7:30 a.m., 37° Celsius , 95 por ciento de humedad, miércoles (creo). Año del Señor de 2024. Mes: julio. Entre mesidor y termidor, aprox (sic). Levanto como Nosferatus, rígido el cuerpo, blanco, seco, dolorido. Tengo unos abdominales que te cagas. En verdad.
Hambriento, mas sin fuerzas para ir al frigorífico a por las bolsas del desayuno. Ígor (AKA Renfield) no aparece. Me lo voy a comer y buscaré otro esclavo más eficaz. Se ha puesto muy gordo y debe saber a pollo (definitivamente tengo hambre). Además, no me despertó y ahora es de día. Puto inútil.
Aparece un humano por la cortina de la derecha (para el público; la izquierda para mí; importa porque giro la cabeza para mirarlo y he de saber dónde mirar). Dice: "¡Madre!, ¿Qué hace usted levantada?". Pienso: "¿Cuándo cojones he tenido yo un hijo y de qué matriz...?". Me interrumpe: "Madre, no diga palabrotas". Juraría que lo he pensado y no dicho, pero no he desayunado, soy un vampiro, este joven hermoso y sonrosado, y jugoso, me llama madre y quizás, por consiguiente, sí que lo he dicho. No hay que negar la mayor.
Departimos brevemente. Lo llamo hijo, por seguir la corriente, que es lo que más conviene para conseguir lo que uno desea. Le insinúo que estoy famélica. Y digo y repito, transmito, emito, afirmo y me confirmo en mi necesidad y deseo de ingerir MIS alimentos. En mi fuero interno, cerciorándome de tener la boca cerrada, sé que si no lo pilla, definitivamente no es hijo mío, ni de palabra ni de obra ni de pensamiento, ni de coña.
Viendo que el rollizo y blando muchacho no se mueve, paso al acto ilocutivo-perlocutivo. Y grito, por si su problema es auditivo: "Niño, que traigas una bolsa de la nevera del sótano. La de la contraseña". "¿Qué contraseña?". "La que tenemos en todo, infeliz! 1, 1, 1, 1". "Ah"... 30 segundos eternos y una pelusa gigante después: "¡¡¡La bolsa!!!". Se marcha por fin. Espero. He de admitir que lo mío no es la paciencia. Así que me pongo a trepar por el techo, me convierto en a) gato. b) murciélago. c) rata. d) madre. Entra, ¡gracias a los dioses mayas!, el zagal con las manos vacías. "No tenemos sótano, madre". "¿¿¿Qué???". "Que no pagó usted al contratista y el albañil se fue dejando solo un cavernoso hueco de 3x3". Odio las referencias espaciales. No las entiendo. Me jode cuando leo que una casa tiene no sé cuántos metros cuadrados de jardín, no sé para cuántas tumbas da eso. Y quiero desayunar. Me acerco al trozo de comida parlante que me llama madre, sonrío y lo hipnotizo para que no oponga resistencia, me acerco al latido de su blanquísimo cuello, pienso esto se llama yugular como se podría llamar yogur. Y desayuno.
Mucho mejor, más ágil y rejuvenecido, llamo a Ígor para que se desahaga del cuerpo. Aparece a los dos segundos, lo cual me complace. Me notifica que se está poniendo el sol. Pienso "Joder, el tiempo vuela". Oigo al esclavo desde la izquierda (para ustedes, derecha para mí): "Y que usted lo diga, Maestro". Este Ígor, qué boss: Me lee el pensamiento.
Voy a cambiarme. Es la hora de salir. Hoy tenemos reunión del comité y no puedo llegar tarde.
Telón. Silencio sepulcral.
...
Un aplauso (de Ígor, seguro).
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