miércoles, 12 de enero de 2022

En picado

Ha salido el sol. Estaba el día correoso, lloviznoso, ventoso, gris y desagradable. Miras el mar y está picado. Ya saben, con piquitos como floridos de oleajes por doquier que arremeten contra el roqueo y salpican a los intrépidos paseantes. Y digo que se ha quedado bonito y no sé qué hago escribiendo en lugar de estar fuera disfrutando la tregua de ese invierno tropical y loco. La cosa es que mirando ese mar gris y bien definido, medio enfadado o como queriendo salirse de sí y volar y mojar a las gaviotas que planean, felices por saber planear, lo veo como metáfora, porque a mí me gusta y siempre me ha gustado el Mediterráneo clásico y tranquilo, celeste, quieto, brillante, manso. Pero hoy entiendo que el mar, a veces, debe sentir o estar inquieto para bien y moverse de puro amor y se parece a lo que sentimos y nuestros cuerpos imponen en un nerviosismo alegre y raro que hace que nuestros estómagos y nuestros pechos y nuestros ojos y nuestras piernas sientan que se salen de su sitio y el cuerpo se vuelve impaciente y se llena de rizos blancos y brillantes, algo desesperado y algo asustado. Será la luna o las corrientes marinas o el encuentro con algo inesperado que da miedo de pura felicidad. Y es eso, justo eso. Me hace feliz estar aquí así ahora, sintiendo el vértigo y la incertidumbre, sabiendo que habrá días de mar calma y de mar brava. Pero me hace feliz, muy feliz este momento y caer, si hace falta caer, no me preocupa en absoluto.

sábado, 8 de enero de 2022

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Todo se acaba. Ni siquiera el Universo es infinito (y, al parecer, estamos dentro de otro envase y nos acabamos de dar cuenta). Esto también se termina. Ya anda todo Cristo quitando el serrín del Belén con miniaspiradoras y el espumillón de los marcos de las ventanas, cuadros y esquinas que han servido de refugio a cientos de pelusillas y crías de arañas. Está también en el ambiente del ánimo general esa desazón de la pérdida. La prisa por dejar atrás esto y empezar algo o hibernar hasta el fin de los tiempos (eso depende de cada cual). Pero, sí, hay un mohín hosco generalizado y una como electricidad estática cabrona que nos tiene cogidos desde dentro. Tardará en irse, me temo. No es lo mismo la primavera que el invierno, la salud que la enfermedad, y lo bueno que lo malo. A ver si me entienden. El lunes habrá reencuentros y risas y miraloquemehantraídolosReyes, y habrá úlceras de estómago y compra masiva de ansiolíticos. Reparto equitativo, quizás, hecho por el karma. Encima hay que poner lavadoras, hacer la compra, disimular dolores, ir de rebajas, cumplir años, personalizar regalos tras leerse interminables manuales de uso y colgarse los cuentapasos, poner al día el correo sintiendo cómo se desgarran los intestinos en su largo recorrido, hacer dieta, contestar impertinentes comentarios, aguantar la humillación diaria del despertador y sentir que cada día te lo roban y tú ahí sin hacer nada. Una alegría. En fin. Voy a poner mi peso, edad, gustos de música y datos íntimos en el reloj-controlador que me han regalado. A ver si nos vemos.

lunes, 3 de enero de 2022

Reyes del desierto

Un páramo infinito alberga un rey por cada espacio habitable, cada cual en su pedrusco sentado dignamente, pensando, tomando decisiones, juzgando. La mayor parte no tiene súbditos. Su reino abarca apenas unos riscos y montañas calcinadas, estériles calaveras de animales inexistentes, trozos de vasijas (esto, con suerte). Hay, eso sí, sombras y juegos de colores: el día tiene el mismo ritmo allí que en cualquier otra parte, luz y oscuridad y, entre medias, sombras con sus vuelos, espejismos y encantos. Hechizados, los reyes piensan que las formas tienen significado. Cada uno de ellos conoce a sus vecinos: ocasionalmente, de modo respetuoso, se tratan como iguales, amistosamente; al cabo, o en otros casos (los más), se consideran enemigos por malentendidos dialécticos imaginarios. Faltas de respeto telepáticas, posturas altivas y desafiantes apenas vislumbradas en la distancia. Estadísticamente, hay más reyes en disputa que aliados, si bien es difícil hacer cálculos, porque en la mínima sospecha de que uno sea amigo del enemigo, o no sea su enemigo directa y, sobre todo, explícitamente, la relación cambia gravitatoriamente hasta estar justo del revés, como si el cielo fuera un lago-lupa que nos muestra las calvicies y miserias del antiguo amigo y nos hiciera verlo como en verdad es: un traidor, irrespetuoso y un potencial peligro. Cada vez más solos en su decidir sobre nada, en su dolor de espalda por no cambiar de postura, en su sangre en la frente de cargar con la corona pesada, en su quedarse sin batería, en su bloquear a los otros reyes y disgustarse y perder el apetito de pura gana de guerra frustrada. No hay modo de cambiar nada, de, al menos, luchar, sobre todo, por la escasez de ejércitos, súbditos, armas y la imposibilidad de dejar su territorio por miedo a quedarse sin reino. Son tiempos de bandidos errantes, nómadas desterrados, ladrones de feudos. Así que todos se quedan como estatuas pensantes, quietos para siempre, perdiendo amigos y juzgando sobre nadie.

domingo, 2 de enero de 2022

Enigmas

2000 son demasiadas palabras. No deberíamos poder hablar tanto para, al fin, no decir nada. Romper el precinto del silencio para nada. Quejarse o mentir o solo aspirar a ser, como si no fuésemos ya. 2000, 200000, 200... son siempre pocas o demasiadas. Mejor callar. Sumarse a un espectáculo mudo que ve sin oscurecer el mundo con vanas interpretaciones. Vivir sin reproches ni juicios; sin idas y vueltas en autobuses o aviones; sin encuentros veleidosos en interminables escaleras, entre estantes desiguales, ingenios de madera, inventos imposibles; sin haber jamás manipulado un astrolabio; sin haber subido empinadas cuestas sin salir de un despacho; sin diseñar personas y personajes y equivocarse en las medidas y que no te quepan por las puertas; sin utilizar la palabra monotonía ni hacer el amor de mentira; sin que tu mejor polvo lo echase otro; sin caer al vacío interminablemente; sin metáforas ni infecciones ni hormigas, ni Europa, ni Cracovia, ni el Cosmos, ni la Tierra. Sin escurrirse del presente, ebrios, vendiéndose por tan poco, contando el tictac de otros relojes. Saltando de año en año, de foto en foto, de verso en verso, para, al fin, que todo acabe tan pronto y tan lejos como habría de ocurrir igual entre gritos que en silencio.


Cómeme, bébeme, léeme