martes, 11 de agosto de 2015

Vladimir y Estragon comparten una zanahoria bajo un árbol

Puse todas mis esperanzas en un hotel de carretera. No pudo ir mejor. Desde el primer día, lleno de viajantes que van pasando de un lado a otro sin dar explicación. Así que ahí lo tienen. Un final feliz para variar.
Llaman: "Un vodka para la 117". 
No lo tengo muy claro, pero hago que lo suba la colombiana.

Abajo, más allá del patio, abrimos el café-bar (donde servimos una comida excelente) a la parte Este, que daba a una carretera secundaria y a una explanada usada mayormente por los cabreros. El motivo de este empeño ampliador estrictamente comercial es el siguiente: Siendo este el único local de los alrededores cuando ubicaron el nuevo colegio en la explanada, quedó en privilegio con solo tirar un muro y poner un letrero.

El pueblo había crecido mucho a base del propio esfuerzo reproductor de nuestros jóvenes y más por la gente de la ciudad que, buscando paz, tranquilidad, comida ecológica y cosas de ese estilo, se había instalado por doquier en casitas que salpicaban el paisaje. Fue imperativo hacer un colegio más grande para tanto crío que andaba suelto y sin cultivar, como los cerdos vietnamitas que se crían aquí pero no se puede decir que sean de aquí ni, me temo, se podrá decir jamás.

Una historia comienza con un niño entrando por las puertas de un colegio como otro cualquiera. Un niño como otro cualquiera. Baja unas escaleras. El policía apresura el tráfico que atesta el carril de entrada y da paso al bus escolar. Mira el reloj. Unas madres de apariencia juvenil entran en la cafetería de la esquina como cada día. Ocupan la última mesa, alborotan y toman su café mientras intiman a base de inverosímiles confidencias e inocentes calumnias, secretos y bromas y consejos y consejos y consejos.

De todos los síntomas que anuncian el fin definitivo del mundo, el que más me molesta es la proliferación cuantitativa de cucarachas. Todo dios se la pasaba dando de beber agua con azúcar a las abejas o muriendo fatalmente de hambre y sed en el mundo. Había menos pájaros y mucha basura. Y las cucarachas campaban a sus anchas por doquier.

Eso me recuerda una de las recurrentes conversaciones de las madres del café. Algunos niños, hijos de algunas mujeres y posiblemente ciertos hombres, no tenían apetito. Ninguno. Cero. Otra cosa que se comentaba, y no era infrecuente, eran las noticias diarias de madres que masacraban a sus bebés o padres que los mataban de dos en dos o de tres en tres, u hombres que mataban a sus mujeres y a sus hijos también. Eso pasaba más o se comentaba más o importaba más en algunos lugares. En otros se las veían y se las deseaban para mantener a sus hijos con vida. Pero en la tertulia de diario en el único bar donde se podía fumar y pasar dos o más horas hablando, esto último no centraba las conversaciones. Ni lo de las abejas ni lo de los glaciares.

Entiendo que hay problemas que en la distancia corta se ven y si, digamos, no te quedan cerca pues ni los notas. Eso es así. Por ejemplo, lo de las docenas y docenas de cerdos vietnamitas que además se multiplican retozando con sus homólogos autóctonos no preocupa tanto aquí, claro. Los cerdos vietnamitas prefieren mil veces las zonas boscosas catalanas a las playas, campos de golf, parques acuáticos a reventar de turistas y desiertos donde podría rodar Tarantino su próximo Spaghetti Western.

Tampoco es esto ideal para hacer surf, con lo que nos ahorramos un montón de problemas. Como es bien sabido el surf es un deporte de riesgo que atrae a tiburones. Sin embargo, al ponerse de moda algunos sobrinos e incluso ahijados de mujeres de aquí practican ese deporte para lo que, tras comprarse trajes, zapatillas, tablas, cremas y otros enseres, necesitan conducir varias horas en SUV de seis marchas hasta llegar al menos a Tarifa.

A las 17h todos los niños suben las escaleras de vuelta con sus padres, abuelos, vecinos y así. Pero aquel niño como cualquier otro que entró en el cole lentamente no sale con el resto. Nadie sabe dónde se ha metido. Esperan hasta las 17:45. Comprueban que no se ha escondido, jugando; comprueban que no se ha caído y está herido en alguno de los puntos muertos del recinto. Comprueban que no se les ha ido de modo descuidado con otro de los niños telefoneando una a a una a las madres de todos los compañeros de clase. Y entonces a las 19:04 con la familia al completo allí, la policía, el director, la secretaria y todos los maestros empiezan a ponerse muy nerviosos.

En el lugar, hay campo y caminos y carreteras secundarias, así que se decide hacer una búsqueda masiva. El niño podría haberse escapado. A veces la puerta de la Secretaría se queda abierta. La gente camina mientras habla y habla mientras camina, campo atraviesa, ya a esas horas con linternas.

Al día siguiente, todos en el colegio lo saben y hacen sus cábalas. Mientras, han traído más policías con perros, un helicóptero y han puesto muchos controles. El pueblo se ha llenado de periodistas. El bar lo tengo a reventar de gente y he tenido que contratar a dos primos de Juan, el cocinero, para poder alimentar a tanto galgo.

El padre está con un comisario en una habitación del cuartel de la Torre. A ver si sacan algo en claro y porque últimamente ya se sabe. La madre estaría sedada, seguramente en casa de su hermana.

Montones de desconocidos compartían fotos del niño en las redes sociales. La noticia seguía en primera página, aunque el titular pasaba un poco más abajo y un poco más a la derecha y disminuía en tamaño conforme pasaban los días.

Después, un hombre de 70 años asestó varios hachazos a su pareja. La noticia cubrió la primera página. Había sido la décima mujer asesinada por un hombre (uno diferente en cada caso) en los últimos dos días y, claro, la alarma social exigía más hueco.

Esa tarde, con la señora de los hachazos de cuerpo presente en la capilla de Nuestra Señora del Perdón de Fuencarriles, miles de mujeres salían a las calles de la capital para protestar contra la violencia machista o violencia de género. 

La prensa digital cambió rápidamente su portada incluyendo una foto de unas manifestantes portando un cartel que pedía poner "FRENO a este GENOCIDIO". Estaban visiblemente afectadas. Alguien comentó que un "genocidio" era otra cosa. Pero los gritos no me dejaron discernir la lógica de las respuestas. La gente se enfada mucho cuando pasan estas cosas y es mejor no andarles en esos momentos con delicadezas semánticas.

Casualidades de la vida: varios de los homicidios habían ocurrido en Lérida, donde, salvo que lograsen extinguirla, había nacido una nueva especie fruto del amor, el azar y la necesidad de tener mascotas exóticas y soltarlas cuando pesan cien kilos. Como las toronjas tropicales, los jabalíes-cerdos vietcatalanes eran algo propio, especiales. "La vida se abre paso", que dijo el Dr. Ian Malcom, seguramente pensando en las cucarachas de mi barrio.



1 comentario:

Riforfo Rex dijo...

me gustan tus cerdos vietnalanes
y los glaciares