martes, 30 de agosto de 2022

Tal día como hoy podrían haber tomado la Bastilla (o cualquier cosa)

La culpa es mía. Compartir este espacio con otros que escriben, gente analfabeta, gente borracha, gente sin horarios ni credos ni hostias, fue un error. De tarde en tarde, entro en el oscuro lugar, esto, escondido, sin fondo, sin forma, sin mucho sentido, y veo escritos que obviamente no he escrito yo, porque lo sabría y porque no entiendo nadita de lo que cuentan. Y sé que alguno de mis compinches con clave han hecho de las suyas. Y aunque da igual no entender una mierda, da rabia lo de las faltas ortográficas. Estoy por cambiar las contraseñas, las señas, el lugar, el color, todo. Coño. Cambiar todo. Y bloquearlos por todos los sitios en que se pueda bloquear a la gente. Pero ya saben que no. Que ladro, pero no muerdo, que arreglo un poco la ortografía, estilo maestro Korreas, y ya me quedo tan ancha, si bien mosqueadilla, pero lo dejo así, aunque no sepa de qué coño hablan. Me entra la paranoia. ¿Hablan de mí? No. Joder. Egocéntrica. No le importas un carajo a nadie. Menos a estos subnormales. Que si les haces falta, te vienen a ver y, si no, te escriben cosas raras en tu blog. En fin que menudo terral, que qué lluvia tan fea, que qué desagradable te pones cuando las cosas se ponen feas, que esto y aquello y ya paro que parezco uno de ellos. Farsantes. Mentirosos que quieren verme porque no tienen dónde caerse muertos. Falsarios, fariseos sin blog ni lugar en el mundo. Os detesto. Que lo sepáis. Y, porras, no escribáis más que dan arcadas. Malditos acólitos (acabo de aprender esa palabra y tenía que usarla), idos todos al blog de otra incauta loca.

lunes, 22 de agosto de 2022

Take this Walz

Es bonito el sonido del viento en los plásticos superpuestos en ventanas sin acabar. Ojos que miran al mar, borrosamente, porque el plástico no es cristal. Bajo mis ojos, enanos hoy, hay lunas crecientes del revés, de un gris oscuro que se ensancha y oscurece conforme pasan los días. Mientras, el viento, alegre, juega con mis ventanas de mentira, rompen el silencio y suenan como música celestial, que recuerda algunos momentos en que entre plásticos se fue muy feliz. El suelo está limpio, hay un colchón y luces y músicas tenues. Era verano, o a lo mejor no era solo verano. Hubo canciones y risas y bailes y orquestas en mi mente que tocaban un vals de Leonard Cohen, que no es vals, pero los representa. El único momento que era verdad cuando lo escuchamos. Mientras buceábamos en músicas de todos los idiomas patrios, sintiéndonos parte de alguna patria llamada nosotros.

Un poco de Keats

I never knew before, what such a love as you have made me feel, was; I did not believe in it; my Fancy was afraid of it, lest it should burn me up. But if you will fully love me, though there may be some fire, 'twill not be more than we can bear when moistened and bedewed with pleasures. J. Keats.

domingo, 21 de agosto de 2022

Ventajas y desventajas del final

No es que sea mañana precisamente que se acabe, pero se presiente el final en casi todo. Hay como una melancolía, al tiempo de cierta premura de hormiga que ves en los demás. Apurando sus copas, haciendo viajes, planeando fines de semana, saliendo, entrando, absorbiendo desesperadamente los aires de agosto, -que, por otra parte, han sido un infierno, lo reconozcamos o no. A mí algo de todo esto me viene bien. El pasar desapercibida, ser casi invisible, estar borrada de la mente de los otros. Desaparecida. Y la suerte de que los días se hayan acortado y la puesta de sol se alargue y empiece a una hora que me permite sacar mi nariz de la cueva y asomarme al mundo, cuando solo quedan los restos del torbellino multitudinario de las horas previas: papeles, bolsas de plástico, niños abandonados, sombrillas que huyeron de sus propietarios probablemente aprovechando una racha de viento, hartas de escuchar sandeces a un volumen insoportable para una sombrilla. Y yo me cruzo con los cientos de inquilinos de la playa cuando toca retirarse y me mojo los pies como si acabase de aterrizar desde el puto Marte. Camino por la orilla. El agua está templada; un poco, por haber recibido el sol de un día brutalmente caluroso, un poco por haberse quedado con parte de la temperatura de tantos cuerpos que la han transitado. Todo me beneficia y me viene bien. Está limpia, se ven piedrecitas, conchas y trocitos de cristal regastado que seguramente fueron pedazos de una botella rota arrojada vilmente al mar, que ha hecho de sus trozos suaves teselas. Me cae bien el mar, un Mediterráneo como el de ayer o como el de hoy. Tranquilito, templado, paciente, esperando que nos extingamos para seguir aquí tranquilo, paciente y templado, solo él, las medusas y los peces. Me viene bien el paseo, se hace de noche cerrada, me ha aliviado la angustia con la que vivo últimamente, una como presión en el pecho muy rara que achaco a alguna alergia estacional. Me marcho cruzándome con decenas de personas vestidas de domingo, que salen todas a la misma hora a cenar. Los dejo atrás y me dirijo a casa a leer abrazada a la almohada.

martes, 16 de agosto de 2022

Viajes

Me acuerdo de cosas. Recuerdo haber sacado la cabeza de la arena y escupir hasta recuperar el aliento, una vez que dejé de sentirme inmortal. Recuerdo. El dolor de mi mejilla derecha, tras minutos, segundos, de sol. El dolor. Lo recuerdo bien. Casi creo que es cierto que estaba ahí, mirándome,lamentándose por vivir tanto, pasándome un testigo que no entendí. Recuerdo el absoluto, durante un instante infinito. Recuerdo licores extranjeros y repugnantes. Helados parajes en los que no debí estar jamás. Desérticos emplazamientos a los que llegué, aventurero, y de los que no pude escapar. Y el regreso, soñado, ensoñado, embustero. Aquello que no es verdad, pero te ayuda a entender la verdad. Y, de nuevo, la tormenta calima, roja, arcillosa, húmeda. Algo que te convertía en estatua tanto tiempo que te creías realmente estatua y eras ciertamente estatua. Con esos adverbios tan poco elegantes, con esa asfixia y esa locura estática. Impedidos los movimientos. Rojos los ojos, rojo el pelo, rojos los brazos, hundidos en el rojo los pies, el torso y el resto del cuerpo. El pelo, larguísimo, como tras décadas sin salir de ahí. En un sitio sin fin, enormemente plano. Y algo en mi mente, supongo, que debería ser un sueño, que me impedía salir. Y, raro, el placer, también rojo, acalimado. Sensación mental de algo que no existe, o quizás existiría mientras habitaba entre el ocaso y la salida del sol. Un sol odioso. El sol deslumbrante, ardiente, abundante, doloroso, que embiste y te deja sin respiración, que no es sol, ni luz. Solo eso. Ardor. Es un sueño, me digo, esa fuerza que empuja como el viento loco de poniente, furioso, que te cambia de postura, que te hace girar y girar. Y, bajo tierra, sientes que estás flotando y disfrutas, sin disfrutar porque sabes en el fondo que, aunque recuerdes, nada es de verdad. Que hay que despertar. Escupirlo y despertar. Dejarlo marchar y regresar. Y olvidar. Sobre todo, olvidar. Echarte en brazos de la realidad y llorar y dormir acurrucada en los brazos de las viejas esperanzas que te expulsaron y ahora te dejan regresar.