domingo, 13 de julio de 2025

El sillón

 La puerta se abre empujando, sencillamente, hacia dentro. Hay que hacer un poco de fuerza, aunque eso ya depende de las ganas de entrar que tengas y lo que se haya comido ese día. Lo mejor, las campanitas. Esas dos notas que avisan de que alguien está ahí. Lo segundo mejor, y por lo tanto, ya no sé si lo mejor es mejor-mejor superlativo o participa de una gradación que obliga gramaticalmente a... bueno, después lo pienso. Lo segundo, decía, el fresquito que, cuando la puerta -solita ella- se acaba de cerrar, no necesita explicación. Lo segundo mejor, también, porque ocurre al mismísimo tiempo, es la visión del orden desajustado de libros y cosas pequeñas de colores y sugerentes brillos, cartelitos que indican que por allí se abre un camino, pasillo especializado, recodo, espacio recomendado. Una voz, fuera del ranking, saluda desde el fondo. Un fondo lejano, piensas, o que parece lejano por la voz amortiguada por papel, paneles y una iluminación que pide a gritos silencio. Huele como debe oler, como huelen los libros que heredé de mi abuelo, como huelen algunas bibliotecas. Es el olor contrario al de la humedad, es olor del polvo entre las páginas de volúmenes gruesos. Tú respondes. Soy yo, Olga. Voy a echar un vistazo. Ahora paso. Traigo un amigo. Suena la misma voz con más vida. ¿Amigos tú? Vivir para ver. Sonríes. Te cuesta porque no es lo tuyo, pero Olga no hace bromas y los músculos de tu cara devuelven el favor. La cosa es que no vienes con nadie, pero de aquí a que llegues al mostrador que inocentemente está al fondo del laberinto diminuto que es la librería nos habremos olvidado.

Me meto por el recoveco que conduce al sillón de piel marrón (¿por qué son siempre sillones de piel marrón?), aparto el montón de libros que lo ocupa, me siento cómodamente y hojeo por enésima vez el volumen cuarto del diccionario de Roque Barcia que Dios sabe cómo llegó hasta allí. Busco las anécdotas, las equivalencias, la reseña de las letras. R. La letra canina. Hago tiempo. Porque me sobra. También vengo a contarle por fin a Olga lo del Kindle y mi decisión de donar ya oficial y abiertamente. Nada de venir e ir dejando libros por aquí y por allí a escondidas. No lo puedo postergar. A ver qué dice ella. Menos mal que Antonio ya no está. Digo Antonio hijo, porque la librería Hnos. Sánchez era del padre de siete hermanos y fue Antonio el único que no sé cómo admitió la herencia, la disfrazó como "Objetos de escritorio y librería básica" y se dejó un bigote como postizo y cortito. Antonio hijo tiraba del copo con mi abuelo los domingos, vino al entierro de mi padre y ahora está él también bajo tierra (es un decir, creo que lo incineraron). En fin. Olga me da miedo, pero Antonio me daba más.

Oigo las campanitas. Es Fred. No pierde el acento. Viene el hombre a buscar más libros de Geografía. El pasillo de Viajes, &ª está en la otra punta, cerca del mostrador. Para Fred es importante que nadie piense que es británico (inglés, como decís aquí), que es holandés. Un par de veces hemos estado por decirle aquello de peormenolopones, pero ni Olga ni yo estamos seguros de que tenga gracia la broma, de que Fred la pille y, además, Fred es Fred, sería Fred aunque fuese francés, aunque fuese chino, aunque fuese marciano. Otro dato que hay que aclarar sobre Fred, para serle fiel, porque él es muy claro al respecto con todos y cada uno de los personajes con que interactúa, es que los "materiales" que busca corresponden a estadios muy anteriores al actual. Vaya, busca los mapas y descripciones más antiguos que pueda rastrear. Lógicamente, para ello, de vez en cuando ha de salir de aquel pasillo y buscar en biografías, diarios y diccionarios enciclopédicos (como el que tengo en las manos, maldita sea).  Así que activo el modo silencioso plus, quieto como un gato, no paso páginas, apenas respiro. Espero. Pienso en mí como en un camaleón. Soy marrón, de piel marrón. Inmóvil. Pensamiento puro. He leído y practicado la meditación. Puedo solo ser. Lo hago. De hecho, lo hago.

Me despierta Olga. Que tiene que cerrar. Que recuerdos de Fred. Que dónde está mi amigo. Que si me llevo el Barcia o qué. Le digo la verdad: hoy, no, Olga. Otro día. Esto pesa lo suyo y tengo hoy la artritis revuelta. Noto que los ojillos azules de Olga apuntan al chisme que asoma por el bolsillo de mi chaqueta. No me gusta que se haya puesto el pelo rojo, pero ese no es el tema. El tema es que mi cara se ha puesto más roja. Me pasa eso. Eso y más cosas, claro. Se encoge de hombros, se sienta en el suelo. Dice yo también tengo uno. Dice sabemos que te echan. Dice te puedes quedar en el cuarto de mi padre. Dice anda deja a Roque descansar, y vete. Te dejo por hoy abrir y cerrar varias veces para oír la dichosa campanilla.

domingo, 22 de junio de 2025

A portagayola

 ¿Es esta la segunda taza de café? Mientras decide si lo es o no, si da igual y toma otra, si es posible que sea verdad la temperatura que marca el dispositivo prolongación de su mano, al tiempo que la campana de la iglesia recuerda la hora, cae en la cuenta de los días, que es probablemente domingo y que no ha recogido la ropa del tendedero y se pregunta por qué exactamente la han desterrado a este lado del muro.

Comete lo que considera imperdonable error diario de abrir periódicos, consultar las selectas noticias de Google, las consideradas de su interés en Instagram. Por qué, Señor, -ahora que oye las campanas, recuerda que se puede hablar con Él al menos-, dice, por qué aparece Donald Trump siempre y en todas partes, rompiendo la santidad del domingo.

Con la taza vacía en una mano y en la otra un dolor sordo como sordo está el mundo, como sordo el salón vacío, el sillón caluroso, la cortina gruesa, el teléfono y todos los que están al otro lado, va al balcón y se asoma. Abajo como diminutas muñecas, una multitud se extiende por la arena, salpica el mansísimo y paciente mar, pasea la orilla cual ejército sin (apenas) uniforme. ¿Pensarán siquiera en lo mismo que ella? Hoy, recuerda, llegaban los abuelos de D, sus tíos políticos, los vecinos del 18 y los del 24 y los del 101. Las estanterías de los supermercados arrasadas dan fe del masivo advenimiento. 

Tras el descuidado seto, justo al lado de una flor pacífica rosa clara, un núcleo de sombrillas rojizas delata la zona de los Sánchez, tres generaciones bajo quince sombrillas hablando al menos seis tipos de español diverso. Lo que no entienden de los otros, lo sustituyen con gestos, esperanto natural endémico.

Vuelve a lo suyo, llamada en realidad por la vibración insolente del pequeño dictador que se ha dejado sobre la mesa. Lo mira con ridícula urgencia: la vida en alguna parte se asoma con visos de cariño ocasional, alguien la piensa. Un atisbo de sonrisa y alivio minúsculo. El clavo ardiendo se desintegra. Misterios de la Física, quiere pensar.

¿Se ha tomado las pastillas? Diría que no, aunque no podría jurarlo. Hay que tener cuidado. Según qué dosis de alguno de esos medicamentos podría ser letal. Entonces, ¿se las tomó? Puede que cuando bajó a las 8 y media. ¿O eso fue ayer? ¿O antes de ayer? ¿O mañana? Echa de menos, brevemente, cuando el tiempo era lineal,... cuando lo fue. Porque lo fue, ¿verdad? ¿O solo era una sensación feliz de ella que pensaba en lo que venía porque entonces había más delante o entonces todo le importaba menos? Melancólicamente, lanza una moneda al aire, con cierta nostalgia, con cierta rebeldía también, y algo de superstición, además. Y, así, lanza la moneda y sale, rodeada de estrellitas, lo que parece una cara con su versal apellido y una pluma como pista de concurso televisivo. Decidido. La suerte ha hablado y es cara, aunque nada es lo que era, ni las monedas ni las palabras del hidalgo cuyo rostro no apto para hipermétropes ella, personal y subjetivamente, nota cansado. Cara, pues.

Hace otro café y se toma las pastillas a portagayola.


lunes, 5 de mayo de 2025

Ser madre es otra cosa

 Ser madre es otra cosa. Eso seguro. Además de que las madres también son hijas. Aunque algunas puede que ni lo recuerden. Hay muchos modos de ser madre, muchos de ser hija, muchos de ser familia. Madres dentistas, madres que van a la oficina, madres que trabajan cuidando de todos, de todo. Se celebra a veces, supongo, el dolor del parto, el sacrificio incondicional, la preocupación sincera. Olvidadas de obligaciones, sin jactarse de los oficios, ser madre es otra cosa, algo contrario a la guerra, a la bronca, a la mezquindad del mundo. La cúpula que protege del mal. Haber dado vida quizás no es suficiente,  porque hay vidas y vidas. Estos momentos del año marcados con rojo en el calendario entiendo que vienen como pergaminos donde rubricar tu agradecimiento. Pero hay más que poner un fondo musical y hacer ostentación pública de sentimientos obvios con voces de otros en la nueva plaza del pueblo. Habría que reivindicar el amor quedándose con el intento de ser un buen ser humano. De que tu aportación al mundo que te rodea sea lo más pacífica y generosa posible. De no alterar lo natural que es tener familia, enseñar a respetar, cuidar el verbo, eje vinculante. Dar alegría y abrazos y poner las menos normas posibles. Nacer, dar vida, amar sin más, dar paz, pasar lo mejor posible los días malos y disfrutar los buenos. Sentirse querida y respetada. Desde el nacimiento hasta la muerte. La madre desea que no te haga daño el mal que circunda, seas quien seas, que nadie te hiera, que acabes cada día ilesa, ileso. Es difícil cuidar, ayudar, alimentar el alma. Ser madre, ser mujer, ser tú con tu vida, llena, sin miedo. Proteger, seguramente. Ver en las otras madres aliadas sinceras. Porque no hay exclusividad. Ser madre es más que una frase. Es activismo. Del silencioso, del que no pide nada a cambio, del que no destruye, ni desilusiona. No necesita ser perfecto ni, menos, parecerlo. Si algo merece ser celebrado, si algo necesita aclaración y reconocimiento es el amor limpio y verdadero. Así que sí.  Un día o los que haga falta.

domingo, 2 de marzo de 2025

Espero que estés bien

Hace poco supe que la lluvia de las películas es leche. Imagino litros y litros de leche sobre un Gene Kelly intolerante a la lactosa. Una caricia por los cabellos pringosos de la amada en una romántica despedida: el héroe (o lo que sea) de pie en un andén. Ella, repentinamente seca, lo observa desde la ventanilla que, en ese entonces, se podía bajar si tenías fuerzas para ello. Las lágrimas de él se mezclan con las gotas de una tormenta que arrecia como metáfora de alguna mierda de esas de diferencias de clase: no tengo un duro y tú mereces algo mejor o nuestros países se han declarado la guerra o ya le di el sí a mi primo antes de estas vacaciones. Él llora bajo la lluvia y se relame como un gato. Alguien grita: ¡corten!

Papá de mi alma. Llegué a esta el 27 del corriente. Estoy bien, aunque el viaje fue accidentado. Los caballos no tenían fuerzas y tuvimos que hacer una porción del camino a pie en plena Sierra. Cerca de Puerto Lápice, volcamos. Cuando, por fin, los postillones y escoltas lograron recolocar el coche en el camino de forma que las ruedas volviesen a estar abajo y nosotros dentro del carro, nos sorprendió una tormenta breve pero espesa que los mozos aprovecharon para merendar sentados en unas resbalosas rocas que, por lo visto, señalaban las millas que nos separaban del "kilómetro cero del mundo", según contó uno de los pasajeros que volvía precisamente del futuro. Lanzamos unas onzas de chocolate a modo de agujetas para que los muchachos repusieran fuerzas y hubo un ligerísimo alborozo que, obviamente, mi tía y yo afeamos con un gesto para evitar confianzas poco apropiadas.

Solo espero que esté usted sin novedad, padre mío, porque ya se sabe que cualquier novedad es de temer, y más con los tiempos que corren, cómo están los caminos, la plaga de cólera y la guerra, claro, también la guerra con... ¿los franceses?

Da mis finas expresiones a primos, hermanos, tu cuarta mujer y mis sobrinitos, y manda a tu obediente hija, 

Galatea [rúbrica].

Amada e ignorante hija de mi corazón, Galatea. Siento que tuvieras un viaje tan poco afortunado. Es cierto que ese año llovía así: súbitamente, tormentas de pocos minutos y blancas como la nieve y cálidas como el Terral. Fue aquel un año extraño. Por aquí seguimos, a Dios gracias, sin novedad. Te escribe, a mi dictado, Rosa, con la que me casé tras la tristísima muerte de Carmencita a la que pude, a Dios gracias también, dar tus expresiones a tiempo. Pensándolo bien sí que ha habido alguna novedad. Te manda expresiones tu hermana Pilarica, la única que nos queda por colocar (mejorando lo presente). Sigue, claro, en casa. Si puedes y conoces algún joven de estatus y dignidad en aquella, da razón a Rosa. No dilates este encargo, hija mía Galatea, que ya sabes bien, tú mejor que nadie, que el tiempo corre en contra de las jóvenes y sus pacientes familias.

Siento mucho que falleciera tu tía. Las Clarisas de aquí rezan cada día por su alma y todos en la casa tuvimos una gran pena. Dios la tenga en su gloria y a ti te dé fuerzas para gestionar el patrimonio que tuvo a bien legarte. 

Se nos llena la vida de muertos.

Tu padre.

martes, 24 de diciembre de 2024

El cielo parece de nieve

 Se acaba el año y alguien se va a electrocutar. Yo misma salgo de casa a medianoche con gafas de sol y protección 50. Te lo cuento para que veas que en todos lados es un poco lo mismo y así me adelanto a los previsibles improperios sobre el absurdo del primermundismo y lo falso que te resulta esto, aquello y lo otro. ¿Cómo está el cielo allí? Aquí se ha marchitado el sol. Hay como una continua masa rosácea, bajando, que amenaza con aplastarnos a todos. Por las noches es como el techo de un crematorio abandonado, bajo, gris, con manchas como desconchones. También depende de la hora y desde dónde lo mire. Me da algo de pena cuando, como el sábado, me senté en la mecedora del dormitorio de arriba, ese que da al poniente y es insoportable en verano,  y el cielo parecía un volcán en erupción puesto del revés. No te mentiré: era hermoso, como si encima de todo una luz azulada rematase el desastre. Te hubiese gustado. En ese modo en que a ti te gustan las cosas, con cierto asco, con una mueca indescifrable, como si en el deleite hubiese un plagio que te avergüenza. Seguro que es así. Y seguro que no vienes hasta dentro de mucho. Me conformo con que no tardes en responderme contándome cómo se ve el cielo allá, diciendo que no gastarás el sueldo de un mes en venirte aquí y así retrasar tu vuelta definitiva y que se te están congelando los huevos en ese sitio de mierda cruzándote con tus futuros vecinos, esos que invaden tu campo. Ten paciencia con ellos: a tu vuelta tú también serás un extraño. Odiarás ver que los de aquí son idénticos a los de allí y que todo lo que ahorraste lo gastas en un día para cubrir inútiles necesidades carísimas.

Abrígate cuando vayas a leer al cementerio: no quiero que mueras de una enfermedad decimonónica en ese país absurdo con la burocracia que sería regresar tu cadáver.

Te diría que te quiero, pero paso de que te burles. 

domingo, 15 de diciembre de 2024

Me sabe tan mal

 Curiosamente, un gesto de madurez es fingir que las cosas que han pasado, no han pasado. O quitarles importancia,  cuanta más tienen. O hacer como que lo que molesta, no te molesta tanto. Porque los adultos deben moderar su emoción. Algo que se dice como si nada, todo el tiempo: madura. Como si mostrar tu frustración, derramar lágrimas, sentir dolor o divertirse "demasiado" estuviese vetado para según qué edades. Habla como una mujer. Una señora. Aparenta por lo menos. 

Una cosa digamos triste, aunque no estoy segura de que ese sea el adjetivo adecuado, es llegar a un momento en tu vida, cumplir ya unos años, mirarte en el espejo de otro y darte cuenta de que te has convertido en una gilipollas. Una bocazas. Una impertinente.  Una pesada. Alguien que ahuyenta a quienes sí actúan como adultos. Presentables, planchados, tranquilos, seguros, educados, contenidos, puntuales, te saludan y ponen una excusa para parar lo justo cuando se te cruzan.

No sé si importa, si importan. Si tanto pierdo cuando se me compara con una que sí que es una mujer de verdad. Aunque la mitad del tiempo esté fingiendo, esa mujer de verdad, digo.  O no. O es así. No tengo ni idea. Es otro misterio. Uno de esos misterios que no alcanzaré a comprender (de ahí que sea un misterio). Como ver la diferencia,  como estar concentrada, como acertar una sola vez al menos para saber qué se siente. Como llorar y enfadarme, quejarme y gritar, como preguntar y preguntar para que me respondan hasta que no quede nadie a quien preguntar.

Así que era eso. Cuando de joven pensaba que había gilipollas, ni se me ocurrió pensar que yo sería una de ellos.  Alguien tenía que ser, claro. Tampoco era muy lista entonces.

viernes, 11 de octubre de 2024

Fantasmas

 Se libró del silencio de mi mano, revolviendo en la bolsa el caos minimalista, como en busca de algo. Quién sabe. No pregunto. Nunca. Nada. No me interesa la respuesta. La explicación es siempre el principio de algo. Además, estábamos llegando. De todas formas, la mano se me quedó ahí colgando, sola, sin objetivo. Como un soldado de Terracota en mitad del desierto del Gobi. Se quedó quieta y estúpida en la misma posición. Como ofreciéndose, ofreciéndole una segunda oportunidad a, supongo, su mano. Oportunidad que ninguno deseaba. Su casa estaba en la misma acera estrecha donde yo había subido mi coche para poder aparcarlo. Las costumbres locales pueden ser incómodas. La gente debe caminar de lado pegada a las paredes y muros o, heroicamente, por la calzada. Y los conductores pasar las gimnasias obvias para salir por la puerta del copiloto. Barrios no aptos para obesos o viejos reumáticos, ni adeptos a norma alguna. Sitios con tradiciones donde el uso, ley consuetudinaria, moldea,  cual enredadera silvestre, absolutamente todo. Mi mano seguía tibia, semiabierta aún. Un satélite del cuerpo equivocado, ajeno a la bifurcación de nuestros invisibles hilos de energía, mientras nos separábamos en silencio. Lentos, solemnes en nuestro buscar entre el manojo cada uno la  llave precisa, con peso de llave y forma de llave, que abriese la puerta correspondiente. Un viaje en el tiempo. Tuve que conducir como pude. Me alegré de no ser zurdo. Mi mano, tránsfuga, ya suya, se había quedado allí, en su puerta, en su acera, como un fantasma del barrio.

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Sueño

 -¿Nos confortamos en la historia? 

-Vale. 

-¿Abrazados? 

-Por favor. 

-¿Cómoda? 

-Mucho. Tienes un hueco aquí donde quepo perfectamente, y me gusta sentir mis manos en tu espalda. 

-¿Qué historia prefieres? 

-Una de mentira. 

-¿Me invento algo rápido para ti? 

-Y que sea mentira. 

-Sí. No te preocupes. 

-¿Más juntos? 

-Vale. 

-¿Nos echamos? 

-Sí. 

-¿Va bien si de tanto en tanto te beso? 

-Me vendría bien, la verdad. 

-¿Te gustan los marcianos? 

-Algunos. 

-¿Quizás algo más lejos? ¿Otra galaxia? ¿Otro universo? 

-Sí. Un universo sin efemérides.  

-Borramos el calendario al completo, lo sabes, ¿no? 

-Eso quiero. Sobre todo octubre. Nada bueno ha pasado nunca en octubre. 

-Hecho. Borrado con efecto retroactivo. ¿Otro beso? 

-Vale,  pero más largo. 

- ¿Así? 

-Más húmedo. 

-¿Así? 

-Más tierno. 

-¿Así? 

- Casi. 

-¿Qué hago? 

-Remóntate a cuando no nos conocimos y empieza a contarme. 

-Me refería al beso. 

-Ah, perdón. Igual, pero como si me amases. 

-Entonces te tengo que acariciar. 

-No tengo objeción. 

-Llegamos sin padres a un planeta ignoto, de color anaranjado como una puesta de sol de otoño que durase todo el día. De noches oscuras con un cielo como dibujado a la orilla de un mar quieto, lleno de estrellas chicas, medianas y enormes como lunas. Y un aire flojito que llena el estómago. Y nunca tenemos hambre y aún no tenemos miopía y somos brillantes y suaves. Los nativos son como nosotros, hablan como nosotros, tienen casas con chimenea y catedrales interestelares sin historia. Nadie recuerda nada. Todos tan jóvenes. Creen que hace tiempo hubo como un ruido muy fuerte y desaparecieron todos los seres vivos infames. Pero duermen muchas horas y todos tienen los mismos sueños, así que no saben si pasó algo o no. Nos enseñan sus libros. Libros que cuentan excursiones a selvas donde las bestias dan discursos sobre artes escénicas.  Algunas sueltan burbujas cuando dicen la o. Son libros para leer en voz alta.  Otras bestias salen afuera y quieren cogerte en brazos y acunarte, porque saben que vienes de lejos y no tienes padres. Decidimos no buscar más y quedarnos en ese pueblo con niños mayores y padres intermitentes, que sacan para nosotros un jergón de arcoíris donde nos echamos juntos, abrazados, sin nostalgia, sin tiempo. Ya, más mayores de repente, visitamos la nave abandonada, a la que cubre una hiedra dorada con ojos muy abiertos. Apenas hemos llegado y nuestros cuerpos han cambiado. Huele muy bien allí, creo que eres tú, que hueles como a hogar y a pan cociéndose en un horno. A jabón terráqueo de rosas. Pienso en las cosas tan tontas que dices.  No recuerdo cómo son las rosas ni qué es el pan. Te beso. Te beso. No dices nada. Me devuelves mis besos como si fuese una deuda de honor, todos y cada uno, con intereses. Me gustan los intereses. Hablo y te ríes y me río de mis ocurrencias. Y te beso una y otra vez. Y ahí siento algo extraño, un deseo infinito, una necesidad de tu risa y descubro tus ojos de cerca, fijos en mí, entrecerrados, dueños del planeta, del viaje, de mi cuerpo y de mí. [...] Espera. 

-¿Qué? 

-Abre los ojos. Mírame. 

-¿Para darme un beso?

-Para darte un beso.

-Vale, pero después los cierro y me duermo.

-Estamos de acuerdo.

domingo, 22 de septiembre de 2024

Un refugio para tu locura

Hasta tu salud mejora. Buena cosa vivir en el campo. Poder abrazar el pino y sentir la mágica curación cuando se te clava una astilla llena de paz y amor. Me dicen que estás mejor, lo leo por ahí, yo no puedo saberlo, pero me alegro, vaya. Imagino que la recuperación será dura y tendrás bajones cuando llegue el síndrome de abstinencia. Es lo que tienen las adicciones, todas, al amor, al vino, al casino. Uno se vuelve un poco loco. Hasta los padres nos cansamos. Hay madres que tiran la toalla. Padres que denuncian a sus hijos con tan solo 15 años. De todo. Cada caso es cada caso.  Todos opinan y no hay dos versiones iguales. Como en las entrevistas de las docuseries. Y es nuestra vida. Y no nos acordamos. Pero ellos tampoco. Nadie se acuerda de lo mucho que quisiste y, según tu dieta, quieres a tu familia, a tus amigos, a tus novios, a tus novias. De los favores que hiciste, de lo mucho que los agasajaste, de toda la razón que les diste. Te evitan, te reprochan, te mienten, te olvidan. Injusto, desesperante y muy malo para la sobriedad. Tu tolerancia a la frustración se va quedando en números rojos. Un pinchazo con el coche y te ves en el barrio pitando al de la ventana. Y otro día con peleas, con subidas y bajadas, con empujones e insultos, con pedir prestado y olvidarlo. Ceniceros volantes, bicicletas lanzadas por el monte, patadas al mobiliario urbano, gritos a una que te molesta porque hay gente que es muy molesta. Al menos la suerte te dio esta segunda (por decir algo) oportunidad y mientras no mires mucho atrás, todo irá como la seda (crucemos también los dedos para que nadie te adelante por la derecha). Lo suyo es, por el momento, que te alejes de los bares y de tu ex, que dice el peluquero que es tóxica como ella sola, y, ya de camino, del ambiguo barman que te invita para no meterse solo y después te manosea. Toca acostarse temprano. Igual, ahora que la salud mejora y quizás pasa una semana sin incidentes, puedes hacer planes. Inventarte algo. Soñar con. Comprar un local. Ser tu propio jefe. Escribir un libro. Viajar a la luna. Casarte y tener Netflix. Arreglar la furgoneta. Apuntarte al gimnasio. Aprender coreano. Quizás un remedio casero para desintoxicarte estaría bien. Ve adonde la Mari, que sabe de yerbas. Después, recuerda no dar el asunto por zanjado en dos semanas, que la noche suele tener consecuencias y nos estamos quitando de eso también. De las consecuencias, digo. Así que haz una buena limpieza con romero, quita la cal de esa ducha, blanquea por fuera y empapela por dentro (el papel pintado con print vegetal está de moda y relaja muchísimo). Oblígate a no fumar, así ahorras, y lava los cojines si no te llega para comprar otros. Es tu casa (aunque no sea tuya), haz de ella un refugio. No dejes entrar lo malo. Aunque lo malo tenga pinta de bueno.


sábado, 21 de septiembre de 2024

En una red

 Sentado en la arena contó hasta 30 rayos en el horizonte, mientras violaba la prohibición de fumar en la playa. La noche era agradable, fresca, húmeda, algunas gotas, un poco de viento, la tormenta acallando de tanto en tanto la música de fondo del concierto que cerraba la temporada. Ahora volvería a seguir, socializar, hablar, beber, bromear, compartir confidencias, dar opiniones, enamorarse, enfadarse. 

  A unos kilómetros, la expersona rara llevaría acostada y, probablemente, dormida unas 3 horas. Soñaba que, de algún modo, en la distancia, burlando con valor la orden de alejamiento, hablaba con él. Lo convencía para hacerse con un móvil más adecuado a esta época y, poco a poco, integrarse en el mundo de las redes sociales a las que él despreciaba injustamente. Qué mejor red social que en la que estaba. Y es verdad. Pero ella seguía. Las ventajas eran muchas, podía acceder a información rápidamente y gratis, leer montones de chistes, aforismos, opiniones, conocer más gente; en un día malo, discutir con desconocidos sin más problemas; en uno bueno, opinar a los cuatro vientos y sentirse, digamos, conloado. Muchos argumentos que vivirían únicamente ahí, en la bruma del vacío, infinitamente olvidados, cuya única meta sería virtualizarlo y meterlo en su teléfono. Miraría allí, en lugar de contemplar la puesta de sol, en vez de acabar un libro, mientras iba al cine con alguien sin nombre. Como tenerlo siempre cerca, como sentarse a su lado y mirar lo que ve. En una pantallita. Ahí secuestrado.

 Al final del sueño no se sabe lo que pasa, seguramente él se da cuenta de que es ella y llama a la policía, o súbitamente le explota el corazón mientras él se hace el interesante como si nada, o resulta que el de la niebla es otro. Tendremos que conformarnos con la intuición de que la cosa no traspasó el mundo onírico y nadie convenció a nadie de nada, y ella no existe, y él cerró exitosamente el bar mientras otros dormían.