domingo, 30 de noviembre de 2025

Sin paraguas

  Va a llover. Va a llover muchísimo. No viene a nada en concreto, pero creo que debería volver a leer la broma infinita o irme de viaje para siempre. Mejor pruebo con la broma. A pesar de que a David no le fueron de utilidad los antidepresivos, y que al final hizo lo que podría hacer una misma, en sus páginas hay un atisbo de cura para lo nuestro. El problema es que quiero leerlo en mi libro, subrayado, con mis palabras de entonces en el margen, quizá ya apuntando la futura deriva de la vida que ha pasado como un tornado, rápido, sin orden, descontrolado, destruyendo todo.

El libro en cuestión no lo tengo. Aquel tocho con cientos de notas al pie, algo manchado, pasó de mano en mano y ahora anda por ahí con un niño perdido, probablemente en la misma isla donde están la mayor parte de mis particulares tránsfugas. Es posible que ambas cosas sean irrecuperables y que tenga que ir a una librería y tener un encuentro con los pensamientos de los desesperados de AA, héroes de una guerra que no tiene fin, a ver si se me pega algo. Quizá es más que ingenuo esperar que una historia te salve, pero si algo tenía David es que no era cínico y probablemente creyese en eso también.  

lunes, 24 de noviembre de 2025

A derrota

 El viejo Erik lo sabía. Recordaba su nombre, casi olía su aliento. Estaban siempre en los mismos sitios, el mismo hueco dentro de un hueco, con la chaqueta impermeable, aislante de tantas cosas. Como imanes de una nevera que estuviera en todas partes, se atraían y allí se encontraban. Frente a frente. Uno hablando, el otro recordando dientes más limpios. Se remontaban al exilio, uno, a su madre, otro. Cambiaban a veces. Anécdotas borrosas: el hermano de su madre, su hermano, finalmente, su tío, realmente, su padre. La poética de los parecidos razonables, de la negación y la miseria. Cuartos separados por sábanas raídas. Raskolnikov, desquiciado. Insistir en que no eres tú el del espejo, en que el tiempo no permea, en que cada momento es la perfección o no es nada. Perseverar en el vacío de las estrechas vías que conducen al otro. En la oscuridad que llevan dentro. En la ebriedad que lo moja todo, que huele a mar enfurecido y después te acuna hasta dormirte empapado, pringoso de algas terrestres y medicinales. Erik escucha poco, pero a veces también se estremece. Ve aquel milagro de supervivencia como despojo. ¿A qué animal rechazan hasta las alimañas hambrientas? Cambia de lugares para empezar de cero, para no encontrarlo más con su risa forzada, sus frases hechas y anécdotas manidas. Pero siempre aparecía, con otro nombre, disfrazado poco sutilmente, echando su brazo por la espalda de Erik, palmeando sin pudor. No había escapatoria. Aquella era su vida verdadera en esencia. La noche traía ese rostro hasta su orilla más o menos lejos de Norte. El compás parece sonreír y susurrar falsas soluciones locativas. Mira la brújula, enloquecida como él mismo, mientras de fondo esa máquina de halagos empalagosos y bromas de mal gusto indica una ruta de escape con forma decreciente. Pero eso Erik ya lo sabía.