domingo, 31 de enero de 2021

Un poquito de viento

 Parece que hay un puto vendaval aquí. El enésimo temporal, cúlmine de una inverosímil serie de desastres, que empezaron cuando dejaste de amarme. Ratas, langostas, enfermedades, terremotos, plagas sin fin en el horizonte. Todo por tu falta de cariño. El mundo se puede ir al traste y, de hecho, se irá, porque no conseguí que me quisieras.

Habrá quien piense que todo esto pasa porque tiene que pasar, porque hemos hecho polvo el planeta y porque nos lo merecemos como especie; pero tú y yo sabemos que esto es por nosotros. 

Te echo de menos, y casi prefiero que el mundo se acabe.




viernes, 29 de enero de 2021

Desahogos de unos y otros

A veces una se tiene que desahogar; no sé, gritar, pegar tiros con un arma imaginaria, matar a alguien en un relato de mierda. Así, llevo unos días muy tontos, inventando mentalmente, hombres y mujeres, perros y situaciones, pero igual no me las he inventado, porque, en verdad, parecen historias creadas y contadas por una mente imbécil, o sea, lo que es la vida. Como la del marido beodo al que la esposa espetó, ya harta, el ultimátum. O lo dejas o te dejo. Y él, tras unos minutos, puede que segundos, de cábila, se echó la penúltima. O el de la mujer que coge a su perro y a sus hijos y se va al cortijo con sus padres. O la del tipo que, al despertarse con enorme resaca, se encuentra en casa solo y descubre que todo quisque se ha largado y ha quedado poca cosa en el chalet. O el del tipo que aparece en el campo, ofendido por un desplante seguro inmerecido, reclamando a las tres de la mañana que le devuelvan a su Golden Retriever y se encuentra a su suegro escopeta en ristre que le descerraja dos tiros en la tripa mientras sus hijos, el Retriever, una mujer (que igual es la suya) y su suegra miran indolentes por distintas ventanas. O la del hombre que se hace mil kilómetros para recuperar un perro, que es lo único que recuerda que le importe y, finalmente, acaba enterrado en un claro del bosque y al que alguien de otra época y otras coordenadas le hace una magnífica sonata.

sábado, 9 de enero de 2021

La orquesta

 El lugarteniente cruza la pasarela y embarca. Empiezan ahí sus problemas. Le espera un viaje incierto con brújulas sin norte y marineros sin oficio.  Los pasos por el embarcadero presagian confianza violada, tacones de botas militares, alzas como alas que pretenden alejarlo del suelo y de los otros. El onírico ascenso se ve interrumpido por el estarse quieto de abordo, atento a órdenes inevitables y la vuelta a la mediocridad que significa estar en medio. Podría decirse que su ingenuidad es desesperante. Funcionario y mecánico que sueña aventuras y olvida protocolos, figura única que no encuentra compañía ni por encima ni por debajo, una pieza de un engranaje sin el que se perdería el rumbo. El hombre carece del temperamento paciente y meticuloso, de la capacidad y el don del silencio y la invisibilidad. Sus tacones resuenan por encima del rumor del viento y el oleaje, de voces y toses, del arrastrar de barriles, del chocar de metales, del rozar de gruesas maromas. Un incordio, oteando el horizonte inútilmente, ansiando acelerar el tiempo y llegar a algún destino, atisbar por fin un sentido tras aquel impás infinito. En el diario de abordo, el capitán señala su inquietud. La bitácora confiesa el presentimiento de que el  lugarteniente caerá por la borda en cualquier momento, ya sea por accidente, ya por su temperamento, ya por el de los hombres o, se entiende, por el del capitán mismo. Las palabras escriben su destino. Para esas alturas, el lugarteniente debe estar ya muerto. En el barco reina un silencio hermoso, se puede tocar la tranquilidad del navegar lento y dilatado, el calor de la rutina y el trabajo duro, la música del mar y los hombres, maderas que crujen y velas aguantando los embates del viento. Sin prisa. Todo, -nave, hombres, tiempo-, suspendido en una feliz sintonía. 

miércoles, 6 de enero de 2021

Ulises, de vuelta

    Olvidadas por viejas, dadas por sentado, hartas de estar quietas y tranquilas por no saber nada. Siglos de espera, milenios de habitar un espacio. Recogidas en su hueco, expuestas, afrontando el tórrido viento, mojadas y vueltas a secar. Indolentes, como falsas pruebas del paso del tiempo. Recordando el lecho marino y la pisada de animales extintos. Viajes estelares. Testigos inmortales de cosas que no entienden. Ajenas a la urgencia de los vivos. 

    Probablemente inútiles (¿son útiles las lápidas, los imperios, las ofrendas, los poemas?, ¿es útil un presente sostenido y silente?).  

    Alguien dirá que tienen caducidad, que se convertirán, ellas también, en polvo.  Pero ¿no es eso lo que son ya?