domingo, 28 de julio de 2019

Depósito Yōkai

El invento que usamos para medirnos, para explicar el movimiento de los días y las manchas, la señal del biquini, la letra k,... a veces se queda en suspenso [tanto] que casi seguro que dejarías de respirar si no te acordaras. Un nicho que contiene solo espacio vacío porque alguien se llevó la vasija que lo habitaba; y aquel piensa que es insoportable; y los diccionarios muertos de soledad en las bibliotecas y los maestros vilipendiados, hablando solos. De modo brusco, las ideas se hacen palabras, hacemos fotos y oímos algunas canciones a las que nadie presta atención; todo como con prisas, todo como si fuésemos a algún lado después. Como si hubiera un después. Y, entre tanto, miras y ves esas motas bajando -a veces agua y a veces polvo- y te gusta pensar que las respiras; y mientes, sonríes, pierdes tiempo sin llegar a ningún lado. Después de todo, otra vez como el judío ateo aquel subiendo eternamente unas escaleras. Con la seguridad de que nadie te va a escuchar ni a hacer caso ni apenas ver: una mezcla de alivio, impaciencia y hambre. Y te ríes con Labia. Al fin y al cabo, todo consiste en contar historias y acordarte de respirar. El resto irá al mismo sitio que el jarrón, la vasija, aquella urna, las opiniones, el enésimo comentario, la subsiguiente réplica, los fantasmas, la letra k (esa inmigrante), el pálpito de la fe, lo trascendente,... Todito al mismo sitio. Quizás, además de respirar, sería lo suyo que te diese mucho igual y que aquel invento no te devore hasta algo más adelante.