Es otoño.
Se nota por las nubes que se agolpan por poniente,
oscuras y aún lejanas,
acampadas ahí,
entre la silueta azul de los montes,
esperando como un general en el horizonte.
Y, mientras mis rodillas crujen,
mis ojos se habitúan a no sentir la punzada
del rayo que no cesa.
Ahora toca levantarse obedientes
y conducir hacia mañana a la hora ordenada,
rellenar los huecos de un Excel infinito,
limpiar felpudos oxidados de hojas crujientes
y volver, al tiempo que giramos,
un ojo puesto en donde el general gris aguarda.