lunes, 2 de enero de 2023

Despierta, joder. Que la llevas

 La Paz, años veinte. Una joven hermosa y diminuta, de cabellos morenos y ojos de almendra conoce a una ardilla. En La Paz. A ver. Bueno. Igual no es tan raro. Pero en mi época lo era. Conste. La ardilla, monísima, peludita, de tamaño minúsculo y mirada de acércate-y-te-clavo-los-dos-dientes-hasta-el-tuétano, comenzó a hablar. Eso. A hablar en español de aquí. Clarito, clarito. Sole, que así se llamaba la bellísima joven, se quedó algo perpleja, no mucho. Como es ella. Entre la sonrisa de Monalisa y el Grito de Munch.

 Y como rara vez en La Paz había visto ardillitas, Sole pensó que si esta se había tomado el tiempo y esfuerzo de hablar un español correcto, no estándar, sino de la zona, sería porque aquella ardillita tendría algo bien importante que comunicarle. Ahora bien, ¿era ella interlocutora lo suficientemente merecedora de aquel milagro de la naturaleza? ¿Una ardilla parlante, monísima, seguramente con algo tremendo que decir al mundo en un idioma no precisamente familiarizado con la comunicación de hallazgos, elegía ese preciso instante en que ella ha salido a pasear por su barrio para encontrársela y hacerle partícipe de su mensaje? No lo creo. Ni Sole lo creía en el momento. Aún así, respondió: «Sí, soy de aquí» en lo que a ella le pareció un grito pero que seguramente fue un murmullo petrificado e incrédulo. Como era ella. Y menos mal. Lo que menos falta le hacía era que alguien pasara con una bicicleta y la viera gritando. Gritando a una ardilla. En La Paz, donde raramente había ardillas, pero aún más raramente había personas gritándoles. O gritándoles esperando una respuesta. O gritándoles esperando una respuesta común, una respuesta que te sabría dar alguien que habla tu mismo idioma, no un idioma ardillesco y bellotil. 

  El roedor giró la cabeza a la derecha (es diestra, -pensó Sole), encogió los ojillos como intentando entender. Giró la cabeza, ahora a la izquierda (no es diestra, -pensó Sole-, que a veces se hacía lío). Y finalmente suspiró histriónicamente, con impaciencia y como con hartazgo. "No te he preguntado si eres de aquí, pero ya que me informas, te diré que he visto sitios peores. Un consejo, no pedido: No vayas por ahí disimulando que es peor. Si eres de La Luz, de Vistafranca o Dos hermanas, da un poco igual. Yo era de la Cruz Verde, fíjate, cuánta historia, situada en las escaleras, viendo cómo defenestraban a relapsos flagelantes, los menos, o hechiceras-timadoras-ladronas y, también, asesinas por motivos más o menos justificables. Para acabar contra tanta injusticia estaba entonces el Santo Oficio. Ahora nos jodemos con los payasos del tribunal judicial del Clan Primero de las marmotas, topos, ardillas voladoras y recaderos del Sur. Casi preferiría que me quemasen otra vez, la verdad. Y a todo esto. Tú, ¿qué querías?".

    Por lo pronto, pensó Sole, querría saber qué se le puede responder a una ardilla parlante cuando aparece acelerada y con más ganas de hablar de Historia que de aclarar exactamente de dónde sale. ¿Relapsos flagelantes? ¿Hechiceras juzgadas por el Santo Oficio? Mucho tenía que haber vivido este pobre animalito cuando hilar toda aquella sarta de cargos, traumas y consejos no pedidos es lo primero que se le ocurre al cruzarse con una humana. Tampoco había pedido Sole esa mañana tener más complicaciones de las que ya tenía, sea dicho de paso. Estaba nerviosa y la ardilla parecía más alterada que ella, pero como si sus propios problemas no fueran pocos, también parecía interesada por los de la joven. Habrá que responderle, se dijo para sí la todavía boquiabierta. «Pues me gustaría saber cómo actuar más a menudo, empezando por dejar de disimular la sorpresa que me causa encontrar una ardilla parlante, pero ya que ha entendido al vuelo que algo me ocurre y no sé solucionarlo yo solita –se atrevió a aclarar Sole, ganando algo de carrerilla–, se lo explicaré. Estaba dando un paseo para aclararme, olvidarme de mí o de mis problemas, terminar ya con todo, cualquier opción en realidad me valía, cuando nos hemos cruzado. Lo cierto es que desde hace unos días veo todo a la mitad, literalmente, todo partido por medio. Puede parecerle una estupidez, a todos se lo parece, pero la confusión que esto me ha provocado no me deja dormir por las noches; no puedo mirar a nadie a los ojos porque veo sus caras por la mitad, ni distingo el día de la noche porque para mí es lo mismo lo oscuro de la tarde que lo oscuro de la mañana; ni soy capaz de cocinar porque malinterpreto cantidades y acabo torciendo las sopas, las ensaladas y desparramando aceite por toda la mesa; no es fácil subir escaleras ni atino a bajar el toldo por las mañanas para que no dé el sol en la salita, y me tropiezo con las piedras de la calle a menudo porque no calculo la distancia entre los pasos que voy dando; ni le cuento sobre confundir calles y pasos de acera. Soy del Perchel, por cierto, ni de La Paz ni de ninguno de esos honorables barrios que usted, ardillita, ha mencionado, sino del Perchel, como digo, y esta mañana, después de despertar sin confusión alguna, pensando que todo había sido un sueño, me he mirado al espejo y me he asustado al ver que mi boca no es mi boca, mis narices no son mis narices, ni mi pelo es el pelo que yo acostumbraba a tener. Eché a andar, como acostumbro a hacer cuando me desespero, y aquí me encuentro, en medio de La Paz, sin saber qué hacer».

  La ardilla carraspeó -nada fácil para un roedor. Carraspeó con una dignidad propia de un político decimonónico, antes de un discurso de cuatro horas en que no repetía ni una conjunción ni un adverbio. Carraspeó, digo, y miró con ojos entornados a la perchelera aquella aparecida de la nada. Pues mira, dijo. Este encuentro es providencial. Para ti, vaya. Que yo estoy ya de vuelta de todo y esta es mi trigésima reencarnación y me la suda todo (soy ardillo). Noto cierta desesperación existencial y, como he sido psicóloga colegiada, asesor del presidente, cabecilla de varias revoluciones y cinturón negro de Yawara Jitsu, creo estar en condiciones de curar tu somatización. Te tuteo porque soy tres o cuatro milenios mayor que tú, no por nada. Queda en tus manos. Como también he sido chamán, siempre espero a que se me pidan las cosas y que se me ofrezca algo a cambio de mis "servicios". Son tradiciones y ya se sabe que contra eso no hay nada que hacer. Tú verás, la mitad que quieras (la ardilla era un poco cabrona con el humor y a Sole le recordó a alguien). Quedó paradita, quieta con la mirada a lo lejos como recordando, como abstraída, digna y perfecta, anfitriona de un cuerpo que no hacía honor a su autoridad.

    Sole sacó el móvil, buscó la palabra somatización en google –para qué molestarse en ir a un diccionario, si total– y luego miró fijamente –bueno, a medias– a la criatura peluda que le había hecho replantearse por primera vez en el día si no sería mucho más fácil dejarse llevar por todo, arrastrar la visión a medias por la vida, decir hola qué tal a las ardillas parlanchinas que se encuentra una como si nada, dejar de asustarse por nadita que ocurra, y luego comerse un helado y a correr. Quiso salir corriendo, literalmente, también, porque ahora ya no se trataba solo de quejarse, sino que también había que estar preparada para escuchar lo que la puñetera ardilla tuviera que decirle, y luego pagarle por la ¿consulta? Nah, mejor quedarse como estaba. Mejor irse a casa, subir por el ascensor, buscar las llaves en los bolsillos del abrigo, sentarse frente al portátil y contar algo en el blog oscuro aquel donde podía escribir todo tipo de cosas sin que nadie pensara que era la realidad porque ya se sabe que en los blogs se miente, y mucho. La ardilla, que parecía estar esperando una respuesta todavía, viendo que la muchacha no tenía remedio, o mejor dicho que no le pensaba dar ni un cuarto de bellota (la mitad de una mitad), insistió con un grito que no sabemos si escuchó Sole sola o Sole y alguien más que anduviera por ahí: "Despierta, joder".

   Cómo se le iba la pinza a la joven aquella. Se habían juntado el hambre con las ganas de comer. Por la sombra de los árboles notó que llevarían allí casi todo el día, también lo sintió porque tenía un hambre brutal. Se había ido a sus otras vidas de repaso y se había olvidado de todo, mientras, presuntamente, su contertulia habría salido de viaje y habría vuelto sin moverse mucho y también se habría saltado la comida. Ambas seguían allí por cortesía de un poder superior que les arrebataba de sí y las llevaba muy lejos de sus cuerpos que quedaban como estatuas de un parque sin estatuas, con fuentes sin agua y con calvas en el césped. Vio un pavo real. Dijo tengo hambre, ¿y tú? Oyó un susurro: muchísima. Yo tengo lo mío aquí al lado si me empujas, que estoy sin fuerzas, me pillo una nuez y voy royendo. Si no, me va a dar un pasmo. De nuevo, el susurro: no tengo ánimo de empujarte. Ve que se sienta. Se echa. Cierra los ojos. Le pide, una vez más, que despierte y le acerque con el pie las sobras de unos quicos de bolsa por entre la hierba y con eso merendaba. Pero la muchacha ya roncaba suavito, seguramente medio dormida. Con lo que había sido en sus vidas, con todo lo aprendido, ser algo así como una rata solitaria vagabunda fácil de ignorar, le daba mucho por saco. Arrastró con su cola los restos del maíz tostado aquel y sonrió sin querer. Quizás debería hacer como la joven Sole y dejarse marchar, para despertar en su próximo cuerpo, en su próxima vida, en el misterio que le esperaba: dejar de ver la mitad de lo que le rodeaba para quizás ver incluso menos, no ver nada. Hibernar sus talentos y saberes hasta la próxima expedición de vida, acurrucada tras la "comilona" en el regazo lanudo de la durmiente desconocida. En un momento, la vio despertar desorientada, con frío, azuzada por el hambre y el desconcierto, notar que tenia media ardilla muerta a su lado, pensar que todo había sido un sueño. Apenarse por el animalito ese tan tierno, derramar algunas lágrimas. Le gustaba esa visión dramática de su final en esta vida. Imaginar que aquello cambiaría el destino de Sole cual personaje de Coelho que, tras lo vivido, volvería a su camino más sabia y segura. Qué sensación más cálida ser protagonista de la vida propia y ajena, inventar recuerdos... cómo ayuda a dormirse estar cansado alimentado y caliente. Cerró lentamente sus párpados y dio una orden a su cuerpo.

    Anochecía y era como una postal, un pasaje de Poe. La humedad subiendo desde el suelo, ocultando los cuerpos, los operarios vaciando papeleras y pasando escobas a lo lejos, el silbido de la brisa entre las ramas, los bancos crujían descansando, las ges y las jotas pactaban una tregua, cansadas. Los alguaciles empezaban a cerrar el parque. Un milagro de navidad hizo que cayese una gota: nunca llovía allí. Otra gota. La tercera salpicó a Sole que da un respingo, que mira a su alrededor y piensa otra vez me he quedado dormida en cualquier sitio. 

FIN