lunes, 24 de noviembre de 2025

A derrota

 El viejo Erik lo sabía. Recordaba su nombre, casi olía su aliento. Estaban siempre en los mismos sitios, el mismo hueco dentro de un hueco, con la chaqueta impermeable, aislante de tantas cosas. Como imanes de una nevera que estuviera en todas partes, se atraían y allí se encontraban. Frente a frente. Uno hablando, el otro recordando dientes más limpios. Se remontaban al exilio, uno, a su madre, otro. Cambiaban a veces. Anécdotas borrosas: el hermano de su madre, su hermano, finalmente, su tío, realmente, su padre. La poética de los parecidos razonables, de la negación y la miseria. Cuartos separados por sábanas raídas. Raskolnikov, desquiciado. Insistir en que no eres tú el del espejo, en que el tiempo no permea, en que cada momento es la perfección o no es nada. Perseverar en el vacío de las estrechas vías que conducen al otro. En la oscuridad que llevan dentro. En la ebriedad que lo moja todo, que huele a mar enfurecido y después te acuna hasta dormirte empapado, pringoso de algas terrestres y medicinales. Erik escucha poco, pero a veces también se estremece. Ve aquel milagro de supervivencia como despojo. ¿A qué animal rechazan hasta las alimañas hambrientas? Cambia de lugares para empezar de cero, para no encontrarlo más con su risa forzada, sus frases hechas y anécdotas manidas. Pero siempre aparecía, con otro nombre, disfrazado poco sutilmente, echando su brazo por la espalda de Erik, palmeando sin pudor. No había escapatoria. Aquella era su vida verdadera en esencia. La noche traía ese rostro hasta su orilla más o menos lejos de Norte. El compás parece sonreír y susurrar falsas soluciones locativas. Mira la brújula, enloquecida como él mismo, mientras de fondo esa máquina de halagos empalagosos y bromas de mal gusto indica una ruta de escape con forma decreciente. Pero eso Erik ya lo sabía.

4 comentarios:

Javi dijo...

Fue en un día gélido del invierno más cruel. Abrazado a las manos de su soledad, bien perfilada en su múltiple personalidad de cálido aliento, sucumbía a la pérfida llamada de la nada empapado en el sudor frío que la fiebre le regalaba impasible. En una de sus últimas bocanadas fue cuando la vio. Parecía una mirada límpia, profunda, como un rayo de luz que se abría camino entre las nubes cerradas a conciencia, frontera hermética por todos esos años en que su esencia errante no paraba de buscar caminos en la inmensidad del camino. Allí estaba, sí. Era ella, era sin duda la única señal que, a pesar de la vorágine de toda una existencia, podía reconocer como fiable, como guía exacta a seguir sin hacer preguntas. Era su ser. Era él mismo sin nada, desnudo de todo, desnudo de nada, agarrado tal vez a una placenta que se abría, en una caprichosa paradoja, a la misma luz. A medida que se extinguía su respiración, la luz se iba apagando con ella, al unísono con el ruido del mar que tanto había escuchado, junto a su aliento que, ya casi frío, se diluía en la inmensidad de la noche para ser ya parte de ella para siempre.

Pilar dijo...

Te pongo un blog como el que te pone un piso.

Pilar dijo...

Solo pon una equis en un mapa.

Javi dijo...

Jajajajajajaja. Qué grande....