sábado, 6 de octubre de 2012

Ghosts in the photograph



Suna esperaba. Una ola despejó la orilla dejando en su retirada cientos de burbujas huérfanas. El tiempo arrastra la vida de los que temen a la muerte. El litoral quedaba limpio de algas y de pedrezuelas y de caracolas y de conchas rotas, e iba mermando en favor de la única palmera. Remolinos de viento le alborotaban los cabellos mientras un hatajo de gaviotas insistía en sus ingratos graznidos.
Adelantó los pies sobre el fondo revuelto, los brazos pegados al cuerpo. Tras de sí, nadie: un grupo de rocas como único testigo impasible y somnoliento, sobre el cual se alargaba la sombra de la torre que parecía difuminarse como un anuncio del ocaso del día. Ella no sentía miedo. Su cuerpo ligero se mantenía erguido ante las embestidas del mar que se iba embraveciendo para, después, calmarse de nuevo. Pronto pasaría el frío que la agarrotaba por dentro, solo un lío de ropa mojada enredado en el rompiente, solo un coche abandonado entre las dunas, solo silencio y alguna carta y un espectador con nariz de payaso tocando a su puerta de madrugada, solo su voluntad ante el peso de las atareadas horas. 

3 comentarios:

omar enletrasarte dijo...

me encantó
saludos

Riforfo Rex dijo...

Es como un cuadro romántico: viento, mar, ocaso, torre, un personaje en la naturaleza desatada, y eso.

Pilar dijo...

Abrazos Omar, Ricardo.