Hammer termina de limpiar la Sauer 38 y la coloca en la vitrina antes de salir de la cabaña, 1,90 m., vaqueros negros, camiseta de RaHoWa. Sube en su Mustang plateado del 68, un coche que sería perfecto si no fuera porque la perfección para Hammer es el 69 (sobre todo si la fuente es Georgia), pero que, de todas maneras, levanta el camino hasta la carretera, dejando una espesa nube de polvo amarillento cuyo sino es caer sobre un asfixiado seto que parece esculpido en granito, como una lápida borrosa que se fundiera con el paisaje reseco.
Unos 50 metros y se alcanza el camino asfaltado, carretera secundaria y estrecha donde acelerar. Hammer sube la música buscando acallar los latidos de la bomba que lleva en el estómago. Desde niño, la velocidad le ayuda a calmarse. De hecho, se pasó la infancia corriendo y dando saltos y destrozando objetos de todo tipo a cámara rápida. Su mamá decía a todos, en una especie de alegato de defensa, que era porque ella había tomado montones de ansiolíticos durante el último trimestre del embarazo, pero no era verdad.
A Hammer le molesta que los recuerdos se cuelen en su cabeza sin invitación, como si alguien entrase en su casa sin llamar y se sentase a su lado y no parase de hablar. Y el trayecto no ayuda. El trayecto hasta el pueblo no es nada estimulante: una poco sinuosa plancha negra cuyas márgenes son un páramo partido por la mitad, un desierto salpicado de esqueléticos arbustos, donde una gasolinera y, poco después, el embustero cartel de WELCOME TO SABANA'S VILLE anuncian la llegada a un lugar habitado por unas 1500 personas.
A Hammer le molesta que los recuerdos se cuelen en su cabeza sin invitación, como si alguien entrase en su casa sin llamar y se sentase a su lado y no parase de hablar. Y el trayecto no ayuda. El trayecto hasta el pueblo no es nada estimulante: una poco sinuosa plancha negra cuyas márgenes son un páramo partido por la mitad, un desierto salpicado de esqueléticos arbustos, donde una gasolinera y, poco después, el embustero cartel de WELCOME TO SABANA'S VILLE anuncian la llegada a un lugar habitado por unas 1500 personas.
Al pasar por delante del Drugstore, Hammer se asegura de que Sammy Junior sigue sentado en la banca de madera de la entrada. Está allí desde siempre y lo curioso es que no ha cambiado en absoluto, ni siquiera se ha convertido en Sam o en Sammy Senior. No: sigue estando ahí sentado mirando a ningún lado y siendo Sammy Jr., el negro flaco que se la pasa en la puerta del Drugstore; la única diferencia entre el Sammy Jr. de ahora y el de hace 40 años es una especie de capa de polvo de talco, una telaraña que se le ha puesto por encima y que le hace parecer gris de pies a cabeza. A Hammer le gusta imaginar que un día por fin sale la araña dueña de la tela que lo retiene allí y se lo zampa vivo justo en el momento en que él y su Mustang pasan.
Son las 12 y Hammer entra en el Bar, que acaba de abrir y está vacío excepto por Mou, al que todos llaman Gordo y del que no se sabe si es el propietario o solo un barman muy puteado que hace absolutamente de todo. Hammer se sienta en la barra y pide una cerveza de barril y un tequila. Lo toma rápido y pronto se encuentra mucho mejor. Mira el bar despacio. Es un sitio limpio y agradable, el sitio típico con lámparas de techo sobre cada mesa. Huele a beicon frito, whiskie y madera.
A las 4 y media parejas de jóvenes llenarán las mesas. También habrá grupos de amigos, familias (pocas) y gente de mediana edad, pero Hammer piensa en las parejas. Mira la mesa de enfrente de su lugar en la barra y visualiza a una pareja: la chica, una belleza delgada, piernas larguísimas, melena suave y rubia (aunque no demasiado: casi castaña) y cutis como la porcelana antes de golpearla, pero no tan blanca. Y la imagina levantándose después de zamparse una hamburguesa con queso regada con una cerveza y acompañada por patatas fritas con ketchup y seguida por una tarta strawberry cheese cake y un café aguado. Y la chica se marcha al baño y se arrodilla ante el retrete y se mete la mano en la boca hasta que no se le ve la muñeca y echa afuera toda la ingesta aún sin pagar. Entonces se dirige al espejo y se lava con cuidado las manos y saca del bolso unas toallitas odorfresh para erradicar el persistente olor del vómito y de nuevo saca del bolso un neceser con cepillo y pasta de dientes y elixir bucal 'tamaño viaje' y hace los honores al dios de los odontólogos y estomatólogos. Y, después, se echa colirio, se retoca el maquillaje, se repinta los ojos y los labios y sale del baño hecha una maravilla. El chico la ve al volver él también del baño, de mear de pie y sin haberse lavado las manos ni antes ni después, y la desea tanto que la besa sin saber que mete la lengua en el sitio por donde un montón de basura acaba de pasar y acaricia su rostro con las manos pringosas de ketchup y pis.
Hammer sonríe mientras pide la décima cerveza, esta vez con ginebra. Mou le sugiere algo de almorzar sin éxito: en ese momento a Hammer ya no le golpea el interior y piensa con claridad. Se levanta y se marcha del bar sin pagar. Conduce en piloto automático, haciendo eses hasta la cabaña y deja el Mustang arrancado y las puertas abiertas.
Están chillando lo que parecen miles de grillos y Hammer saca la H y mete el cañón en su boca pensando que está mucho más limpio que la lengua de la chica guapa del bar a la que algún gilipollas se estará tirando en un coche japonés recién comprado.
Están chillando lo que parecen miles de grillos y Hammer saca la H y mete el cañón en su boca pensando que está mucho más limpio que la lengua de la chica guapa del bar a la que algún gilipollas se estará tirando en un coche japonés recién comprado.
3 comentarios:
Bueno. Supongo que en un sitio así, sin chica, tampoco hay gran cosa que hacer. (Me gusta la precisión de tu relato)
Yo no creo que Hammer apretara el gatillo al final. Estoy casi segura de que su vida está llena de estos gestos dramáticos y violentos...
Alguna razón tendrá y eso es lo que importa.
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