domingo, 27 de febrero de 2022

Mis vecinos y sus mierdas o De la pasión como excusa

Hace un día como para encender la chimenea, pero en un octavo de un bloque de pisos de Protección Oficial (VPO), ni de coña. Me lo he alquilado para estar al lado del cole donde cubro una baja por depresión de un profesor que está hasta los huevos de los niños. Pero no es de eso de lo que quería hablarles. Tengo tendencia a irme por las ramas y esto no tiene nada que ver con lo que quería contar... Hay una historia que observo desde la casa de al lado. Cotilla, espío. Mis vecinos tienen la costumbre de hablarlo todo en el balcón que da a mi casa y, claro, escucho, y ya este es mi culebrón particular. Enganchada perdida y a ver cómo acaba. Parece que, rondando la cincuentena, se han encontrado por suerte o por desgracia y están intentando quererse. Y yo diría que se quieren estos dos. Pero, pienso, a estas alturas tienen más pasado que futuro y, para mí, que eso les acojona. Tienen una tendencia a mirar atrás y contar historias de pretéritos idealizados, de viajes y relaciones sexuales, cada cual, como haya sido, siempre habla más de la cuenta. Digamos que uno ha tenido muchas y maravillosas largas y perfectas convivencias. Joven, fuerte, entero y feliz en épocas de belleza y esplendor en la hierba. Ahora, normal, todo ha de ser peor. Entre achaques y otras mierdas. Y la otra no sabe lo que es convivir, compartir y no es muy crédula, salvo por una bonita historia con el amor de juventud. Cada uno carga con sus muchas maletas. Salud, hijo, rarezas acumuladas como tradiciones de vida, cotidianidades que ahora, si es que se quiere, hay que revertir. Y un halo de desconfianza serpentea siempre en el ambiente, en forma de conversaciones, que yo oigo cada vez con más interés. A ver cómo acaba esto. Juraría que estos dos se aman. No como debería ser una relación a esas alturas, creo. A esas alturas todo habría de ser más plácido, relajado y la experiencia debería haberlos hecho más sabios. Pero no. En mi pequeña opinión, ambos comparten cierta carencia de madurez y, ora están apasionadamente ruidosos, ora discuten como adolescentes molestos por algo que uno u otro ha dicho o ha hecho. Y pienso yo, que no me gusta juzgar lo que haya entre las parejas, que si sobreviven a tanta ruindad, es o que se aman locamente o que están locos y ya. No lo sé. No lo sabrán ni ellos. Pero aburrir no aburren, eso es verdad. Ya yo me he comprado un audífono, una manta eléctrica y un cartucho de pipas para los viernes y sábados noche. Y sé que está feo, que lo sé, pero una está muy sola y aburrida y ha de vivir también, aunque sea a través de las historias de los demás. Ahí van. Estos dos. Ella tiene un punto bocazas y, aunque madre de familia y profesional intachable (hasta donde conozco), siempre ha vivido muchas historias de pocos meses con todo tipo de personajes. Sabiendo eso, estoy con él en que no es de mucho fiar. Y aún así, parece desde fuera que la mujer lo intenta. Él no para de hablar, también es verdad. Y ya me sé los nombres de todas sus esposas y los de las que no fueron sus esposas y cómo ha sido de feliz en un pasado que retiene y recuerda vívidamente y con el que debe ser difícil competir. Y la cosa, a veces, preñada de desconfianza e inseguridad, impide al vecindario dormir. Los vecinos chismorrean y me preguntan y yo miento cual perra y digo que yo con el Dormidor no oigo una mierda y que no sé de qué me hablan, ni lo quiero saber. Yo, ya les digo, no voy a dejar de enterarme y si un día dejo de escuchar gemidos y/o peleas, sentiré contarles que su idilio se ha ido al carajo. Espero que no. Lo que me aburriría yo. También, yo no soy ludópata, pero me gustaría tener alguien con quien apostar, un grupillo de gente con que hacer una porra. Ella lo ama, él al final se convencerá de que ella es de fiar. Se relajarán y serán vecinos maravillosos que pondrán la música a toda pastilla hasta el amanecer los fines de semana y los miércoles (que no sé por qué coño les da por jodernos ese día también). Verán pelis abrazados, comerán paella los dominigos, no tendrán hijos (gracias a Dios) porque ya no tienen edad, saldrán juntos a andar como las viejas del pueblo y los veré en el supermercado comprando chorradas para comer, que ahora comen poco. Yo digo que les saldrá bien, porque en el fondo me gustan y me gustaría que aprovechasen esta última oportunidad (yo como soy joven, pues veo el amor geriátrico desde mi perspectiva). Hala. Pues eso. ¿Que si hacemos una porra, lectores, y ya les voy reportando? Fdo. La vecina de al lado, que no tiene vida.

Tenía un título de puta madre hace 10 minutos, pero se me olvidó

Ya, ya. Ya sé que están pensando. Es sábado y son las tantas y esta está borracha. Bueno, pues no. Decía yo que nunca se sabe, porque las cosas son así. Que te las ves venir, pero dices que no y que no. Que aquí no estalla una guerra y quien me quiere, me quiere y yo no voy a tener un cáncer, que eso le pasa a otra gente. Y de repente, te jodes, porque va y pasa. Y tienes que huir a lo que dé el cuerpo y la bolsa y no por ese orden. Eso. Y como que, estando yo tan tranquila en mi puente con mi rubia y todo el chiste, va y me cae una lluvia radioactiva que ni Chernobil. Así. De verdad, fuego cayendo. Y yo enmedio. Sin saber cómo, que por aquí, quitando la fábrica de cemento de La Araña no hay una mierda más que hoteles y chiringuitos y campo con aguacates, mangos y gallinas sueltas. Pero hete aquí que a mí y solo a mí me cayó toda esa mierda. Ahora, medio riendo, medio llorando, hago mis maletas para irme a otro lugar que ni ganas; sin embargo, cuando te toca la cosa chunga, te toca y no queda otra. Y solo me quería despedir. Ahora, corazón roto, quemada, sin norte ni ahorros sentimentales, me queda buscar un sitio donde vivir... Bueno, no pasa nada, hay gente que está peor, -me digo. Pero, vaya, que si tienen donde alojarme, por favor, me lo digan por aquí. Me piro, que esto es un infierno. Suerte a los demás. Mientras me ofrecen refugio me quedo a dormir al raso que, con tanto seísmo, me acojona dormir en mi cama. Pd.: Vaya semanita, hermanas.

miércoles, 16 de febrero de 2022

hablando de madres y de amor y de sintaxis

Ay, señor académico. Si la sintaxis habría que borrarla del plan de estudios, que ya lo dicen las madres de los que suspenden y usted con su sillón, que yo no digo nada, pero igual le queda grande. Porque, a ver,... después cuando ya nadie sepa lo que es un objeto directo, cae el latín, y, por supuesto, el griego (qué pa qué, joder, si eso queda lejos), y qué coño, cualquier cosa que se les ponga a todos por medio. Leer y escribir. Así se aprende a olvidar. Ah, el humo del olvido... Pero, se me ocurre, cómo cosería usted las palabras sin sintaxis. Cómo me diría nadie a mí que, aunque te quiero, te dejo. Cómo, a ver, me dice o le digo si no sé si es usted el objeto directo de mis penas o un indirecto, dativo de interés, o qué mierdas sabría ya nadie qué es un régimen verbal, porque cualquier preposición va bien bailando con el verbo que fuere. Pues eso. Que como buen idiota, tiene usted la razón. Futuro de subjuntivo, ausencia de hospitalidad, falso amor sobre más falso amor, sonido de latas por encima del ronquido del mar, nubes que ocultan la luna, discos sobre libros sin hojear en una estantería de Ikea, arrugas en la frente, en los ojos y en la mente, arrugas en la comisura de los labios, secos los ojos y con llagas en los ganglios; y hablar por hablar, eso sí, solo hablar sin que nada enlace con nada ni nadie quiera escuchar.

martes, 1 de febrero de 2022

frenesí mediático y encuestas de satisfacción

Tras copiosa comida y, quizás, alguna copa de vino, hay auténtico amor, subidón endorfínico. Y después, eso de hablar. Y ocurre que todos coincidimos en que esta es la mejor época "ever" del mundo. Con sus cosas, sí, pero mejor. A ver. Quitando los 80 y 90 en España, que el mundo, plano, redondo o con forma de balón de rugby, es muy grande y adolece de igualdad, homogeneidad, digamos ecuanimidad y comportamiento unánime. En fin. Las comidas acaban con muchas copas. Pero, y a lo que iba, esta época es cómoda por aquí y según a quien preguntes, porque no hay guerras, ni muchas barbaridades; tenemos Netflix, la depilación láser, Google que te dice todo. Un lujazo. En invierno, además, ya no hace frío y todos hemos llevado al punto limpio los paraguas. La cerveza de marca blanca está riquísima, la verdad. Y la borrachera te sale por nada... Peeeero está eso de las encuestas. Que menudo coñazo y vaya injusticia. Antes hacías tu trabajo, como fuera, y ya. Te ibas para tu casa y, salvo comentarios chismosos de un microcírculo de conocidos, todo era normal. Ahora no. Y no pasa nada, de verdad. Pero hay una mierda de selección que no nos parece justa. Teletrabajadores, carteros y otros repartidores, profesores, dependientes (y dependientas), y otros gremios se ven muy perjudicados en pos de la Calidad. Cuando todos sabemos que hay mucho cabrón que opina a mala leche para joder pase lo que pase, hagas lo que hagas. Y decimos en estas sobremesas que acaban a las 3 de la mañana, cuando no sabes lo que debes y te clavan por mamón, decimos lo que empezamos a pensar. Que igual debería de haber encuestas, si es que hay que hacerlas, para otros menesteres. Por ejemplo, los hijos sobre los padres y viceversa. O tras un encuentro sexual. Que te llamasen a preguntar. Y cómo ha estado su pareja. Con sus ítems, coño. Duración, pasión, entrega, dureza, blandura, suavidad, besos, tacto, gusto, olor y vista, cuestiones de extrarradio, éxito y culminación de la empresa. Yo qué sé. Y, al final, puntuar la actuación global: satisfacción del 1 al 5, siendo 1 poca o ninguna, borrar contacto, y 5, la hostia, repetiría todos los días, mucha mucha mucha, muero de amor. Algo así. No sé si me entienden. Que lo importante queda sin evaluar. Y, así, tras cuarenta cervezas (según el camarero), y con casi todo el tabaco del cartón que compramos a las 12 de la mañana finiquitado, toca irse dando bandazos, con tantas preguntas en nuestras cabezas, con la única ventaja de haber digerido las tapas de callos, pulpito frito, mejillones, que es la época, y tantas grasas como se ha impuesto por casualidad en la barra de un bar del que te marchaste hace 13 o 14 horas... Ya. Yaaaaaa. Lo del frenesí mediático... pues que lo escuché en la tele el otro día y me moló. Nada que ver.