sábado, 12 de octubre de 2019

Mundo fantasma

Aunque no lo parezca, hace ya rato que el verano ha terminado. Las sombras siguen pasando ante mis ojos cual parada de fantasmas, aunque menos deslumbrante. Todo sigue sin tener sentido más allá de lo que veo justo aquí. Y,  sin embargo, arrastro un sentimiento como de estafa, como si supiera algo esencial para alguien y se lo estuviera escondiendo. Aprender, observar, para después (no) compartir lo aprendido... Como si alguien estuviese interesado en escuchar lo que algún otro tenga que decir. La mentira del mundo como si fuera culpa mía.
Y están los otros. Estantes y decorado. Los que vienen para no se sabe cuánto. Y por encima, para mayor confusión, el otoño tiene sus cosas. Su puntito. Una como amabilidad que se repite hasta el infinito. Su sol naranja, su cambio de hora, su caerse el pelo, sus goteras, su ver a los demás vestidos y vestirse  uno también. Si lo pienso (será por algo), casi prefiero esto. Este ahora menos alegre, menos brillante, preñado de decadencia. Todo como al borde de un inminente principio de su final. Esa melancolía que invade tras la larga puesta de sol cuando nada te aguarda.
Así, todos, imagino. Todos flotando en el misterio de lo conocido. Eligiendo ajustar la mirada sobre unas cosas, descubriendo lo que puede que valga la pena y siendo inevitablemente asimilados. Todos, imagino, cambiando.
Todos, excepto quizá esas existencias inertes y amorfas que no se inmutan, que --lo más- miran con desdén los accidentes de la vida, resoplando por dentro ante los cambios. Una especie de dimensión vegetal, ajena a las fuerzas que comandan este mundo, el de aquí, el que se vislumbra en mi horizonte miope. Una historia aparte, sin duda. Supongo que metafísica, en algún modo, que no encuentro el momento de querer pensar. Ya tengo bastante con ir por este mar de borrosidades sin caerme y sin perder (mucho) el paso. Llevar la cuenta de las estaciones para recordar que yo también, mentira o no, formo parte de esto.