jueves, 4 de abril de 2013

En honor de Koprotkin



Yo antes era anarquista. Fue una fase de tantas en mi vida, pero pensaba entonces que era un estado de cosas en mí. Quemé el carnet de identidad, de todos modos caducado desde hacía 13 años; hasta las narices de ivas, iteuves, ibis, ierrepefes y otros abusos, dejé de pagar impuestos. Ya puestos, me casé varias veces con hombres de todas las edades a los que di todo mi amor. Fundé un Club de la lucha en Caleta de Vélez, donde la única que no luchaba era yo por motivos obvios que quedaron claros desde el primer día: "no somos una basura, no golpeamos a gente con gafas". Entre otras acciones antisistema, incendié oficinas de correos por la noche e hice llamadas obscenas en nombre y honor de Koprotkin a todos los ministerios que venían en la guía telefónica; corté la emisión de Tele5 algún tiempo y metí un virus informático en la página de unos falangistas que se presentaban a las elecciones, con sus gafas de sol y esa pinta de clones de Pinochet, tan campantes, oye. Pues les jodí la web, algo era algo. Me sentía bien después de cada uno de estos momentos de justicia y desahogo en nombre del individuo medio acorralado por la autoridad, explotado por los gobiernos, angustiado por las deudas, preso en su vida. Alienado sin saberlo.
Después me marché al campo a escribir poesía, como Whitman. Y la verdad es que en este momento, tras mi comunión con la naturaleza y la felicidad que me proporciona la vida en el campo, se podría decir que ya no soy anarquista. No lo necesito. Aquí no hay nadie. Nadie que te fastidie, nadie que te oprima, nadie que te cobre impuestos, nadie que te diga cómo, cuándo y dónde, nadie que te corte la luz cuando estás a punto de tener un orgasmo por internet, nadie que te ponga multas, que te cobre el agua o que te cambie la maldita hora a su antojo y voluntad.
O quizás sí... Sí que sigo siendo anarquista pero evolucioné. Ahora, como Thoreau, podría decirse que me he convertido en ecoanarquista. El anarquismo verde me va más, vivo en un egoísmo inofensivo, en un entorno natural, primitivo, onanista y autocomplaciente. Es cierto, y lo reconozco, echo de menos la revolución, mas, en cuanto siento estos impulsos libertarios extremos, voy que me las pelo a la charca en busca del sapo bufo al que lamo hasta que veo a Dios que llega a calmarme, a decirme que estoy en el buen camino y que me ama como a su hijo. Allí se queda conmigo horas y converso con él hasta el amanecer.


5 comentarios:

I. Robledo dijo...

Ay, Señor... "La anarquista que hablaba con Dios"...

Que bello titulo para un relato...

Magnifico texto, amiga, me encanto...

Pilar dijo...

¡Qué buen título! Lástima que yo tenga tan poca intuición para estas cosas :)
Gracias por leer y por todo, Antiqva!

Calamardo dijo...

¿Econarquismo? Encuentro todo el texto bastante irónico.

Juanjo Rodríguez dijo...

¡Da gusto leer textos tan bien escritos e inteligentes!
Y además se aprende. Tuve que buscar quién fue ese señor ruso del título. ¿Qué más se puede pedir en tan poco espacio y gratis?

Pilar dijo...

Muchas gracias, Juanjo. Mi ego no cabe en sí!
Calamar, ¿no me conoces ya?
Abrazos a ambos dos :)