Va a llover. Va a llover muchísimo. No viene a nada en concreto, pero creo que debería volver a leer la broma infinita o irme de viaje para siempre. Mejor pruebo con la broma. A pesar de que a David no le fueron de utilidad los antidepresivos, y que al final hizo lo que podría hacer una misma, en sus páginas hay un atisbo de cura para lo nuestro. El problema es que quiero leerlo en mi libro, subrayado, con mis palabras de entonces en el margen, quizá ya apuntando la futura deriva de la vida que ha pasado como un tornado, rápido, sin orden, descontrolado, destruyendo todo.
El libro en cuestión no lo tengo. Aquel tocho con cientos de notas al pie, algo manchado, pasó de mano en mano y ahora anda por ahí con un niño perdido, probablemente en la misma isla donde están la mayor parte de mis particulares tránsfugas. Es posible que ambas cosas sean irrecuperables y que tenga que ir a una librería y tener un encuentro con los pensamientos de los desesperados de AA, héroes de una guerra que no tiene fin, a ver si se me pega algo. Quizá es más que ingenuo esperar que una historia te salve, pero si algo tenía David es que no era cínico y probablemente creyese en eso también.