sábado, 9 de noviembre de 2019

Con la frente marchita

Si no sé cambiar cuando las circunstancias lo exigen, cómo puedo esperar que los demás lo hagan, dijo como respuesta (siempre hay un gilipollas que le echa a la gente en cara las cosas más peregrinas). 



Yo antes no era rico. Ahora, por desgracia, tampoco. Pero el chino de mi barrio se ha forrado en estos 15 años. El protagonista verdadero de mi barrio, de mi vida y de este blog es este chino cuya vida larga ha estado llena de mudanzas.  Protagonista, en parte, por lo de haberse forrado, para qué vamos a engañarnos; pero también porque es muy amigo de todos y está ahí todo el día, todos los días, que lo ve uno más que a su mujer e hijos. Y también porque es muy sonriente, amable, educado y generoso con las opiniones ajenas y te da la razón, coño, que a veces hace falta y reconforta después de algunos días de esos en que alguien o mucha gente te haya tocado las pelotas.
Pues a este chino, no lo van a creer, en las escasísimas visitas a su pueblo natal, le reprochan en perfecto chino de allí que vista de ese modo en que se viste ahora y que deje a sus hijos hacer el vago, comer porquerías y ser groseros con la familia. Lo peor es que los niños del chino son buenos estudiantes y se portan como ángeles en comparación con los míos. Imagino que porque su madre da un miedo terrorífico y su modo de mirar, girar la cabeza y gritar como a rachas hace que, aunque en chino, se entienda perfectamente que toca decir sí, encogerse, bajar la mirada y acabarse hasta el fondo el plato de lo que sea. El miedo, la verdad, educa mucho. Bueno, eso sí, los chavales tienen su moto y sus piercings y se han puesto parte del pelo amarillo (la parte de arriba del medio) y no ayudan en la tienda (que nosotros sepamos). Aunque, ya me dirán, eso es de lo más normal. Mis hijos, igual en todo (menos en lo de la moto).
A lo que iba, el pobre chino se pasa las vacaciones con sus parientes poniéndolo verde y eso que va para allá cargado de regalos. La cuestión es que hoy, pensándolo, me doy cuenta de que hasta en eso somos todos iguales. Que cuando vamos a ver a los padres de mi mujer al campo se hinchan a criticar que dan ganas de mandarlos a algún sitio donde les den lo suyo.  
Verán, como mi mujer es muy suya como hija de quienes es, pues vota en el pueblo, porque si se censa aquí igual no la entierran allí, que no se fía y que su madre no sé qué dice. Yo, un poco hasta los huevos, pero sabiendo que al menos comemos bien, me callo la boca y me planto en tres horas y media en la puerta de su casa que no hay cojones de llegar antes. Y empiezan a preguntar si les he votado a los de siempre y a meter la papeleta él, mi suegro, de ellas, mi suegra y mi mujer, en sendos sobres "por ir ya preparaos" y a mí: "parece mentira con lo que tú has sido en tu vida y de joven de arrojao para todo y que no has llegao a nada y les votes a ellos nada menos, encima tú, que estás tú para que te roben más, que no sé yo qué te iban a robar...". Y así hasta que, después del café, damos besos y tiramos para el barrio que me parece que he llegado al puto paraíso.
En fin. El chino dice que me comprende, nos fumamos un Chester en la puerta de la tienda y me mira con esa cara que te levanta la moral.
Y yo antes pensaba que esta gente con las tiendas abiertas todo el día iban a fastidiar el comercio de aquí, y me caían mal. Anda que...