miércoles, 25 de septiembre de 2024

Sueño

 -¿Nos confortamos en la historia? 

-Vale. 

-¿Abrazados? 

-Por favor. 

-¿Cómoda? 

-Mucho. Tienes un hueco aquí donde quepo perfectamente, y me gusta sentir mis manos en tu espalda. 

-¿Qué historia prefieres? 

-Una de mentira. 

-¿Me invento algo rápido para ti? 

-Y que sea mentira. 

-Sí. No te preocupes. 

-¿Más juntos? 

-Vale. 

-¿Nos echamos? 

-Sí. 

-¿Va bien si de tanto en tanto te beso? 

-Me vendría bien, la verdad. 

-¿Te gustan los marcianos? 

-Algunos. 

-¿Quizás algo más lejos? ¿Otra galaxia? ¿Otro universo? 

-Sí. Un universo sin efemérides.  

-Borramos el calendario al completo, lo sabes, ¿no? 

-Eso quiero. Sobre todo octubre. Nada bueno ha pasado nunca en octubre. 

-Hecho. Borrado con efecto retroactivo. ¿Otro beso? 

-Vale,  pero más largo. 

- ¿Así? 

-Más húmedo. 

-¿Así? 

-Más tierno. 

-¿Así? 

- Casi. 

-¿Qué hago? 

-Remóntate a cuando no nos conocimos y empieza a contarme. 

-Me refería al beso. 

-Ah, perdón. Igual, pero como si me amases. 

-Entonces te tengo que acariciar. 

-No tengo objeción. 

-Llegamos sin padres a un planeta ignoto, de color anaranjado como una puesta de sol de otoño que durase todo el día. De noches oscuras con un cielo como dibujado a la orilla de un mar quieto, lleno de estrellas chicas, medianas y enormes como lunas. Y un aire flojito que llena el estómago. Y nunca tenemos hambre y aún no tenemos miopía y somos brillantes y suaves. Los nativos son como nosotros, hablan como nosotros, tienen casas con chimenea y catedrales interestelares sin historia. Nadie recuerda nada. Todos tan jóvenes. Creen que hace tiempo hubo como un ruido muy fuerte y desaparecieron todos los seres vivos infames. Pero duermen muchas horas y todos tienen los mismos sueños, así que no saben si pasó algo o no. Nos enseñan sus libros. Libros que cuentan excursiones a selvas donde las bestias dan discursos sobre artes escénicas.  Algunas sueltan burbujas cuando dicen la o. Son libros para leer en voz alta.  Otras bestias salen afuera y quieren cogerte en brazos y acunarte, porque saben que vienes de lejos y no tienes padres. Decidimos no buscar más y quedarnos en ese pueblo con niños mayores y padres intermitentes, que sacan para nosotros un jergón de arcoíris donde nos echamos juntos, abrazados, sin nostalgia, sin tiempo. Ya, más mayores de repente, visitamos la nave abandonada, a la que cubre una hiedra dorada con ojos muy abiertos. Apenas hemos llegado y nuestros cuerpos han cambiado. Huele muy bien allí, creo que eres tú, que hueles como a hogar y a pan cociéndose en un horno. A jabón terráqueo de rosas. Pienso en las cosas tan tontas que dices.  No recuerdo cómo son las rosas ni qué es el pan. Te beso. Te beso. No dices nada. Me devuelves mis besos como si fuese una deuda de honor, todos y cada uno, con intereses. Me gustan los intereses. Hablo y te ríes y me río de mis ocurrencias. Y te beso una y otra vez. Y ahí siento algo extraño, un deseo infinito, una necesidad de tu risa y descubro tus ojos de cerca, fijos en mí, entrecerrados, dueños del planeta, del viaje, de mi cuerpo y de mí. [...] Espera. 

-¿Qué? 

-Abre los ojos. Mírame. 

-¿Para darme un beso?

-Para darte un beso.

-Vale, pero después los cierro y me duermo.

-Estamos de acuerdo.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Un refugio para tu locura

Hasta tu salud mejora. Buena cosa vivir en el campo. Poder abrazar el pino y sentir la mágica curación cuando se te clava una astilla llena de paz y amor. Me dicen que estás mejor, lo leo por ahí, yo no puedo saberlo, pero me alegro, vaya. Imagino que la recuperación será dura y tendrás bajones cuando llegue el síndrome de abstinencia. Es lo que tienen las adicciones, todas, al amor, al vino, al casino. Uno se vuelve un poco loco. Hasta los padres nos cansamos. Hay madres que tiran la toalla. Padres que denuncian a sus hijos con tan solo 15 años. De todo. Cada caso es cada caso.  Todos opinan y no hay dos versiones iguales. Como en las entrevistas de las docuseries. Y es nuestra vida. Y no nos acordamos. Pero ellos tampoco. Nadie se acuerda de lo mucho que quisiste y, según tu dieta, quieres a tu familia, a tus amigos, a tus novios, a tus novias. De los favores que hiciste, de lo mucho que los agasajaste, de toda la razón que les diste. Te evitan, te reprochan, te mienten, te olvidan. Injusto, desesperante y muy malo para la sobriedad. Tu tolerancia a la frustración se va quedando en números rojos. Un pinchazo con el coche y te ves en el barrio pitando al de la ventana. Y otro día con peleas, con subidas y bajadas, con empujones e insultos, con pedir prestado y olvidarlo. Ceniceros volantes, bicicletas lanzadas por el monte, patadas al mobiliario urbano, gritos a una que te molesta porque hay gente que es muy molesta. Al menos la suerte te dio esta segunda (por decir algo) oportunidad y mientras no mires mucho atrás, todo irá como la seda (crucemos también los dedos para que nadie te adelante por la derecha). Lo suyo es, por el momento, que te alejes de los bares y de tu ex, que dice el peluquero que es tóxica como ella sola, y, ya de camino, del ambiguo barman que te invita para no meterse solo y después te manosea. Toca acostarse temprano. Igual, ahora que la salud mejora y quizás pasa una semana sin incidentes, puedes hacer planes. Inventarte algo. Soñar con. Comprar un local. Ser tu propio jefe. Escribir un libro. Viajar a la luna. Casarte y tener Netflix. Arreglar la furgoneta. Apuntarte al gimnasio. Aprender coreano. Quizás un remedio casero para desintoxicarte estaría bien. Ve adonde la Mari, que sabe de yerbas. Después, recuerda no dar el asunto por zanjado en dos semanas, que la noche suele tener consecuencias y nos estamos quitando de eso también. De las consecuencias, digo. Así que haz una buena limpieza con romero, quita la cal de esa ducha, blanquea por fuera y empapela por dentro (el papel pintado con print vegetal está de moda y relaja muchísimo). Oblígate a no fumar, así ahorras, y lava los cojines si no te llega para comprar otros. Es tu casa (aunque no sea tuya), haz de ella un refugio. No dejes entrar lo malo. Aunque lo malo tenga pinta de bueno.


sábado, 21 de septiembre de 2024

En una red

 Sentado en la arena contó hasta 30 rayos en el horizonte, mientras violaba la prohibición de fumar en la playa. La noche era agradable, fresca, húmeda, algunas gotas, un poco de viento, la tormenta acallando de tanto en tanto la música de fondo del concierto que cerraba la temporada. Ahora volvería a seguir, socializar, hablar, beber, bromear, compartir confidencias, dar opiniones, enamorarse, enfadarse. 

  A unos kilómetros, la expersona rara llevaría acostada y, probablemente, dormida unas 3 horas. Soñaba que, de algún modo, en la distancia, burlando con valor la orden de alejamiento, hablaba con él. Lo convencía para hacerse con un móvil más adecuado a esta época y, poco a poco, integrarse en el mundo de las redes sociales a las que él despreciaba injustamente. Qué mejor red social que en la que estaba. Y es verdad. Pero ella seguía. Las ventajas eran muchas, podía acceder a información rápidamente y gratis, leer montones de chistes, aforismos, opiniones, conocer más gente; en un día malo, discutir con desconocidos sin más problemas; en uno bueno, opinar a los cuatro vientos y sentirse, digamos, conloado. Muchos argumentos que vivirían únicamente ahí, en la bruma del vacío, infinitamente olvidados, cuya única meta sería virtualizarlo y meterlo en su teléfono. Miraría allí, en lugar de contemplar la puesta de sol, en vez de acabar un libro, mientras iba al cine con alguien sin nombre. Como tenerlo siempre cerca, como sentarse a su lado y mirar lo que ve. En una pantallita. Ahí secuestrado.

 Al final del sueño no se sabe lo que pasa, seguramente él se da cuenta de que es ella y llama a la policía, o súbitamente le explota el corazón mientras él se hace el interesante como si nada, o resulta que el de la niebla es otro. Tendremos que conformarnos con la intuición de que la cosa no traspasó el mundo onírico y nadie convenció a nadie de nada, y ella no existe, y él cerró exitosamente el bar mientras otros dormían.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Las moscas de septiembre


Incluso cuando no quedó papel y las pantallas fueron destruidas, se creaban y recreaban,  transmitían y retransmitían ordenes, organizaciones, leyes, horarios, educaciones, adoctrinamiento. 

Descubrieron un entero continente deshabitado.  Lo mantuvieron en secreto por generaciones, hasta que, sin hacer ruido, se marcharon. Algunos cometieron el error de mantener el contacto. Amaban a sus padres, tenían amigos. Otros, menos cariñosos, fueron igualmente localizados. No por otro afán que el mismo que tuvieron César o Alejandro, imagino, por más que los reservados emigrados se pusieran paranoicos. La civilización es imparable. Y los lugares recónditos dejaron de serlo, sus habitantes (re)conocieron antiguas prohibiciones, tuvieron vecinos y recibieron mensajes de autoridades importadas.

Un buen día hubo inauguración y otro, también bueno, elecciones y otro, procesiones y otro, reparto de tareas y otro, impuestos y otro, multas. Un gato gris mordió la mano de una inocente acariciadora.  Los gatos grises nunca volvieron a recibir caricias y la mujer fue indemnizada, vacunada y consolada públicamente. Nadie volvió a mirar siquiera a un gato gris. 

Entre tanto desagradecido felino, casi no se notó que nuevamente algunos colonos movieron sus vidas hacia tierras vacías, alejadas. Lugares fríos, inhóspitos. Con luna siempre alta. Lugares oscuros, peligrosos e indeseables.  Los acompañaron los gatos. Sin invitación. 

Solo ganaron tiempo. Llegaron a envejecer un poco. Tuvieron algún hijo al que no quisieron poner nombre. Lo llamaban hijo y venía hasta que no venía y seguían a lo suyo, luchando contra las inclemencias del clima y las incomodidades y la fauna asesina. 

Sonaron trompetas y tambores lejanos. Siguieron con sus extrañas vidas, ajenos los unos de los otros. Desnudos y vestidos, comiendo manzanas, patinando hasta caer, borrachos, graznando. No hubo ni un funeral. Hasta que llegaron. Instalando farolas, haciendo censos, arreglando los caminos, repartiendo pan y abrigo, instalando paneles protectores, ahuyentando bestias letales. La civilización contagia  inoculando procedimientos homogéneos, tiempos para despertar, para comer,  para leer o no leer, para salir, cerrar, abrir,...  Los de allí se negaron. Cerraron sus puertas, desclavaron carteles, rompieron cercados y alambradas, cortaron cables, liberaron animales. En pocas palabras: aceleraron las cosas. Inevitables policías vinieron raudos, cada día nuevas normas, cárceles, muros, nombres para saber quién era quién. No fue fácil, pero los hombres no pueden negar su responsabilidad civilizadora. Construyeron lugares para encerrar peligros. Hubieron de inventar nuevas formas de orden, trajeron sabios para comprender actitudes alteradas, salvajes, inhumanas al fin. Los inadaptados fueron capturados, estudiados, clasificados y metidos en cómodos sitios seguros, con sanos horarios y sanas rutinas, sábanas blancas y televisores, muros altos y uniformes planchados. 

Los gatos fueron testigos, tuvieron cónclaves. Decidieron, con la excepción que confirma la regla, ser, estar y parecer monísimos, adorables, limpios y encantadores, posar para cada foto, dejar de arañar y morder y ser silenciosos y cautos. Incluso dejarse castrar. Pasarse el día durmiendo, fingiendo. Solo en la noche vagar por las calles, cazar, pelearse, pintar paredes con mensajes vandálicos y anarquistas, maullar en las ventanas del manicomio códigos secretos, volcar cubos de basura, cambiarse con los gatos de otros barrios. Ser libres hasta el amanecer