viernes, 18 de noviembre de 2022

Un par de cientos de copas después...

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-Anda, mira, pues felicidades y tal. Mmmm. En fin. [SILENCIO] ... [MÁS SILENCIO] En fin. Lo has celebrado o estás en ello, supongo.
-Bueno ayer salí un poco.
-Y ¿qué tal?
-Ni idea, no me acuerdo de nada.
-Mmmm.
-Yap.
-Sí, sí.
-Bien, supongo.
-Mmmm. En fin. Mmmm ¿Regalos?
-Ni uno.
-Normal. Está la cosa para gastar dinero.
-Totalmente.
-Mmmmm Y ¿cuántos?, si se puede preguntar.
-Ninguno, ya te digo. 
-Ya, ya, ya. En fin. Voy a tirar que mira qué hora es... Que me alegro, ¿eh? Tanti auguri!
-Dánke.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Coñazo to largo: no leer

Tengo la cabeza llena de palabras anticuadas que designaron artefactos del pasado remoto y nadie reconoce y nadie usa. Llena de palomos sobre antenas colocadas hábilmente en chimeneas de altozanos, graznando desagradablemente y oteando este y oeste, los muy inútiles; de listas de la compra, de diligencias decimonónicas que transeuntaban gentes y cartas por el árido panorama de su época, grandes, hermosas, con hasta dieciocho caballos o más, con guardas que las protegieran de los bandidos que rondaban tras una guerra acabada pero sin terminar. Llena, esta cabeza, -sobre un cuello contracturado y un cuerpo de mierda-, de pendientes por las que resbalo, de cuestas que no alcanzo a subir, de mensajes de disculpas, de cartas de recomendación y resúmenes sobre unas y otras cuestiones curiosas que investigar, propias o ajenas. Llena de historia, de torturas para obtener testimonios veraces, de desconfianza, de amor en fotos, de horarios de autobuses. Llena de Nebrija y Alcalá y Venceslada y Restrepo y Zerolo, y Alemany y Bolufer. Llena de trocitos de pasado, de apagones furtivos y caídas de wifis y jóvenes en fotos haciendo sus deberes. Llena de actualizaciones, de imposibles, de sueños de piedras deshechas por batanes, del ruido de latas reciclándose, de los pasos de los vecinos subiendo mis escaleras, de bibliotecas infinitas y libros que no podré leer. Como una escombrera, mi cabeza se llena de cosas sonoras, muñecas que simbolizan el abandono, juguetes que ahora están encerrados en un móvil, pasados con crestas, menús de cinco platos que resultan un fiasco, la banca online que te da disgustos, de cuentas de rosarios, del padrenuestro y del avemaría, tal como se recitaban antes. Llena hasta los topes, llena que te cagas de llena. Y que sigue llenándose, como un infinito de novedades modernas o antiguas, de viajantes, navegantes que explorasen un río innavegable. De tierra de bataneros y arcilla y molinos, aceñas, azudes, mazos que aplastan piedras y tejidos, ropa encurtida que se trabaja con los pies, uvas y aceitunas y cacao y maíz para hacer harina y poder comer. Del mirlo oscuro que despierta a todos con su feo canto. De gaviotas que lloran como bebés moribundos o mujeres atormentadas. De cosas enormes hechas de piedra y de madera. De agua que no se puede beber. De café. Mi cabeza, seguramente, no tiene ni idea de su tarea. Del empeño de su dueña. De la posibilidad de petar en cualquier momento, como fuegos artificiales de palabras que desbordarían por el monte donde habito, justo antes de desfallecer y , por fin, encontrarme vacía y no saber quién soy sin esos pelaires, sin esos alarifes, sin esos, albéitares, que me curarían o no, como a un caballo. Llena, como está mi nevera, de cerveza y helado de chocolate. De almíbar curalotodo. Llena de recetas, de ajoblanco, de gazpacho, de emblanco, de potajes. Llena como una panza llena, mientras mi cuerpo crece en un metafórico acercamiento a la muerte, inservible, viejo, enfermo, dolorido y lleno de estrías y carnavales de tatuajes descoloridos. Ella, mi cabeza, ajena a los problemas del mundo, a las guerras y horarios y tempestades tropicales devastadoras, sigue llenándose. Igual, como tiene los oídos y los ojos y el paladar, disfruta del placer de ser. No lo sé. Hay más cosas de las que puedo recordar que andan por mi cabeza: calabazas y rondas nocturnas, fiestas de muertos, villancicos y elecciones, recuerdos de pesadillas, culpa, helados de pistacho, playas vírgenes llenas de turistas gilipollas, pollas de plástico, porno gratis, maternidad y devoción, miedo y ternura, comida basura, básculas que te amargan la vida. Bolis que no escriben, libretas con espónsor, escritorios con grafitis, bancos incómodos hasta decir basta, centros de salud mental llenos hasta los topes de locos, zapatillas deportivas de mercadillo, mancos y cojos y tuertos y sordos, bregando cada cual con su estafa de vida. Ahí va, mi cabeza. Sin saber quién soy yo ni parar mientes al resto del cuerpo desastroso. Pesando 21 gramos más por ahora. Sin cuidarme, sin preocuparse, sin sentirme, feliz en sus tantas historias, sin saber que cuando el resto de mí falle, ella (también) se irá a tomar por culo y, con ella, todas aquellas cosas que ahora la ocupan y, cree, son tan importantes.