. Se intuyen los parlamentos inútiles en millones de idiomas a lo lejos, mientras la temperatura trata de aterir a las bichas sin saber que su sangre es fría y su piel, dura y su sensibilidad al calor y al frío, nula.
Como las mismas rocas, que nunca son las mismas, y como las mismas dunas, el mismo polvo y los mismos cráteres, que jamás encontrarás si buscas. El mismo paraje conocido, donde te pierdes porque ya no es el mismo; la misma arena, dunas, cráteres, que no están ya en su sitio; las mismas bichas que han mudado su pelaje; el mismo calor desolador a mediodía y el mismo frío insoportable en la noche; todo está ahí de algún modo para que lo recompongas; todo, menos aquella botella, aquel poema y aquellas huellas.
Y solo tú. Y tú, sola. Y piensas: "Es una bonita tumba para la memoria".


lunes, 21 de octubre de 2013

en 10 minutos

Me voy. En 10 minutos me voy. A sacarme de encima las palabras y bautizarme de nuevo a lo lejos; a olvidarme de todo de lo que sé, de todo lo que he leído, visto y oído. A sumergirme en el rugido del agua, que brota y grita, hasta el alma entera y salir de allí renacida, nueva, virgen para el mundo que se me pega. Me voy, tardo ya 5 minutos en salir por esa puerta y atravesar corredores, portales y miradas desventuradas, un día perdidas en madrugadas lejanas y nunca regresadas. Me voy. A resistir la locura no lúcida y la mansedad civilizada; me voy rápida, disparada, disparatada a lavarme de esta nata y del calor y de la humareda y del olor a cerveza descompuesta y de la mentira del espejo y de los sucios trapos sucios y de la desgana fabricada a mis expensas.

sábado, 12 de octubre de 2013

WELCOME TO SABANA'S VILLE

      Hammer termina de limpiar la Sauer 38 y la coloca en la vitrina antes de salir de la cabaña, 1,90 m., vaqueros negros, camiseta de RaHoWa. Sube en su Mustang plateado del 68, un coche que sería perfecto si no fuera porque la perfección para Hammer  es el 69 (sobre todo si la fuente es Georgia), pero que, de todas maneras, levanta el camino hasta la carretera, dejando una espesa nube de polvo amarillento cuyo sino es caer sobre un asfixiado seto que parece esculpido en granito, como una lápida borrosa que se fundiera con el paisaje reseco. 
      Unos 50 metros y se alcanza el camino asfaltado, carretera secundaria y estrecha donde acelerar. Hammer sube la música buscando acallar los latidos de la bomba que lleva en el estómago. Desde niño, la velocidad le ayuda a calmarse. De hecho, se pasó la infancia corriendo y dando saltos y destrozando objetos de todo tipo a cámara rápida. Su mamá decía a todos, en una especie de alegato de defensa, que era porque ella había tomado montones de ansiolíticos durante el último trimestre del embarazo, pero no era verdad. 
      A Hammer le molesta que los recuerdos se cuelen en su cabeza sin invitación, como si alguien entrase en su casa sin llamar y se sentase a su lado y no parase de hablar. Y el trayecto no ayuda. El trayecto hasta el pueblo no es nada estimulante: una poco sinuosa plancha negra cuyas márgenes son un páramo partido por la mitad, un desierto salpicado de esqueléticos arbustos, donde una gasolinera y, poco después, el embustero cartel de WELCOME TO SABANA'S VILLE anuncian la llegada a un lugar habitado por unas 1500 personas. 
      Al pasar por delante del Drugstore, Hammer se asegura de que Sammy Junior sigue sentado en la banca de madera de la entrada. Está allí desde siempre y lo curioso es que no ha cambiado en absoluto, ni siquiera se ha convertido en Sam o en Sammy Senior. No: sigue estando ahí sentado mirando a ningún lado y siendo Sammy Jr., el negro flaco que se la pasa en la puerta del Drugstore; la única diferencia entre el Sammy Jr. de ahora y el de hace 40 años es una especie de capa de polvo de talco, una telaraña que se le ha puesto por encima y que le hace parecer gris de pies a cabeza. A Hammer le gusta imaginar que un día por fin sale la araña dueña de la tela que lo retiene allí y se lo zampa vivo justo en el momento en que él y su Mustang pasan. 
       Son las 12 y Hammer entra en el Bar, que acaba de abrir y está vacío excepto por Mou, al que todos llaman Gordo y del que no se sabe si es el propietario o solo un barman muy puteado que hace absolutamente de todo. Hammer se sienta en la barra y pide una cerveza de barril y un tequila. Lo toma rápido y pronto se encuentra mucho mejor. Mira el bar despacio. Es un sitio limpio y agradable, el sitio típico con lámparas de techo sobre cada mesa. Huele a beicon frito, whiskie y madera. 
      A las 4 y media parejas de jóvenes llenarán las mesas. También habrá grupos de amigos, familias (pocas) y gente de mediana edad, pero Hammer piensa en las parejas. Mira la mesa de enfrente de su lugar en la barra y visualiza a una pareja: la chica, una belleza delgada, piernas larguísimas, melena suave y rubia (aunque no demasiado: casi castaña) y cutis como la porcelana antes de golpearla, pero no tan blanca. Y la imagina levantándose después de zamparse una hamburguesa con queso regada con una cerveza y acompañada por patatas fritas con ketchup y seguida por una tarta strawberry cheese cake y un café aguado. Y la chica se marcha al baño y se arrodilla ante el retrete y se mete la mano en la boca hasta que no se le ve la muñeca y echa afuera toda la ingesta aún sin pagar. Entonces se dirige al espejo y se lava con cuidado las manos y saca del bolso unas toallitas odorfresh para erradicar el persistente olor del vómito y de nuevo saca del bolso un neceser con cepillo y pasta de dientes y elixir bucal 'tamaño viaje' y hace los honores al dios de los odontólogos y estomatólogos. Y, después, se echa colirio, se retoca el maquillaje, se repinta los ojos y los labios y sale del baño hecha una maravilla. El chico la ve al volver él también del baño, de mear de pie y sin haberse lavado las manos ni antes ni después, y la desea tanto que la besa sin saber que mete la lengua en el sitio por donde un montón de basura acaba de pasar y acaricia su rostro con las manos pringosas de ketchup y pis. 
   Hammer sonríe mientras pide la décima cerveza, esta vez con ginebra. Mou le sugiere algo de almorzar sin éxito: en ese momento a Hammer ya no le golpea el interior y piensa con claridad. Se levanta y se marcha del bar sin pagar. Conduce en piloto automático, haciendo eses hasta la cabaña y deja el Mustang arrancado y las puertas abiertas. 
   Están chillando lo que parecen miles de grillos y Hammer saca la H y mete el cañón en su boca pensando que está mucho más limpio que la lengua de la chica guapa del bar a la que algún gilipollas se estará tirando en un coche japonés recién comprado.




martes, 24 de septiembre de 2013

Acabo de darme cuenta

Igual que el papel pautado me ayuda a no escribir en espiral, el hueco dejado en el blíster me hace posible contar el tiempo. Y ya hace 5 días, los acabo de contar...

jueves, 22 de agosto de 2013

El don de la cena

Está aquí sin hacer nada, solo meciéndose levemente al compás del viento y observando el baile de las hojas de los enormes árboles que conforman el paisaje que tiene justo enfrente, árboles sin nombre, cada uno distinto del otro por pequeños detalles en los que se sume y por los que se aleja.
Se llama Amanda, mas no recuerda sus apellidos. Se sienta en un sillón de mimbre o en una mecedora de madera lacada, resguardada en la terraza de entrada de un imponente edificio de ladrillo rojizo que está como incrustado en medio de una serenidad de montañas. La palabra que le viene a la memoria es valle. Valle podría ser un apellido, una clave, una sugerencia de sí misma...
Qué hace durante todos esos días y todas esas horas, cuyo escenario cambia apenas, tal y como cambia su atuendo de rebecas de hilo fino o de lana gruesa y vestidos de colores suaves y toreritas. Qué hacen los otros, en otros lugares, con otras vestiduras, en otras circunstancias, sabiendo los nombres de los árboles y las estrellas. Las insignificantes palabras que ocultan el significado de las cosas...
El verano había transcurrido entre una huida de la confusión y el esfuerzo titánico del autor americano llamado Wallace y el asomarse a Oriente con Mo Yan... Mo Yan dejaba testimonio de forma natural y generosa de un tiempo que quedaba atrás calladamente, olvidado y desconocido, cruel como todos los tiempos... No es tan distinto el miedo, el equívoco, el rodeo que unos y otros dan en pos de contar lo que necesitan contar; pero qué distinto el resultado. Y que claro el uno y qué dolorido y confuso el otro, y así siempre unos hombres sobre otros, como escondidos allí mismo entre la sombra de los abetos.
Pero... ¿es esa ella? ¿Es Amanda quien lee y quien piensa, al borde del bosque, rodeada de yedra? Si Amanda a duras penas sale de la mecedora para recibir el don de la cena... Si Amanda no sabe cómo se desviste y no sale del verdor o el ardor de las yemas que surgen de la arboleda... Amanda no morirá preguntándose dónde estuvo ni dónde está, Amanda sencillamente se evaporará... Y cuando el ratón deje de roer el pensamiento, ¿quién sabrá que fue de la lectura ardua y escueta, olvidada y triste, de la muerte y la pena?
Recuerda a Pedro Páramo (porque la muerte siempre es la Muerte) y, después, a Faulkner; la historia de las desdichas de mundos concretos contada de forma genial; así, se aleja de relatos con atisbos de una imaginación frondosa, donde lo fantástico queda destrozado por una prosa cansina y deficiente... Pero ¿qué hay de Mishima? No es imposible traducir con belleza y cierta eficiencia un texto brillante de aquellas latitudes. Toma aliento cada vez con más trabajo; así como llegaba Carpentier, en una voz única y difícil, plena de detalles que resonaba en su cabeza, entonces tan densa, ahora tan llena de lagunas. Y sin venir a qué, anoche mismo, la versión de Menéndez Pelayo de Macbeth. Empieza el baile del viento y las hojas y los ojos de la noche la miran de soslayo en la hora en que lo que se evoca, se solidifica... 
La mujer sale dejando salir con ella un calor doméstico, olores mezclados y un murmullo ajeno al bosque y al lago. Carraspea para hacerse notar, no querría sobresaltarla.
-Amanda, la cena está servida... Hay una sopa de picadillo... para sus manos que están heladas. ¡Y Lubina al horno de segundo! No se quejará, mi amiga; sus manos están heladas... ¿Quién sabe qué trama usted aquí fuera tantas horas con la mirada perdida? Vamos, vamos, ¿es que nunca siente frío? Además, hoy de postre tengo un poco de Flannery O'Connor vívida y destilada... Vamos, Amanda, parpadee, ¡que el hambre no deja atrás ni a las arañas! Una no se puede pasar el día mirando las montañas. Hay que comer. ¡Picatostes, Amanda!  Regáleme una sonrisa, que es lo que merece tamaño banquete... Démonos prisa, que los demás están ya en la mesa y, como no nos andemos listas, se acaban también su plato, ¡que esos sí que tienen hambre!




miércoles, 17 de julio de 2013

There is a light that never goes out

Creo que era en un bar en el Trópico, pero no sé cuál trópico. Yo tomaba cervezas con Morrisey, que hablaba animadamente sin que yo, debido a mi oído cansado y al rumor de las olas y a la estridencia de la música, entendiese una palabra. Siguiendo mi intuición, asentía y sonreía y volvía a asentir, hasta que, por un gesto microscópico tras sus gafas de pasta, noté que no procedía asentir; lo noté, lo notó y cambió de interlocutor. Después me concentré unos segundos. Seguro que fueron pocos segundos en los que pensé en los motivos que podría tener para encerrarme en una concha con vocación de desaparecer. 
Zarpó el barco que llevaba a Madame Zazie a una isla cercana, mientras mirábamos en silencio, algunos ya medio borrachos. Como en una novela de misterios, todos excepto quizás una persona de las sentadas alrededor de aquella mesa desnivelada y maltrecha con rastros de mil visitas, codos, gotas, ecos de uñas impacientes que repiquetean, se dedicaban a portarse de una manera. Las posturas, las sonrisas, las palabras medidas. 
Recuerdo que hablamos de esas películas de los años cincuenta en las que un personaje secundario dice lo que piensa desmedidamente, mientras los demás cumplen con el ritual de ser los personajes que están predestinados a ser. Es siempre un personaje secundario ridículo y vencido por la vida; ningún héroe se presta a derrumbarse ante las cámaras, ninguna heroína se arriesga a despeinarse y mostrar imprudente y ligeramente su arrogancia y su impertinencia. Quién querría ser ese monstruo del que quedaría tan solo un comentario enterrado en algún prólogo de una edición de bolsillo. 
No hubo respuesta. Cada cual se guardó para sí la que fuera su conjetura al respecto y preferimos saltar de las sillas e ir a lanzar piedritas planas a la orilla de la mar llana, a contar cuántas veces rebotaban y ver cómo temblaban las aguas y cambiaba el reflejo de la luna por nuestra causa. Alguien admitió que éramos importantes, que alterar la tranquilidad del mar y la impresión de la luna por nuestra obra y voluntad era trascendental. 
A esa hora todos estábamos lo suficientemente borrachos como para avenirnos con el personaje secundario, las damas descalzas y despeinadas, los héroes desamparados, Morrisey a lo lejos aullando, casi todos flotando en un fondo azul donde los símbolos danzan burlones y desnudos sin intención de significar nada.


viernes, 5 de julio de 2013

Annie la violinista


El diablo no me quiere ni muerta ni en la cárcel; se ve que le complace mantenerme en este mundo, enferma y desesperada. Y su juego es observarme caer y levantarme, deleitándose en mi humillación, frotándose las rojas manos ante la perspectiva de futuros desastres.

Ahora la sombra llega justo a la punta de mis pies y la blancura se esparce; avanza y se esparce. Es esa época en que la calle arde. 

El sitio donde estoy no tiene nombre, que yo conozca. La próxima sombra está a unos metros, bajo el álamo grande. Tengo que correr para que el sol no me abrase. Mis mejillas y mis hombros se duelen del mero reflejo.

El hombre al que llamaba Lagos tuvo que trabajar durante el día. Y abandonarme es tan fácil como dar un paso, ponerse en la acera soleada y caminar hacia el Oeste.


*

Salimos de San Juan al atardecer. El calor no había aún dado una tregua al aire, que era pesado y espeso y tan amarillo que apenas parecía aire. Pensaba que una podía ahogarse en aquel aire, en mitad de la nada, oyendo las voces de los muertos, en un lugar miserable, en un páramo desierto.

Pero aquello no era Comala y nadie de nosotros se murió entonces.

La canícula de agosto se cebaba y al fondo la noche temblaba. Todo tiembla bajo el fuego, hasta el mismo fuego.

-Me marché porque no tenía habitación propia ni dinero.

-¿Qué demonio de motivo para irse es eso?

No me quedaré con ellos, pensé. Era yo entonces una juntacadáveres.

En el horizonte se iba agrandando una línea negra que nos alcanzó. No se podía saber su edad: estaba curtido por el sol, cubierto del polvo amarillo del campo. De su cara gotas de sudor bajaban por unos surcos que estaban allí como para eso. Surcos graves y tensos.

-Vamos al Sur, venimos del Cerro.

-Este camino solo lo usan contrabandistas y cabreros. En la noche, solo los primeros.

-A Ella no la puede ni tocar el sol.

El hombre largó sus ojos hacia Poniente, noté que eran verdes con ese brillo que solo tienen los hombres vivos. Bebió, sin ofrecer, de una petaca de piel gastada del color de la teca. Bebió varios tragos y siguió hasta querer ser de nuevo una mancha.

Sentí, al verle marchar, que habría de darme la vuelta e irle detrás. Me paré recordando, como si un rumbo o una compañía o un pálpito en el pecho de una pudiera desbaratar toda su vida. Como si, yéndole detrás, pudiera borrar hasta mi propio nombre y el suyo.






domingo, 16 de junio de 2013

Juan Rulfo (II)

Rulfo mató al hermano equivocado. 
Era difícil diferenciarlos. 
Llegaron en primavera. 
Montando un gran escándalo.
Arreglaron el piso de arriba 
a martillazos 
a base de gritos 
dolidos y desbocados.
Ambos tenían el mismo rostro 
desencajado.
Ojos salidos y huecos 
donde otros tienen pómulos marcados.
Uno tenía un pájaro extraño,
graznaba de la mañana a la noche
con un canto desvaído y desacompasado.
Gritos roncos de colores verdes y pardos.
El día amaneció cansado
de la noche de golpes lamentados.
Ya habrían colgado estantes y cuadros
de perros jugando al golf y gaviotas
torpes
se estaban ahogando.
El hermano soltó al pájaro.
Uno de ellos salió en su busca, 
llorando.

Sirenas- André Masson





lunes, 10 de junio de 2013

Juan Rulfo (I)

Yo tuve un perro al que llamé Juan Rulfo. Algunos compañeros de carrera se molestaron conmigo. Yo les decía que me encantaba el nombre, que le habría puesto ese nombre a mi espada, si medieval, a mi banda, si roquero, a mi hijo, si normal. Mas, aun así, se enfadaban; por eso, acortamos el nombre a Rulfo.
Rulfo fue un cachorro adorable y monísimo, pero probó la sangre y se volvió un asesino. Un buen día, cuando apesadumbrados nos dirigíamos a sacrificarlo tras el primer incidente violento, se nos escapó. Nosotros no pudimos hacer nada: nosotros habíamos hecho todo lo posible y ahora ya no era asunto nuestro. Dimos parte a la Guardia civil y nos retiramos a la casa sin dejar que la noche avanzase: la noche calurosa que sería recordada como la noche de los Seis Pies.
Los pies fueron apareciendo a lo largo de la polvorienta calzada que iba al Páramo negro y los recubría tal cantidad de restos que costó identificarlos como pies. No se echó de menos a nadie del pueblo ni se denunció desaparición alguna por los alrededores. En principio, se pensó en vagabundos y, después, en las prostitutas que, a veces, de paso a algún lugar más principal, recorrían el Arenal, casi siempre caminando. Rastrearon y nada más se halló: ni más partes de cuerpos ni pista alguna que condujera a una explicación. Hubo que esperar a las pruebas forenses para saber que eran los pies de cinco mujeres, pues solo un par de ellos eran de la misma mujer. Los detectives dijeron que eran personas de la misma familia en grado de consanguinidad uno. O sea, hermanas o madre e hijas. Aquello espantó a todos. Nada más dijo la policía y el misterio se instaló en el lugar y alimentó un miedo mudo.
Pasó el verano sin haber para nosotros una explicación de lo que hubiera ocurrido o de quiénes eran las mujeres muertas. Cinco miembros de una familia desaparecieron sin dejar más rastro que seis pies destrozados. Eso era todo. 
Nadie nos culpó directamente, pero había un silencio agobiante en el aire, en las miradas, en las paredes heladas a pesar del calor. Decidimos no hablar, dejar que pasara lo que tuviera que pasar, ajenos, ausentes, sabiendo que Rulfo nos amaba y que problemas más inmediatos y acuciantes dejarían en cierto olvido el episodio. Y así fue. Los días transcurrieron, la gente se preocupaba de sus asuntos y los niños armaban jaleo de las casas al hirviente descampado y vuelta a empezar.
Entonces, como si hubiera estado esperando aquella señal, apenas caída la primera hoja del álamo guzmán, reapareció Rulfo acompañando a un hombre de extraña vestimenta con el aspecto cansado de venir de muy lejos, ambos lentos y cubiertos de polvo negro. El forastero pasó por nuestra calle siguiendo al perro que se acercó a nuestra puerta y, según su costumbre, arañó suavemente para que saliésemos, moviendo su largo rabo y saludando amable como solo puede ser un perro. No nos resistimos a festejar, aunque tímidamente, la presencia de aquel ser querido, desentendidos de las miradas que atravesaban la calle y las manos que buscaban los teléfonos. Sin embargo, sin darnos más tiempo del necesario para comprobar que era él y que era real, siguió su camino junto al extraño y tomaron la calle de nuevo, enfilando, con todos nosotros y algunos otros detrás, hacia el cuartel de la Guardia civil, adonde entraron sin mirar atrás.
El parte que entregó el auxiliar al teniente y el teniente al juez y el juez compartió con los detectives venía a decir que Rulfo había atravesado medio país llevando una prenda reconocible por Abelardo García, cuya mujer e hijas habían salido de su casa con lo puesto en mitad de la noche unas semanas antes. Según su propio testimonio, el señor Abelardo García había tardado algún tiempo en comprender qué debía hacer y, por fin, había seguido al perro por campos y ciudades hasta llegar allí. Y allí estaba, esperando alguna respuesta, preguntándose si estaría loco por haber seguido a un perro bajo un sol inclemente y con agujeros en los zapatos y un presentimiento en la boca del estómago tan evidentes e incuestionables que el funcionario no pudo por más que explicarle lo acaecido hacía ya dos meses en nuestra pequeña localidad arrinconada entre el desierto y la nada.




domingo, 9 de junio de 2013

Kveikur

No podía recordar desde cuándo, cada domingo a las 8:30 de la mañana J.J. subía a su blog un capítulo de su novela. La historia se iba llenando de los deseos cumplidos de los pocos lectores; se iba escribiendo sola, usando a J.J. casi como un medium que, tras su ritual matutino de desayuno y baño, se sentara ante el ordenador y vaciara su cabeza, mientras sus manos golpeteaban las mullidas teclas, igual que las Ciudades Quemadas habían depositado su última esperanza en Finn. 
Solo faltaban un par de semanas: el capítulo final estaría listo antes del día más largo. Sin embargo, el sábado aún no se había escrito una palabra de esa última entrega. Una fiebre de origen desconocido había noqueado a J.J. justo después de que, el último domingo, Finn cayese en un letargo febril tras recibir la punzada del aguijón de un ser gigantesco. Fue un momento determinante en la historia: Finn era humano. Desde entonces, J.J. había tenido horribles pesadillas en las que monstruos salidos de sus libros lo perseguían hacia un abismo de fuego rojo. 
La fiebre remitió y, cuando, debilitado y aturdido, J.J. comprobó la fecha, cayó en un estado de bloqueo, incapaz de escribir un final para su libro. Finn se hallaba acorralado, enfermo y solo, la espalda contra la roca en una húmeda y oscura cueva de paredes cartilaginosas, rodeado de enemigos. Y J.J. se sentía exactamente como él. A las seis de la mañana, Finn había perdido un brazo y rogaba para que llegase, Deus ex machina, algún tipo de ayuda, pero lo único que veía era un parpadeo igual que el del cursor que desde la pantalla amenazaba a J.J. como el hipnótico tictac del reloj: una cuenta atrás. A las ocho, J.J. no había dado forma a un final heroico y con sentido. La angustia que sentía era indescriptible. Se tomó la temperatura: le había subido bruscamente la fiebre. Al cabo de un momento, se desmayó. 
El tiempo pasaba ajeno a todo lo que no fuese el juego del movimiento relativo e intangible, y Finn estaba solo, suspendido en la nada, existiendo de un modo onírico en la mente difusa de los lectores de J.J. y reclamaba no quedarse ahí, no permanecer así ni un minuto más. Probablemente rezó y seguramente gritó y a las 8:25 el cursor se movió. Alguien escribió: «Alzó la enorme pata hasta más arriba de la cabeza de Finn, que arrodillado y sangrando por la boca apretó con fuerza los dientes y cerró los ojos, con un miedo paralizador y auténtico en el que reconoció ese tan deseado ser humano...», pulsó enter y posó una mano húmeda y caliente sobre el rostro de J.J.

lunes, 20 de mayo de 2013

Mi propio personal infierno


No hace falta estar muerto para ir al Infierno. A veces, basta con abrir los ojos por la mañana y atravesar la membrana que te separa de los ríos de lava. Muchos ya habitan en un sitio que excede lo aterrador y cada día y cada noche se enfrentan solos a monstruos en tierras de horror. Algunos ni siquiera están seguros de tener tierra bajo sus pies y, confusos, ignoran lo que pisan, si agua, vapor o barro, sabiendo que las arenas movedizas son transporte a otro nivel de Lo Mismo, un lugar hecho a la medida de miedos aún desconocidos.
Siempre que alguien cree que el infierno que habita es único y suyo, este muta hacia un lugar más terrible, frío y solo, más espeso, oscuro y turbio, con más dolor y más crueldad, hediondo e insoportable desde dentro. Esos que habitan el Infierno en sus corruptas moradas, en las ciudades quemadas, en sus cabezas perturbadas, en sus cuerpos mil veces destrozados, en los países malditos donde moran como seres eternos los que debieran estar muertos, saben que en su propio y personal infierno solo pueden estar en secreto, pues el infierno verdadero es intolerable y ajeno y nuevo y se va descubriendo... Y así como allí no se puede estar muerto, uno no se puede acostumbrar a estar en el Infierno, ya que entonces sería soportable: sería desagradable y molesto y doloroso y estos son adjetivos de la moderación, de la que nada sabe el verdadero infierno. Entonces, si tienes un lugar al que llamas tu propio y personal infierno, entérate bien que no estás ni de lejos en el lugar que te aguarda y que tarde o temprano se abrirá paso entre la espesura de la niebla que en todas las esquinas de las vidas miserables espera, el lugar del que saldrá algo indescriptible que convierte las palabras en velos negros invisibles y que se instalará para crecer y crecer y ocupar todo el espacio incluyendo tu cuerpo y el aire que necesitarías para respirar y, una vez dentro y por doquier, explotará.

domingo, 19 de mayo de 2013

La escoba del sistema


La literatura debe mover montañas, crear montañas y moldearlas hasta formar algo que podría ser un mundo nuevo, que podría no serlo, que podría parecerlo o no parecerlo, pero que sin duda es. Si planos de ficción se mezclan, enredándose entre ellos, tensando las cuerdas, imbricándose los unos en los otros como planos tridimensionales que encajan como mamushkas, mientras algo como una música suena y desvela un secreto íntimo e inverosímil e inexactamente expresado por las notas que van calando los párpados, y aparece entre las sombras un contador de cuentos, se abre el telón y una historia comienza. Una línea se percibe cada vez más nítida en la estructura entretejida de miles de líneas. Una destaca, como si la corriente eléctrica fallara, como si la electricidad y el calor se concentrara por alguna razón en ella. Por alguna razón. Todo parte de una anomalía. Todo comienza por alguna razón desconocida, olvidada, escurridiza. Así de inespecífica y absurda es la vida. Ahora él está en el final de una historia de AMOR, la quiere acabar, la quiere dejar, la quiere cerrar... ¿Cómo deshacerse de Lenore? El amor de su vida, la mujer perfecta... ¿Cómo deshacerse de ella? Si ella se resiste a dejarse, si ella rehúsa ser un personaje, no se deja manipular... si le obsesiona ser un personaje hasta el punto de oponerse a todo. Y además él la hizo tan perfecta, tan deseable, tan inaccesible... 
Así nace Lang, así su pasado en común, así un mundo tras otro todos compartidos y relacionados: Jay el psiquiatra y la conspiración de la bisabuela Beadsman, la retorcida relación de los ancianos desaparecidos y el negocio familiar y, de nuevo, el psiquiatra y una vez más la voluntad de acabar con la relación de R.V. y Lenore. Así aparece Mindy y se desvela el pasado humbertiano de R.V. que ahora es impotente, inseguro, y recuerda a todos a un escarabajo pelotero, en contraste con Lang y sus ojos verdes y su ocasión de volver a empezar y elegir un nuevo camino, otro camino en lugar de la vía Metalman (quién no querría, qué hombre no ha deseado volver a un punto concreto de su vida y tomar una decisión distinta, probar una ruta alternativa pues aquella por la que optó le trajo a un presente siempre y en todo caso desdichado, un presente tan absorbente y deprimente que le niega cualquier posibilidad de un futuro). 
Y de fondo, un GOD (Grand Ohio Desert) que es el germen de la Concavidad (véase La broma infinita) que es la montaña creada por voluntad de un hombre, solo posible (¿o no?) si cedemos a la coyotización. Un GOD que simboliza la posibilidad del hombre de alterar el medio natural: expropiando, maquinando, creando el juego de las políticas fantasmales. Un desierto que ha de devolver el espíritu de Ohio a los aletargados y acomodados paisanos, ajenos ya a un pasado glorioso y heroico. Un GOD cuyo destino es, cómo no, ser algo turístico, comercial y blando, un centro lúdico atestado de turistas, excursionistas y autobuses, ridiculizado por la masa extremadamente rutinaria, mansa y complaciente. Absolutamente patético y, desde luego, lo contrario de siniestro. El sentido del humor de DFW.

Y Vlad el Empalador y la bisabuela y toda la teoría wittgenstiana como una metáfora útil sobre la teoría literaria y la circularidad del proceso y el eterno retorno como posibilidad de fondo, el proceso creativo y la autoconciencia de estar haciendo y ser ficción.... Y de nuevo Vlad hablando y repitiendo y hablando,...
Al fin, con el GOD como escenario la historia de AMOR se deja terminar. R.V. consigue acabar a Lenore, acabar a Lenore y a Lang juntos. En un último exceso, de regreso al edificio inverosímil donde la historia se había estancado, todo ocurre. Entre las sombras del edificio Erieview: una sombra densa, anómala, simbólica, extraña y omnipresente, una sombra que cada día barre toda la realidad del edificio Bombardini, a través de la que observa R.V., aparecido de la nada, ahí despidiéndose, observando, mientras todos los personajes insustanciales y una Lenore ya totalmente difusa, y un imposible cúmulo de situaciones absurdas van acabándose las unas a las otras, hasta sencillamente no estar. Ya no hay relato, ya no hay sistema que supere a los individuos. Todo se ha evaporado. Todo menos R.V. y una preciosa Mindy que parece más dispuesta a cooperar como personaje, una Mindy cuyas piernas brillan en la oscuridad, una Mindy que provoca el deseo y anuncia una recuperación de la hombría de R.V., una Mindy a la que R.V. promete "contarlo" pues es un hombre de... ¿palabra(s)? 


sábado, 11 de mayo de 2013

Sion Sono: Cold Fish


Se lo pone difícil la imaginación de los límites al triste mundo de la ONAN[i] y sus países satélite y culturalmente afines. Por aquí, hace tiempo que todos lo hacen todo con una conciencia absoluta de estar en la plaza pública donde cada quien que asoma juzga al vecino de manera implacable, y como si de ese juicio dependiese la continuidad de la especie. Esa es la principal causa de que vivamos una gran mentira y de que para soportar mirarnos al espejo tengamos una violenta necesidad de algún tipo de droga que puede ser trabajo, sexo, chocolate o solo un poco de ginebra barata. Adictos a razones, al orden, al desorden, a una sensación de control, a una sensación de libertad, a una sensación placentera, a una máquina tragaperras, a una o varias putas bien formadas.
En este mundo habitado por vegetales que se esconden de la luz, solo unos pocos logran hacer algo que da igual y al mismo tiempo se salva. Algunos que no piensan que estar en un mundo-espectáculo es una presión añadida a la mera falta de ganas, a la barriga llena, a la acumulación y el despilfarro; y se resisten a hacer cosas solo porque te las van a pagar y entonces idearlas de manera que gusten a la masa, que normalmente es de un previsible que da náuseas.
La historia de Cold fish venía hecha. Estaba dada por cómo son las cosas pues esta historia ya ha pasado. Contarla sin piedad era más difícil. Y Sion Sonno ya abundó (Guilty of love) en la sutil necesidad de algunas mujeres de ser libres a través de la sexualidad, de estar confusas entre el fingimiento y la sumisión y el loco deseo de romper todos los papeles que se le han asignado. Y es posible que sea un asunto cultural de determinadas coordenadas pero la contención y la decencia, la fórmula del ser bueno y actuar según los cánones de lo que una conciencia colectiva aprueba está tan viva aquí como en cualquier lugar. Y esas ellas pueden ser el detonante de toda la violencia con la que un desdichado como Syamoto salpica y mancha de sangre la pantalla.
Así, del choque entre un hombre naturalmente bondadoso, presuntamente leal y cuerdamente débil y un hombre que ha traspasado todos los límites en pos de la satisfacción de sus deseos más animales nace el verdadero mal. Si el viudo que briega con la hija adolescente, mimada y descerebrada; si el viudo que confía en el amor de la joven sucesora de su esposa muerta y vive como todo el mundo y es tan normal que su vida no tiene mácula ni tan siquiera cuando sueña; si este viudo, digo, duerme y tiene pesadillas, sus pesadillas nunca serán tan terribles como su propia estela al traspasar el espejo donde asiste a la ruptura con la creencia de dónde empiezan y acaban sus propios límites.
Los hombres somos un saco medio vacío que se va llenando de arroz, declaraciones de la renta y películas, de noches de teleseries y paseos por el parque con hijos en carrito. Un saco que en el fondo alberga algo que el propio hombre desconoce, un poso de deseos incontrolados, de orgullo y de arrogancia que, dependiendo de quién, está más o menos contenida. Y si ese poso se adereza con la visión inesperada de una realidad infernal que puede ser una masacre, un atropello o los capítulos inenarrables de una guerra, si ese poso es removido con la cuchara de la crueldad o con un enorme palo de metal y reflejos de sangre y corrupción y trozos de la propia miseria, ese poso se eleva, sale del saco, lo llena, lo colma y resbala en forma de espuma de cerveza, ese poso lo es todo, es un veneno alado, es el hombre que golpea e incendia y la mujer que se prostituye, corrompe y muere o mata, y es la madre o la hija de los desesperados suicidas que, ante el espectáculo grotesco, se sacuden el polvo y siguen como si nada.






[i] Véase La broma infinita (David Foster Wallace).

viernes, 10 de mayo de 2013

El cartero siempre llama dos veces


El cartero llamó dos veces; la señora le abrió con la bata de flores de la talla 46 semidesabrochada.

Tengo que decirlo, se expresó pomposamente el pulcro funcionario, con acento cordobés fino. —Sé que resultará antipático, antipopular y habrá quien lo sienta una pedantería, una insolencia o una obviedad.

La señora se echó en el marco de la puerta que sufrió su peso con un crujido, sacó del bolsillo de la bata un paquete de Marlboro light y encendió un cigarrillo, soplando profusamente una bocanada de humo que pareció interminable.

Enormes pulmones, dijo gentil el cartero.

Gracias, pero prosiga; no alarguemos esto más de lo necesario.

Y el cartero siguió:
»No hace tanto, unos cuantos meses, el pueblo soberano se pronunció. Todos más o menos aseados fuimos a los colegios electorales, tomamos unas papeletas, las metimos en unos sobres y las hicimos penetrar con la dignidad y el protocolo que el evento requería en unas urnas de cristal. Muchos, y lo sé bien, votaron por correo. Y así se gestó un gesto de aplauso popular y cuasi unánime que dio como resultado una mayoría absoluta a uno de los grupos políticos que a esas elecciones se presentaron. En términos del Servicio de Correspondencia Anarquista Español: dimos carta blanca a unos tipos con unas ideologías y unas maneras reconocidas y conocidas, con un plan discretamente confuso, explicado con verbo obtuso y contundente, y, a lo que parece, convincente.

»Y así se escribe la historia... Apenas pasan dos años y la gente anda loca de apretarse el cinturón, protestando, con los sueldos mermados y los nervios a flor de piel, las televisiones aconsejan rezar y nuestros atractivos gobernantes se ven deslumbrantes en sus perfumes, sus bótox, sus pedicuras, sus cargos de asesores y su discreta adicción a los sobres. Turbado compruebo cada día que nadie reconoce que les votara, ergo esto no ha pasado ni está pasando: estamos todos bajo los efectos de unas emisiones tóxicas de aquellas fugas radiactivas de hace nada y que tan lejos en el imaginario popular quedaran.

»Y yo, como cartero funcionario acreditado con más de veinte años de servicio a mis espaldas, ante usted, oronda y prometedora señora, a la que he traído lo que probablemente será una carta de desahucio certificada, pregunto: "¿Qué hacemos? ¿Follamos?".

Vintage Victory



domingo, 5 de mayo de 2013

La historia de los otros

         Yo, señor, no soy malo; no me siento responsable de los cadáveres que abandoné al borde del camino, las mujeres que tuve que dejar atrás, los hijos que no conocí, los amigos a los que olvidé... El camino se abría ante mí y el ansia de avanzar era más fuerte que mi natural deseo de pertenecer. Yo, como el agua, he sido parte de una corriente que se aleja incontenible en busca de algún mar. Navegué en pos de una vida, una que fuese mía, una que fuese real, señor. Ahora usted me pide cuentas. Es su deber, su misión siquier. Yo entiendo esa labor que usted encabeza. Aquellos que fueron “míos” son mi responsabilidad, según algún canon tan bueno como otro que hubiera sido admitido por una comunidad. Pero, señor, ¿qué me dice del criterio individual, del hombre que asume su deuda consigo, su soledad y su imperiosa necesidad de avanzar? ¿Qué me dice del albedrío de ellas y del albedrío de los que me avalaron conociendo mi naturaleza? ¿A qué viene, pues, señor, este ajuste de cuentas, cuando solo pretendo regresar para acabar mi periplo en la casa donde nací, donde la marea me ha traído de vuelta? ¿Es que acaso habría de pasar el resto de mis días en una celda, visitado por viudas y huérfanos desconocidos que, a modo de ofrenda, traerían un arsenal de documentos inextricables que yo habría de rubricar? Yo, señor, que jamás tuve firma, sello o señal, que no puedo ni quiero formar parte de la historia de los otros.



Golconda-Magritte


El seductor-Magritte

miércoles, 10 de abril de 2013

Selectividad 0.13 o cervantesimportauncarajo.com



En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.
Responda a todas y cada una de las siguientes cuestiones:

1.      Analice sintácticamente el anterior fragmento.
2.      Explique el sentido de las expresiones subrayadas.
3.      Resumen crítico de la obra a la que pertenece el texto, con alusiones al autor del mismo y a la época en que fue escrito.
INSTRUCCIONES: El alumno dispone de 1 hora y media para la realización del ejercicio- No hay opción B: no busquen ni pregunten a los profesores que vigilan el examen- Se debe responder a todas las cuestiones o el examen no será valorado.


10:30 a.m. 25 de junio, pasillos de la E.T.S.I de Informática y Telecomunicaciones, Campus de Teatinos, Málaga. Temperatura: 34º C a la sombra. 30 minutos de pausa antes del siguiente ejercicio. Profesores, alumnos, vocales y ponentes de las distintas asignaturas van y vienen a la cafetería, fuman, escupen, tuitean y retuitean las preguntas del examen; por Tuenti y Facebook se conoce que los exámenes de otras provincias no tenían la misma dificultad: insultos a la Delegación de Educación, la Universidad, el Ministerio... El ambiente está caldeado y no solo por la ola de calor...


-¡Qué putada!


-¡Qué mala leche!


-No es justo.


-Pero ¿esto lo pueden hacer?


-Pues no sé, tío, pero salimos a la calle a protestar pero ya 


-Tíos, que era el Quijote, joder. ¿Qué os pasa? Y no han pedido más que un comentario crítico...


-Tú eres gilipollas, Martín. 


-¿Y el análisis sintáctico? ¿Era o no una putada? ¡Que era obligatorio!


-Bueno, pero una subordinada de OD y una relativa adjetiva qué tienen de difícil, tíos, ¿en serio?


-Martín, vete a otro lado a chulearle a tu padre. EN SERIO.


-Joder, Martín, y ¿qué mierda es una adarga vieja y eso del astillero?


-...


Martín se va a comerse su bocadillo a la sombra del otro lado del patio entre los alumnos de otro instituto que igualmente pasaron de buscar en el diccionario la palabra adarga cuando hojearon las primeras páginas del Quijote. Dan las 11:00 y entran a hacer el ejercicio de Historia temiéndose lo peor, aunque en este caso al menos el examen tiene OPCIÓN B.





14:00 p.m. del mismo día, explanada de aparcamientos de la E.T.S.I de Informática y Telecomunicaciones, Campus de Teatinos, Málaga. 40ºC. Periodistas de TVE, alertados vía Twitter del disgusto populi, se acercan, micrófono en ristre, a los primeros alumnos que salen de las ¿modernas? y extrañas instalaciones universitarias, tras explicar a la audiencia nacional que “hoy tenemos aquí, en Málaga, uno de los días más calurosos desde hace décadas en toda la comunidad autónoma andaluza y queremos saber cómo les ha ido a nuestros jóvenes en la temida prueba de acceso a la Universidad”.


Los alumnos se amasan frente a los periodistas: todos quieren expresar su malestar e indignación por el examen de Comentario de Texto, Lengua Castellana y Literatura. Padres y algunos de los profesores que han ido a acompañar a sus alumnos asienten, compungidos, detrás de decenas de jóvenes que intentan comunicar al resto de España cómo han sufrido la más grande injusticia: es intolerable, son unos cabrones, han ido a por nosotros por la crisis (sic). Se sigue un jolgorio y una algarabía que imposibilita la comprensión; el sudado comunicador del micro pide un poco de orden a los chicos para que su protesta quede clara.


Uno de los muchachos se apresura a explicar más calmadamente que sus enojados compañeros consideran un agravio comparativo el examen de este año, pues en años anteriores daban una serie de opciones a los alumnos para aumentar las posibilidades de éxito en un momento tan grave y trascendental de su vida, —no solo de su vida académica, sino de su vida entera—, un momento del que depende su futuro inmediato y aun también el menos inmediato. 


Sus compañeros, boquiabiertos, aplauden emocionados. Qué labia tiene Martín. Los profesores de Martín, los padres de Martín y la no-novia de Martín enjugan sus lágrimas de orgullo y nerviosismo y le auguran entre dientes un carrerón como abogado o político o locutor de radio o vendedor de coches... Se va a forrar. Sí. Eso seguro.


Justo en ese instante, que podríamos definir como mágico, empiezan a saltar las alarmas: móviles que vibran, bipean, hipean y rapean hacen saber allí mismo que una especie de subdelegado del Gobierno en Málaga ha dicho algo de que se acabó la vaselina y que ya estaba bien de pasar la mano para tener buenas estadísticas y titulares en los periódicos y que ha habido mucha demagogia, y así en 140 caracteres, a lo que, en 15 segundos, le responden miembros de la Junta de Andalucía, portavoces de profesores y alumnos, el defensor de la comunidad universitaria, diputados de otras agrupaciones y de la propia, y hasta algunas personas normales, con tanta celeridad que allí, en la explanada, a 40ºC, todos se asoman a los móviles leyendo réplicas y contrarréplicas durante aproximadamente 15 minutos, hasta que inevitablemente pierden interés y se deshidratan y dejan al locutor y al cámara con sus cosas y caminan hacia los coches en pos de una caravana de media hora para salir del aparcamiento, tres cuartos de hora para llegar a la rotonda y veinticinco minutos para salir del “Atolladero-Teatinos”; a todos sonándoles las tripas, todos musitando “Nove lo que ha dicho el subdelegado ese, ¿no?”.



jueves, 4 de abril de 2013

En honor de Koprotkin



Yo antes era anarquista. Fue una fase de tantas en mi vida, pero pensaba entonces que era un estado de cosas en mí. Quemé el carnet de identidad, de todos modos caducado desde hacía 13 años; hasta las narices de ivas, iteuves, ibis, ierrepefes y otros abusos, dejé de pagar impuestos. Ya puestos, me casé varias veces con hombres de todas las edades a los que di todo mi amor. Fundé un Club de la lucha en Caleta de Vélez, donde la única que no luchaba era yo por motivos obvios que quedaron claros desde el primer día: "no somos una basura, no golpeamos a gente con gafas". Entre otras acciones antisistema, incendié oficinas de correos por la noche e hice llamadas obscenas en nombre y honor de Koprotkin a todos los ministerios que venían en la guía telefónica; corté la emisión de Tele5 algún tiempo y metí un virus informático en la página de unos falangistas que se presentaban a las elecciones, con sus gafas de sol y esa pinta de clones de Pinochet, tan campantes, oye. Pues les jodí la web, algo era algo. Me sentía bien después de cada uno de estos momentos de justicia y desahogo en nombre del individuo medio acorralado por la autoridad, explotado por los gobiernos, angustiado por las deudas, preso en su vida. Alienado sin saberlo.
Después me marché al campo a escribir poesía, como Whitman. Y la verdad es que en este momento, tras mi comunión con la naturaleza y la felicidad que me proporciona la vida en el campo, se podría decir que ya no soy anarquista. No lo necesito. Aquí no hay nadie. Nadie que te fastidie, nadie que te oprima, nadie que te cobre impuestos, nadie que te diga cómo, cuándo y dónde, nadie que te corte la luz cuando estás a punto de tener un orgasmo por internet, nadie que te ponga multas, que te cobre el agua o que te cambie la maldita hora a su antojo y voluntad.
O quizás sí... Sí que sigo siendo anarquista pero evolucioné. Ahora, como Thoreau, podría decirse que me he convertido en ecoanarquista. El anarquismo verde me va más, vivo en un egoísmo inofensivo, en un entorno natural, primitivo, onanista y autocomplaciente. Es cierto, y lo reconozco, echo de menos la revolución, mas, en cuanto siento estos impulsos libertarios extremos, voy que me las pelo a la charca en busca del sapo bufo al que lamo hasta que veo a Dios que llega a calmarme, a decirme que estoy en el buen camino y que me ama como a su hijo. Allí se queda conmigo horas y converso con él hasta el amanecer.