miércoles, 13 de diciembre de 2023

Este año, sí.

 Encontré a Cerbero muy desmejorado. Le faltaban dos de las tres cabezas. A saber en qué grescas no se habría metido con las copas. Además, lo habían destituido y ahora era portero de un manicomio, y no de los bedeles con silla en el mostrador. No. El que está fuera, de pie todo el día. Su humor, eso sí, era el mismo. Un humor de perros. Viejo, arrugado, con megaentradas mal disimuladas, delgaducho, con pantalones dos tallas más grandes y zapatos sucios, los dientes de pena y oliendo raro, como de haber desayunado en una destilería y vivir en una casa llena de gatos. Yo, gracias a Dios, llevaba mi mascarilla, lo que, de algún modo, amortiguaba los golpes olfativos. Aunque no lo parezca, estaba de visita (en el manicomio); iba a ver a un amigo que finalmente estaba en un error y sí que era esquizofrénico. Nosotros le dijimos que a lo mejor estaba un pelín nerviosillo y nos trató de golpear. La siguiente vez que lo vi, por suerte, estaba sedado. La verdad es que yo iba a verlo porque quería escribir un bestseller y quitarme de trabajar. Pero allí estaba Cerbero. A punto de terminar su turno, con unas ganas de que alguien lo invitase a lo que él, con todos sus güevos, llamaba un café. Así que determiné que, entre las notas que tenía del loco oficial de dentro y las que pensaba tomar de este menda, podía hacer un personaje genial para mi thriller psicológico, lleno de sangre y escenas subidas de tono en todos los sentidos, que es lo que más vende si no tienes X y opinas barbaridades, o eres tiktoker o como cojones se diga. Bueno, como ven, todo pintaba excelentemente. Dos objetos de estudio que dan para varias tesis de ciencias del comportamiento (lo escribo con mayúsculas cuando me da la gana, que yo también tengo mis cosas) y una mala leche que verbalizada con cierto orden podría hacer de mi vida un paraíso sin madrugones, caravanas ni jefes. Me puse a tomar notas. Me dejé una pasta en cervezas, primero, gintonics, después, y otras cosas, más tarde, pero recogí un notable número de anécdotas maravillosamente blanqueadas por esos dientes amarillentos que se dejaban desblanquear solitas (las mentiras, los dientes no tenían solución). Todo tenía, además, el toque fantástico de una vida entre brumas alcohólicas y luminarias estupefacientes. Me llevé a casa un dolor de cabeza, otro de bolsillo y una felicidad de supervillana de cómic llevado a la gran pantalla. Me puse, nada más entrar por la puerta, a teclear como una loca. El singular personaje, desde el corredor de la muerte (ya, ya, ya, dejadme con mis cosas: a la gente le da igual que aquí no haya de eso), habla con una ambiciosa e irresistible periodista llamada Paco y le cuenta cómo fue, tras una infancia de mentiras, humillaciones y palos, matando a todo el que pillaba de espaldas, dormitando y solo, probando todos los modos de ejecución aprendidos en series como CSI Miami y tal. No pocas veces tendría relaciones sexuales escabrosísimas con ellos antes, durante o (arg) después, sobre todo porque más allá de que el tipo fuera un asesino asqueroso, yo lo que quería era que el libro se vendiese a lo bestia para la campaña navideña y qué hay mejor como regalo de Navidad que un libro.

Dicho y hecho. Escribí en cuatro días, -cinco, si contamos el que eché con C. de entrevistas por los bares de media Málaga-, el libro que me ha permitido levantarme a las 11:30  de la mañana (y porque me hacía pis) y eso que aún no han pasado las fiestas. Amo la literatura, de verdad. Y la Navidad. Y el manicomio ese de ahí al lado de la playa. Y a los politoxicómanos rehabilitados que te cuentan su vida al revés, poniéndose por las nubes. Gracias Señor. Nos vemos (este año sí) en la Misa del Gallo.


https://www.youtube.com/watch?v=rLm_aSP369M

PARA MIS INSPIRACIONES <3