martes, 24 de diciembre de 2024

El cielo parece de nieve

 Se acaba el año y alguien se va a electrocutar. Yo misma salgo de casa a medianoche con gafas de sol y protección 50. Te lo cuento para que veas que en todos lados es un poco lo mismo y así me adelanto a los previsibles improperios sobre el absurdo del primermundismo y lo falso que te resulta esto, aquello y lo otro. ¿Cómo está el cielo allí? Aquí se ha marchitado el sol. Hay como una continua masa rosácea, bajando, que amenaza con aplastarnos a todos. Por las noches es como el techo de un crematorio abandonado, bajo, gris, con manchas como desconchones. También depende de la hora y desde dónde lo mire. Me da algo de pena cuando, como el sábado, me senté en la mecedora del dormitorio de arriba, ese que da al poniente y es insoportable en verano,  y el cielo parecía un volcán en erupción puesto del revés. No te mentiré: era hermoso, como si encima de todo una luz azulada rematase el desastre. Te hubiese gustado. En ese modo en que a ti te gustan las cosas, con cierto asco, con una mueca indescifrable, como si en el deleite hubiese un plagio que te avergüenza. Seguro que es así. Y seguro que no vienes hasta dentro de mucho. Me conformo con que no tardes en responderme contándome cómo se ve el cielo allá, diciendo que no gastarás el sueldo de un mes en venirte aquí y así retrasar tu vuelta definitiva y que se te están congelando los huevos en ese sitio de mierda cruzándote con tus futuros vecinos, esos que invaden tu campo. Ten paciencia con ellos: a tu vuelta tú también serás un extraño. Odiarás ver que los de aquí son idénticos a los de allí y que todo lo que ahorraste lo gastas en un día para cubrir inútiles necesidades carísimas.

Abrígate cuando vayas a leer al cementerio: no quiero que mueras de una enfermedad decimonónica en ese país absurdo con la burocracia que sería regresar tu cadáver.

Te diría que te quiero, pero paso de que te burles. 

domingo, 15 de diciembre de 2024

Me sabe tan mal

 Curiosamente, un gesto de madurez es fingir que las cosas que han pasado, no han pasado. O quitarles importancia,  cuanta más tienen. O hacer como que lo que molesta, no te molesta tanto. Porque los adultos deben moderar su emoción. Algo que se dice como si nada, todo el tiempo: madura. Como si mostrar tu frustración, derramar lágrimas, sentir dolor o divertirse "demasiado" estuviese vetado para según qué edades. Habla como una mujer. Una señora. Aparenta por lo menos. 

Una cosa digamos triste, aunque no estoy segura de que ese sea el adjetivo adecuado, es llegar a un momento en tu vida, cumplir ya unos años, mirarte en el espejo de otro y darte cuenta de que te has convertido en una gilipollas. Una bocazas. Una impertinente.  Una pesada. Alguien que ahuyenta a quienes sí actúan como adultos. Presentables, planchados, tranquilos, seguros, educados, contenidos, puntuales, te saludan y ponen una excusa para parar lo justo cuando se te cruzan.

No sé si importa, si importan. Si tanto pierdo cuando se me compara con una que sí que es una mujer de verdad. Aunque la mitad del tiempo esté fingiendo, esa mujer de verdad, digo.  O no. O es así. No tengo ni idea. Es otro misterio. Uno de esos misterios que no alcanzaré a comprender (de ahí que sea un misterio). Como ver la diferencia,  como estar concentrada, como acertar una sola vez al menos para saber qué se siente. Como llorar y enfadarme, quejarme y gritar, como preguntar y preguntar para que me respondan hasta que no quede nadie a quien preguntar.

Así que era eso. Cuando de joven pensaba que había gilipollas, ni se me ocurrió pensar que yo sería una de ellos.  Alguien tenía que ser, claro. Tampoco era muy lista entonces.

viernes, 11 de octubre de 2024

Fantasmas

 Se libró del silencio de mi mano, revolviendo en la bolsa el caos minimalista, como en busca de algo. Quién sabe. No pregunto. Nunca. Nada. No me interesa la respuesta. La explicación es siempre el principio de algo. Además, estábamos llegando. De todas formas, la mano se me quedó ahí colgando, sola, sin objetivo. Como un soldado de Terracota en mitad del desierto del Gobi. Se quedó quieta y estúpida en la misma posición. Como ofreciéndose, ofreciéndole una segunda oportunidad a, supongo, su mano. Oportunidad que ninguno deseaba. Su casa estaba en la misma acera estrecha donde yo había subido mi coche para poder aparcarlo. Las costumbres locales pueden ser incómodas. La gente debe caminar de lado pegada a las paredes y muros o, heroicamente, por la calzada. Y los conductores pasar las gimnasias obvias para salir por la puerta del copiloto. Barrios no aptos para obesos o viejos reumáticos, ni adeptos a norma alguna. Sitios con tradiciones donde el uso, ley consuetudinaria, moldea,  cual enredadera silvestre, absolutamente todo. Mi mano seguía tibia, semiabierta aún. Un satélite del cuerpo equivocado, ajeno a la bifurcación de nuestros invisibles hilos de energía, mientras nos separábamos en silencio. Lentos, solemnes en nuestro buscar entre el manojo cada uno la  llave precisa, con peso de llave y forma de llave, que abriese la puerta correspondiente. Un viaje en el tiempo. Tuve que conducir como pude. Me alegré de no ser zurdo. Mi mano, tránsfuga, ya suya, se había quedado allí, en su puerta, en su acera, como un fantasma del barrio.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Sueño

 -¿Nos confortamos en la historia? 

-Vale. 

-¿Abrazados? 

-Por favor. 

-¿Cómoda? 

-Mucho. Tienes un hueco aquí donde quepo perfectamente, y me gusta sentir mis manos en tu espalda. 

-¿Qué historia prefieres? 

-Una de mentira. 

-¿Me invento algo rápido para ti? 

-Y que sea mentira. 

-Sí. No te preocupes. 

-¿Más juntos? 

-Vale. 

-¿Nos echamos? 

-Sí. 

-¿Va bien si de tanto en tanto te beso? 

-Me vendría bien, la verdad. 

-¿Te gustan los marcianos? 

-Algunos. 

-¿Quizás algo más lejos? ¿Otra galaxia? ¿Otro universo? 

-Sí. Un universo sin efemérides.  

-Borramos el calendario al completo, lo sabes, ¿no? 

-Eso quiero. Sobre todo octubre. Nada bueno ha pasado nunca en octubre. 

-Hecho. Borrado con efecto retroactivo. ¿Otro beso? 

-Vale,  pero más largo. 

- ¿Así? 

-Más húmedo. 

-¿Así? 

-Más tierno. 

-¿Así? 

- Casi. 

-¿Qué hago? 

-Remóntate a cuando no nos conocimos y empieza a contarme. 

-Me refería al beso. 

-Ah, perdón. Igual, pero como si me amases. 

-Entonces te tengo que acariciar. 

-No tengo objeción. 

-Llegamos sin padres a un planeta ignoto, de color anaranjado como una puesta de sol de otoño que durase todo el día. De noches oscuras con un cielo como dibujado a la orilla de un mar quieto, lleno de estrellas chicas, medianas y enormes como lunas. Y un aire flojito que llena el estómago. Y nunca tenemos hambre y aún no tenemos miopía y somos brillantes y suaves. Los nativos son como nosotros, hablan como nosotros, tienen casas con chimenea y catedrales interestelares sin historia. Nadie recuerda nada. Todos tan jóvenes. Creen que hace tiempo hubo como un ruido muy fuerte y desaparecieron todos los seres vivos infames. Pero duermen muchas horas y todos tienen los mismos sueños, así que no saben si pasó algo o no. Nos enseñan sus libros. Libros que cuentan excursiones a selvas donde las bestias dan discursos sobre artes escénicas.  Algunas sueltan burbujas cuando dicen la o. Son libros para leer en voz alta.  Otras bestias salen afuera y quieren cogerte en brazos y acunarte, porque saben que vienes de lejos y no tienes padres. Decidimos no buscar más y quedarnos en ese pueblo con niños mayores y padres intermitentes, que sacan para nosotros un jergón de arcoíris donde nos echamos juntos, abrazados, sin nostalgia, sin tiempo. Ya, más mayores de repente, visitamos la nave abandonada, a la que cubre una hiedra dorada con ojos muy abiertos. Apenas hemos llegado y nuestros cuerpos han cambiado. Huele muy bien allí, creo que eres tú, que hueles como a hogar y a pan cociéndose en un horno. A jabón terráqueo de rosas. Pienso en las cosas tan tontas que dices.  No recuerdo cómo son las rosas ni qué es el pan. Te beso. Te beso. No dices nada. Me devuelves mis besos como si fuese una deuda de honor, todos y cada uno, con intereses. Me gustan los intereses. Hablo y te ríes y me río de mis ocurrencias. Y te beso una y otra vez. Y ahí siento algo extraño, un deseo infinito, una necesidad de tu risa y descubro tus ojos de cerca, fijos en mí, entrecerrados, dueños del planeta, del viaje, de mi cuerpo y de mí. [...] Espera. 

-¿Qué? 

-Abre los ojos. Mírame. 

-¿Para darme un beso?

-Para darte un beso.

-Vale, pero después los cierro y me duermo.

-Estamos de acuerdo.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Un refugio para tu locura

Hasta tu salud mejora. Buena cosa vivir en el campo. Poder abrazar el pino y sentir la mágica curación cuando se te clava una astilla llena de paz y amor. Me dicen que estás mejor, lo leo por ahí, yo no puedo saberlo, pero me alegro, vaya. Imagino que la recuperación será dura y tendrás bajones cuando llegue el síndrome de abstinencia. Es lo que tienen las adicciones, todas, al amor, al vino, al casino. Uno se vuelve un poco loco. Hasta los padres nos cansamos. Hay madres que tiran la toalla. Padres que denuncian a sus hijos con tan solo 15 años. De todo. Cada caso es cada caso.  Todos opinan y no hay dos versiones iguales. Como en las entrevistas de las docuseries. Y es nuestra vida. Y no nos acordamos. Pero ellos tampoco. Nadie se acuerda de lo mucho que quisiste y, según tu dieta, quieres a tu familia, a tus amigos, a tus novios, a tus novias. De los favores que hiciste, de lo mucho que los agasajaste, de toda la razón que les diste. Te evitan, te reprochan, te mienten, te olvidan. Injusto, desesperante y muy malo para la sobriedad. Tu tolerancia a la frustración se va quedando en números rojos. Un pinchazo con el coche y te ves en el barrio pitando al de la ventana. Y otro día con peleas, con subidas y bajadas, con empujones e insultos, con pedir prestado y olvidarlo. Ceniceros volantes, bicicletas lanzadas por el monte, patadas al mobiliario urbano, gritos a una que te molesta porque hay gente que es muy molesta. Al menos la suerte te dio esta segunda (por decir algo) oportunidad y mientras no mires mucho atrás, todo irá como la seda (crucemos también los dedos para que nadie te adelante por la derecha). Lo suyo es, por el momento, que te alejes de los bares y de tu ex, que dice el peluquero que es tóxica como ella sola, y, ya de camino, del ambiguo barman que te invita para no meterse solo y después te manosea. Toca acostarse temprano. Igual, ahora que la salud mejora y quizás pasa una semana sin incidentes, puedes hacer planes. Inventarte algo. Soñar con. Comprar un local. Ser tu propio jefe. Escribir un libro. Viajar a la luna. Casarte y tener Netflix. Arreglar la furgoneta. Apuntarte al gimnasio. Aprender coreano. Quizás un remedio casero para desintoxicarte estaría bien. Ve adonde la Mari, que sabe de yerbas. Después, recuerda no dar el asunto por zanjado en dos semanas, que la noche suele tener consecuencias y nos estamos quitando de eso también. De las consecuencias, digo. Así que haz una buena limpieza con romero, quita la cal de esa ducha, blanquea por fuera y empapela por dentro (el papel pintado con print vegetal está de moda y relaja muchísimo). Oblígate a no fumar, así ahorras, y lava los cojines si no te llega para comprar otros. Es tu casa (aunque no sea tuya), haz de ella un refugio. No dejes entrar lo malo. Aunque lo malo tenga pinta de bueno.


sábado, 21 de septiembre de 2024

En una red

 Sentado en la arena contó hasta 30 rayos en el horizonte, mientras violaba la prohibición de fumar en la playa. La noche era agradable, fresca, húmeda, algunas gotas, un poco de viento, la tormenta acallando de tanto en tanto la música de fondo del concierto que cerraba la temporada. Ahora volvería a seguir, socializar, hablar, beber, bromear, compartir confidencias, dar opiniones, enamorarse, enfadarse. 

  A unos kilómetros, la expersona rara llevaría acostada y, probablemente, dormida unas 3 horas. Soñaba que, de algún modo, en la distancia, burlando con valor la orden de alejamiento, hablaba con él. Lo convencía para hacerse con un móvil más adecuado a esta época y, poco a poco, integrarse en el mundo de las redes sociales a las que él despreciaba injustamente. Qué mejor red social que en la que estaba. Y es verdad. Pero ella seguía. Las ventajas eran muchas, podía acceder a información rápidamente y gratis, leer montones de chistes, aforismos, opiniones, conocer más gente; en un día malo, discutir con desconocidos sin más problemas; en uno bueno, opinar a los cuatro vientos y sentirse, digamos, conloado. Muchos argumentos que vivirían únicamente ahí, en la bruma del vacío, infinitamente olvidados, cuya única meta sería virtualizarlo y meterlo en su teléfono. Miraría allí, en lugar de contemplar la puesta de sol, en vez de acabar un libro, mientras iba al cine con alguien sin nombre. Como tenerlo siempre cerca, como sentarse a su lado y mirar lo que ve. En una pantallita. Ahí secuestrado.

 Al final del sueño no se sabe lo que pasa, seguramente él se da cuenta de que es ella y llama a la policía, o súbitamente le explota el corazón mientras él se hace el interesante como si nada, o resulta que el de la niebla es otro. Tendremos que conformarnos con la intuición de que la cosa no traspasó el mundo onírico y nadie convenció a nadie de nada, y ella no existe, y él cerró exitosamente el bar mientras otros dormían.

domingo, 8 de septiembre de 2024

Las moscas de septiembre


Incluso cuando no quedó papel y las pantallas fueron destruidas, se creaban y recreaban,  transmitían y retransmitían ordenes, organizaciones, leyes, horarios, educaciones, adoctrinamiento. 

Descubrieron un entero continente deshabitado.  Lo mantuvieron en secreto por generaciones, hasta que, sin hacer ruido, se marcharon. Algunos cometieron el error de mantener el contacto. Amaban a sus padres, tenían amigos. Otros, menos cariñosos, fueron igualmente localizados. No por otro afán que el mismo que tuvieron César o Alejandro, imagino, por más que los reservados emigrados se pusieran paranoicos. La civilización es imparable. Y los lugares recónditos dejaron de serlo, sus habitantes (re)conocieron antiguas prohibiciones, tuvieron vecinos y recibieron mensajes de autoridades importadas.

Un buen día hubo inauguración y otro, también bueno, elecciones y otro, procesiones y otro, reparto de tareas y otro, impuestos y otro, multas. Un gato gris mordió la mano de una inocente acariciadora.  Los gatos grises nunca volvieron a recibir caricias y la mujer fue indemnizada, vacunada y consolada públicamente. Nadie volvió a mirar siquiera a un gato gris. 

Entre tanto desagradecido felino, casi no se notó que nuevamente algunos colonos movieron sus vidas hacia tierras vacías, alejadas. Lugares fríos, inhóspitos. Con luna siempre alta. Lugares oscuros, peligrosos e indeseables.  Los acompañaron los gatos. Sin invitación. 

Solo ganaron tiempo. Llegaron a envejecer un poco. Tuvieron algún hijo al que no quisieron poner nombre. Lo llamaban hijo y venía hasta que no venía y seguían a lo suyo, luchando contra las inclemencias del clima y las incomodidades y la fauna asesina. 

Sonaron trompetas y tambores lejanos. Siguieron con sus extrañas vidas, ajenos los unos de los otros. Desnudos y vestidos, comiendo manzanas, patinando hasta caer, borrachos, graznando. No hubo ni un funeral. Hasta que llegaron. Instalando farolas, haciendo censos, arreglando los caminos, repartiendo pan y abrigo, instalando paneles protectores, ahuyentando bestias letales. La civilización contagia  inoculando procedimientos homogéneos, tiempos para despertar, para comer,  para leer o no leer, para salir, cerrar, abrir,...  Los de allí se negaron. Cerraron sus puertas, desclavaron carteles, rompieron cercados y alambradas, cortaron cables, liberaron animales. En pocas palabras: aceleraron las cosas. Inevitables policías vinieron raudos, cada día nuevas normas, cárceles, muros, nombres para saber quién era quién. No fue fácil, pero los hombres no pueden negar su responsabilidad civilizadora. Construyeron lugares para encerrar peligros. Hubieron de inventar nuevas formas de orden, trajeron sabios para comprender actitudes alteradas, salvajes, inhumanas al fin. Los inadaptados fueron capturados, estudiados, clasificados y metidos en cómodos sitios seguros, con sanos horarios y sanas rutinas, sábanas blancas y televisores, muros altos y uniformes planchados. 

Los gatos fueron testigos, tuvieron cónclaves. Decidieron, con la excepción que confirma la regla, ser, estar y parecer monísimos, adorables, limpios y encantadores, posar para cada foto, dejar de arañar y morder y ser silenciosos y cautos. Incluso dejarse castrar. Pasarse el día durmiendo, fingiendo. Solo en la noche vagar por las calles, cazar, pelearse, pintar paredes con mensajes vandálicos y anarquistas, maullar en las ventanas del manicomio códigos secretos, volcar cubos de basura, cambiarse con los gatos de otros barrios. Ser libres hasta el amanecer

martes, 27 de agosto de 2024

Podcast

 Se me ocurrió hacerme una web personal, un sitio de esos con podcast que titulé "De todo un poco. De nada un mucho". El motivo: sin dedos no era viable desahogarme e inventar infames estupideces por escrito, ergo, el blog quedó en "buenas" manos, que, al menos, podían teclear. Mientras, como decía, yo y mi voz de ángel podíamos ir diciendo velozmente aquello que nos viniese a una mente bajo la influencia tóxica de ficciones inquietantes (uf Corrección), noticias terroríficas y un montón de fármacos que ya quisiera más de uno, más de dos y más de tres. Todo fue medio bien mientras ponía a parir el sistema (sic), la cosa esa intangible de cuya mierda de organización devienen todos los males del mundo. El sanitario, que conozco bien; el fiscal del que todos nos hemos nos hemos acordado en unos términos bastante soeces; el educativo, que mejor me callo. El electoral, que es un puto estercolero. Y así. Me vine arriba, qué puedo decir. Vi como mi válvula de escape e incontinencia verbal acumulaba seguidores y abrí una sección de comentarios. Sin filtrado. No lo he dicho, pero activé aquello de compartir en todas mis redes cada vociferante entrada, cual pescador de incautos entes aburridos que me prestasen la atención merecida y necesitada. Sí. Comentarios. Sí. Sin filtrado. Sí. En Twitter,  en Instagram,  en Telegram, en Facebook (!), en Snapchat, hasta en el WhatsApp, activando la opción de excluirte pues no estoy tan loca. En fin. Compartir. Hablar sin pensar y desparramar por ahí sin ton ni son inventos verbales sinfín. A veces, me inspiraba en hechos reales y, a veces, dejaba volar mi imaginación, pues a falta de vivencias propias y verdaderas, las inventadas pueden mitigar la frustración del enfermo y, si son contadas en indicativo, casi te las crees hasta tú. Bueno no sé si yo me las llegué a creer, pero mucha gente tan aburrida y obsoleta como yo, sí que lo creyó. Todo. Los comentarios están ahí, hablan por sí mismos (obvio), relatan un mundo de reacciones fantástico. Desde insultos (que ya ves tú) hasta amenazas contra mi integridad física y peleas entre los participantes. Largas parrafadas que alteraban el propósito subyacente e iban por derroteros ignotos, abriendo interminables hilos que me dejaban al margen. Algo intolerable. Hasta el bot de la batamanta se coló en cada ocasión. Aun así, como no podía dejar de ser quien soy, seguí. Inventé un tugurio clandestino aquí al lado de mi casa con sus parroquianos politoxicómanos y expresidiarios desde donde yo misma llevaba a cabo un negocio ilegalísimo de "intercambio" de vehículos en buen estado y venta de productos naturistas a precios que iban y venían según dijese el periódico que andaba el N225. El sitio abría tras el cierre oficial de locales de mi ciudad que está en el ranking de los 10 mejores lugares para morir de aburrimiento en todo el Universo, incluida Siberia y la Luna. Los oídos fueron prestados, hice una serie completa y no escatimé en detalles. Mis seguidores fueron multiplicándose, ahora que lo pienso quizás entre los buscadores de ocio de aquí y allá y los buscadores de buscadores de ocio, o policías, también de acá y allí. Lo importante. Lo importantísimo. Lo impactante. Lo alucinante. Y lo cuento sin problema y sin exageraciones ni aspavientos desde mi celda en un móvil que me han dejado un momentito unas colegas rusas. Es (lo increíble que estaba yo anunciando) que el local fue. Llamado precisamente el Tugurio de La Pili, abría a las 2 y media, justo en la cuesta de El Negro, a escasos metros de mi casa, con sus camellos, sus expresidiarios, su calvo esquizofrénico, su público fijo, su contraseña al entrar, su argentino comeorejas, su menda superguay que en los noventa fue el mejor, su tío pesado que noesdeningúnsitio, su exmilf, su escritor canario que no pensaba salir hoy, su garrafón y el parking de motos "prestadas" en la parte de atrás. Todo, todito, igual que en mis podcast. Y ahora dirán aquello de "poco te pasa..." y yo diré sí, es cierto, y merecido. Pero ¿es o no es acojonante?

miércoles, 21 de agosto de 2024

Hidrolatasión

 Ayer conseguí no dar mi teléfono a nadie. Un pequeño paso... En fin. Después, no solo me alegré,  sino que  sentí un alivio enorme al saber que todos los allí congregados, a pesar de tener unas dentaduras excelentes,  eran expresidiarios.  Por injusticias, descuidillos, por poco tiempo, porque los pillaron. Hoy a las 4 y 45 p.m., desayunando café con café, me doy cuenta de que los expertos no saben una mierda. Los meteorólogos no dan una, en Toledo han tocado fondo, La Ser es la Ser y quienes vienen no son bienvenidos. Un lío paraolímpico, la verdad. Basta con no entrar en Twitter o como coño diga el friki ese que se llama Twitter ahora y todo desaparece. Como yo ayer, tras conocer los antecedentes penales de la peña. Y es que es difícil encontrar sitios que no cierren a una hora que en verano parece que es broma. Y es que paso muchísimo de ir a cualquier sitio donde no pueda llegar caminando. Perímetro casa un par de kilómetros. O asín. Y todos en la feria de ida o de vuelta. Con un tufillo a Cartojal horripilante, sudados, alegre(s) ma non troppo. Y es que si no vas a tener suerte, te pasa lo mismo aquí que allí, a las 2 que a las 6, solo o con leche. Y aun así, deberían dejar los bares abiertos para evitar el excesivo consumo de antidepresivos. Aceptamos cartelitos con enfermeras mandando a callar en las puertas, convenimos en no hablar y menos reír en la calle haciendo eses de vuelta, solo fumaremos por solidaridad con los trabajadores de las tabacaleras pagando un dineral por un cáncer que no llega, o de gorra. Hay un problema. El Atlántico iba a calentarse más y más y, de pronto, se ha puesto a enfriarse. Los, de nuevo, expertos están desconcertados. Valga la paradoja. La no futura presidenta de EEUU no dice nada de nada de nada. El otro ya sabemos que está defectuoso. Aquí el que habla, la caga salvajemente y, si no, los comentaristas anónimos, voz del pueblo,  hacen por darle la vuelta a la cosa hasta que las úlceras de masoquistas revientan y los ves en urgencias vomitando sangre de 5 a 10 horas, rodeado de otros moribundos, incluido el médico de turno que, para qué vamos a engañarnos, va dopado y está (lit) hasta los cojones. Uno precisamente de los que no tienen mi teléfono acabó en la trena por algo así. Pero no es médico, noble atenuante en caso de que se cargue a alguien. Es bueno ser médico, no tanto doctor. Yo misma aquí donde me veis y ya veis. Bueno, voy a mejor, ayer no di mi teléfono a nadie, cambié de tema (con remas) y desaparecí antes de decir "qué se debe?". 2 segundos cronometrados. Me hidrolatro. 

lunes, 5 de agosto de 2024

Manicómio

 Por torpe, te lo quitan todo. La billetera, la escayola, el tiempo que va en tu contra, el aire que por misterios de la vida desaparece, el agua de los ojos, de la frente, de estómago, del grifo. Cómo harían antes sin grifos. La cosa esa llamada gárgola te mira impasible, siglos recogiendo información inútil y macabra. Ahí, arriba, piedra terrorífica a la que sacar una foto.  Las fotos... Subir esos momentos en que sonríes desmejorada con una sonrisa que da pena. Bajar ese artículo que explica porqué un ull es un ojo. Culpa de no escribirte, de no contarte a ti también,  como cuento todo. Escribir como castigo, crimen, castigo, humillación. Escribir porque comí algo a lo que soy alérgica,  porque ayer me hiciste el amor y no recuerdo una mierda, porque me gritaste desde el televisor y te tenía muteado. Porque no puse pasta para echar un cable a médicos sin fronteras.  Por no ser médico,  por no ver las fronteras, por no creer en las banderas. Porque en lugar de café habríamos debido beber whisqui, porque tienes los ojos azules y es una deficiencia genética. Mi hijo los tiene verdes. Me desvío, pero es importante dejar claro que los ojos claros son un defecto que nos atrae como nos atrae la comida basura. Hace un calor imposible.  No debería.  Habían hecho cuentas. Les pasaría a nuestros bisnietos, si nuestros hijos tienen la insensatez de traer hijos a este vertedero que es el mundo. Los médicos sin fronteras deberían saberlo. Deberían parar de salvar el excedente, deberían volver para que alguno me quitase este puto dolor de hombro brazo manos dedos. Así nos quitan todo. Y así no tenemos más que daño, locura, saber tu lugar y denunciar, si te apetece pasar horas en el cuartel, el robo. Por torpe. Por torpes. Ahora estás donde estés y yo no tengo brazo, ni obviamente codo muñeca mano. No tengo aire. Ni agua. Ni paciencia. Ni puta empatía. Ni ahorros. Por torpe, mi madre se arrepintió y yo soy el error que gasta el tiempo denunciándolo a sordos. Igual ella habría sido menos infeliz. Igual yo tendría todo el espacio y nada de conciencia.  Pero fue torpe. Y yo no encuentro el brazo, porque quizá no era mío. Quizá toda yo soy un robo. Un robo torpe como los ojos claros. Un fallo genético, un sueño de dios. Mañana, aunque sea una gilipollez, haré el puto ingreso para que alguien tenga una vacuna al otro lado del mundo o para que el que sea se haga más rico. Así soy. El cinismo y la culpa son una marca generacional. Yo no tengo nada que ver. Nada pasa porque una persona, una sola persona, tome una decisión chiflada. Abriré el periódico. Mañana. Dirá que esto es un desierto, que evacuemos, que viene un tsunami, que hemos (yo también?!) provocado una guerra civil en Venezuela. Buscaré mi brazo. Buscaré tus ojos, recordaré que estoy aquí porque mi madre fue torpe. Sentiré dolor y culpa, como todos. Vistiendo, comiendo, siendo en este lado del mundo. Mañana se nos secará el cerebro. Mañana estarás de vacaciones. Mañana daré un viajito al Civil y me dirán que me aguante. Sé todo. Ya ha pasado. Les damos las llaves del manicomio. Todo está en X. Ojalá manicomio llevara tilde. 

miércoles, 24 de julio de 2024

El día que no me comí a Ígor

7:30 a.m., 37° Celsius , 95 por ciento de humedad, miércoles (creo). Año del Señor de 2024. Mes: julio. Entre mesidor y termidor, aprox (sic). Levanto como Nosferatus, rígido el cuerpo, blanco, seco, dolorido. Tengo unos abdominales que te cagas. En verdad. 

Hambriento, mas sin fuerzas para ir al frigorífico a por las bolsas del desayuno. Ígor (AKA Renfield) no aparece.  Me lo voy a comer y buscaré otro esclavo más eficaz. Se ha puesto muy gordo y debe saber a pollo (definitivamente tengo hambre). Además, no me despertó y ahora es de día.  Puto inútil.

Aparece un humano por la cortina de la derecha (para el público; la izquierda para mí; importa porque giro la cabeza para mirarlo y he de saber dónde mirar). Dice: "¡Madre!, ¿Qué hace usted levantada?". Pienso: "¿Cuándo cojones he tenido yo un hijo y de qué matriz...?". Me interrumpe: "Madre, no diga palabrotas". Juraría que lo he pensado y no dicho, pero no he desayunado,  soy un vampiro, este joven hermoso y sonrosado, y jugoso, me llama madre y quizás, por consiguiente,  sí que lo he dicho. No hay que negar la mayor.

Departimos brevemente. Lo llamo hijo, por seguir la corriente, que es lo que más conviene para conseguir lo que uno desea. Le insinúo que estoy famélica. Y digo y repito, transmito, emito, afirmo y me confirmo en mi necesidad y deseo de ingerir MIS alimentos. En mi fuero interno, cerciorándome de tener la boca cerrada, sé que si no lo pilla, definitivamente no es hijo mío, ni de palabra ni de obra ni de pensamiento, ni de coña. 

Viendo que el rollizo y blando muchacho no se mueve, paso al acto ilocutivo-perlocutivo. Y grito, por si su problema es auditivo: "Niño, que traigas una bolsa de la nevera del sótano. La de la contraseña". "¿Qué contraseña?". "La que tenemos en todo, infeliz! 1, 1, 1, 1". "Ah"... 30 segundos eternos y una pelusa gigante después: "¡¡¡La bolsa!!!". Se marcha por fin. Espero. He de admitir que lo mío no es la paciencia. Así que me pongo a trepar por el techo, me convierto en a) gato. b) murciélago.  c) rata. d) madre. Entra, ¡gracias a los dioses mayas!, el zagal con las manos vacías. "No tenemos sótano, madre". "¿¿¿Qué???". "Que no pagó usted al contratista y el albañil se fue dejando solo un cavernoso hueco de 3x3". Odio las referencias espaciales. No las entiendo. Me jode cuando leo que una casa tiene no sé cuántos metros cuadrados de jardín, no sé para cuántas tumbas da eso.  Y quiero desayunar.  Me acerco al trozo de comida parlante que me llama madre, sonrío y lo hipnotizo para que no oponga resistencia, me acerco al latido de su blanquísimo cuello, pienso esto se llama yugular como se podría llamar yogur. Y desayuno.

Mucho mejor, más ágil y rejuvenecido, llamo a Ígor para que se desahaga del cuerpo. Aparece a los dos segundos, lo cual me complace. Me notifica que se está poniendo el sol. Pienso "Joder, el tiempo vuela". Oigo al esclavo desde la izquierda (para ustedes, derecha para mí): "Y que usted lo diga, Maestro".  Este Ígor, qué boss: Me lee el pensamiento. 

Voy a cambiarme. Es la hora de salir. Hoy tenemos reunión del comité y no puedo llegar tarde. 

Telón. Silencio sepulcral.

...

Un aplauso (de Ígor, seguro).



lunes, 22 de julio de 2024

Versos escitas

 Podría escribir los versos más tiernos esta tarde-noche. Pero no quiero. No quiero tiernos. No quiero versos. No quiero tarde. Esta tarde hora taurina, hora de siesta, ora pro nobis. Esta tarde poemas de amor y cristalmina. Antes de las 10, hora en que los vecinos apagan la Wi-Fi y salen a pasear. Y yo quedo mirando la pantalla página en blanco sin bolis ni mina en el.lápiz, sin papel higiénico que robar ni paredes blancas que grafitear. Antes, pues, de las 10. Versos hermosos con palabras de melancolía, esperanza, fe, deseo, perdón, calaveras y resaca. Subjetivamente hermosos, subjetivamente versos. Subjetivamente subjetivos. Funcionalmente,  míos.  Pragmáticamente tuyos. Pero es que, de verdad, no quiero. 

Podría escribir los versos más bellos esta tarde, a 40°. Hermosos y sonoros como el goteo del sudor de tu nariz que no es tan fea y asquerosa, como el resto de narices, llegada cierta edad. Tampoco es que sea la nariz perfecta, ni dan ganas de rozarla con la mía, mirarla, besarla, quizás, mientras duermes un día de invierno en que no tengas cascadas de sudor. Igual que la frente, igual que los labios, igual que la risa, sudada, igual que el conjunto que compone tu cara no tan odiosa ni anodina, ni tan intercambiable.  Versos que podrían ir resbalando, bajando lentos y tristes e inconformes por la piel morena y pequeña de esa cara tuya, que es de quien la mire, que es de quien la quiera. Sudor que huye y baja buscando en la camisa blanca los dichosos versos esos que quiero pero no puedo, puedo pero no quiero.

Podría sin versos ni palabras sentir ternura, hermosura, amor. Podría reunir invisibles frases y componer un estado de ánimo, un ardor, compasivo e inspirado. Pero no quiero.

Podría escribir versos verdes contaminantes pútridos,  donde los gusanos repten hasta tus ojos de los que no he dicho nada. Versos radioactivos. Versos lanzallamas, versos víricos para los que no haya vacunas. Versos asesinos. Versos sin rima que salgan del papel de la pantalla de la pared con forma de machete y destruyan todo y arrasen esta tórrida tarde-noche. Que no dejen nada para el enemigo. Tierra quemada. Versos escitas.

Eso es lo que quiero.

domingo, 14 de julio de 2024

Independentismo dominical

 Figuras de fronteras borrosas, representantes de lo confuso parlamentando de horrores lejanos han acabado conmigo. Cuestiones de perspectiva,  dicen al cabo. En lo inmediato, lo cercano, lo cotidiano y familiar hay brotes astigmáticos, miopía o presbicia en distintos grados. Nunca, ¿nunca?, los tres a la vez. Digan lo que digan, no hablamos el mismo idioma. Y quizás, un silencio incómodo sería la mayor comodidad. Por eso los auriculares y las ininteligibles abreviaturas, vacías por completo de sentido para ambas partes. Se me olvidó acabar con el tono y el signo de interrogación. Esa rotonda incompleta, como de haberse comido el presupuesto algún responsable de la subcontrata para Resolución y Dudas del Ministerio de Obras públicas, Lenguaje, Ahorro y Familia. Y hablando de fronteras, ya cerré mi puerta, y apagué el móvil, reventé la tele y enmudecí radios y familiares. Esto es un templo soberano de seguridad física y mental. Donde los misterios de la infinita masa de microscópicas heces verbales y visuales no penetrarán. Esta no es una frontera dudosa, discutible como la historia, como las noticias, como vuestras verdades-mentira. No. Hice acopio de papel higiénico, que no soy nueva. Esa puerta verde es el límite donde se queda todo el material tóxico, de posturas y revisiones. Donde te quedas tú y tus razones y tu lógica aplastante y tus puntos suspensivos, recogida de firmas, a favor o en contra, tus cuentas y estadísticas, tus consejos y órdenes y contraórdenes, tu odio esto y amo esto otro. Tu conmigo o contra mí. Yo también soy la que calla y no para de hablar y debería callarse y es maravillosa conversadora. Pero no me puedo dejar fuera. Moriría de sol, de pasodobles, de reguetón, de polémica, y de ti, que eres todos. 

miércoles, 3 de julio de 2024

Hablando gallego

El último gorrión 

Un húsar desperdiciado 

Tiempo perdido en absurdos afanes fronterizos

Para después comer huesos y secuestrar Europa

Una revolución: el videojuego

La última vez que llegas a fin de mes

Y un hilo conductor entre

      Episodios, capítulos, parágrafos

Las líneas de las manos

Y la cabeza parlante en la pantalla

Nos van contando 

Extinción,  historia repetida,  

desesperación y misiones suicidas.

Podcast.

Discursos vacíos que mueven masas.

Hambre y otra vez Europa.

Un nombre con sede en Atenas 

Todos tras el último ruiseñor

En Finisterre, la cumbre. 

Tratando de tenerlo todo listo

Las cortinas limpias y planchadas

Los cristales, impolutos

Las gaviotas,  amordazadas

Un sitio ventilado, con frío y eco

El farero será Willem Dafoe

Hablando gallego

viernes, 28 de junio de 2024

Diagnóstico en sol mayor

 A veces, te cambian de asiento. Otras, te llaman por un altavoz y te has quedado frita y no veas la que te montan porque mucha gente va a perder el enlace y bla, bla, bla. Así es la vida. Una bronca tras otra. Y pagando los recibos de la luz. Siempre hay alguien enfadado, molesto, ofendido por lo que sea que otros hayan hecho, o porque llueve en sus vacaciones, o porque han retrasado su rinoplastia, o porque desentierran muertos, o porque no desentierran muertos. 

Hay otras veces que te sientas donde te dicen que te sientes, te bebes lo que te dicen que bebas, hablas poco, comes lo que no te apetece, conversas sobre estupideces y te toca bailar con el más feo. Y, encima, no te vuelven a invitar. Que en un homenaje, la estúpida trepa mandona te pone al lado de la persona que más odias en la otra punta de la mesa, donde no hay risas. Veces que se estrella tu avión, con la de putos aviones que vuelan cada día. Veces y más veces, hasta que no haya veces. El tiempo pasa. Íbamos en carruaje y ahora vamos en Ryan Air. Y protestamos más. Normal. Se puede protestar. Faltaba ciencia y ahora falta conversación (también falta ciencia, vaya, qué cojones). 

Aquí, sopla el viento de Poniente y me lo pone todo perdido. Las gaviotas se vuelven locas, hay microseísmos, llueve sin llover, lloro sin llorar. Deberían prohibir todo, calzarnos las bocas, amarrarnos las sonrisas, poner aun más cartelitos, flechas en los suelos, límites, tasas, multas, linchamientos. Debería haber aun más miradas de reproche a los fumadores, más críticas a los que ríen alto, a los que van despeinados sin ir a la moda, a los que no van al compás marcado por el tiempo que les ha tocado. Fanatismo y enfermedades raras. Un mar de mentiras, esperando en infinitas colas de aeropuertos, los ojos fijos en las pantallas táctiles. 

martes, 25 de junio de 2024

La estrella

 Yo creo que merece un nombre. La Marioneta de cíclope, El ojo del lobo, algo pegadizo, algo popero, que suene a hit del verano, a grupo de los 80. Mierda que Maniobras orquestales en la oscuridad esté pillado. Y Bailando con lobos, igual.



La del Dragón no me gusta y os digo que no. No. No tenéis voz ni voto y sois pesados. Siempre veis un dragón.

Además, nadie, salvo quizás Goya, me diría quién es espectador obviamente humano que observa con ternura.

Hay que mirar bien. Tener un buen nombre. Apagar la luz. Llamar a muchos, a todos. Reclamar. Gritar en afonía. Preguntar al I Ching. Salir del bosque, alejarse. Despedirse del caos, con lágrimas en los ojos. Denunciarlos a todos. Robar los secretos, arrancarles de las manos el mando del universo. El telescopio espacial.  Poner las pizarras del revés, para llegar a entenderlas. 

Empezar de nuevo, quizás en otro sitio. 

viernes, 31 de mayo de 2024

bataneo de papel

 una mezcla de sensaciones/sentimientos que llevan al otro lado de mi estado de ánimo con lágrimas "como nueces" y la piel de una gallina cobardica

celos por el amor contagioso que rezuma la pluma roja y desteñida ahora que yo también sé a qué sabe esa melodía

que no se me vaya olvidando, como se me olvida todo,

que me quede al menos eso en una memoria extraña (casi ajena) que habita por ahí arriba bajo cientos de enredos y tirones mañaneros

que recuerde la alcurnia no la ralea, que atesore aquello en mi alcancía, como frutas chinicas importadas desde Manila, en cientos de cartas femeninas


martes, 6 de febrero de 2024

estás invitada

https://www.youtube.com/watch?v=svbk_fLAc7M


Este año, sí, me propongo no salir de la cama más que cuando de verdad me esté esperando algo ahí afuera. ¿Qué más da S que T que H que P que X? No habrá, tampoco, noches perdidas, solo un alto el fuego en Medio Oriente u Oriente Medio. Una ardilla que me mira desde la acera y dice: ¡El invierno, que llega! ¡Despierta, joder! Un dolor punzante que son doce puntos del carnet para conducir cualquier cacharro con motor ruedas y volante siempre que me lleve a tu casa, ida y vuelta, aunque luego no haya nadie y me vuelva a la mía. La ardilla, que me levante, infeliz, que hay que empezar ya a buscar nueces y guardarlas en un cajón para el invierno. Con su pan se lo coma. Ahora sí, está claro. Pause. Play. Next. Nos han unido las Casualidades y Tal día como hoy el año pasado no sé a quién le estaba llorando por esto, pero nada, Pause. Next. Lo que sea. There's no الحق والباطل, solo lo que te haga sentir a gusto, como en casa, en un pasillo de la casa al menos, sentada en el suelo aunque sea. Estás invitada, por cierto, aunque nunca vengas.