sábado, 19 de octubre de 2024

Pirómanos

 La idea se la dio una película, mientras saltaban a sus ojos las chispas. El viento traía gotas de fuego que morían en el parabrisas. Antes había cientos de insectos en el camino. Saltó una alarma de Cisco y pulsó algún botoncito del volante. Aún usaba botones. Aún le gustaba cambiar de marchas y echar gasolina y mirar viejos mapas de carreteras, aunque todo estuviese ardiendo. Con Cisco no podría actuar como le diese la gana. Una voz dio unas directrices y una cara apareció en la pantalla. Nos recordaba lo que sabíamos que pasaría en unas horas. Tanta parafernalia, tanto horno crematorio, tanta violenta interrupción, tanto control de voz enlatada. Había que volver, cambiarse de ropa, activar el cercado y cumplir las normas. Por fin, calló la voz y se apagó el monitor, como si el botón tuviese algo que ver. Giró el volante y el coche desobedeció. Nada era tan desconcertante como el bosque desmoronándose, derritiéndose, lápices de fuego tras el borroso ruido. A la vez precioso, festivo, hermoso y aterrador. El fuego arrebatador, hipnótico. Destrucción. Nuestras cabezas giraban conforme todo quedaba atrás. Más pequeño, negro y rojo, naranja y dentro amarillo, brillo que salpica el camino ignífugo que nosotros solíamos transitar. Mientras,  raudas sirenas se nos cruzaban aullando de dolor. Su lógica hablaba del regalo que me acababa de hacer. Que lo había visto en una película. Romántica. Además.

viernes, 11 de octubre de 2024

Fantasmas

 Se libró del silencio de mi mano, revolviendo en la bolsa el caos minimalista, como en busca de algo. Quién sabe. No pregunto. Nunca. Nada. No me interesa la respuesta. La explicación es siempre el principio de algo. Además, estábamos llegando. De todas formas, la mano se me quedó ahí colgando, sola, sin objetivo. Como un soldado de Terracota en mitad del desierto del Gobi. Se quedó quieta y estúpida en la misma posición. Como ofreciéndose, ofreciéndole una segunda oportunidad a, supongo, su mano. Oportunidad que ninguno deseaba. Su casa estaba en la misma acera estrecha donde yo había subido mi coche para poder aparcarlo. Las costumbres locales pueden ser incómodas. La gente debe caminar de lado pegada a las paredes y muros o, heroicamente, por la calzada. Y los conductores pasar las gimnasias obvias para salir por la puerta del copiloto. Barrios no aptos para obesos o viejos reumáticos, ni adeptos a norma alguna. Sitios con tradiciones donde el uso, ley consuetudinaria, moldea,  cual enredadera silvestre, absolutamente todo. Mi mano seguía tibia, semiabierta aún. Un satélite del cuerpo equivocado, ajeno a la bifurcación de nuestros invisibles hilos de energía, mientras nos separábamos en silencio. Lentos, solemnes en nuestro buscar entre el manojo cada uno la  llave precisa, con peso de llave y forma de llave, que abriese la puerta correspondiente. Un viaje en el tiempo. Tuve que conducir como pude. Me alegré de no ser zurdo. Mi mano, tránsfuga, ya suya, se había quedado allí, en su puerta, en su acera, como un fantasma del barrio.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Sueño

 -¿Nos confortamos en la historia? 

-Vale. 

-¿Abrazados? 

-Por favor. 

-¿Cómoda? 

-Mucho. Tienes un hueco aquí donde quepo perfectamente, y me gusta sentir mis manos en tu espalda. 

-¿Qué historia prefieres? 

-Una de mentira. 

-¿Me invento algo rápido para ti? 

-Y que sea mentira. 

-Sí. No te preocupes. 

-¿Más juntos? 

-Vale. 

-¿Nos echamos? 

-Sí. 

-¿Va bien si de tanto en tanto te beso? 

-Me vendría bien, la verdad. 

-¿Te gustan los marcianos? 

-Algunos. 

-¿Quizás algo más lejos? ¿Otra galaxia? ¿Otro universo? 

-Sí. Un universo sin efemérides.  

-Borramos el calendario al completo, lo sabes, ¿no? 

-Eso quiero. Sobre todo octubre. Nada bueno ha pasado nunca en octubre. 

-Hecho. Borrado con efecto retroactivo. ¿Otro beso? 

-Vale,  pero más largo. 

- ¿Así? 

-Más húmedo. 

-¿Así? 

-Más tierno. 

-¿Así? 

- Casi. 

-¿Qué hago? 

-Remóntate a cuando no nos conocimos y empieza a contarme. 

-Me refería al beso. 

-Ah, perdón. Igual, pero como si me amases. 

-Entonces te tengo que acariciar. 

-No tengo objeción. 

-Llegamos sin padres a un planeta ignoto, de color anaranjado como una puesta de sol de otoño que durase todo el día. De noches oscuras con un cielo como dibujado a la orilla de un mar quieto, lleno de estrellas chicas, medianas y enormes como lunas. Y un aire flojito que llena el estómago. Y nunca tenemos hambre y aún no tenemos miopía y somos brillantes y suaves. Los nativos son como nosotros, hablan como nosotros, tienen casas con chimenea y catedrales interestelares sin historia. Nadie recuerda nada. Todos tan jóvenes. Creen que hace tiempo hubo como un ruido muy fuerte y desaparecieron todos los seres vivos infames. Pero duermen muchas horas y todos tienen los mismos sueños, así que no saben si pasó algo o no. Nos enseñan sus libros. Libros que cuentan excursiones a selvas donde las bestias dan discursos sobre artes escénicas.  Algunas sueltan burbujas cuando dicen la o. Son libros para leer en voz alta.  Otras bestias salen afuera y quieren cogerte en brazos y acunarte, porque saben que vienes de lejos y no tienes padres. Decidimos no buscar más y quedarnos en ese pueblo con niños mayores y padres intermitentes, que sacan para nosotros un jergón de arcoíris donde nos echamos juntos, abrazados, sin nostalgia, sin tiempo. Ya, más mayores de repente, visitamos la nave abandonada, a la que cubre una hiedra dorada con ojos muy abiertos. Apenas hemos llegado y nuestros cuerpos han cambiado. Huele muy bien allí, creo que eres tú, que hueles como a hogar y a pan cociéndose en un horno. A jabón terráqueo de rosas. Pienso en las cosas tan tontas que dices.  No recuerdo cómo son las rosas ni qué es el pan. Te beso. Te beso. No dices nada. Me devuelves mis besos como si fuese una deuda de honor, todos y cada uno, con intereses. Me gustan los intereses. Hablo y te ríes y me río de mis ocurrencias. Y te beso una y otra vez. Y ahí siento algo extraño, un deseo infinito, una necesidad de tu risa y descubro tus ojos de cerca, fijos en mí, entrecerrados, dueños del planeta, del viaje, de mi cuerpo y de mí. [...] Espera. 

-¿Qué? 

-Abre los ojos. Mírame. 

-¿Para darme un beso?

-Para darte un beso.

-Vale, pero después los cierro y me duermo.

-Estamos de acuerdo.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Un refugio para tu locura

Hasta tu salud mejora. Buena cosa vivir en el campo. Poder abrazar el pino y sentir la mágica curación cuando se te clava una astilla llena de paz y amor. Me dicen que estás mejor, lo leo por ahí, yo no puedo saberlo, pero me alegro, vaya. Imagino que la recuperación será dura y tendrás bajones cuando llegue el síndrome de abstinencia. Es lo que tienen las adicciones, todas, al amor, al vino, al casino. Uno se vuelve un poco loco. Hasta los padres nos cansamos. Hay madres que tiran la toalla. Padres que denuncian a sus hijos con tan solo 15 años. De todo. Cada caso es cada caso.  Todos opinan y no hay dos versiones iguales. Como en las entrevistas de las docuseries. Y es nuestra vida. Y no nos acordamos. Pero ellos tampoco. Nadie se acuerda de lo mucho que quisiste y, según tu dieta, quieres a tu familia, a tus amigos, a tus novios, a tus novias. De los favores que hiciste, de lo mucho que los agasajaste, de toda la razón que les diste. Te evitan, te reprochan, te mienten, te olvidan. Injusto, desesperante y muy malo para la sobriedad. Tu tolerancia a la frustración se va quedando en números rojos. Un pinchazo con el coche y te ves en el barrio pitando al de la ventana. Y otro día con peleas, con subidas y bajadas, con empujones e insultos, con pedir prestado y olvidarlo. Ceniceros volantes, bicicletas lanzadas por el monte, patadas al mobiliario urbano, gritos a una que te molesta porque hay gente que es muy molesta. Al menos la suerte te dio esta segunda (por decir algo) oportunidad y mientras no mires mucho atrás, todo irá como la seda (crucemos también los dedos para que nadie te adelante por la derecha). Lo suyo es, por el momento, que te alejes de los bares y de tu ex, que dice el peluquero que es tóxica como ella sola, y, ya de camino, del ambiguo barman que te invita para no meterse solo y después te manosea. Toca acostarse temprano. Igual, ahora que la salud mejora y quizás pasa una semana sin incidentes, puedes hacer planes. Inventarte algo. Soñar con. Comprar un local. Ser tu propio jefe. Escribir un libro. Viajar a la luna. Casarte y tener Netflix. Arreglar la furgoneta. Apuntarte al gimnasio. Aprender coreano. Quizás un remedio casero para desintoxicarte estaría bien. Ve adonde la Mari, que sabe de yerbas. Después, recuerda no dar el asunto por zanjado en dos semanas, que la noche suele tener consecuencias y nos estamos quitando de eso también. De las consecuencias, digo. Así que haz una buena limpieza con romero, quita la cal de esa ducha, blanquea por fuera y empapela por dentro (el papel pintado con print vegetal está de moda y relaja muchísimo). Oblígate a no fumar, así ahorras, y lava los cojines si no te llega para comprar otros. Es tu casa (aunque no sea tuya), haz de ella un refugio. No dejes entrar lo malo. Aunque lo malo tenga pinta de bueno.


sábado, 21 de septiembre de 2024

En una red

 Sentado en la arena contó hasta 30 rayos en el horizonte, mientras violaba la prohibición de fumar en la playa. La noche era agradable, fresca, húmeda, algunas gotas, un poco de viento, la tormenta acallando de tanto en tanto la música de fondo del concierto que cerraba la temporada. Ahora volvería a seguir, socializar, hablar, beber, bromear, compartir confidencias, dar opiniones, enamorarse, enfadarse. 

  A unos kilómetros, la expersona rara llevaría acostada y, probablemente, dormida unas 3 horas. Soñaba que, de algún modo, en la distancia, burlando con valor la orden de alejamiento, hablaba con él. Lo convencía para hacerse con un móvil más adecuado a esta época y, poco a poco, integrarse en el mundo de las redes sociales a las que él despreciaba injustamente. Qué mejor red social que en la que estaba. Y es verdad. Pero ella seguía. Las ventajas eran muchas, podía acceder a información rápidamente y gratis, leer montones de chistes, aforismos, opiniones, conocer más gente; en un día malo, discutir con desconocidos sin más problemas; en uno bueno, opinar a los cuatro vientos y sentirse, digamos, conloado. Muchos argumentos que vivirían únicamente ahí, en la bruma del vacío, infinitamente olvidados, cuya única meta sería virtualizarlo y meterlo en su teléfono. Miraría allí, en lugar de contemplar la puesta de sol, en vez de acabar un libro, mientras iba al cine con alguien sin nombre. Como tenerlo siempre cerca, como sentarse a su lado y mirar lo que ve. En una pantallita. Ahí secuestrado.

 Al final del sueño no se sabe lo que pasa, seguramente él se da cuenta de que es ella y llama a la policía, o súbitamente le explota el corazón mientras él se hace el interesante como si nada, o resulta que el de la niebla es otro. Tendremos que conformarnos con la intuición de que la cosa no traspasó el mundo onírico y nadie convenció a nadie de nada, y ella no existe, y él cerró exitosamente el bar mientras otros dormían.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Las moscas de septiembre


Incluso cuando no quedó papel y las pantallas fueron destruidas, se creaban y recreaban,  transmitían y retransmitían ordenes, organizaciones, leyes, horarios, educaciones, adoctrinamiento. 

Descubrieron un entero continente deshabitado.  Lo mantuvieron en secreto por generaciones, hasta que, sin hacer ruido, se marcharon. Algunos cometieron el error de mantener el contacto. Amaban a sus padres, tenían amigos. Otros, menos cariñosos, fueron igualmente localizados. No por otro afán que el mismo que tuvieron César o Alejandro, imagino, por más que los reservados emigrados se pusieran paranoicos. La civilización es imparable. Y los lugares recónditos dejaron de serlo, sus habitantes (re)conocieron antiguas prohibiciones, tuvieron vecinos y recibieron mensajes de autoridades importadas.

Un buen día hubo inauguración y otro, también bueno, elecciones y otro, procesiones y otro, reparto de tareas y otro, impuestos y otro, multas. Un gato gris mordió la mano de una inocente acariciadora.  Los gatos grises nunca volvieron a recibir caricias y la mujer fue indemnizada, vacunada y consolada públicamente. Nadie volvió a mirar siquiera a un gato gris. 

Entre tanto desagradecido felino, casi no se notó que nuevamente algunos colonos movieron sus vidas hacia tierras vacías, alejadas. Lugares fríos, inhóspitos. Con luna siempre alta. Lugares oscuros, peligrosos e indeseables.  Los acompañaron los gatos. Sin invitación. 

Solo ganaron tiempo. Llegaron a envejecer un poco. Tuvieron algún hijo al que no quisieron poner nombre. Lo llamaban hijo y venía hasta que no venía y seguían a lo suyo, luchando contra las inclemencias del clima y las incomodidades y la fauna asesina. 

Sonaron trompetas y tambores lejanos. Siguieron con sus extrañas vidas, ajenos los unos de los otros. Desnudos y vestidos, comiendo manzanas, patinando hasta caer, borrachos, graznando. No hubo ni un funeral. Hasta que llegaron. Instalando farolas, haciendo censos, arreglando los caminos, repartiendo pan y abrigo, instalando paneles protectores, ahuyentando bestias letales. La civilización contagia  inoculando procedimientos homogéneos, tiempos para despertar, para comer,  para leer o no leer, para salir, cerrar, abrir,...  Los de allí se negaron. Cerraron sus puertas, desclavaron carteles, rompieron cercados y alambradas, cortaron cables, liberaron animales. En pocas palabras: aceleraron las cosas. Inevitables policías vinieron raudos, cada día nuevas normas, cárceles, muros, nombres para saber quién era quién. No fue fácil, pero los hombres no pueden negar su responsabilidad civilizadora. Construyeron lugares para encerrar peligros. Hubieron de inventar nuevas formas de orden, trajeron sabios para comprender actitudes alteradas, salvajes, inhumanas al fin. Los inadaptados fueron capturados, estudiados, clasificados y metidos en cómodos sitios seguros, con sanos horarios y sanas rutinas, sábanas blancas y televisores, muros altos y uniformes planchados. 

Los gatos fueron testigos, tuvieron cónclaves. Decidieron, con la excepción que confirma la regla, ser, estar y parecer monísimos, adorables, limpios y encantadores, posar para cada foto, dejar de arañar y morder y ser silenciosos y cautos. Incluso dejarse castrar. Pasarse el día durmiendo, fingiendo. Solo en la noche vagar por las calles, cazar, pelearse, pintar paredes con mensajes vandálicos y anarquistas, maullar en las ventanas del manicomio códigos secretos, volcar cubos de basura, cambiarse con los gatos de otros barrios. Ser libres hasta el amanecer

martes, 27 de agosto de 2024

Podcast

 Se me ocurrió hacerme una web personal, un sitio de esos con podcast que titulé "De todo un poco. De nada un mucho". El motivo: sin dedos no era viable desahogarme e inventar infames estupideces por escrito, ergo, el blog quedó en "buenas" manos, que, al menos, podían teclear. Mientras, como decía, yo y mi voz de ángel podíamos ir diciendo velozmente aquello que nos viniese a una mente bajo la influencia tóxica de ficciones inquietantes (uf Corrección), noticias terroríficas y un montón de fármacos que ya quisiera más de uno, más de dos y más de tres. Todo fue medio bien mientras ponía a parir el sistema (sic), la cosa esa intangible de cuya mierda de organización devienen todos los males del mundo. El sanitario, que conozco bien; el fiscal del que todos nos hemos nos hemos acordado en unos términos bastante soeces; el educativo, que mejor me callo. El electoral, que es un puto estercolero. Y así. Me vine arriba, qué puedo decir. Vi como mi válvula de escape e incontinencia verbal acumulaba seguidores y abrí una sección de comentarios. Sin filtrado. No lo he dicho, pero activé aquello de compartir en todas mis redes cada vociferante entrada, cual pescador de incautos entes aburridos que me prestasen la atención merecida y necesitada. Sí. Comentarios. Sí. Sin filtrado. Sí. En Twitter,  en Instagram,  en Telegram, en Facebook (!), en Snapchat, hasta en el WhatsApp, activando la opción de excluirte pues no estoy tan loca. En fin. Compartir. Hablar sin pensar y desparramar por ahí sin ton ni son inventos verbales sinfín. A veces, me inspiraba en hechos reales y, a veces, dejaba volar mi imaginación, pues a falta de vivencias propias y verdaderas, las inventadas pueden mitigar la frustración del enfermo y, si son contadas en indicativo, casi te las crees hasta tú. Bueno no sé si yo me las llegué a creer, pero mucha gente tan aburrida y obsoleta como yo, sí que lo creyó. Todo. Los comentarios están ahí, hablan por sí mismos (obvio), relatan un mundo de reacciones fantástico. Desde insultos (que ya ves tú) hasta amenazas contra mi integridad física y peleas entre los participantes. Largas parrafadas que alteraban el propósito subyacente e iban por derroteros ignotos, abriendo interminables hilos que me dejaban al margen. Algo intolerable. Hasta el bot de la batamanta se coló en cada ocasión. Aun así, como no podía dejar de ser quien soy, seguí. Inventé un tugurio clandestino aquí al lado de mi casa con sus parroquianos politoxicómanos y expresidiarios desde donde yo misma llevaba a cabo un negocio ilegalísimo de "intercambio" de vehículos en buen estado y venta de productos naturistas a precios que iban y venían según dijese el periódico que andaba el N225. El sitio abría tras el cierre oficial de locales de mi ciudad que está en el ranking de los 10 mejores lugares para morir de aburrimiento en todo el Universo, incluida Siberia y la Luna. Los oídos fueron prestados, hice una serie completa y no escatimé en detalles. Mis seguidores fueron multiplicándose, ahora que lo pienso quizás entre los buscadores de ocio de aquí y allá y los buscadores de buscadores de ocio, o policías, también de acá y allí. Lo importante. Lo importantísimo. Lo impactante. Lo alucinante. Y lo cuento sin problema y sin exageraciones ni aspavientos desde mi celda en un móvil que me han dejado un momentito unas colegas rusas. Es (lo increíble que estaba yo anunciando) que el local fue. Llamado precisamente el Tugurio de La Pili, abría a las 2 y media, justo en la cuesta de El Negro, a escasos metros de mi casa, con sus camellos, sus expresidiarios, su calvo esquizofrénico, su público fijo, su contraseña al entrar, su argentino comeorejas, su menda superguay que en los noventa fue el mejor, su tío pesado que noesdeningúnsitio, su exmilf, su escritor canario que no pensaba salir hoy, su garrafón y el parking de motos "prestadas" en la parte de atrás. Todo, todito, igual que en mis podcast. Y ahora dirán aquello de "poco te pasa..." y yo diré sí, es cierto, y merecido. Pero ¿es o no es acojonante?

miércoles, 21 de agosto de 2024

Hidrolatasión

 Ayer conseguí no dar mi teléfono a nadie. Un pequeño paso... En fin. Después, no solo me alegré,  sino que  sentí un alivio enorme al saber que todos los allí congregados, a pesar de tener unas dentaduras excelentes,  eran expresidiarios.  Por injusticias, descuidillos, por poco tiempo, porque los pillaron. Hoy a las 4 y 45 p.m., desayunando café con café, me doy cuenta de que los expertos no saben una mierda. Los meteorólogos no dan una, en Toledo han tocado fondo, La Ser es la Ser y quienes vienen no son bienvenidos. Un lío paraolímpico, la verdad. Basta con no entrar en Twitter o como coño diga el friki ese que se llama Twitter ahora y todo desaparece. Como yo ayer, tras conocer los antecedentes penales de la peña. Y es que es difícil encontrar sitios que no cierren a una hora que en verano parece que es broma. Y es que paso muchísimo de ir a cualquier sitio donde no pueda llegar caminando. Perímetro casa un par de kilómetros. O asín. Y todos en la feria de ida o de vuelta. Con un tufillo a Cartojal horripilante, sudados, alegre(s) ma non troppo. Y es que si no vas a tener suerte, te pasa lo mismo aquí que allí, a las 2 que a las 6, solo o con leche. Y aun así, deberían dejar los bares abiertos para evitar el excesivo consumo de antidepresivos. Aceptamos cartelitos con enfermeras mandando a callar en las puertas, convenimos en no hablar y menos reír en la calle haciendo eses de vuelta, solo fumaremos por solidaridad con los trabajadores de las tabacaleras pagando un dineral por un cáncer que no llega, o de gorra. Hay un problema. El Atlántico iba a calentarse más y más y, de pronto, se ha puesto a enfriarse. Los, de nuevo, expertos están desconcertados. Valga la paradoja. La no futura presidenta de EEUU no dice nada de nada de nada. El otro ya sabemos que está defectuoso. Aquí el que habla, la caga salvajemente y, si no, los comentaristas anónimos, voz del pueblo,  hacen por darle la vuelta a la cosa hasta que las úlceras de masoquistas revientan y los ves en urgencias vomitando sangre de 5 a 10 horas, rodeado de otros moribundos, incluido el médico de turno que, para qué vamos a engañarnos, va dopado y está (lit) hasta los cojones. Uno precisamente de los que no tienen mi teléfono acabó en la trena por algo así. Pero no es médico, noble atenuante en caso de que se cargue a alguien. Es bueno ser médico, no tanto doctor. Yo misma aquí donde me veis y ya veis. Bueno, voy a mejor, ayer no di mi teléfono a nadie, cambié de tema (con remas) y desaparecí antes de decir "qué se debe?". 2 segundos cronometrados. Me hidrolatro. 

lunes, 5 de agosto de 2024

Manicómio

 Por torpe, te lo quitan todo. La billetera, la escayola, el tiempo que va en tu contra, el aire que por misterios de la vida desaparece, el agua de los ojos, de la frente, de estómago, del grifo. Cómo harían antes sin grifos. La cosa esa llamada gárgola te mira impasible, siglos recogiendo información inútil y macabra. Ahí, arriba, piedra terrorífica a la que sacar una foto.  Las fotos... Subir esos momentos en que sonríes desmejorada con una sonrisa que da pena. Bajar ese artículo que explica porqué un ull es un ojo. Culpa de no escribirte, de no contarte a ti también,  como cuento todo. Escribir como castigo, crimen, castigo, humillación. Escribir porque comí algo a lo que soy alérgica,  porque ayer me hiciste el amor y no recuerdo una mierda, porque me gritaste desde el televisor y te tenía muteado. Porque no puse pasta para echar un cable a médicos sin fronteras.  Por no ser médico,  por no ver las fronteras, por no creer en las banderas. Porque en lugar de café habríamos debido beber whisqui, porque tienes los ojos azules y es una deficiencia genética. Mi hijo los tiene verdes. Me desvío, pero es importante dejar claro que los ojos claros son un defecto que nos atrae como nos atrae la comida basura. Hace un calor imposible.  No debería.  Habían hecho cuentas. Les pasaría a nuestros bisnietos, si nuestros hijos tienen la insensatez de traer hijos a este vertedero que es el mundo. Los médicos sin fronteras deberían saberlo. Deberían parar de salvar el excedente, deberían volver para que alguno me quitase este puto dolor de hombro brazo manos dedos. Así nos quitan todo. Y así no tenemos más que daño, locura, saber tu lugar y denunciar, si te apetece pasar horas en el cuartel, el robo. Por torpe. Por torpes. Ahora estás donde estés y yo no tengo brazo, ni obviamente codo muñeca mano. No tengo aire. Ni agua. Ni paciencia. Ni puta empatía. Ni ahorros. Por torpe, mi madre se arrepintió y yo soy el error que gasta el tiempo denunciándolo a sordos. Igual ella habría sido menos infeliz. Igual yo tendría todo el espacio y nada de conciencia.  Pero fue torpe. Y yo no encuentro el brazo, porque quizá no era mío. Quizá toda yo soy un robo. Un robo torpe como los ojos claros. Un fallo genético, un sueño de dios. Mañana, aunque sea una gilipollez, haré el puto ingreso para que alguien tenga una vacuna al otro lado del mundo o para que el que sea se haga más rico. Así soy. El cinismo y la culpa son una marca generacional. Yo no tengo nada que ver. Nada pasa porque una persona, una sola persona, tome una decisión chiflada. Abriré el periódico. Mañana. Dirá que esto es un desierto, que evacuemos, que viene un tsunami, que hemos (yo también?!) provocado una guerra civil en Venezuela. Buscaré mi brazo. Buscaré tus ojos, recordaré que estoy aquí porque mi madre fue torpe. Sentiré dolor y culpa, como todos. Vistiendo, comiendo, siendo en este lado del mundo. Mañana se nos secará el cerebro. Mañana estarás de vacaciones. Mañana daré un viajito al Civil y me dirán que me aguante. Sé todo. Ya ha pasado. Les damos las llaves del manicomio. Todo está en X. Ojalá manicomio llevara tilde. 

miércoles, 24 de julio de 2024

El día que no me comí a Ígor

7:30 a.m., 37° Celsius , 95 por ciento de humedad, miércoles (creo). Año del Señor de 2024. Mes: julio. Entre mesidor y termidor, aprox (sic). Levanto como Nosferatus, rígido el cuerpo, blanco, seco, dolorido. Tengo unos abdominales que te cagas. En verdad. 

Hambriento, mas sin fuerzas para ir al frigorífico a por las bolsas del desayuno. Ígor (AKA Renfield) no aparece.  Me lo voy a comer y buscaré otro esclavo más eficaz. Se ha puesto muy gordo y debe saber a pollo (definitivamente tengo hambre). Además, no me despertó y ahora es de día.  Puto inútil.

Aparece un humano por la cortina de la derecha (para el público; la izquierda para mí; importa porque giro la cabeza para mirarlo y he de saber dónde mirar). Dice: "¡Madre!, ¿Qué hace usted levantada?". Pienso: "¿Cuándo cojones he tenido yo un hijo y de qué matriz...?". Me interrumpe: "Madre, no diga palabrotas". Juraría que lo he pensado y no dicho, pero no he desayunado,  soy un vampiro, este joven hermoso y sonrosado, y jugoso, me llama madre y quizás, por consiguiente,  sí que lo he dicho. No hay que negar la mayor.

Departimos brevemente. Lo llamo hijo, por seguir la corriente, que es lo que más conviene para conseguir lo que uno desea. Le insinúo que estoy famélica. Y digo y repito, transmito, emito, afirmo y me confirmo en mi necesidad y deseo de ingerir MIS alimentos. En mi fuero interno, cerciorándome de tener la boca cerrada, sé que si no lo pilla, definitivamente no es hijo mío, ni de palabra ni de obra ni de pensamiento, ni de coña. 

Viendo que el rollizo y blando muchacho no se mueve, paso al acto ilocutivo-perlocutivo. Y grito, por si su problema es auditivo: "Niño, que traigas una bolsa de la nevera del sótano. La de la contraseña". "¿Qué contraseña?". "La que tenemos en todo, infeliz! 1, 1, 1, 1". "Ah"... 30 segundos eternos y una pelusa gigante después: "¡¡¡La bolsa!!!". Se marcha por fin. Espero. He de admitir que lo mío no es la paciencia. Así que me pongo a trepar por el techo, me convierto en a) gato. b) murciélago.  c) rata. d) madre. Entra, ¡gracias a los dioses mayas!, el zagal con las manos vacías. "No tenemos sótano, madre". "¿¿¿Qué???". "Que no pagó usted al contratista y el albañil se fue dejando solo un cavernoso hueco de 3x3". Odio las referencias espaciales. No las entiendo. Me jode cuando leo que una casa tiene no sé cuántos metros cuadrados de jardín, no sé para cuántas tumbas da eso.  Y quiero desayunar.  Me acerco al trozo de comida parlante que me llama madre, sonrío y lo hipnotizo para que no oponga resistencia, me acerco al latido de su blanquísimo cuello, pienso esto se llama yugular como se podría llamar yogur. Y desayuno.

Mucho mejor, más ágil y rejuvenecido, llamo a Ígor para que se desahaga del cuerpo. Aparece a los dos segundos, lo cual me complace. Me notifica que se está poniendo el sol. Pienso "Joder, el tiempo vuela". Oigo al esclavo desde la izquierda (para ustedes, derecha para mí): "Y que usted lo diga, Maestro".  Este Ígor, qué boss: Me lee el pensamiento. 

Voy a cambiarme. Es la hora de salir. Hoy tenemos reunión del comité y no puedo llegar tarde. 

Telón. Silencio sepulcral.

...

Un aplauso (de Ígor, seguro).