viernes, 10 de agosto de 2012

Vagabunda y extranjera


Yo, que apenas he conocido la ciudad ni el campo, que desconozco los misterios de la simiente y los ladrillos, que espero despierta en la noche ladridos y aullidos, música de chicharras y grillos; que, sin salir de este laberinto, he imaginado las guerras y los partos, la mezquina condición del hombre y sus juegos; que, sin marchar, he vagabundeado; y, junto con otros mendigos, he bailado, tocado la flauta, robado; que he dado masajes en salones de té en mi época extranjera; que nadé en una playa de Tailanda donde los dioses escondieron el paraíso y su secreto; que, confusa, he vivido mil vidas todas falsas, todas plenas, soñadas en el bosque o en sucios locales, rompiendo la promesa de ser yo, vagabunda y extranjera.

Linguaggio dei corpi-Pier Toffoletti

lunes, 6 de agosto de 2012

Desierto



Yo, que apenas he vivido, podría fingir haber confiado en un hombre, persiguiendo algún goce animal, sabiendo que no sirve de mucho hablar; podría soñar con ruinas y caravanas de beduinos; el calor y el temblor del paisaje embustero; la tormenta de arena y la sed; la pérdida de la memoria, los labios ulcerados, llenos de costras y llagas resecas; la mirada perdida; abandonada por todos, esperando el cese del pesar, de la angustia y del miedo; consciente de lo terrible que es vivir mientras las horas se eternizan en la resistencia de mi cuerpo a la mera nada que espera, como un alivio, el momento en que la tormenta se disipa y queda el espectáculo deslumbrante, punzante, dorado, inefable del sueño.

Automat-Edward Hopper


En una mano, la cabeza; en la otra, la pluma; en la otra, la cerveza. Irish blues


Tengo el cerebro inflamado y mi cabeza toma tintes cómicos; deseo escribir o tomar la botella o, ¡mejor!, ambas cosas para desfogar mi alma y que mi mente retorne a sus dimensiones cabalmente humanas, estéticamente contemporáneas. Quizás, al escribir, vomite el pensamiento que se acumula físicamente haciendo bulto y aleje de mí dolores, angustias, excesos y protuberancias.
En verdad, me siento diferente. Honrado por un don precioso, fatídico, delirante, canallesco, ante todo, grotesco genio. Es, sin duda, por esta cabeza tan gorda, por esta megaloencefalia parcial e inversa, no catalogable ni reconocida, —por la que desgraciadamente no tendré una baja ni una mísera paguita—, que los pensamientos se agolpan y la verborrea permite que, una de tantas veces, diga algo magnífico, heroico y universal.
Genio y desorden: todo con tanta dignidad como un falso funeral con falsa incineración y falsa misa, ataúd vacío y dolientes hartos de whisky y cerveza negra.
Mi señora, Ifigenia, siempre fue enemiga de la venta de alcohol en cementerios y parques infantiles; hospitales y centros de acogida. Lástima. Al fin, acabó cambiando de opinión. Acaudilló, bravísima, una causa con tales argumentos que a punto estuvo de llegar al Parlament. Fue justo cuando el hígado le explotó. Desde ese día, festejo a los dioses y conduzco con cuidado, recibo mi ebriedad como una suerte de destino y alivio, una vida feliz en todo excepto en tener que ir dando tumbos hasta caer redondo en el arcén o en la acera. En ese momento, no obstante, carezco de miedo y, aun sin conciencia, obtengo un don profético solo dado a los sabios y a los locos. Derrocho levedad, la salpico, la regalo y mi existencia se torna un don para los esquivos viandantes. A la sazón, me recibe una lluvia de flores de jacaranda, el turbador color bastardo, el pegamento de su zona erógena. ¡Oh, visión celestial, dulce dormir sin soñar, dulce vivir sin pensar!
Mas el tiempo del verdear siempre acaba y el verano trae la hoja seca, el crujir de la rama, el hostil cacto, y de mi inspiración y mi gracia no queda nada; despierto en algún extraño lugar y recobro, a mi pesar, la cordura; consciente del orden y la amenaza, miro a mi alrededor y cargo con mi testa hasta la siguiente página.

Autorretrato blando con beicon a la parrilla (Dali, 1941)