viernes, 4 de septiembre de 2015

la felicidad de los vivos y el inalcanzable don de la inmortalidad

Hoy, día tal del mes tal de 2015, ha muerto mucha gente. Niños mayormente. Niños pobres o de países en guerra o robados para solo Dios sabe qué horrores. Además, hoy también ha muerto gente que tenía que morirse. Gente vieja, con años felices (más o menos) a sus espaldas, con amigos, hijos, nietos, alumnos que los recordarán y todo ese jazz. Hoy es un día como cualquier otro. Para mí, lo diferencia del resto el mero hecho de que hoy precisamente no he muerto yo de enferma o de vieja; ni mi hijo, ahogado, ni mi hermano, en un accidente de avión o un atentado de aquellos y estos.
Así que hoy es hoy, un día menos para algunos, un día más para nosotros. La vida tic-tac espera de nosotros un algo que no llega hasta que llega y cuando llega es el final. Esto es un infinito no-final hasta que llega el final.
Lo siento, Paco. Lo siento, niños. Seremos inmortales en un museo de cera. Quizás.
Fdo.
El escrivano

martes, 11 de agosto de 2015

Vladimir y Estragon comparten una zanahoria bajo un árbol

Puse todas mis esperanzas en un hotel de carretera. No pudo ir mejor. Desde el primer día, lleno de viajantes que van pasando de un lado a otro sin dar explicación. Así que ahí lo tienen. Un final feliz para variar.
Llaman: "Un vodka para la 117". 
No lo tengo muy claro, pero hago que lo suba la colombiana.

Abajo, más allá del patio, abrimos el café-bar (donde servimos una comida excelente) a la parte Este, que daba a una carretera secundaria y a una explanada usada mayormente por los cabreros. El motivo de este empeño ampliador estrictamente comercial es el siguiente: Siendo este el único local de los alrededores cuando ubicaron el nuevo colegio en la explanada, quedó en privilegio con solo tirar un muro y poner un letrero.

El pueblo había crecido mucho a base del propio esfuerzo reproductor de nuestros jóvenes y más por la gente de la ciudad que, buscando paz, tranquilidad, comida ecológica y cosas de ese estilo, se había instalado por doquier en casitas que salpicaban el paisaje. Fue imperativo hacer un colegio más grande para tanto crío que andaba suelto y sin cultivar, como los cerdos vietnamitas que se crían aquí pero no se puede decir que sean de aquí ni, me temo, se podrá decir jamás.

Una historia comienza con un niño entrando por las puertas de un colegio como otro cualquiera. Un niño como otro cualquiera. Baja unas escaleras. El policía apresura el tráfico que atesta el carril de entrada y da paso al bus escolar. Mira el reloj. Unas madres de apariencia juvenil entran en la cafetería de la esquina como cada día. Ocupan la última mesa, alborotan y toman su café mientras intiman a base de inverosímiles confidencias e inocentes calumnias, secretos y bromas y consejos y consejos y consejos.

De todos los síntomas que anuncian el fin definitivo del mundo, el que más me molesta es la proliferación cuantitativa de cucarachas. Todo dios se la pasaba dando de beber agua con azúcar a las abejas o muriendo fatalmente de hambre y sed en el mundo. Había menos pájaros y mucha basura. Y las cucarachas campaban a sus anchas por doquier.

Eso me recuerda una de las recurrentes conversaciones de las madres del café. Algunos niños, hijos de algunas mujeres y posiblemente ciertos hombres, no tenían apetito. Ninguno. Cero. Otra cosa que se comentaba, y no era infrecuente, eran las noticias diarias de madres que masacraban a sus bebés o padres que los mataban de dos en dos o de tres en tres, u hombres que mataban a sus mujeres y a sus hijos también. Eso pasaba más o se comentaba más o importaba más en algunos lugares. En otros se las veían y se las deseaban para mantener a sus hijos con vida. Pero en la tertulia de diario en el único bar donde se podía fumar y pasar dos o más horas hablando, esto último no centraba las conversaciones. Ni lo de las abejas ni lo de los glaciares.

Entiendo que hay problemas que en la distancia corta se ven y si, digamos, no te quedan cerca pues ni los notas. Eso es así. Por ejemplo, lo de las docenas y docenas de cerdos vietnamitas que además se multiplican retozando con sus homólogos autóctonos no preocupa tanto aquí, claro. Los cerdos vietnamitas prefieren mil veces las zonas boscosas catalanas a las playas, campos de golf, parques acuáticos a reventar de turistas y desiertos donde podría rodar Tarantino su próximo Spaghetti Western.

Tampoco es esto ideal para hacer surf, con lo que nos ahorramos un montón de problemas. Como es bien sabido el surf es un deporte de riesgo que atrae a tiburones. Sin embargo, al ponerse de moda algunos sobrinos e incluso ahijados de mujeres de aquí practican ese deporte para lo que, tras comprarse trajes, zapatillas, tablas, cremas y otros enseres, necesitan conducir varias horas en SUV de seis marchas hasta llegar al menos a Tarifa.

A las 17h todos los niños suben las escaleras de vuelta con sus padres, abuelos, vecinos y así. Pero aquel niño como cualquier otro que entró en el cole lentamente no sale con el resto. Nadie sabe dónde se ha metido. Esperan hasta las 17:45. Comprueban que no se ha escondido, jugando; comprueban que no se ha caído y está herido en alguno de los puntos muertos del recinto. Comprueban que no se les ha ido de modo descuidado con otro de los niños telefoneando una a a una a las madres de todos los compañeros de clase. Y entonces a las 19:04 con la familia al completo allí, la policía, el director, la secretaria y todos los maestros empiezan a ponerse muy nerviosos.

En el lugar, hay campo y caminos y carreteras secundarias, así que se decide hacer una búsqueda masiva. El niño podría haberse escapado. A veces la puerta de la Secretaría se queda abierta. La gente camina mientras habla y habla mientras camina, campo atraviesa, ya a esas horas con linternas.

Al día siguiente, todos en el colegio lo saben y hacen sus cábalas. Mientras, han traído más policías con perros, un helicóptero y han puesto muchos controles. El pueblo se ha llenado de periodistas. El bar lo tengo a reventar de gente y he tenido que contratar a dos primos de Juan, el cocinero, para poder alimentar a tanto galgo.

El padre está con un comisario en una habitación del cuartel de la Torre. A ver si sacan algo en claro y porque últimamente ya se sabe. La madre estaría sedada, seguramente en casa de su hermana.

Montones de desconocidos compartían fotos del niño en las redes sociales. La noticia seguía en primera página, aunque el titular pasaba un poco más abajo y un poco más a la derecha y disminuía en tamaño conforme pasaban los días.

Después, un hombre de 70 años asestó varios hachazos a su pareja. La noticia cubrió la primera página. Había sido la décima mujer asesinada por un hombre (uno diferente en cada caso) en los últimos dos días y, claro, la alarma social exigía más hueco.

Esa tarde, con la señora de los hachazos de cuerpo presente en la capilla de Nuestra Señora del Perdón de Fuencarriles, miles de mujeres salían a las calles de la capital para protestar contra la violencia machista o violencia de género. 

La prensa digital cambió rápidamente su portada incluyendo una foto de unas manifestantes portando un cartel que pedía poner "FRENO a este GENOCIDIO". Estaban visiblemente afectadas. Alguien comentó que un "genocidio" era otra cosa. Pero los gritos no me dejaron discernir la lógica de las respuestas. La gente se enfada mucho cuando pasan estas cosas y es mejor no andarles en esos momentos con delicadezas semánticas.

Casualidades de la vida: varios de los homicidios habían ocurrido en Lérida, donde, salvo que lograsen extinguirla, había nacido una nueva especie fruto del amor, el azar y la necesidad de tener mascotas exóticas y soltarlas cuando pesan cien kilos. Como las toronjas tropicales, los jabalíes-cerdos vietcatalanes eran algo propio, especiales. "La vida se abre paso", que dijo el Dr. Ian Malcom, seguramente pensando en las cucarachas de mi barrio.



viernes, 12 de junio de 2015

de todos los significados de junio----

Junio es el mes de los finales. Terminan amores y penas y cosas solo empezadas para ser acabadas. Junio es mes de hacer balance, de perder peso, de alergias, del renacer de las plagas de cucarachas, de arrepentirse, de traicionar, de empezar otra vez. En fin, junio es como una baraja de cartas que da igual, salvo si haces trampas, porque si juegas demasiado siempre acabas por perder.

jueves, 21 de mayo de 2015

Últimamente, todo el mundo se llama Albert



Albert conoció a Albert en la escuela de Albert. Tomaban ambos la clase de poesía y escritura creativa. Albert supo tras mucho intento artificioso, pedante, logrado pero vacío, amable pero indeciso, sincero pero pueril, imitación de imitaciones, ruido de fondo y ridículos aullidos torpes sin talento, que la poesía había muerto y que las comas, las más de las veces, sobraban y que una metáfora a estas alturas es como un chiste de Jaimito. Al menos, así se lo dijo a Albert, que estuvo de acuerdo en todo con él. Se cogieron, esa tarde, una cogorza juntos y acabaron llorando el tiempo perdido y el imposible futuro, ambas cosas irrecuperables y hermosas, ambas con nombres que ya no podrían escribir para a la postre ser antologados por un acumulador de méritos universitario en busca de un personaje, un autor o, mejor, de una generación que descubrir. Albert borracho daba más el tipo de poeta e incluso a veces decía cosas poéticas y pensaba en voz alta lo que a Albert le parecía un brillante verso. El poema perfecto, efímero, austero, recitado con voz agónica y abocado al olvido inmediato.
Borrachos ambos, pero Albert mucho más borracho, acabaron a las tantas, pero las tantas de verdad, de esas tantas a las que no hay ni un alma por la calle, apoyados en la cristalera de entrada de la escuela de Albert. Allí improvisaron una escena violenta contra el lugar donde habían estado perdiendo el tiempo, donde habían recibido los más humillantes rechazos y las críticas más justas y despiadadas. Bajo sus botas y sus manos enguantadas iba desmontándose el local de Albert, puertas, paredes, tarimas, pizarras, sillas y, en un arisco vendaval, la pira de los libros.
Así de mala bebida tenía Albert que entendió entonces que la prosa era la única salida. Prosa de verdad, Albert, no greguerías y cuentos. No. Novelas largas donde se puedan encajar piezas, historias sobre historias, paisaje sobre paisaje, la entera cubertería, la sinfónica de Viena, el panadero a las 5 de la mañana,... Oh, Albert, la resaca de mañana. No, en serio, Albert. Debemos apresurarnos, ya no somos unos niños y 1500 páginas no se escriben en un rato. Tardaríamos menos entre los dos. No veo por qué no, dijo sorprendentemente Albert. A la mañana siguiente, tras ser despertados por la policía y prestar declaración en comisaría, se reunieron y comenzaron la casa por el tejado. Diez páginas al día --establecieron-- cada uno y, por la noche, puesta en común y cena en la buhardilla de Albert. En 75 días tendrían 1500 páginas. Dos meses y medio, ni un mes y medio más.

Ya desde el primer día se presintieron algunas tensiones. Albert había dedicado sus diez páginas a la descripción de una habitación que, además, se parecía demasiado al salón donde empezaba Psycho. Albert había esbozado una trama compleja que partía de una familia de 120 miembros y sus relaciones en una época sin concretar pero sumamente contemporánea. Era claro que no tenían la misma idea de lo que era una historia, una novela, la literatura y conceptos como cantidad, calidad, relaciones y compromisos. En la cena discutieron y se bebieron todo el vino, todo el vodka y todas las botellitas de la colección de viajes aéreos de los padres de Albert, que terminó por romper los papeles escritos por Albert en su misma cara, dando paso a una pelea llena de patadas al viento y puñetazos de 180º. Faltaba buhardilla para tal coreografía, así que la cosa acabó con la destrucción de gran parte de los bienes materiales de Albert.


Tras seis días de trabajo duro, amargo y lleno de bloqueos y discusiones, inseguridades y disensiones, solo pasaban la criba de la cena unas 60 páginas. Las 60 páginas de Albert y la saga familiar de los Calafell-Balasch. Albert iba notando que su presencia en el proyecto iba menguando conforme pasaban los días y que por más intentos de plasmar en el papel algo de valor y con sentido, la historia ya se había alejado de él y ahora pasaba los días corriendo tras algo que se iba haciendo allá a lo lejos en algún punto neblinoso que, encima, solo existía en la mente de Albert. Ese día, tras leer una vez más los avatares de la vida de los Balasch, decidió ocuparse de los recuerdos de la prima Sylvia asociando así su pasado con el de Gabino Calafell y sus hermanas un poco antes de las revueltas que unieron definitivamente los destinos de ambas familias. Era lo único que podía hacer: sucumbir ante la evidencia de la derrota y someterse antes de ser echado por la borda de un barco que, al fin y al cabo, igual no se hundía.


Tenemos que hablar... La evocaciones literarias por más vulgares y simplonas que fueran distrajeron la ya de por sí mediocre capacidad de atención de Albert, que solo volvió a la realidad de la desconsolada mesa de la buhardilla tras la puesta en efecto del método tradicional de la patada y el grito. ¿Dónde tienes la cabeza? Nada, nada. Es como si alguien dice se abre el telón y te esperas un chiste . ¿Qué esperas?, ¿un chiste? No, no. Dime, Albert. Te escucho (reminiscencias frasierianas y disimulo). No puedes determinar así el futuro de Sylvia. Me coartas las posibilidades de darle hijos. No puedo caminar libremente el presente de mis personajes si les vas castrando, matando o metiendo a monja. No sé si me explico... No, no te explicas, Albert. Como poder, puedo. Así que no veo dónde vamos. ¿Quieres negociar las decisiones de los personajes o las mías? Yo me adapto a las páginas que ya se han escrito, no puedo matar en el pasado a alguien que en el presente está vivo. Y lo de la caja de zapatos... Pues ya lo tienes, una caja de zapatos con las cartas, las fotos y los momentos necesarios para hacer coherente algunas de tus pifias...
¡Oh, no! Con lo bien que iban... Aquella noche, la noche número 10, con el champán en la nevera por haber llegado a la página 100, con la sorpresa de tener un posible editor para la novela, como si no tuviera ya bastantes problemas, tendría que volver a partirle la cara a Albert con el retraso en sus planes que eso conllevaba cada vez.
Hay que reconocer que con la práctica se daban cada vez mejores golpizas. En urgencias, uno con un diente de menos y el otro con un esguince por una mala praxis al dar una patada, se acomodaron como pudieron entre un gitano encocado y una chavalas con problemas de género (?), el azul sofá de eskay de la sala de espera, atestada, no era más incomodo que sus propios sofás. La enfermera Sabrina estaba buena y no daba crédito. ¿Cómo se llevan ustedes ahora tan bien? Los hombres resolvemos así nuestras cuitas... Y una vez resueltas, todo es camaradería. Hay que anteponer las necesidades del Proyecto, Bella Sabrina. Usted, por un casual, ¿no tendrá teléfono? ¿El "proyecto"?, interrumpió Albert. ¡Sí! !Calla, Albert! La primera norma de nuestro proyecto debería ser no hablar de él. Oh, vale. Deberías haber hablado de esas normas antes de joder... Sabrina iba cosiendo el labio de Albert, no tan sorprendida como era de esperar. Y Albert, viendo que había cierto dolor en la expresión de su compinche literario, lo intentó distraer con las buenas nuevas: Casi tenemos editor. ¿Y eso?, dijo (muy mal por la condición de su boca inflada) Albert. Sí. ¿Sabes?, Albert dejó el mundo de la enseñanza y se pasó al editorial... La cara de Albert era un poema que destrozar con una buena crítica. Vamos, vamos, no seamos tan hipócritas: ya sabemos que el cinismo se puede evitar en Literatura; en la vida, no hay escapatoria ni dignidad. Eso es una verdad como un templo, apostilló Sabrina, que estaba buena pero no era tonta.


Resultó que Adita fue lesbiana durante un tiempo y que Lluis no lo supo hasta que el extranjero aquel publicó su reportaje sobre la familia. La importancia del caso era relativa. Lluis no percibía a Ada diferente, no se sentía distinto junto a ella, sobre ella, lejos o cerca de ella. No le pesaba menos el anillo y no pensaba en aquel pasado con excesivo desagrado, la verdad. Pero, respecto de su propia imagen, sí se percibía una especie halo de patetismo y cierto escozor que se acentuaba con el mero recuerdo de la existencia de familiares y conocidos. Era un apellido que no admitía sorpresas, concedió Albert. Pero el ver tan jodido a Lluis no le disgustaba. Se estaba acostumbrando a las putadas de Albert y, en este caso, la idea de Adita con Sylvia en la cama de los padres de Gabino seguramente ayudaría a seducir a Albert, que no tenía muy claro que aquello fuese publicable. Entiéndelo, Albert, --había dicho el muy gilipollas--, ahora que no tengo nada solo me queda mi prestigio literario,
El problema de fondo eran las discordancias. Habría que prever un tiempo de revisión y encima Sabrina no paraba de venir cada noche con comida y bebida y escotes y sarcasmos y retórica hospitalaria y, claro, distraía. Albert, encantado. Cada noche echaba un polvo y se estremecía. Pero Albert se estaba cansando de tanta intromisión y descuido. ¿Era Sabrina ahora parte de algo que no tenía nombre ni nunca estuvo acordado?

sábado, 2 de mayo de 2015

Basado en hechos reales

Durante un tiempo indeterminado me preocupé porque mi sombrero era el más feo. Todos miraban al suelo y sudaban y el ruido lo silenciaba todo. También lo agrandaba. Además del sombrero, también era la única mujer, la única blanca, la única mayor de 40, la única vestida como una parguela occidental de vacaciones y la única, creo, que no rezaba. Estar en cuclillas nunca me ha gustado, ni cuando era una niña y podía sin que las piernas me temblasen doloridas. Siempre he preferido sentarme o, si no queda más remedio, ponerme de rodillas, aunque a mí las rodillas también me duelen, y no poco, al rato. Pero allí todos estábamos en cuclillas. Yo, porque los demás lo estaban. Los demás, quién sabe... por costumbre, imagino, o para poder saltar en un momento dado y salir por patas. Una hora y cuarto después, seguíamos en cuclillas; algunos habían parado de rezar y otros, siempre en cuclillas, iban hacia acá con tazas repartiendo lo que me temí que fuera (y fue) té. Merci, merci, god bless you, dios te lo pague, tesekkular, assalam alaykum, efgaristíes. Di un trago que falta me hacía. Oiga, este, me preguntaba hasta cuando piensan ustedes que habrá que estar aquí, yo, verá, es que necesito ir al baño y estirar las piernas, que tengo reúma, y también, bueno, yo, si no es mucha molestia, con todos mis respetos, querría preguntarles si sabrían explicarme qué está pasando. Yo no sé de terremotos, tsunamis, explosiones de gas y derrumbes de edificios en mal estado, pero nada de esto se parece a nada y desde aquí abajo no se ve y el estruendo es inquietante y poco claro. La cara del que seguía allí mirándome era de perplejidad y entendí que debía explicarme mejor. Eran los nervios, el cansancio, el dolor y la ausencia de conocimientos sobre los protocolos sociales en aquellos lugares entre no nativos y lugareños en situaciones de emergencia. Proseguí hablando más despacio y agachando ligeramente el mentón, tratando de proyectar un simbólico mensaje de respeto y sumisión al ser él un varón y yo, no. Por si acaso. Just in case. Verá usted, no es mi intención entrometerme, joven, pero siento la necesidad de saber qué está pasando. El joven parecía tardar un poco en procesar aquel output-->input, probablemente muy mal emitido. Culpa mía. Además, de verdad, de verdad que necesito ir al baño. Por fin reaccionó. Need to go to embassy. L'ambassade. Votre non garantis ici. Tú aquí no segura. Cela va durer longtemps, femme. Vale, mercy. Y, perdone, una última cosilla, usted por dónde cree que debo salir de aquí. Parpadeé tratando de parecer más indefensa y desvalida y, cuando abrí los ojos, el joven multilíngüe se había esfumado. Cómo, me preguntaba y me sigo preguntando, cómo una criatura humana sin superpoderes, en cuclillas, se pudo mover tan rápido, allí abajo, en medio del surco de gravilla y barro. Aún me lo ando preguntando y aún lo ando maldiciendo. Podría mostrarme más agradecida en mi recuerdo, pues el muchacho se explicó en varios idiomas y perdió 37 segundos atendiendo a una extranjera impertinente y desconocida, pero lo que no puede ser, no puede ser, así que si algún día lo vuelvo a ver y me pregunta algo, lo que sea, le daré solo la mitad de la respuesta y hasta más ver.

viernes, 24 de abril de 2015

El horizonte miope

Un sinfín de motas diminutas flotan sinuosas cruzando mi horizonte miope, como pequeñísimas gotas de aguanieve ligeras decididas a no sucumbir ante la gravedad de mi suelo de piedra, moléculas de existencia desvariando ante mí, el desfile de lo ínfimo. El espectáculo de un desvaído rayo de sol desafiando un día nublado de diario en medio de la primavera. Detrás, el árbol borroso, la grúa borrosa, el borroso eco de operarios y motores. Más allá de todo esto debe estar el mar fundido con el cielo; el color casi blanco, casi ciego. Yo sé que allí hay una torre vigía abandonada, rocas que sirven para medir las destrezas de los niños solitarios, casas blancas y una antigua carretera.
Pocos metros y pocos minutos antes, en la ruta diaria que recorro para hacer uno de mis rutinarios quehaceres, paseo ante un brote rojo de amapolas que precede al cúmulo ya marchito que hace unos días estaba en la otra margen. No siento la sorpresa del relevo de este campo antes blanco de almendros en flor y ahora salpicado de colores efímeros como analogía simplona de los círculos viciosos de la vida y los años.
Las volutas del humo de mi cigarro compiten con las brillantes partículas de los algos visibles. Me alegro de que la araña esté en el otro lado del cristal y me siento a salvo. Una figura de mujer se estira inquietantemente hacia delante en forma de carrito de bebé y el estridente grito de algún pájaro sin matrícula se interpone entre ambos. Los operarios mascullan no sé qué sobre el cuerpo del vertedero y algún aparato de radio resuena en quejidos parlamentarios.
Es una calle curiosa: ricos despreocupados vuelven de jugar al golf y saludan alegremente a los oscuros camellos tatuados de esvásticas que se ocultan por aquí. El vertedero queda como a 20 km; han detenido al vecino del 2ºh; la madre ya está en casa. Por lo visto, hay un periodista de guardia y un repartidor de La Nevera Roja se para y me pregunta algo que no entiendo porque no llevo las gafas. Pongo esa cara que ponemos los miopes y me siento impotente, molesta y atrapada por la sonrisa boba y el balbuceo de todo idiota.
Vecinas en corrillo esperan que me acerque. Yo no me acerco. Asumo que hay cosas que no llegaré a saber. Asumo que no veo y que siempre estaré al margen de todo esto. Y sigo con mi rutina: el papel viejo, el boli prestado, la bolsa de viaje con el pijama y el cepillo de dientes y unas compresas. Sin pensarlo demasiado, poniendo el despertador, contratando el taxi, respondiendo e-mails, dejando las gafas en la mesa.
Imagino un vertedero, como una inmensidad informe de bolsas y deshechos y montañas de tornillos y pañales y olores infestos y casualidades humanas entre restos de muñecos.

jueves, 23 de abril de 2015

Maldita sea mi suerte, maldita mi estampa, maldita insoportable gravedad del ser y malditas letras

Me pasé al lado tenebroso de la fuerza y viajé en primera clase, comí langosta, dormí largas siestas y me deleité en interminables masajes. A veces, me dolieron los pies a causa de los calzados elegantes y las fiestas, pero nada que impidiese, tras un providencial descanso entre almohadas a la carta y las sábanas más ligeras y suaves, disfrutar de mis alturas de esos momentos festivos y leves y veleidosos.
Después, como suele ocurrir, vino un hada a mí en sueños y me recordó que debería escribir, escribirte, escribirlo, escribirnos. Y las estrellas del hotel fueron cayendo una a una hasta quedar en tan mal estado que fuera un B&B destartalado donde despertase para acabar de nuevo en este lado.

viernes, 20 de marzo de 2015

"No me queda otra alternativa que decir que abundan los mediocres", Paco dixit.

Yo no lo conozco a usted y usted no me conoce a mí. En esto, estará usted de acuerdo en que estemos de acuerdo. Como un punto de partida. Como un principio que no promete nada ni niega un futuro ni tanto así un pasado, perfecto o, más bien, no. Así, y hasta este punto, habrá notado usted el ritmo placentero y cortés de mis afirmaciones, en presente histórico, por decir algo.
Yo no sé nada de usted ni de su Jekyll. Ni del mío, en realidad. Es el pacto, la convención, el acuerdo civilizado. Ninguno conoce a su Jekyll, ninguno está en disposición de hacerse responsable de sus actos nocturnos y oscuros, marginales y antisociales. Porque esa es otra, somos sociales, usted y yo, digo. Entes, seres, criaturas que viven en sociedad cumpliendo cada una de las convenciones estipuladas aquí y ahora (nada que ver con las de las demás coordenadas, que no somos físicos nosotros precisamente). Y usted en su silla y yo en mi ruido moderado somos buenos vecinos, prometedores padres, pastantes omnívoros, hijos, esposas, nietos, padres, tíos y primos, sobre todo esto último. Y quedamos, compramos, regalamos, acumulamos y nos quejamos entre risas aquí y allá, mientras envejecemos sin dejar de sentir the soil falling over our heads. Vaya, ya sabe, todo se acaba y no sabemos qué hicimos en nuestras noches hipnóticas, overdosicals, fantásticas. Y por doquier cambio de código y mentiras realmente divertidas, novelas con premios y buenas críticas que no dan para una buena hoguera, el Quijano, el Guiller, Dora y las margaritas, Dorita y las matematicas, faldas levadizas, barcos que valen una pasta, la vida hecha de viajes que nunca usted se permitió blindado en unas ideas basadas en una triste falacia. Oh la argumentación y sus maravillas. Como el rimell que no se corre, como el bótox que no se consume, como el bastón con un pincho en la punta y una petaca en el puño. Tantas cosas que usted debe saber y yo debería admitir saber y aún no sé ni quién es usted ni, menos,  quién sea yo. Y así con una polisíndeton que ya cansa y años que ya bastardean a la luz del mediodía y penas secretas y quejas proliferadas y elecciones a cada paso y casas sin pagar o pagadas mas apagadas, somos usted y yo dos desconocidos que ni ganas, pues el esfuerzo no rinde la ganancia. Así, cuando su Jekill se encuentre con el mío en la noche de la destrucción y los extremismos, no nos reconoceremos en lo que creemos, nos reconoceremos en lo que somos y, al salir el sol, ya por Antequera, ya por Ronda o el puto Vélez-Málaga, nos consumiremos en la absurda normalidad de nuestros Hydes despeinados, confusos y avergonzados, con un punto de maldad ínfima aún en sus ojos ensangrentados, preguntándose cada cual para sí qué demonios hace este cuchillo jamonero en mi mano.

Por otra parte.... hagámoslo entretenido, divirtámonos, seamos sinceros... bueno usted no existe, lo haré yo por los dos. Realmente un personaje de un barrio mediocre, de un sitio sin puertas ni ventanas, donde salir puede costarte el ojo que te queda, tiene el valor de admitir cierta inquietud no animal ni violenta sino todo lo contrario y, tras sentir una vez más que le rompen las piernas, tras ganarse el enésimo mote, la enésima humillación y subsecuente bronca de la madre normal que no entiende ni comprende, escribe en papel del wc un poema precioso, único y tan brillante que nadie cabalmente en el mundo que usted y yo conocemos valoraría jamás, y lo envía por la terraza dentro de una no tan imaginaria botella de Fontbella en busca del Sur y, detrás de él, se lanza así como para salir en un diario digital al minuto y medio.

miércoles, 18 de marzo de 2015

Del infame y triste Aloc

Hablando de carteras de cocodrilo y zapatos de piel de serpiente, de lágrimas y criaturas que mudan piel mas no costumbres, de tratos y arreglos menesterosos para el resto de la vida, de la política vital del buen karma, de llevar al viejo Salinsky al hospital en pijama, del primer plato y el postre, del perdón y la paz de los justos... Y ecco que por allí resopla, justo cuando hablábamos de ella, creyendo que un día llegó a obsesionar a alguno. Y, en esas, se llega la enorme criatura con su aliento cerca de un gigantesco espejo que algún dios de crueles intenciones hubiera dejado en su camino; de tal suerte que, al mirarse, el animal se ve oscuro y consumido, más parecido al maldito Ahab que a ningún mamífero marino conocido. Y ahí está la criatura enfrente de sí misma, ante su mismísima imagen, confusa, incrédula, vieja, alterada, empalmada ante la cara y el cuello y el cuerpo flaco y alargado y cubierto de trapos negros y un ojo de menos y un arpón en la mano; una mano, que resulta al girar (porque gira) el cuello que es su mano. Debe ser, -piensa-, una broma del destino. Una fatal treta de los dioses que se aburren y no se conforman ya con verme por siempre sufriendo. Y entonces, mientras late el corazón del monstruo con ritmo violento como de tambores que anuncian un inminente sacrificio, una explosión, un final terrible, pasa por allí una ballena que parece de verdad; y pasa -oh, fatídica suerte, luna de cristal- ante las narices del ser de ambos lados del espejo que se le lanza detrás impulsado por un odio y un sentimiento de venganza que no sabe si son nuevos o si es que ya no recordaba, y la sigue y la arponea y la increpa: "puta ballena nueva". Y la lástima de sí misma y el deseo de sobrevivir se disipan en un par de páginas mojadas para que conste que no hay duda de quién es quién en este cuento y en estas aguas.

domingo, 1 de marzo de 2015

La laguna del cuchillo jamonero

Yo solo quería una cerveza y escuchar al Camarón. Entonces se hizo muy de noche y el ruido se apagó y empezaron a cerrar todos los bares y a hacer comida y a hablar pelotudeces pedantes como de inteligencia artificial de última generación del futuro de dentro de un güevo de tiempo. Mode supersayan ON. Hay que decir, francamente, que no estoy orgullosa para nada, pero que lo hecho, hecho está. Al fin y al cabo, no paraba de pensar en la noche en que estuvimos con Juanito y Celia, en el chiringuito los cuatro y que deberíamos habernos emborrachado con cerveza. Cada vez estoy más segura de que tendríamos que habernos quedado en la playa hasta el amanecer, habernos bañado desnudos bajo la luz de la luna, haber dicho tantas tonterías y hecho tantas fechorías que nunca jamás habríamos querido volver a saber los unos de los otros. Juanito habría debido besar a Celia y Celia habría debido besarme a mí. En fin, una verdadera pena. Y hoy me doy cuenta de que me falta ayer entero y gran parte de antes de ayer. Mi vida va a ser más corta que la de usted, eso seguro. La cosa es que ayer -creo- me la pasé nadando en la laguna del cuchillo jamonero. Un sitio muy escarpado y viscoso que solo encuentro yo cuando me transmuto en personaje almodovariano. Es como irse de campo, pero sin picnic ni mantelitos ni vamos-a-andar, mira-la-maravilla-de-la-naturaleza, ois-los-pájaros-qué-bien. No. Más bien todo lo contrario. De repente, Lorca. Y yo gitana vengadora y vengativa y llena de mala hostia. La luna, la laguna y un cuchillo de jamón. Sin jamón. El Bati en la otra punta de la terraza, raudo. Y los demás demasiado perplejos para huir. Y como para reprimir la espontaneidad del momento épico-cómico surrealista-hiperrealista, uno grabando con el móvil, que le quitan la gracia a todo, oye. Al final, el payo-pijo perdona a la gitana-loca y le da un par de euros pa quedar como un señor.
-Ve con Dios, niño, ve con Dios, -dice la loca (esto al Fran).