sábado, 12 de junio de 2021

Los papeles del tiempo

Hola. Pasaba por aquí como otras veces y me dio por saludar. Hola, digo... Vale. No hay respuesta. Es normal. No estás con ganas. A veces, a uno le cuesta hablar con alguien en concreto. No pasa nada... Bueno, sí pasa. A ver, que lo entiendo y lo respeto. No creas. Me pongo en tu lugar y, claro, no me porté exactamente como habría sido lo suyo. Pero, vamos, que ha pasado una estación... casi. ¿No?  ¿Dos semanas solo? En fin, bastante para pasar del rencor al "oye, ¿cómo estás y esas pruebas médicas, tu madre, tus hijos, las amigas esas?". Lo normal. Hablar. Decir hola. Saludar. Sonreír, aunque sea en papeles virtuales. Pasarse enlaces de noticias de astrofísica que no entendemos y decir esto lo sabía yo hace 10 años. Lo que digo: lo normal. Porque tampoco fue para tanto. O sí. Pero ya ha pasado. Veo que sigues sin hablar... Pues te dejo en paz, claro. Adiós. Que vaya bien. Cuídate. Ya sabes dónde me tienes. Mi casa es tu casa. Cualquier cosa... Aunque, por otra parte, podríamos ser cordiales y responder a un saludo, digo yo. Que puede que sea pesada, que ya me lo han dicho, pero no cuesta ser amables, ¿no? Y tengo curiosidad  y te añoro un poco. No como para vernos, no pongas esa cara. Esta semana, que he tenido un par de sueños raros. Y como eres un poco psicólogo, un poco mago, un poco filósofo, un poco zahorí, que sabes un poco (o mucho) de casi todo (o de todo), pues ya te digo que me podrías aconsejar, escuchar y decirme cómo curarme los demonios del tiempo. Porque a mí se me pasa tan rápido que ya me he perdonado mil veces y a ti otras tantas. Que no todos los días la insultan a una así por suerte o por desgracia, con fundamento o sin él, a la manera decimonónica o en nave espacial ciberpunk. No es que me justifique, justifico el texto, para que me entiendas.  Que yo podría estar igual que tú y no responder a tus llamadas. Pero no lo hago, sobre todo porque no llamas, también es cierto. Ya está. Estás en tu derecho. Me pone de los nervios, pero lo entiendo... más o menos. Pero, vaya, que está feo.  Me podrías perdonar y a otra cosa. Que el resentimiento es fatal para la salud. Nada. ¿No? ¿Nada? Vale... Me compré un sofá y le puse el pañuelo que me regalaste. Le queda genial. Ya me he acostumbrado a él y casi no recuerdo el otro, aquel verde que se hundía. Te lo cuento porque quiero y porque ya que nadie habla, pues ya hablo yo y también porque el sofá mide el tiempo que ha pasado desde que fui desterrada de ti. Le haría una foto y te la mandaría, pero no quiero ser agobiante y parecer una acosadora mandándote fotos y dando la lata, así que no. No te mando nada, ni enlaces ni fotos ni saludos ni emoticonos ni felicitaciones de Pascuas, Navidades, cumpleaños, santos. Ni condolencias. Nada. Y a tu entierro, descuida que no iré. No querría yo molestarte también después de que estés muerto. Ahora sí, que veo que te alejas y te haces pequeño y noto que te has puesto tapones en los oídos y estás, probablemente, llamando a la policía de la memoria para que me den algo. Ahora sí, te dejo.