viernes, 23 de diciembre de 2022

Una historia de Navidad postcovid

       Era algo con ele. ¿Lorena? No. ¿Laura? Mmmm. No. ¿Lidia? Joder, creo que no. ¿Lola? Uy. Puede... Quizás, Loli. Sí. Sí. Loli. Loli García Jurado. O algo así. Dolores en el carnet. Dolores. Eso, que lo tenía en la punta de la lengua. Que seguro, que sí. Eso. Pues Loli se fue en su BMW negro, familiar y gigante, que le tocó cuando tuvo el tercer hijo, a trabajar. Tenía el almuerzo típico de Navidad con la gente del Rectorado, así que se puso su mejor vestido, corto, medias con puntillitas y un abrigo que se acababa de comprar en Maximo Dutti. La ropa interior me la ahorro, pero estaba muy bien calculada, lo sé. De peluquería y tal. Vaya, que iban todos desesperados, tras dos años de teletrabajo y no salir nada más que a comprar pan. 

       Yo -eso sí que lo recuerdo- estaba de los nervios. Salí una hora tarde de currar y tenía un agobio que para mí se queda. Con todos los regalos sin comprar. En una caravana infernal. El flequillo a la mierda, la poca pintura de ojos, corrida. Rumbo al Centro Comercial del distrito donde habito y al que odio -ODIO- ir. Pero al día siguiente era Noche Buena y había que llevar mil cosas. Mejores cositas para mi familia y detalles gilipollas para los no pocos invitados de mi padre. Es lo que tienen las fiestas: te salen por un pico por una cena que apenas tocas, porque, después de dejar de fumar, te has puesto hipergorda. Y eso que probé todas las dietas posibles, ayuno intermitente incluido. Pero nada. No me entraba mi ropa, no tenía tiempo, tenía cara de vieja (porque lo soy) y llevaba una mala leche de la hostia.

      Después, estaba Jacintito. Un niño monísimo, pero malo a reventar. Desagradable hasta decir basta. Con diez años, ya daba susto. Jugaba, por supuesto, al fútbol. Y la mami, que se llamaba... ¿cómo era?... ¡Isa, porras! Pues la mami, Isa, lo llevaba y traía desde el quinto pino para que pudiera participar en esos encuentros que tanto bien hacen a la juventud. Se trataba de que echase todo el odio corriendo y metiendo patadas a un balón o a lo que fuera. Y ese día volvían. Desde el más alejado infierno de pueblo, después de almorzar, rapidito, y haber "ganado". Con Mariquilla, la hermana chica, que había salido bien (gracias a Dios), el tonto del padre, Isa al volante y el demonio detrás. Isa respirando de alivio viendo que ambos, Mariquilla y el puto Jacinto, se habían quedado fritos detrás del Ford Fiesta que compraron cuando nació el hijo del mal aquel.

     Loli se lo estuvo pasando genial. Si hasta unos compañeros le tiraron los tejos y la invitaron a un gintónic a sus 56. Las puntillitas nunca fallan. Yo seguía atacaíta de los nervios en la puta caravana y acojonada con mi coche, un Clio muy currado que te falla cuando quiere, en aquella marabunta de prisas y pitidos y gente que no sabe que en Navidad hay que ser amable. Isa,... Bueno, Isa estaba aliviada. Llegando casa, saliendo casi por el desvío que lleva a la rotonda que la llevaría a casa, arriba en el Altozano, desde donde se veía -de lejos- el mar. Con el maletero con todos los regalos y las botas del Jacintito de los huevos en primicia, firmadas por un tal Omar o Ronaldo o Iván o no-sé-qué jugador de no-sé-qué equipo de los importantes esos (dos sueldos, suyos, que el tonto del padre no tenía nada que aportar). En fin. Contenta, la mujer. Así. Tres mujeres a las cinco de la tarde de un 23 de diciembre con montones de cosas a sus espaldas, cada una con sus arrugas, sus michelines, su pecho recién estrenado, y sus hijos y sus hombres por ahí, atando.

     Y sé que no eran las cuatro ni las cuatro y media ni las cinco menos cuarto, porque miré el reloj, cagándome en todo, con un hambre de mierda, pero pensando que si menos comía, menos gorda se me vería, cuando consigo salir por la salida esa mía, que era, casualidades, la misma que la de Isa, y quién sabe si no, la misma de Loli. E Isa, al parecer, iba delante, unos tres coches delante, y gira para su Altozano del monte, en esa rotonda que distribuye seres humanos con sus automóviles al Altozano de los cojones, a los chalés grandes, a los que son pareados, al centro del pueblo costero, al Centro Comercial y al sitio pleistocénico de aquí, bien cultural reconocido y bien señalizado: unas cuevas de no perderse (creo). Una de esas rotondas que están justo debajo de la autovía, que sigue y sigue hasta los campos de golf y lujos mediterráneos y benditas urbanizaciones pijas. E Isa toma su carril y gira a la izquierda. Y Loli, que se había quedado frita al volante, con su enorme BMW se sale de la carretera, se carga el quita miedos y cae para abajo justo entonces. Y yo escucho un estruendo y todo el mundo pone luces de emergencia, saca móviles, se pone las manos en la cabeza, corre hacia el emplaste metálico. En fin. Digamos que el BMW estaba cabeza abajo amortiguado en un Ford Fiesta con un maletero lleno de regalos. Que había cachos de seres humanos. Y que, hasta donde imagino, Loli no se enteró de nada. Feliz Navidad.

    



domingo, 18 de diciembre de 2022

Hoy estoy insultona, pero es que la vida manda un montón de güevos

Y yo que pensaba que estaba loca... Un ejemplo que lo ilustra: me hice con una escoba que no uso para barrer. Y todo lo que tengo se lo doy a los demás, más que nada porque me agobia la acumulación y me fastidian las cosas y lo material me da un poquito de asco. Loca, ya digo. Siempre veo colorines que se mueven, dondequiera que mire. Achacable, desde luego, a una patología mental, pero igual es que soy súpermiope, que es una patología de otra índole, digamos, menos lírica. Hay diversidad de opiniones, todas en mi cabeza. A lo que iba, que siempre me pasa igual (deben estar ustedes hasta los cojones). El otro día, pensando yo en mis cosas, previas navidades pascuales y eso, por un paseo marítimo pleno de sol y familiares alegrías, testimonio  (yo, que es verbo, idiotas) una bronca muy violenta entre gente de distintas edades, alturas, complexiones y acento, pero con la coincidencia única de ser, hasta donde conozco, tíos, vaya de género no neutro, tirando a género masculino, es decir, una panda de hombres varones. Y yo que tenía como única cosa segura en este mundo de postverdad absurdo que comandaba la nave de los locos, la stultitia navis, en una traducción demasiado amable, y era (yo) merecedora de capitanear tan insigne barco, lleno hasta los topes de torpes, a resulta de mi estultez, voy y me percato de que no debería pensar que estar loco es poco sano y que igual debo cambia el nombre de mi barco, porque esos congéneres nuestros (los de la pelea) de ese sexo concreto parecían, a todas luces, a otras horas y en otros lugares, gente de fiar, normales, sanos. A ver, casi todos van al gimnasio y tienen novias con abrigos caros. Y yo, con mis manías, siempre creí que ellos eran mejores que yo, no por ser tíos, que eso sí que es una gilipollez (y siento tener que aclararlo pero hasta aquí hay tontos), sino por no estar comiditos de la cabeza, me doy cuenta de que menos mal que la que comanda este manicomio navegador soy yo. Acojonada del todo, me vine para casa, saqué la escoba y me fui a dar una vuelta por los cielos, viendo todas esas luces que han puesto, borrosas (e invisibles para los otros) guías de antiguos telégrafos. Ya se me ha pasado el susto, pero espero que mi nave de la estupidez no se convierta en algo tan asquerosamente violento, aunque los piratas tengamos que jugárnoslas con mucha gentuza, al menos los de esta nave, solo hacemos por ganarnos deshonestamente la vida, siempre sin violencia.

viernes, 18 de noviembre de 2022

Un par de cientos de copas después...

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-Anda, mira, pues felicidades y tal. Mmmm. En fin. [SILENCIO] ... [MÁS SILENCIO] En fin. Lo has celebrado o estás en ello, supongo.
-Bueno ayer salí un poco.
-Y ¿qué tal?
-Ni idea, no me acuerdo de nada.
-Mmmm.
-Yap.
-Sí, sí.
-Bien, supongo.
-Mmmm. En fin. Mmmm ¿Regalos?
-Ni uno.
-Normal. Está la cosa para gastar dinero.
-Totalmente.
-Mmmmm Y ¿cuántos?, si se puede preguntar.
-Ninguno, ya te digo. 
-Ya, ya, ya. En fin. Voy a tirar que mira qué hora es... Que me alegro, ¿eh? Tanti auguri!
-Dánke.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Coñazo to largo: no leer

Tengo la cabeza llena de palabras anticuadas que designaron artefactos del pasado remoto y nadie reconoce y nadie usa. Llena de palomos sobre antenas colocadas hábilmente en chimeneas de altozanos, graznando desagradablemente y oteando este y oeste, los muy inútiles; de listas de la compra, de diligencias decimonónicas que transeuntaban gentes y cartas por el árido panorama de su época, grandes, hermosas, con hasta dieciocho caballos o más, con guardas que las protegieran de los bandidos que rondaban tras una guerra acabada pero sin terminar. Llena, esta cabeza, -sobre un cuello contracturado y un cuerpo de mierda-, de pendientes por las que resbalo, de cuestas que no alcanzo a subir, de mensajes de disculpas, de cartas de recomendación y resúmenes sobre unas y otras cuestiones curiosas que investigar, propias o ajenas. Llena de historia, de torturas para obtener testimonios veraces, de desconfianza, de amor en fotos, de horarios de autobuses. Llena de Nebrija y Alcalá y Venceslada y Restrepo y Zerolo, y Alemany y Bolufer. Llena de trocitos de pasado, de apagones furtivos y caídas de wifis y jóvenes en fotos haciendo sus deberes. Llena de actualizaciones, de imposibles, de sueños de piedras deshechas por batanes, del ruido de latas reciclándose, de los pasos de los vecinos subiendo mis escaleras, de bibliotecas infinitas y libros que no podré leer. Como una escombrera, mi cabeza se llena de cosas sonoras, muñecas que simbolizan el abandono, juguetes que ahora están encerrados en un móvil, pasados con crestas, menús de cinco platos que resultan un fiasco, la banca online que te da disgustos, de cuentas de rosarios, del padrenuestro y del avemaría, tal como se recitaban antes. Llena hasta los topes, llena que te cagas de llena. Y que sigue llenándose, como un infinito de novedades modernas o antiguas, de viajantes, navegantes que explorasen un río innavegable. De tierra de bataneros y arcilla y molinos, aceñas, azudes, mazos que aplastan piedras y tejidos, ropa encurtida que se trabaja con los pies, uvas y aceitunas y cacao y maíz para hacer harina y poder comer. Del mirlo oscuro que despierta a todos con su feo canto. De gaviotas que lloran como bebés moribundos o mujeres atormentadas. De cosas enormes hechas de piedra y de madera. De agua que no se puede beber. De café. Mi cabeza, seguramente, no tiene ni idea de su tarea. Del empeño de su dueña. De la posibilidad de petar en cualquier momento, como fuegos artificiales de palabras que desbordarían por el monte donde habito, justo antes de desfallecer y , por fin, encontrarme vacía y no saber quién soy sin esos pelaires, sin esos alarifes, sin esos, albéitares, que me curarían o no, como a un caballo. Llena, como está mi nevera, de cerveza y helado de chocolate. De almíbar curalotodo. Llena de recetas, de ajoblanco, de gazpacho, de emblanco, de potajes. Llena como una panza llena, mientras mi cuerpo crece en un metafórico acercamiento a la muerte, inservible, viejo, enfermo, dolorido y lleno de estrías y carnavales de tatuajes descoloridos. Ella, mi cabeza, ajena a los problemas del mundo, a las guerras y horarios y tempestades tropicales devastadoras, sigue llenándose. Igual, como tiene los oídos y los ojos y el paladar, disfruta del placer de ser. No lo sé. Hay más cosas de las que puedo recordar que andan por mi cabeza: calabazas y rondas nocturnas, fiestas de muertos, villancicos y elecciones, recuerdos de pesadillas, culpa, helados de pistacho, playas vírgenes llenas de turistas gilipollas, pollas de plástico, porno gratis, maternidad y devoción, miedo y ternura, comida basura, básculas que te amargan la vida. Bolis que no escriben, libretas con espónsor, escritorios con grafitis, bancos incómodos hasta decir basta, centros de salud mental llenos hasta los topes de locos, zapatillas deportivas de mercadillo, mancos y cojos y tuertos y sordos, bregando cada cual con su estafa de vida. Ahí va, mi cabeza. Sin saber quién soy yo ni parar mientes al resto del cuerpo desastroso. Pesando 21 gramos más por ahora. Sin cuidarme, sin preocuparse, sin sentirme, feliz en sus tantas historias, sin saber que cuando el resto de mí falle, ella (también) se irá a tomar por culo y, con ella, todas aquellas cosas que ahora la ocupan y, cree, son tan importantes.

martes, 25 de octubre de 2022

Pom, pom, pom

Oigo golpecitos desde arriba, donde estoy. Pienso que me van a pillar haciendo algo que no debo hacer. Despierto de un sueño donde estamos tú y yo en una balsa salvavidas con plazas para treinta, pero estamos solos. Tú y yo. Llevamos lo que parece un año, pero seguramente no llega a una semana. El sol durante el día me abrasa y la noche es húmeda y helada. Hemos naufragado. Estamos en mitad de la nada azul y pacífica, preciosos abrazos, puestas de sol, amaneceres. Dormir poco, comer menos. Tenemos garrafas de ron y de agua, pero el ron pide agua y el agua dulce va a menos. Aprendemos a pescar, a contarnos historias, a engañarnos aún más, a pasar el tiempo en silencio. Ambos con miedo. Ambos con deseo. Por fin, dormito; pom, despierto. ¿Has oido eso? ¿Qué? Alguien golpea en la puerta. Qué puerta, no hay puertas. Ah. Habrá sido un sueño. Ven aquí, bonita, -como dices bonita a todas-. Todo esto es natural: tú eres natural; yo soy natural, el naufragio ha sido una suerte y es (¡todos juntos!) natural. Claro.
Él
Siento, entre sus brazos, que no tengo miedo, ni sed, ni hambre, ni, más que nada, y de nuevo, miedo. Es natural. Lo amo. De eso también se vive, me digo. Pasan meses, o quizás horas, cada vez menos agua, más necesidad de comida, suerte de que el mar está calmo y no se atisba tormenta que nos haga despedirnos precipitadamente. Otro año, u otras horas. Despertamos, hambrientos, muertos de miedo y aburridos. Empezamos a contar cuentos, historias, verdades y mentiras. A amarnos en conflicto. A vernos como comida. A desaparecer poco a poco en una niebla que no es real, pero que nuestras mentes imitan. Vemos, veo, un oasis tembloroso a barlovento. Es otra mentira. Me calman sus brazos, su voz, sus historias de viajes, de otras vidas vividas, de caracolas del pleistoceno traídas de desiertos visitados con el amor de su vida. Vida, vida, vida. Estoy repitiendo mucho la palabra vida, porque me falta justo eso. Yo también, cuando lo veo desfallecer por no beber agua a mi favor y solo dar tragos al ron, le cuento mil historias, algunas inventadas y otras no. Las más para salvaguardar mi escaso margen de ser yo; otras, que se me van ocurriendo con el delirio de la insolación. Y llega el día cero de la cuenta atrás que tenemos. Y me dice que estoy diferente. Y yo sé que estoy diferente. No me importa ya un carajo parecer, así que soy yo.
Tú y yo
Me abrazas, a pesar de que sabes de mi dolor (tanto sol). Me abrazas como si me acabases de encontrar, como si no hubiesen sido miles de días a la deriva en el mar, como si no fuésemos a morir. Me dices que por fin se acabaron los secretos. Y es verdad. Yo ya no finjo: no tengo fuerzas. Tú ya te fías: no tienes tiempo. Se acaba el agua, la comida, empiezan los misterios. Nos morimos, sentimos cómo nos morimos, vamos a aguantar otro día y otra noche juntos en este bote salvavidas para 30 personas con las piernas abrasadas por el sol, la boca llena de llagas, el alma atormentada, la desconfianza apagada y llenos de ternura y amor. Morimos. Morimos de verdad, y -putada gorda- minutos después al fondo un barco de vapor. Nos llevan entre sábanas. Navegamos, cadáveres, de vuelta. Nos hacen enterrar en una tumba sin nombres juntos a los dos en dios solo sabe qué lugar.
Para Juan Carlos, al que los gusanos devoraron tras de dar buena cuenta de mí, porque yo estoy -estaba- más rica. Siento haberte matado tantas veces en cuentos.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Expectativas

No es por meterme con la RAE ni con su diccionario, pero en algún punto me falta la cuestión de que las expectativas no tienen que ver con uno sino con los demás. Así, últimamente he notado que ciertas personas con grandes cualidades y maravillosas en todos los sentidos, lo son porque su familia o su círculo cercano ha tenido fe ciega en ellas. Las han adorado, alabado y han considerado que eran algo más que perfectas. Desde que eran bebés en la mayoría de los casos. Algunas de esas personas se han sentido tan bien con ese cariño que, al mismo tiempo, se han sentido responsables de no defraudar las expectativas de los que las tenían en un altar. Por usar una expresión como hay cincuenta mil sinónimas: en un altar, muy alto, quizás demasiado alto e irreal. Y, de nuevo, últimamente, veo con claridad que estas gentes van de un lado para otro buscando ser perfectas para no bajar el listón de lo que de ellas se espera. Lo hacen con desesperación a veces. Con, también, convicción. Con tropiezos encubiertos y justificados por cuestiones ajenas a su valor. Algunas acaban mandando todo al carajo el día que se descubre su ser normales, vulgares, del montón. Otras, erre que erre, dan de sí más de lo que pueden, ocultando su humanidad. Otras, simplemente, son perfectas, eficaces, ideales, con belleza objetiva en todas las latitudes, memoria prodigiosa y sentido del humor inimitable, además de modestas. A algunas de estas las conozco. A las otras las voy conociendo. En fin. Que me falta en el diccionario una acepción terapéutica que aclare que, a veces, las expectativas son una mirada bondadosa y fiel (canina, casi) del otro que empuja como acicate a algunos individuos y, a veces, los convierte en lo que los otros ven en ellos. Expectativas. Del latín exspectātum, sustantivo femenino plural, a veces, también en singular. 'Reflejos de los deseos ajenos sobre un individuo'. 'Lo que se espera de alguien excepcional y perfecto'. 'Objeto inalcanzable que caracteriza la mirada de los demás sobre una persona'. Dedicado a Paloma.

viernes, 14 de octubre de 2022

Vivimos al límite

Vivimos al límite. Vamos media hora antes para no pillar caravanas y nos acostamos a las 10 de la noche, reventados de puro vivir al límite. Hace un par de días fue mi santo (gracias por no felicitarme, mamones); y, casualmente, se me cayó una pestaña y soplé, por supuesto, pidiendo un deseo. No se deben, ya saben, contar los deseos, pero aquí eso no importa porque esto es un suburbio de un suburbio de un barrio extraperimetral dejado de la mano de dios, y no lo lee nadie. Menos el proveedor de deseos. En fin. Deseé pasar una tarde-noche-amanecer como los de antes. Con risas, minifaldas, tocamientos, cervecitas, calor y que la cuenta la pague otro (por si la cosa se sale de madre y se me olvida pagar, o me coge tonta y no me da la gana pagar, vaya). Que es parte del deseo, lo de no pagar, joder que, con tanto paréntesis, no me entero ni yo. Mentiría si dijese que no me lo creo, que yo paso de los horóscopos, que sé que Dios no existe y que lo de las pestañas es infantil, así que no lo haré. Lo de Dios (nótese que va ahora escrito con mayúsculas: es el acojone), lo dejamos para otro día, que me da yuyu que exista y yo decir aquí lo que pienso de verdad. La cosa. Siento afligiros con este arranque de optimismo, sabiendo como sabéis que más grande/grave/gorda será la caída. No sufráis. Será una hostia enorme, pero me levantaré. Odiaré a todo y a todos y a otra cosa. Escribiré como el culo (vaya novedad). Lo leerán tres masoquistas y tres amigos y ya. En fin. Que voy a arrancarme varias pestañas más, por si acaso se me ocurren más y mejores momentos que esperar. Que vaya bien el fin de semana a los terráqueos y a los de fuera, que vaya bien el calendario estelar.

domingo, 9 de octubre de 2022

Otro día de verano

Aquí seguimos, sin agua ni para lavarnos los dientes que, amarillos, enseñamos en una sonrisa agradecida por otro día espectacular de verano. Es lo que tiene el sur. Somos felices. Aquí hay miles de gentes celebrando. Celebrando el calorcito del otoño que nunca llega, la música y cervezas y tapas gratis propiciadas por un ayuntamiento que sabe que somos colonia vacacional. El paseo marítimo atestado de familias con críos y perritos, llenando los restaurantes y dando vida a la economía, que importa, más allá de lo bien que se come cuando te hacen la comida y te la sirven en preciosas bandejas (que no has de recoger ni fregar) con una sonrisa en la boca y la alegría que tiene la gente de aquí, aunque estén hartos de currar por el sueldo mínimo. Y ayer... Ayer fue sábado y la noche con una luna creciente que ya dejaba una estela en el mar que costaba no mirar, fui testigo de los jolgorios de grupos de jóvenes, -sanos, como son los de aquí, bien comidos, niños grandes, hijos únicos en pandillas de fraternidad-, de los abuelos que aún van cogidos de la mano, de los que hacen ejercicio con atuendos de portada del Nike Sport Magazine para después poder comer más, de las parejas con o sin niños, que van hasta el Cantal a mirar cómo se pone el sol en un ejercicio de intimidad pública, besos y agarrones y risas y confidencias que todos pueden presenciar. Es verdad, si no llueve y llega el tiempo en que sea todo estar en casa para defenderte de lo que, para nosotros, es un frío insoportable, sabemos disfrutar. Pasear abrazados, saludar a los vecinos del pueblo, amigos del instituto, gente que conociste un día y, ya, como si fuera de la familia, caminar hacia la vista del atardecer en la bahía de Málaga, lejana, o hacia la luna que amarillea antes de que se ponga el sol. No hacer fotos, ni sacar los móviles, salvo para confesar que vas a llegar más tarde porque no te puedes marchar, abandonando la fiesta, despegándote de quien te besa y te escucha, de la música y el aroma de espetos fuera de temporada que te dejan el pelo con olor a vacaciones. Vamos a tener que pedirle agua a los subsaharianos, a los murcianos, a los aragoneses, a los alemanes que, una vez jubilados, se nos meten aquí para no irse, salvo en una caja de pino. Otra cosa no, pero llega el Pilar y todo quisque tiene una mesa reservada en su restaurante de confianza para juntarse con los suyos y celebrar. Beberemos de lo que recojan nuestros ingenios de barro puestos sabiamente en las puertas de las casas para libar el goteo de la humedad y el relente. Nos ducharemos con Lanjarón, echaremos las sobras de la sopa en el retrete, y así, hasta que, desde donde les sobra, nos manden unos cuantos hectolitros de líquido inodoro, inoloro e insípido con los que paliar la desertización. Entre tanto, como la cigarra, vamos de fiesta y hacemos el amor. Cualquier día se nos viene una DANA de esas y nos hartamos de agua, pero hasta entonces, cuesta no disfrutar.

sábado, 8 de octubre de 2022

El afiladooooo

Coño con Nuria, de verdad, aprendió inglés y ahora no puede parar. Que vale que parle con los guiris, que escriba artículos internacionales y que farde de ello todo el rato. Pero por qué, Dios, me habla a mí y al resto de parroquianos del bar del pueblo en inglés. Es que no podemos con ella. Y mira que es hija del alcalde y que hemos jugado juntas en la calle y hemos ido al cole y celebrado cumpleaños juntos. Todos somos conscientes de eso. De que la apreciamos, de acuerdo. De que muchos, incluso, la queremos. Reunidos en su ausencia, cuando está en algún congreso internacional poniendo la cabeza como un bombo a guiris de distinta nacionalidad, aprovechamos y nos desahogamos. A ver, no me siento orgullosa, pero voté a favor. En cuanto volviese al pueblo, y solo si hablaba en plan gilipollas, la mataríamos. Y ocurrió. Habló la muy imbécil, y la matamos. Fue complicado. Principalmente, porque lo habíamos discutido y habíamos fantaseado, pero de planear, nasti. Así que fue feo. Una peli de terror tailandesa de bajo presupuesto llena de posesiones demoníacas se queda corta. Allí hubo tortas, primero, bofetadas y patadas, corridas a casa para buscar cuchillos mientras algunos la sujetábamos, después. Darse cuenta de que hay que apretar más el cuchillo contra la carne para hacer verdadera sangre, mucho después. Nos llevó cuatro horas matarla. Ya. Sí. Una crueldad y una cosa horripilante. Ojalá hubiésemos contemplado la idea de grabarlo y venderlo como snuff movie, pero no. Es lo que tienen los arranques. Fue sucio, lento, doloroso (para ella y para a los que ella mordió), comercial, seguramente. No estuvimos a la altura. Primeramente. Segundamente. Y terceramente. Al final, solo digo que no veas lo que cuesta limpiar tamaña barbarie, que, si bien me alegro mucho de que la pesada esa esté en el otro barrio, preferiría no haber formado parte del linchamiento. Que, si algún lector denuncia, diré que esto es un blog literario y que todo es ficción. Y que, para la próxima, me apunto el número del afilador ese que va en furgoneta por los pueblos dando por saco y que, por alguna razón, al nuestro ya ni se acerca.

viernes, 7 de octubre de 2022

Mejor que estar por ahí cagándola, tinta y papel

Voy con pies de plomo. Por donde paso, todo se mustia, se seca y desertiza. Y a mí que me encanta la yerba. Que cuando llegan las elecciones, busco entre las papeletas un partido herbal que manifieste su desinterés por cambiar nada y solo tener todo llenito de césped y yerba, y no encuentro más que el oscuro ideológico de los verdes, que igual están hoy defendiendo una bandera perpetua que te permite bañarte con olas de diez metros, que poner todos los semáforos en verde y que el sol salga por Antequera, que pintar todas las paredes de verde, que cambiar el himno de donde sea por una copla que alabe la albahaca y el perejil. En fin. Doce elecciones entrando y saliendo del colegio sin meter papeleta ni decir hola y adiós. Ni quejarme. Ni proponer, que no es mi propósito vital engendrar ideas en las mentes ajenas. Pues eso. Que voy con pies de plomo. Salvo cuando me tomo un par y me pongo a largar. Que la lío. Pero cada vez menos, porque me he dado cuenta de que nadie me hace ni puto caso. De todos modos, he aprendido a andar de puntillas, para no joder el verde suelo que tanto me gusta. Para ni tocarlo ni en palabras. Para administrar mis pisadas como si fueran las manos del rey Midas. Habitaciones de oro y ni un puto brote de vida. Un buen castigo, si es que alguien merece darse el trabajo de castigarlo. Yo voy con pies de plomo, porque la vida es cartilaginosa, tiene como arenas movedizas que te tragan, está, la muy zorra, llena de carteles con ofertas de mentira, para que piques y entres en una tela de araña. Y encima, con ese problema mío de devastación pasiva, además de recibir un desengaño y arruinarme económicamente o emocionalmente, lo dejo todo hecho una pena. Así que, ya les digo, no me muevo de la silla, los pies vendados en kriptonita, frente al ordenador, transcribe, escribe, responde, contesta, tramita, dormita. Conciencia herbal y no herbal, pues no soy destructiva con el mundo que han de heredar los demás. Faltaría más. Ya tengo culpa para rato con mis faltas, errores, delitos y pecados, como para seguir hiriendo al mundo comiendo carne, contaminando con mi coche y engatusando a angelitos engatusadores que al final no son tan malos y sufren. Aquí me quedo y, si me ven por ahí y notan que ando raro, sepan que no es que esté artrítica perdida, es que voy medio saltando, tratando de levitar. La verdad, seguiría escribiendo hasta el final de los tiempos. Inventando mierdas que a nadie importan y que nadie leerá, pero me da que esto cuanto más breve, mejor. Así que adiós.

jueves, 29 de septiembre de 2022

Deberes

Voy por los pasillos de casa disculpándome por las habitaciones: perdona, cama abandonada; perdona, despacho; perdonad, sábanas; perdona, edredón; perdona, ventana cerrada. Clausurados algunos cuartos, coche olvidado en el aparcamiento, ropas que ni reconozco, encerradas en un enorme armario. Zapatos que no me pongo, bolsos que no quiero, comida que no me como. Perdona, nevera, por usarte solo para lo que te uso; disculpad, albóndigas del Ikea que lleváis ahí congeladas varios años, junto con algo que juraría que es un pulpo. Tengo que escribir, como deberes autoimpuestos, un algo que explique por qué. Por qué te entiendo y oso ponerme en tu pellejo. Disculpad, carpetas de apuntes, exámenes de hace más de 15 años en AZ dejados de la mano de Dios y amontonados en un armario metálico en mi despacho, allí donde trabajo. Perdón, perdón, perdón. Sé que esto no es lo que querrías, Paloma, pero qué te digo. Sé que lo hiciste porque estabas cansada, hasta las narices, exhausta, te sentirías sola e insegura, y también un poco convencida (no tanto por tu propia inteligencia como por la de otros) de que no se puede tener nada parecido al amor o a la confianza, propios o hacia otros, cuando hay necesidad por medio. Y, a estas altura de la vida, estamos todos bastante necesitados, yo igual que tú. Eso, creo, añadió un poco tristeza a tu agobio general. Eso, y lo negro que lo ves todo después de tomar unas copas en la soledad de tu ático, que vaya mala idea, perdona que te lo diga. También, creo, se te hizo presente eso de que todo lo que haces lo puede hacer otro. Que no hay nadie imprescindible, que el mundo seguirá cuando te hayas largado y todo eso que ya sabemos. Clichés, Paloma, clichés. Que tanta prisa y tanto ser puntual, tanto cumplir, tanta exigencia van a significar nada en el recuento de una vida entera cuando cruces el umbral del retiro. Que hoy es hoy y que siempre será hoy. Y ayer solo existe para tomar impulso o avergonzarte, arrepentirte, o sentirte aturdida de orgullo, y todo eso se olvida. Igual que mañana: no existe, solo es una agenda atestada de letras que forman palabras y palabras que forman frases y suenan a obligaciones. Que lo hiciste porque estabas cansada, dolorida y harta. Harta probablemente de sentirte abrumada, y culpable, y explotada, de pensar y temerte que vas a seguir igual, por más que te digamso que no. Sonrisa en boca y asintiendo mientras te duele hasta el alma. A lo mejor solo necesitas vacaciones, vacaciones de pensar. Yo qué sé. Lo que sé es que eres tan débil como yo y como el que más. Y que debes buscar la forma de empezar a pensar antes de actuar. Y ya. Fin. Créditos. Aplausos y abucheos por igual; bueno, puede que más abucheos, en realidad, muchos más; yo, como si nada, hago una reverencia y se baja el telón. The End.

domingo, 25 de septiembre de 2022

Nuevo y mejorado: SI LO SÉ NO VENGO

Del autor del Clip y La viuda, un no-tan-corto-como-debiere canto existencialista al desarraigo y el vacío que se podría haber escrito hace 20 años (y, de hecho, se hizo)
Existen lugares enormes, ciudades en crecimiento exponencial, robando a los páramos y colinas de alrededor el espacio natural, haciéndose más y más sitio con bloques y barriadas donde en cada calle se puede olvidar la diferencia entre el día y la noche, el verano y el invierno, con locales que echan persianas llenas de grafitis y montones de basuras en cada esquina y pivotes para que los vecinos se metan el coche en donde les quepa,... Se hacen una idea. Allí no hay geranios. Sí hay museos. Muchos. Y cines y teatros y exposiciones, actividades de varietés, prostíbulos, afters, vida cultural, social, política, administrativa, institucional, con embajadas y ministerios, senado y tribunales, cada cosa con su sede y, en algunos de esos sitios, fotos de geranios. Andando no llegas ni al final del barrio, así que vas en un transporte público, invento de una mente desquiciada: abajo, abajo y más bajo, muchos metros bajo el suelo, en trenes subterráneos atestados de fantasmas. Como en una mina polaca, donde tras media hora en un ascensor, bajas a lo que imaginas que es el infierno y en el que, por supuesto, Belcebú, hermoso, reparte trípticos y da instrucciones a los turistas. En la luminosa y próspera ciudad, todo son prisas, empujones y codazos y ni perdone ni buenos días. El buzón del apartamento de 20 metros, atestado de publicidad, te avisa de que estás más sola que la una y que más lo vas a estar. Así que te pasas por la exposición de arte moderno de la acera de enfrente de tu bloque para no tener que asfixiarte (o congelarte) de pena en aquel nido compartido que solo tiene la ventaja de estar frente a un local transgresor que se atreve a abrir sus puertas en un lugar sórdido. A ver si lo ponen de moda y suben el caché de un asco de barrio muy, muy, muy lejos del centro, que podría convertirse en un paseo lleno de starbucks y restaurantes veganos. Decides que, o esperas a tan esperanzador futuro, o haces las maletas y sobre ellas duermes un último día de aventura, contenta de que no te hayan robado demasiado. Vuelves a "casa", básicamente porque la galería ha cerrado, y el espectro con el que compartes gastos sigue ahí. Coño, te habías olvidado. Te enamoraste hace un año. Tu pareja te mira, tuerce el gesto y sigue con lo que estaba haciendo. En la nevera, solo cerveza barata. En el baño, toallas mojadas en el suelo. Me voy a la cama, amor. No hay respuesta. Bueno. Casi mejor. Todo lo que se dice suele empeorar lo peor.

viernes, 23 de septiembre de 2022

Hay mucho que contar

Título: Son muchos datos y hay mucho que contar. Historia del orden y el autocontrol en el relato de cualquier cosa y en el cuento que nos contamos y en cómo ver las cuestiones más diversas desde tantas perspectivas hace que preferirías no tener inteligencia. Resumen: Tengo obligación voluntaria (olé, la retórica) de volcar en un escrito o en un cuento oral algo, lo que sea, que me parezca importante contar a otros o a mí. Tengo mucho en la cabeza, apuntado por doquier, en digital, en analógico, en imaginación o memoria o en potencial formato tangible. Vamos, un lío. Te acuestas y lo ves todo claro. Sueñas, y lo pones todo en orden y tiene sentido. Despiertas y al carajo el sentido. Otro título: Hay demasiado que contar y muy poca habilidad para hacerlo o De cómo se puede ser incapaz y, en lugar de reconocerlo y tomar el sol y beber cócteles, insistes en un imposible hasta reventar. Estado de la cuestión: Jodido. Nadie ha tratado nunca el tema como necesito que sea tratado. Mucho menos yo. Hay literatura a montones (y bastante despreciable, por cierto) que no sirve para un carajo. Alguna vez, entre los escritos de poetas o novelistas muy torturados, han quedado impresas impresiones de sufrimiento ante la impotencia y el hastío, ante el deber, la búsqueda de lo sagrado (entiéndase esto en voz de una incrédula) y el deseado placer porque sí, porque solo se desea ser y estar feliz. O sea, entre Whitman y el subidón y Miller y la destrucción pagana o reconocimiento de ser como todos y no tener más que hambre, sed, sexo y desencanto, vamos, derivando en un mar de locura perpetua y en el que lo físico es lo sobresaliente. El navegante en busca de su ballena blanca que flota en una charca con apenas unas desnutridas ranas. El enamorado de sí mismo que retiene la imagen de la bruja como alter ego inocente y sabio, pero encuentra que el espejismo le desborda. El deseoso de cumplir, que al final entre tantas voces en su cabeza, sucumbre al deseo de poder. La voz del loco contando nuestras vidas de modo desordenado y casi ininteligible. El marcado por una infancia, una madre, una época, un ansia de huir que revierte en un ansia de regresar. Y ese regreso, siempre teñido de falsedad literaria y sin final. Así que sin antecedentes claros. Método: Principiar por el principio, si es que lo encuentras, seguir por los derroteros de la vida que te ha tocado, ser de tu época, aunque no la entiendas ni la aprecies, ni haya nada en esa época que te dé motivos para persistir. Después, algo desencantado, fingiendo que has dado los dos pasos anteriores, el tercero: escribir, contar, contarte, ser mediante palabras lo que no eres sin ellas, vaya, lo que no eres. Tras esta farsa, el mirar cuadros, amaneceres, vivir amores, sentir placeres, comer mucho, beber más, tener experiencias (maravillosa excusa para pasarse a la locura). Y volverte loco. Hablar sin sentido de las cosas importantes y de las maravillosas, no creer en lo real sino en lo fantástico, mentir y mentir sin cargo de conciencia. Matar en verso. Cabalgar el pasado y perder la noción del tiempo. Saber que hay cosas que son, pero no distinguirlas de las demás. Pasito a paso. Darte cuenta de que te has vuelto a perder y empezar de cero. Echarte de menos y seguir haciéndolo. Dar forma a algo para descargo de tu conciencia. Escribir a un hombre sabio. Escribir para desconocidos. Decir insensateces para defecar el rencor, el aburrimiento y las mentiras. Y seguir y seguir y seguir, porque si no sigues es que, por fin, te has muerto. Y nadie en sus cabales resiste "la putada ontológica" que es no ser, después de haber sido. O sí. Yo qué sé. Conclusión: El dolor de estar vivo es señal de que lo estás. Haber nacido ya es una puta responsabilidad de mierda. No saber qué decir con tanto que contar es lo que se llama falta de talento. Hacer teatro cabe en cualquier lugar y vida y toca reconocer que fingir, ser alguien de mentira en lugares virtuales es lo que te ha tocado en la lotería universal, con boletos que encuentras en tus bolsillos a montones, llenos de polvo y arena, que están ahí y tú no los habías visto jamás.

viernes, 16 de septiembre de 2022

Todos mienten

Hay un episodio de House que no se me quita de la cabeza. Perdón. Hola. ¿Estáis bien? Sí, ¿verdad? Me alegro. En fin. Por si acaso, confirmo que soy yo y no uno o varios de los imbéciles trolls que rondan por acá. A lo que voy. Que pienso mucho en la muerte de Kutner. El Kutner, para los raritos que no hayan visto la serie de House al menos tres veces enterita, es un miembro del equipo del House. Un tipo muy optimista, listísimo, bondadoso y con una sonrisa perpetua en los labios, empático, y que nunca en ningún momento dejó de adorar a House por más cruel que fuese. Lo puto mejor de la serie. Entonces, los fideputa de los guionistas lo suicidan. Y nos dejan un mal cuerpo que te cagas. Es verdad. Yo, que no soy de llorar, a punto estuve. Pues amanece muerto de un tiro que se pega él mismo un día que no venía a cuento. Y al House le da por pensar que algo ha pasado. Que es culpa de sus padres (adoptivos), quizás suya porque es un verdadero tirano, quizás algo externo que debe investigar. E investiga. Tol puñetero capítulo buscando razones, eso es lo que hacen los científicos, y no encuentra. Después de dar mucho por saco a todo el mundo y principalmente sentirse megaculpable, se da cuenta, el masca de los mascas, que puede que el Kutner estuviese deprimido y ya. Con depresión de verdad, no eso de qué día tan tonto tengo que estoy depre. No, colegas. No mezclen. Y el House llega a la conclusión de mierda de que Kutner fingía como un puto amo y lo engaño hasta a él. Que se ha quedado sin su favorito y no había nada que hacer. Que era imposible evitarlo, preverlo y cambiar lo pasado, to frustrado y tratando y trantándose como si todo fuera menos importante que el Kutner, ya muerto. Y eso. Solo eso. Pienso en ese capítulo. Me doy cuenta, no piensen que soy subnormal, que es cosa de los guionistas y que el actor que hacía de Kutner encontró un curro mejor. Pero vaya, que quitando la realidad y lo tonto, pienso mucho en la muerte de Kutner.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

¿Eres feliz? Yo, no

Estoy haciendo nada en mi cachito de jardín colindante al de una familia ciertamente ruidosa. Yo no hago nada. Solo estoy ahí sentada, pensando en si hace calor o no tanto. Pensando en vaya rollo tanta soledad y ellos venga gritos a los niños y entre ellos. Gritos de vida y de normalidad, entiéndase. Haz los deberes, que te des prisa que vamos tarde, que no le pegues tanto a tu hermano que ya tiene lo suyo, el pobre. Que cojas la nevera. No, cójela tú, que yo llevo el carrito y la sombrilla y estoy hasta el **** de gritos y de prisas. Que vale, pero no me hables así. Pues eso. Y yo, alquilada hasta junio, soltera a mis cuarenta, sin hijos ni pinta, sin pareja, sin hobbies, sin que me interese un pijo esta novela. Y deseo con toda mi alma decirle: "Mª José, eres feliz, ¿verdad? Pues yo, no. Deja ya de gritar. O sigue gritando que de algo me he de alimentar." La envidia es una sensación, no un sentimiento, muy rara. La sientes y te defrauda ipso facto. Si fuese un sentimiento duraría algo más, digo yo. Pero no. La mía al menos, no. Ella, él, los niños, juguetes, sombrillas, familia, piscina inflable, familia otra vez, los tienen de los nervios, pero no los hacen infelices. De hecho, al llegar la noche, volver de donde sea que han ido y acostar a los putos críos, se quedan tranquilos planeando comidas y pelis para ver. Y se acuestan temprano. Y hablan de ahorrar para arreglar no sé qué de la cocina y seguramente, esto es conjetural, se abrazan sin soñar en vacaciones, cruceros, islas del mar Egeo, pijadas y decoradores. Se abrazan y se quieren, tan gorditos, tan normales. Mientras yo hago sudokus, bebo, fumo y pienso qué bien que no tengo nada que perder ni nada que ganar. Voy a beber más.

Queridos tribunos

Esto ya es hasta conveniente. La verdad es que me viene bien. Y que no voy a nadar contra corriente (cojones, venga pareados, ni el puto Lope, que segurito que es pariente). Y a lo que voy. Que no es nada poético ni interesante. Que sé de buena tinta quién de vosotros ha escrito esa última mierda, que es lo que os alimenta, porque piensa que su novia está buena. Y yo, que sé cuando una tía está buena, ya te digo que no, colega. Que lo siento, pero no. No está buena. Que tiene una cara mona y pesa poco, pero buena, lo que se dice estar buena, no lo está ni lo estará. Además, por más que finjas faltas ortográficas, te delata cuando -sin querer- puntúas medio bien. La cosa. Me da igual. He aprendido a dejarme llevar, en plan zen (no estoy segura de esto). Que todo fluya (de esto, tampoco). Que lo que tiene que pasar, pase, y tal. Y esos insultos me parecen pueriles y ese esfuerzo por estar, ser, parecer, me da pena. Así que lo dejo todo como está. Sin mandaros a tomar por el culo, que ya querría más de uno de vosotros. Sin corregir, sin borrar, sin tatuarme: "Me cago en tus putos muertos A..." en Gothicanoséqué. Sin nada. Hala. Mi página es vuestra página. Mi sitio, el vuestro, mis lectores no sabrán si estamos locos todos, o soy yo sola la que estoy loca. Clientes que no pagan, no pueden reclamar. A Antonio Orejudo le tengo devoción, como los de "Amanece que no es poco" a Foulkner (Fulner?) o más. Así que andad, dad la lata. Que se nota que os aburrís y eso es triste de cojones. Porque, otra cosa no, que no digo nada de vuestras deformidades, pero el aburrimiento es de otro siglo y aquí viene bien saber que hay desgeneracionados-desgraciados sin nada mejor que hacer que entrar a hurtadillas, mientras yo -por decir algo- tengo sexo salvaje o mejor, y se creen divertidos y medio importantes. Colegas, no es por ofender a la gente que entra aquí y lee (hola y adiós, me temo), pero esto es un páramo y un desierto. Y para daros notoriedad, buscad otro lugar que, creo, alguien se ha ofrecido diciéndonse nocturno, alevoso y tan masoquista como yo. PD: Que os toque la lotería, encontréis un fardo de chocolate en la playa de Torredelmar o que ocurra la improbable idealidad de un aprobado general y acabéis la puta carrera. PD2: Todo sin acritud. Sonrisas. Pulgares parriba, al centro y pa dentro. PD3: Inocente lector, mis respetos. Gracias por sus instrucciones. La verdad (entre nosotros) no puedo cambiar la clave porque se me ha olvidado y la máquina esta es muy suya y no me deja hacer nada si no me identifico como dueña, propietaria, creadora y madre del blog. Espero disipar sus legítimas dudas y que entienda que esto es un frenopático virtual.

sábado, 3 de septiembre de 2022

Ke ase, Pili?

Ola, Es savado. Y la loca del blog debe estar con el novio ese que se ha echado, renegrío, larguirucho y con pinta de tener mucho de gitano. En bolas, él, y descalzo, armando un escándalo que los vecinos estarán, creemos, recogiendo firmas. A saber. En fin. Que no es muy lista. No decimos nada de su inteligencia, que conste. La mujer estudió y bien, pero lista, no es. Cómo cojones (por eso cómo va con tilde, colegas) nos dio permisos ilimitados para jugar, entrar y salir, escrivir, y hacer de este el lugar de desahogo de unos/as/es cuantos, cuantas, cuantes, medio desconocidos/es/ as etc... Sí, ya. Que le va la marcha y lo suyo es probokar. Pues que se joda. Aunque probablemente, ya lo estén haciendo. Emberdad, nosotros nos juntamos para cosas más interesantes. Hablar de los límites del universo, de la vergüenza que nos da la gente que no tiene güevos y se dice agnóstica. Pintar arrobas para despistar en las paredes del vecindario. En fin. Los fines de semana. Qué os cuento. Pero hoy es un día anodino, falso alargamiento vacacional, una mierda, porque tenemos exámenes y ya no nos gusta ni podemos hacer lo que solemos (que no me da la gana de contarlo). Y decimos, a ver, tí@s, qué coño hacemos que moleste sin quemar recursos naturales ni destruir bienes comunales que hoy no pega. La playa, impracticable. Holas, ruido, desesperados domingueros aguantando el vendaval y dejando que los hijos se les ahoguen porque no les llega para los uniformes de todos. Ya ahorraron en preservativos y, claro. Ahora ya no hay vuelta atrás. Y lo de la ley del aborto nos llega tarde a todos. Es que ahora ya tenemos 400 niños, porque nos gusta follar. Y lo de los preservativos está muy caro, antes, ahora y después. Que venga vacunas, pero de otras cosas ni hablamos. En fin salimos de un curro, que os ahorro (aorro???), sudados y con muy mala leche. No somos nosotros de comer y echar la siesta. Somos de Ciencias. Entiéndase. Así que benimos con la mala leche que te da el septiembre este, esperando un tornado que por nuestros cojones no va a haber y no nos queda otra que machacárnosla frente a internet. Y, claro, los vídeo son tan tan tan buenos que en diez minutos o menos, estamos todos/todes/todas, de nuevo sin nada que hacer. Y aquí va el desahogo. Anonimo para vosotros, no para la idiota. Así que Ola Ke ase Pili. Te joden nuestras palabras. Biba el Bino, Biba Galicia, La Estrella, y mi novia que está muy buena. PD: La culpa es vuestra por leer. PD2: Lo hemos estado hablando y lo de llamar al novio de esta gitano puede parecer racista o algo. Sabemos, porque somos de Ciencias, que la cosa anda regular con este grupo étnico en particular. Y debemos decir, sentimos que tenemos que hacerlo, entended, prigaos, que nos ha salido sin querer, pero ahora nos alegramos. No somos asín. Pero que esto le jorobe es una prioridad. PD3: Queremos que gane el Betis. También por joder y porque much@s somos de Sebiya.

martes, 30 de agosto de 2022

Tal día como hoy podrían haber tomado la Bastilla (o cualquier cosa)

La culpa es mía. Compartir este espacio con otros que escriben, gente analfabeta, gente borracha, gente sin horarios ni credos ni hostias, fue un error. De tarde en tarde, entro en el oscuro lugar, esto, escondido, sin fondo, sin forma, sin mucho sentido, y veo escritos que obviamente no he escrito yo, porque lo sabría y porque no entiendo nadita de lo que cuentan. Y sé que alguno de mis compinches con clave han hecho de las suyas. Y aunque da igual no entender una mierda, da rabia lo de las faltas ortográficas. Estoy por cambiar las contraseñas, las señas, el lugar, el color, todo. Coño. Cambiar todo. Y bloquearlos por todos los sitios en que se pueda bloquear a la gente. Pero ya saben que no. Que ladro, pero no muerdo, que arreglo un poco la ortografía, estilo maestro Korreas, y ya me quedo tan ancha, si bien mosqueadilla, pero lo dejo así, aunque no sepa de qué coño hablan. Me entra la paranoia. ¿Hablan de mí? No. Joder. Egocéntrica. No le importas un carajo a nadie. Menos a estos subnormales. Que si les haces falta, te vienen a ver y, si no, te escriben cosas raras en tu blog. En fin que menudo terral, que qué lluvia tan fea, que qué desagradable te pones cuando las cosas se ponen feas, que esto y aquello y ya paro que parezco uno de ellos. Farsantes. Mentirosos que quieren verme porque no tienen dónde caerse muertos. Falsarios, fariseos sin blog ni lugar en el mundo. Os detesto. Que lo sepáis. Y, porras, no escribáis más que dan arcadas. Malditos acólitos (acabo de aprender esa palabra y tenía que usarla), idos todos al blog de otra incauta loca.

lunes, 22 de agosto de 2022

Take this Walz

Es bonito el sonido del viento en los plásticos superpuestos en ventanas sin acabar. Ojos que miran al mar, borrosamente, porque el plástico no es cristal. Bajo mis ojos, enanos hoy, hay lunas crecientes del revés, de un gris oscuro que se ensancha y oscurece conforme pasan los días. Mientras, el viento, alegre, juega con mis ventanas de mentira, rompen el silencio y suenan como música celestial, que recuerda algunos momentos en que entre plásticos se fue muy feliz. El suelo está limpio, hay un colchón y luces y músicas tenues. Era verano, o a lo mejor no era solo verano. Hubo canciones y risas y bailes y orquestas en mi mente que tocaban un vals de Leonard Cohen, que no es vals, pero los representa. El único momento que era verdad cuando lo escuchamos. Mientras buceábamos en músicas de todos los idiomas patrios, sintiéndonos parte de alguna patria llamada nosotros.

Un poco de Keats

I never knew before, what such a love as you have made me feel, was; I did not believe in it; my Fancy was afraid of it, lest it should burn me up. But if you will fully love me, though there may be some fire, 'twill not be more than we can bear when moistened and bedewed with pleasures. J. Keats.

domingo, 21 de agosto de 2022

Ventajas y desventajas del final

No es que sea mañana precisamente que se acabe, pero se presiente el final en casi todo. Hay como una melancolía, al tiempo de cierta premura de hormiga que ves en los demás. Apurando sus copas, haciendo viajes, planeando fines de semana, saliendo, entrando, absorbiendo desesperadamente los aires de agosto, -que, por otra parte, han sido un infierno, lo reconozcamos o no. A mí algo de todo esto me viene bien. El pasar desapercibida, ser casi invisible, estar borrada de la mente de los otros. Desaparecida. Y la suerte de que los días se hayan acortado y la puesta de sol se alargue y empiece a una hora que me permite sacar mi nariz de la cueva y asomarme al mundo, cuando solo quedan los restos del torbellino multitudinario de las horas previas: papeles, bolsas de plástico, niños abandonados, sombrillas que huyeron de sus propietarios probablemente aprovechando una racha de viento, hartas de escuchar sandeces a un volumen insoportable para una sombrilla. Y yo me cruzo con los cientos de inquilinos de la playa cuando toca retirarse y me mojo los pies como si acabase de aterrizar desde el puto Marte. Camino por la orilla. El agua está templada; un poco, por haber recibido el sol de un día brutalmente caluroso, un poco por haberse quedado con parte de la temperatura de tantos cuerpos que la han transitado. Todo me beneficia y me viene bien. Está limpia, se ven piedrecitas, conchas y trocitos de cristal regastado que seguramente fueron pedazos de una botella rota arrojada vilmente al mar, que ha hecho de sus trozos suaves teselas. Me cae bien el mar, un Mediterráneo como el de ayer o como el de hoy. Tranquilito, templado, paciente, esperando que nos extingamos para seguir aquí tranquilo, paciente y templado, solo él, las medusas y los peces. Me viene bien el paseo, se hace de noche cerrada, me ha aliviado la angustia con la que vivo últimamente, una como presión en el pecho muy rara que achaco a alguna alergia estacional. Me marcho cruzándome con decenas de personas vestidas de domingo, que salen todas a la misma hora a cenar. Los dejo atrás y me dirijo a casa a leer abrazada a la almohada.

martes, 16 de agosto de 2022

Viajes

Me acuerdo de cosas. Recuerdo haber sacado la cabeza de la arena y escupir hasta recuperar el aliento, una vez que dejé de sentirme inmortal. Recuerdo. El dolor de mi mejilla derecha, tras minutos, segundos, de sol. El dolor. Lo recuerdo bien. Casi creo que es cierto que estaba ahí, mirándome,lamentándose por vivir tanto, pasándome un testigo que no entendí. Recuerdo el absoluto, durante un instante infinito. Recuerdo licores extranjeros y repugnantes. Helados parajes en los que no debí estar jamás. Desérticos emplazamientos a los que llegué, aventurero, y de los que no pude escapar. Y el regreso, soñado, ensoñado, embustero. Aquello que no es verdad, pero te ayuda a entender la verdad. Y, de nuevo, la tormenta calima, roja, arcillosa, húmeda. Algo que te convertía en estatua tanto tiempo que te creías realmente estatua y eras ciertamente estatua. Con esos adverbios tan poco elegantes, con esa asfixia y esa locura estática. Impedidos los movimientos. Rojos los ojos, rojo el pelo, rojos los brazos, hundidos en el rojo los pies, el torso y el resto del cuerpo. El pelo, larguísimo, como tras décadas sin salir de ahí. En un sitio sin fin, enormemente plano. Y algo en mi mente, supongo, que debería ser un sueño, que me impedía salir. Y, raro, el placer, también rojo, acalimado. Sensación mental de algo que no existe, o quizás existiría mientras habitaba entre el ocaso y la salida del sol. Un sol odioso. El sol deslumbrante, ardiente, abundante, doloroso, que embiste y te deja sin respiración, que no es sol, ni luz. Solo eso. Ardor. Es un sueño, me digo, esa fuerza que empuja como el viento loco de poniente, furioso, que te cambia de postura, que te hace girar y girar. Y, bajo tierra, sientes que estás flotando y disfrutas, sin disfrutar porque sabes en el fondo que, aunque recuerdes, nada es de verdad. Que hay que despertar. Escupirlo y despertar. Dejarlo marchar y regresar. Y olvidar. Sobre todo, olvidar. Echarte en brazos de la realidad y llorar y dormir acurrucada en los brazos de las viejas esperanzas que te expulsaron y ahora te dejan regresar.

domingo, 31 de julio de 2022

Polvo

El tiempo pasa que es un horror. Sí. Rápido y cada vez más rápido. Hoy, echándote de menos, he releído toda nuestra correspondencia y vaya si hemos escrito, nos hemos querido y nos hemos odiado. Y eso que estoy molida, me duele todo. La semana, devastadora, y estos fríos tan malos para los huesos. Y tú, que no acabas de reconocer quién eres y el rollo de tus padres, los vecinos y la gente. Que a estas alturas del siglo XXI, ya o te matan (que la regresión es un hecho) o te aceptan gloriosamente como la niña, la niña, la niña, qué tiene la niña. Pero no. Vernos a escondidas. Mentir a tus otras amistades (porque eso soy, ¿no?, otra amistad). Y soltarme la mano en cuanto llegamos a tu barrio. Pero, cojones, el tiempo ha pasado y ya son años (con -s porque es plural, id est, más de uno) y seguimos igual. No seré de esa gente que diga que me has hecho perder el tiempo, porque el tiempo no se ha perdido, ni nos ha vencido (a mí me ha quemado, pero eso es para otra entrada menos festiva). Se ha sido feliz, infeliz, psicópata, acosadora, víctima y culpable. Se ha molestado a los vecinos, ha habido voces y llantos y rupturas de dos días y reproches por ambas partes. En fin. Que en nada, llega el día 2, y es la fecha en que celebramos el milagro de no habernos separado. Y sé que tú, porque lo dices todo el rato, estás loca por mí. Y yo, bueno, vaya, te quiero y me costaría un huevo prescindir de ti. Amor entre el viento y la marea y las ballenas comandando naos desesperadamente inverosímiles. Como si otra nube roja escupiese sobre nuestras cabezas polvo rojizo y dejase todo borroso y sucio y raro, sobre todo, raro. Una calima de amor, odio, vergüenza y felicidad. Un polvo que nos ha cubierto y nos ha hecho parecer pelirrojas, acartonadas, secas, brillantes. Si sale el sol es peor. Si no, tampoco es mejor. A lo que iba. Yo solo quería felicitarte el aniversario antes del día 2, por si no llegamos, por si el 1 se jode todo y el 2, ya ni nos hablamos. Que recojas tus camisetas y minifaldas y las medias. Que esta no es tu casa, que si no podemos contarlo, no vale para nada. Pues, no, pues me arrepiento de ser tan necia y qué más da si no se puede contar. Que estoy de acuerdo. Lo entiendo, lo admito, lo consiento. Nos escondemos bajo una sábana manchada y seguimos sin el resto del mundo, polvorientas, con la ropa interior desperdigada por el suelo. Tu pelo suelto, dejando rastros en mi ducha, en mi suelo, en mi lavabo. En mi interior. Ese pelo moreno y largo con ondas que desafían el viento y siempre (dios sabe por qué o cómo lo consigues) está suavísimo y huele a polvos de talco. Me siento al borde de un abismo del que no, por miedo que tenga, me voy a despegar y eso que sufro de mal de alturas, agorafobia, sinceridad aguda, extroversión fatal y desesperación total (diagnosticada). Te espero. Esperaré al día 2. Para escondernos de lo que te asusta. Para, una vez escondidas, vivir del polvo rojo y único que la casualidad hizo que nos fuese imposible rechazar, imposible olvidar, imposible volver a vivir sin tu tacto y tu olor de tierra desértica, arcilla desmenuzada. Te regalaré pastillas para el olvido, cápsulas de valentía, humo de superioridad. Haremos una fiesta en clandestinidad. Una macrofiesta con luces rojas, como nuestro polvo, para dos, sin sitio para más.

martes, 19 de julio de 2022

El mundo arde. Y yo ardo con él

Despierto. Aunque no estoy dormida, despierto. Sé que no estoy dormida porque, cuando duermo, me duele todo el cuerpo. Y ahora solo me duelen otras cosas. Él dice "lo siento", yo digo "no, no lo sientas". ¿Cómo no te iba a querer de un día para otro? Me cuesta decidir dónde van los puntos, dónde van las tildes, dónde encajo yo en esta marea de noticias desesperantes. En la fatalidad, -oh Leoncio-, de ver la montaña rusa que son algunas vidas. En el despropósito que es conocerme y olvidarme a un tiempo. Las cosas de esta época son, al menos, estimulantes, no como si lo estimulante fuera bueno, pero creo que tengo la suerte de vivir tiempos extraños. Y lo extraño es siempre interesante. Y lo interesante es siempre inspirador. Y lo inspirador hace que la vida tenga sentido, aunque se quemen bosques perfectos, aunque todo se desmadre, aunque hasta la protesta del más obtuso de los imbéciles que escribe en twitter (vaya tela de mundo) sea un motivo para cambiar el rumbo de un país, de un continente, del puto entero Occidente. En fin. Esta época. Con sus terremotos, sus escándalos, sus volcanes, su cambio climático, con su no saber si lo que lees es verdad o mentira, con pasar del telediario, con todo el mundo ardiendo del calor y la dejadez, con los drones grabándonos follando, con música clásica remasterizada horteramente, con un ejército de hormigas en las cunetas, como avisando: ¡Aquí! Con la vuelta atrás del pensamiento, ¿pensamiento?, humano, con la decisión constante y deprimente de dejarte todo el rato -a ti, mi amor-, de lado. Con la convicción de que algo peor vendrá y espero verlo para contarlo. Se nota que leí mucha poesía y muchas historias desastrosas y que todos somos Henry y Henry somos todos. Y me doy un poco de asco. Otra vez, siendo egoísta. Otra vez, pasando páginas escritas en ebriedad, viendo y pensando, sí, que es la mejor época para que alguien curioso por los cambios, por terroríficos y acojonantes que lleguen a ser, está aquí para dar fe, cual notario impertérrito, pero sin estudios ni imperterritez. Pensando, pensando, es que ser alguien transfronterizo en el tiempo es un lujo, pues si la hubiese diñado cuando debía, no habría podido ser. Que sigo viva y este desastre es mi algo que contar.

viernes, 15 de julio de 2022

A una

Sea por lo que fuere, a una le gusta la gente que realiza trabajos útiles y que ayuden a vivir mejor a los demás. Un poco como Will Hunting, creo que es mejor hacer casas y ganar poco que derruirlas, jugar en bolsa y hacerte rico, con cochazo y mujer e hijos rubios con cuatro apellidos. Llámenme imbécil. Si tengo que elegir entre alguien con tres másteres (de pago) que tiene una mansión o un guapísimo albañil que está todo el día currando al sol con dos botellas de lanjarón rellenadas con el grifo, me quedo con el número 2. Qué hago. Estoy de seres pedantes y adinerados, de buena familia y con mil compromisos, hasta el copete. La verdad. Y, aunque más me valdría hacer de mi escaso atractivo y los días que me quedan de juventud para hacerme con un buen partido, prefiero hartarme de reír, oír frases que ninguna dama debería oír y ser feliz así "en plan barrio", porque también una fue de barrio y cuando oye hablar su "dialecto" se le saltan las alarmas de las simpatías, la alegría y el deseo. Arruinadita, pues, como en una copla de mucho folcklore y machismo anticuado, va una por la vida, rechazando propuestas de abogados no tan feos, mas idiotas y sin gracia. Y creo que me quedo para vestir santos, pero -oiga- con mi dignidad intacta y con amistades normales sin rango ni alcurnia, pero con muchas risas. Seguramente, esto debería tener un final, una conclusión, un consejo, una cosa de esas que tienen los cuentos medievales tipo el Conde Lucanor. Como una moraleja, que ya me suena a barrio pijo y no la uso sin ser la pobre palabra término desagradable en su sentido ni en su forma. Pero prefiero no dar consejos que el conde sabrá qué hacer y yo, aunque no lo sepa, ya veré con quién comparto mi tiempo y de quiénes me alejo pitando con excusas muy educadas. A vivir, que son dos días y ya he gastado tres. Besos, hermanas. Abrazos, resto. PD: Habranse ustedes dado cuenta de que no he incurrido en la conversación de ascensor, harto necesaria por otra parte, de qué mierda de puto calor hace que nos vamos a morir. Ni he hablado de las cantidades de hormigas y cucarachas que he tenido que masacrar estos días para mantener mi casa a salvo de asquerosos bichos preludio del fin del mundo. Lo hago por ustedes. No querría que pensaran en mí, toda señorita, pisando descalza arañas e insectos que parecen alienígenas con una sonrisa de maldad disfrutona en la cara (yo, que los bichos -estos al menos- no sonríen). Así que no lo digo. De nada. PD2: Una postdata es poca cosa y creo que merezco decir que hasta el maldito lunes con sus obligaciones de mierda no me pienso poner sujetador. (Pal que no lo sepa soy una tía, aunque no lo parezca).

viernes, 20 de mayo de 2022

No entres dócilmente por el aro

Todos sentimos un gustito de autocomplacencia cuando nos dicen lo listos, lo guapos, lo presentables, lo bien que hacemos todo. Qué persona maravillosa, cuánto quieres a tu pareja. Qué ideal que eres. Qué perfección de carácter, qué divina tu paciencia. Y así, conformando al mundo, pasas la vida quedando bien. Ole. Pero, pero, pero... para mí que saber estar no es saber ser. ¿Y esto? ¿A qué viene? Bueno. Os cuento. La verdad. Tuve una noche mala. Metí, -me dicen-, la pata. Yo no me acuerdo, pero me lo creo, porque la gente me ve y se aparta. No sé qué hice, pero, dados ciertos antecedentes, debió ser un circo sin sol (porque era de noche). En fin. Mi política de autoindulgencia me obliga a perdonarme cada domingo de resaca. Encima, como no me acuerdo de nada, salvo que un pepito grillo venga a tocarme los cojones, todo me parece hermoso tras un par de ibuprofenos y tres o cuatro cafés. Pero, claro, pasa el tiempo... La gente se aleja y te quedas solo. Y esto inspira, no crean, inspira mucho y te da una lección de vida. Lo de la soledad, digo. Que te dejen atrás, que te abandonen. A veces, a algunos les remueve las entrañas. Y me da por pensar qué digo, qué les digo, qué me digo. Pues que la soledad, la sensación de soledad aturdidora, ensordecedora, dolorosa, no te confunda. Que es solo eso. Una sensación. Y, como cuando estás a dieta, te falta algo, sientes un vacío y te apetece mortalmente comerte un quilo de helado de chocolate. Cualquiera, por tonto que sea, por anuncios que vea, por más películas américanas que se haya tragado en su adolescencia, sabe que el helado de chocolate, al rato, solo pide más helado de chocolate. Y te "cura" solo en ese rato de devoración depravado y vacío. Después, encima, estás más gordo, abominablemente lleno de granos y espinillas, o peor. Y que algunos, para más inri, desarrollan alergias. Para eso, mejor una secta (y así segurísimo que ya no estarás solo), o ausencia meditativa, o gimnasia compulsivamente exigente y repelente. Lo que sea que te engañe. Si la soledad te empuja a que no digas no, cuando lo que quieres es decirlo, pues menudo error, por más que así sí gustemos a todo quisque. Saltando de poemas a ensayos y novelas, te puedes dar cuenta de la desdicha que da pensar demasiado en el ombligo de uno. La propia estima, que dice el personaje que anda por ahí, está muy bien para negarte a vivir como te dé la gana. Más vale, digo yo, no pensar en cosas baldías, en cuestiones pasajeras, en lo que un día es hermoso y, al siguiente, una pesadilla. Autocompasión heredada. Vaya, que si no te dejas engañar por la soledad, puedes estar tan a gustito con tus mierdas de libros, música, puestas de sol, delfines que saltan frente a ti mientras el mar te arrulla, canciones y bailes y risas en la terraza de alguien que aún no te desterró. Pero nos la pasamos sufriendo, a veces, siendo obtusos, torpes y desagradecidos con la vida. Así que no. Que si la lías parda un día o dos o trescientos, mientras no dejes cadáveres por los suelos, da igual. Que la vida es muy corta y no hacemos mal a nadie, salvo a aquellos que sienten que lo estás haciendo mal. Que ya podrían ocuparse de sus cosas, joder. En fin, pues eso. Que el próximo día, lo haré igual o peor, porque me da la gana no sucumbir. Esto ya es, -me parto-, cuestión de principios.

martes, 17 de mayo de 2022

Cosas

Es verdad, es verdad... He estado de mala leche, digamos, últimamente. Sí. Que lo que he hecho, dicho y escrito era negativo, que no pegaba conmigo ni con nadie. Pues sí. Ahora que estamos en una primorosa primavera y que to quisque ( leguaje inclusivo, o qué) esta feliz. Me planteo el porqué de mi mala leche. Igual me estoy pasando con las transcripciones de alegaciones fiscales de la Inquisición. Con su Cruz Verde, con sus cárceles secretas, con su torturar hasta hacer confesar. O es que estoy to loca, o es que no debería leer el periódico y ver cómo se violan mujeres y niños con excusas de una guerra, o es que me falta vitamina E, o C, o D, o qué cojones sé. La cosa. Reconozco que he estado muy desagradable, que no se me ocurría nada bueno que escribir. Y la verdad siempre he sido una persona con sentido del humor, y el que me trata sabe que no emano mal rollo, excepto alguna única excepción. Siento ponerme del lado de la la oscuridad y lo lúgubre, haciendo aquí tan buen tiempo. A veces, se me acaba el tabaco, el helado de chocolate, las pipas y me miro en el espejo. No. Mal hecho. He de decir que me disculpo por las maldiciones que he echado a los imbéciles ricos de las motos de agua, a los vecinos que hacen obras a las 7 de la mañana, a la gente que me llama para ofrecerme una tarifa mejor. De veras, os odio, pero lo siento. Me disculpo. Pienso, a pesar de todo, que vendrá un tiempo en que todos serán felices y estarán morenitos y que, tras los finales, se la/lo rascarán como es lo propio. Y que algunos harán las maletas y nos dejarán atrás (alabado sea el Señor) y otros se quedarán con su rubia/o (no se me olvide) y su puente sin caerse al río cuando se despierten. Que todos tengan cumplidos los deseos que pidieron cuando soplaron pestañas y que yo no vuelva a ser una arpía que amarga a sus pocos (y cada vez menos, me temo) lectores. Hala. Feliz miércoles al sol (lo del lunes está muy visto y el martes está ya pa acabar). De verdad, que mirando mi minijardín y viendo las rosas florecer, se me pasa el mal de cualquier color, sea de amor, de salud, de .... Vaya, que se me ha pasado, que se me pasará y, si no, ya están las citas de Santa Teresa para ponerme en mi lugar. AMOR Y FLORES para to quisqui.

jueves, 28 de abril de 2022

Agorafobia 2.0

17:00 h, en un pueblo español anónimo, a orillas del Mediterráneo, donde ora llueve, ora hace sol, ora se levanta un viento huracanado, ora tenemos una plaga de barro que -insisten- es polvo desértico. Salgo de casa, tras días o semanas, por cuestiones burocráticas que, ¡oh, Dios!, no se pueden resolver de manera telemática. (¿Es que no hemos aprendido nada en estos dos años? Pues se ve que algunos, no). 17:35 h, vuelvo a casa con cuatro cajas de café y dos de desodorante, con taquicardia y otro porrazo en el coche. Claramente, mi plan es no volver a salir jamás. 17:40, mareada por el aire puro, rezo para que me dejen en paz. Fin PD: Transcribo este parte ahora (22:46 h) que han dejado las manos de temblarme.

jueves, 14 de abril de 2022

Yo tampoco he comprado los billetes

Hay días en que no distingo entre el amor, la ternura y la piedad. Entre el miedo y la verdad. Hay días a estas alturas en que las mayúsculas me dan igual y qué importa o deja de importar. No discierno (así, intransitivo). Pero no puedo elegir... Elegir, S. Elegir. Y veo a largo y medio y corto plazo, problemas y más dilemas. Si me quedo, si me voy, si me importa o qué. Y ahí vamos. Envidio con rabia a quienes, como yo en otra época, sabían lo que querían. Admiro su suuesta seguridad. Ya viajarán en el tiempo, ya. Y verán si acertaron o erraron y si valió la pena quedarse o marchar. Nadie sabe qué va a pasar. Algunos, eso sí, se cogen la manta y se van a dormir al raso y, después, con dolor reumático y arena en las orejas, se sienten dignos o unos pringaos. Tengo billetes sin comprar a Venecia, a Estambul, a Polonia, al hospital. Por ahora no pago ninguno. Ni los compro ni los dejo de comprar. Hay ahí en mi sofá de diseño un alma roncante que me pone de los nervios y me impide decidir. Yo no sé dar consejos, ni me gustaron ni me parecen buena idea. Son, como las setas esas del campo que o te sanan o te colocan o te envenenan. He aquí mi circunstancia, miles de años después, mi opinión, la de entonces y la de ahora, no se va a cristalizar en consejos inútiles y baratos; gratis porque a una no le cuestan. Bastante tengo, amiga, con decidir si me echo la siesta con él/ella o me voy por ahí y que el sol salga por Antequera. Suerte, amor de niña. Recuerdo de mis días de indolencia. Aprende mucho y respira aires nuevos sea donde sea. PD.: Uy, y recuerda Toy Story, ya que estamos en plan referencias posmodernas: "el gancho, el gancho" que decían los muñequitos de la máquina del Centro Comercial de turno.

domingo, 27 de febrero de 2022

Mis vecinos y sus mierdas o De la pasión como excusa

Hace un día como para encender la chimenea, pero en un octavo de un bloque de pisos de Protección Oficial (VPO), ni de coña. Me lo he alquilado para estar al lado del cole donde cubro una baja por depresión de un profesor que está hasta los huevos de los niños. Pero no es de eso de lo que quería hablarles. Tengo tendencia a irme por las ramas y esto no tiene nada que ver con lo que quería contar... Hay una historia que observo desde la casa de al lado. Cotilla, espío. Mis vecinos tienen la costumbre de hablarlo todo en el balcón que da a mi casa y, claro, escucho, y ya este es mi culebrón particular. Enganchada perdida y a ver cómo acaba. Parece que, rondando la cincuentena, se han encontrado por suerte o por desgracia y están intentando quererse. Y yo diría que se quieren estos dos. Pero, pienso, a estas alturas tienen más pasado que futuro y, para mí, que eso les acojona. Tienen una tendencia a mirar atrás y contar historias de pretéritos idealizados, de viajes y relaciones sexuales, cada cual, como haya sido, siempre habla más de la cuenta. Digamos que uno ha tenido muchas y maravillosas largas y perfectas convivencias. Joven, fuerte, entero y feliz en épocas de belleza y esplendor en la hierba. Ahora, normal, todo ha de ser peor. Entre achaques y otras mierdas. Y la otra no sabe lo que es convivir, compartir y no es muy crédula, salvo por una bonita historia con el amor de juventud. Cada uno carga con sus muchas maletas. Salud, hijo, rarezas acumuladas como tradiciones de vida, cotidianidades que ahora, si es que se quiere, hay que revertir. Y un halo de desconfianza serpentea siempre en el ambiente, en forma de conversaciones, que yo oigo cada vez con más interés. A ver cómo acaba esto. Juraría que estos dos se aman. No como debería ser una relación a esas alturas, creo. A esas alturas todo habría de ser más plácido, relajado y la experiencia debería haberlos hecho más sabios. Pero no. En mi pequeña opinión, ambos comparten cierta carencia de madurez y, ora están apasionadamente ruidosos, ora discuten como adolescentes molestos por algo que uno u otro ha dicho o ha hecho. Y pienso yo, que no me gusta juzgar lo que haya entre las parejas, que si sobreviven a tanta ruindad, es o que se aman locamente o que están locos y ya. No lo sé. No lo sabrán ni ellos. Pero aburrir no aburren, eso es verdad. Ya yo me he comprado un audífono, una manta eléctrica y un cartucho de pipas para los viernes y sábados noche. Y sé que está feo, que lo sé, pero una está muy sola y aburrida y ha de vivir también, aunque sea a través de las historias de los demás. Ahí van. Estos dos. Ella tiene un punto bocazas y, aunque madre de familia y profesional intachable (hasta donde conozco), siempre ha vivido muchas historias de pocos meses con todo tipo de personajes. Sabiendo eso, estoy con él en que no es de mucho fiar. Y aún así, parece desde fuera que la mujer lo intenta. Él no para de hablar, también es verdad. Y ya me sé los nombres de todas sus esposas y los de las que no fueron sus esposas y cómo ha sido de feliz en un pasado que retiene y recuerda vívidamente y con el que debe ser difícil competir. Y la cosa, a veces, preñada de desconfianza e inseguridad, impide al vecindario dormir. Los vecinos chismorrean y me preguntan y yo miento cual perra y digo que yo con el Dormidor no oigo una mierda y que no sé de qué me hablan, ni lo quiero saber. Yo, ya les digo, no voy a dejar de enterarme y si un día dejo de escuchar gemidos y/o peleas, sentiré contarles que su idilio se ha ido al carajo. Espero que no. Lo que me aburriría yo. También, yo no soy ludópata, pero me gustaría tener alguien con quien apostar, un grupillo de gente con que hacer una porra. Ella lo ama, él al final se convencerá de que ella es de fiar. Se relajarán y serán vecinos maravillosos que pondrán la música a toda pastilla hasta el amanecer los fines de semana y los miércoles (que no sé por qué coño les da por jodernos ese día también). Verán pelis abrazados, comerán paella los dominigos, no tendrán hijos (gracias a Dios) porque ya no tienen edad, saldrán juntos a andar como las viejas del pueblo y los veré en el supermercado comprando chorradas para comer, que ahora comen poco. Yo digo que les saldrá bien, porque en el fondo me gustan y me gustaría que aprovechasen esta última oportunidad (yo como soy joven, pues veo el amor geriátrico desde mi perspectiva). Hala. Pues eso. ¿Que si hacemos una porra, lectores, y ya les voy reportando? Fdo. La vecina de al lado, que no tiene vida.

Tenía un título de puta madre hace 10 minutos, pero se me olvidó

Ya, ya. Ya sé que están pensando. Es sábado y son las tantas y esta está borracha. Bueno, pues no. Decía yo que nunca se sabe, porque las cosas son así. Que te las ves venir, pero dices que no y que no. Que aquí no estalla una guerra y quien me quiere, me quiere y yo no voy a tener un cáncer, que eso le pasa a otra gente. Y de repente, te jodes, porque va y pasa. Y tienes que huir a lo que dé el cuerpo y la bolsa y no por ese orden. Eso. Y como que, estando yo tan tranquila en mi puente con mi rubia y todo el chiste, va y me cae una lluvia radioactiva que ni Chernobil. Así. De verdad, fuego cayendo. Y yo enmedio. Sin saber cómo, que por aquí, quitando la fábrica de cemento de La Araña no hay una mierda más que hoteles y chiringuitos y campo con aguacates, mangos y gallinas sueltas. Pero hete aquí que a mí y solo a mí me cayó toda esa mierda. Ahora, medio riendo, medio llorando, hago mis maletas para irme a otro lugar que ni ganas; sin embargo, cuando te toca la cosa chunga, te toca y no queda otra. Y solo me quería despedir. Ahora, corazón roto, quemada, sin norte ni ahorros sentimentales, me queda buscar un sitio donde vivir... Bueno, no pasa nada, hay gente que está peor, -me digo. Pero, vaya, que si tienen donde alojarme, por favor, me lo digan por aquí. Me piro, que esto es un infierno. Suerte a los demás. Mientras me ofrecen refugio me quedo a dormir al raso que, con tanto seísmo, me acojona dormir en mi cama. Pd.: Vaya semanita, hermanas.

miércoles, 16 de febrero de 2022

hablando de madres y de amor y de sintaxis

Ay, señor académico. Si la sintaxis habría que borrarla del plan de estudios, que ya lo dicen las madres de los que suspenden y usted con su sillón, que yo no digo nada, pero igual le queda grande. Porque, a ver,... después cuando ya nadie sepa lo que es un objeto directo, cae el latín, y, por supuesto, el griego (qué pa qué, joder, si eso queda lejos), y qué coño, cualquier cosa que se les ponga a todos por medio. Leer y escribir. Así se aprende a olvidar. Ah, el humo del olvido... Pero, se me ocurre, cómo cosería usted las palabras sin sintaxis. Cómo me diría nadie a mí que, aunque te quiero, te dejo. Cómo, a ver, me dice o le digo si no sé si es usted el objeto directo de mis penas o un indirecto, dativo de interés, o qué mierdas sabría ya nadie qué es un régimen verbal, porque cualquier preposición va bien bailando con el verbo que fuere. Pues eso. Que como buen idiota, tiene usted la razón. Futuro de subjuntivo, ausencia de hospitalidad, falso amor sobre más falso amor, sonido de latas por encima del ronquido del mar, nubes que ocultan la luna, discos sobre libros sin hojear en una estantería de Ikea, arrugas en la frente, en los ojos y en la mente, arrugas en la comisura de los labios, secos los ojos y con llagas en los ganglios; y hablar por hablar, eso sí, solo hablar sin que nada enlace con nada ni nadie quiera escuchar.

martes, 1 de febrero de 2022

frenesí mediático y encuestas de satisfacción

Tras copiosa comida y, quizás, alguna copa de vino, hay auténtico amor, subidón endorfínico. Y después, eso de hablar. Y ocurre que todos coincidimos en que esta es la mejor época "ever" del mundo. Con sus cosas, sí, pero mejor. A ver. Quitando los 80 y 90 en España, que el mundo, plano, redondo o con forma de balón de rugby, es muy grande y adolece de igualdad, homogeneidad, digamos ecuanimidad y comportamiento unánime. En fin. Las comidas acaban con muchas copas. Pero, y a lo que iba, esta época es cómoda por aquí y según a quien preguntes, porque no hay guerras, ni muchas barbaridades; tenemos Netflix, la depilación láser, Google que te dice todo. Un lujazo. En invierno, además, ya no hace frío y todos hemos llevado al punto limpio los paraguas. La cerveza de marca blanca está riquísima, la verdad. Y la borrachera te sale por nada... Peeeero está eso de las encuestas. Que menudo coñazo y vaya injusticia. Antes hacías tu trabajo, como fuera, y ya. Te ibas para tu casa y, salvo comentarios chismosos de un microcírculo de conocidos, todo era normal. Ahora no. Y no pasa nada, de verdad. Pero hay una mierda de selección que no nos parece justa. Teletrabajadores, carteros y otros repartidores, profesores, dependientes (y dependientas), y otros gremios se ven muy perjudicados en pos de la Calidad. Cuando todos sabemos que hay mucho cabrón que opina a mala leche para joder pase lo que pase, hagas lo que hagas. Y decimos en estas sobremesas que acaban a las 3 de la mañana, cuando no sabes lo que debes y te clavan por mamón, decimos lo que empezamos a pensar. Que igual debería de haber encuestas, si es que hay que hacerlas, para otros menesteres. Por ejemplo, los hijos sobre los padres y viceversa. O tras un encuentro sexual. Que te llamasen a preguntar. Y cómo ha estado su pareja. Con sus ítems, coño. Duración, pasión, entrega, dureza, blandura, suavidad, besos, tacto, gusto, olor y vista, cuestiones de extrarradio, éxito y culminación de la empresa. Yo qué sé. Y, al final, puntuar la actuación global: satisfacción del 1 al 5, siendo 1 poca o ninguna, borrar contacto, y 5, la hostia, repetiría todos los días, mucha mucha mucha, muero de amor. Algo así. No sé si me entienden. Que lo importante queda sin evaluar. Y, así, tras cuarenta cervezas (según el camarero), y con casi todo el tabaco del cartón que compramos a las 12 de la mañana finiquitado, toca irse dando bandazos, con tantas preguntas en nuestras cabezas, con la única ventaja de haber digerido las tapas de callos, pulpito frito, mejillones, que es la época, y tantas grasas como se ha impuesto por casualidad en la barra de un bar del que te marchaste hace 13 o 14 horas... Ya. Yaaaaaa. Lo del frenesí mediático... pues que lo escuché en la tele el otro día y me moló. Nada que ver.

miércoles, 12 de enero de 2022

En picado

Ha salido el sol. Estaba el día correoso, lloviznoso, ventoso, gris y desagradable. Miras el mar y está picado. Ya saben, con piquitos como floridos de oleajes por doquier que arremeten contra el roqueo y salpican a los intrépidos paseantes. Y digo que se ha quedado bonito y no sé qué hago escribiendo en lugar de estar fuera disfrutando la tregua de ese invierno tropical y loco. La cosa es que mirando ese mar gris y bien definido, medio enfadado o como queriendo salirse de sí y volar y mojar a las gaviotas que planean, felices por saber planear, lo veo como metáfora, porque a mí me gusta y siempre me ha gustado el Mediterráneo clásico y tranquilo, celeste, quieto, brillante, manso. Pero hoy entiendo que el mar, a veces, debe sentir o estar inquieto para bien y moverse de puro amor y se parece a lo que sentimos y nuestros cuerpos imponen en un nerviosismo alegre y raro que hace que nuestros estómagos y nuestros pechos y nuestros ojos y nuestras piernas sientan que se salen de su sitio y el cuerpo se vuelve impaciente y se llena de rizos blancos y brillantes, algo desesperado y algo asustado. Será la luna o las corrientes marinas o el encuentro con algo inesperado que da miedo de pura felicidad. Y es eso, justo eso. Me hace feliz estar aquí así ahora, sintiendo el vértigo y la incertidumbre, sabiendo que habrá días de mar calma y de mar brava. Pero me hace feliz, muy feliz este momento y caer, si hace falta caer, no me preocupa en absoluto.

sábado, 8 de enero de 2022

customized

Todo se acaba. Ni siquiera el Universo es infinito (y, al parecer, estamos dentro de otro envase y nos acabamos de dar cuenta). Esto también se termina. Ya anda todo Cristo quitando el serrín del Belén con miniaspiradoras y el espumillón de los marcos de las ventanas, cuadros y esquinas que han servido de refugio a cientos de pelusillas y crías de arañas. Está también en el ambiente del ánimo general esa desazón de la pérdida. La prisa por dejar atrás esto y empezar algo o hibernar hasta el fin de los tiempos (eso depende de cada cual). Pero, sí, hay un mohín hosco generalizado y una como electricidad estática cabrona que nos tiene cogidos desde dentro. Tardará en irse, me temo. No es lo mismo la primavera que el invierno, la salud que la enfermedad, y lo bueno que lo malo. A ver si me entienden. El lunes habrá reencuentros y risas y miraloquemehantraídolosReyes, y habrá úlceras de estómago y compra masiva de ansiolíticos. Reparto equitativo, quizás, hecho por el karma. Encima hay que poner lavadoras, hacer la compra, disimular dolores, ir de rebajas, cumplir años, personalizar regalos tras leerse interminables manuales de uso y colgarse los cuentapasos, poner al día el correo sintiendo cómo se desgarran los intestinos en su largo recorrido, hacer dieta, contestar impertinentes comentarios, aguantar la humillación diaria del despertador y sentir que cada día te lo roban y tú ahí sin hacer nada. Una alegría. En fin. Voy a poner mi peso, edad, gustos de música y datos íntimos en el reloj-controlador que me han regalado. A ver si nos vemos.

lunes, 3 de enero de 2022

Reyes del desierto

Un páramo infinito alberga un rey por cada espacio habitable, cada cual en su pedrusco sentado dignamente, pensando, tomando decisiones, juzgando. La mayor parte no tiene súbditos. Su reino abarca apenas unos riscos y montañas calcinadas, estériles calaveras de animales inexistentes, trozos de vasijas (esto, con suerte). Hay, eso sí, sombras y juegos de colores: el día tiene el mismo ritmo allí que en cualquier otra parte, luz y oscuridad y, entre medias, sombras con sus vuelos, espejismos y encantos. Hechizados, los reyes piensan que las formas tienen significado. Cada uno de ellos conoce a sus vecinos: ocasionalmente, de modo respetuoso, se tratan como iguales, amistosamente; al cabo, o en otros casos (los más), se consideran enemigos por malentendidos dialécticos imaginarios. Faltas de respeto telepáticas, posturas altivas y desafiantes apenas vislumbradas en la distancia. Estadísticamente, hay más reyes en disputa que aliados, si bien es difícil hacer cálculos, porque en la mínima sospecha de que uno sea amigo del enemigo, o no sea su enemigo directa y, sobre todo, explícitamente, la relación cambia gravitatoriamente hasta estar justo del revés, como si el cielo fuera un lago-lupa que nos muestra las calvicies y miserias del antiguo amigo y nos hiciera verlo como en verdad es: un traidor, irrespetuoso y un potencial peligro. Cada vez más solos en su decidir sobre nada, en su dolor de espalda por no cambiar de postura, en su sangre en la frente de cargar con la corona pesada, en su quedarse sin batería, en su bloquear a los otros reyes y disgustarse y perder el apetito de pura gana de guerra frustrada. No hay modo de cambiar nada, de, al menos, luchar, sobre todo, por la escasez de ejércitos, súbditos, armas y la imposibilidad de dejar su territorio por miedo a quedarse sin reino. Son tiempos de bandidos errantes, nómadas desterrados, ladrones de feudos. Así que todos se quedan como estatuas pensantes, quietos para siempre, perdiendo amigos y juzgando sobre nadie.

domingo, 2 de enero de 2022

Enigmas

2000 son demasiadas palabras. No deberíamos poder hablar tanto para, al fin, no decir nada. Romper el precinto del silencio para nada. Quejarse o mentir o solo aspirar a ser, como si no fuésemos ya. 2000, 200000, 200... son siempre pocas o demasiadas. Mejor callar. Sumarse a un espectáculo mudo que ve sin oscurecer el mundo con vanas interpretaciones. Vivir sin reproches ni juicios; sin idas y vueltas en autobuses o aviones; sin encuentros veleidosos en interminables escaleras, entre estantes desiguales, ingenios de madera, inventos imposibles; sin haber jamás manipulado un astrolabio; sin haber subido empinadas cuestas sin salir de un despacho; sin diseñar personas y personajes y equivocarse en las medidas y que no te quepan por las puertas; sin utilizar la palabra monotonía ni hacer el amor de mentira; sin que tu mejor polvo lo echase otro; sin caer al vacío interminablemente; sin metáforas ni infecciones ni hormigas, ni Europa, ni Cracovia, ni el Cosmos, ni la Tierra. Sin escurrirse del presente, ebrios, vendiéndose por tan poco, contando el tictac de otros relojes. Saltando de año en año, de foto en foto, de verso en verso, para, al fin, que todo acabe tan pronto y tan lejos como habría de ocurrir igual entre gritos que en silencio.


Cómeme, bébeme, léeme