Y restos de lágrimas en las mejillas como recordatorio de su vergüenza dieron a Bernie las fuerzas para recorrer el bosque de vuelta a la ciudad, 50 millas con la mente fija en el tipo que había perdonado su vida.
Exhausto, Bernie subió al apartamento del hombre con quien compartía cama y talla, una altura y una delgadez extrema, manos finas y alargadas: le cambió la ropa, le condujo al lugar en el que unas horas antes había mojado los pantalones y le descerrajó un tiro en la cara.
Ahora que era un fantasma, podía planear su venganza.
5 comentarios:
un ingenioso relato, breve y bueno
saludos
¿Y si el tipo se despertase en un hospital, sin cara. Sin ojos, sin nariz, sin boca. Un único hueco dejando ver parte del hueso y el agujero por el que entra el aire haciendo un ruido desagradable. Y si el tiro se llevó por delante un trozo de cerebro que le paralizó medio cuerpo pero todavía conserva movilidad y conciencia suficiente para repetirse: "Por qué lo has hecho, Bernie, por qué lo has hecho, Bernie", y una rabia que va creciendo a medida que pronuncia ese nombre?
Ilustra bien el principio de no dejarse; propio de indivuos con instinto educativo.
Saludos a los tres; Ricardo, esa historia sería totalmente tuya.
En realidad lo copié casi todo de Johnny Cogió su Fusil.
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