Estamos
ahí con Hal y con Pemulis y con Axford en la sala de espera de Charles Tavis
oyendo el siseo de los auriculares de Lateral Alice Moore, incómodos en el
sillón de respaldo reclinable, envueltos en varias mantas, aún sin peinar. De
tanto en tanto, aparecemos en la cocina buscando algo seguramente siniestro que
siempre se nos olvida al llegar. Acariciamos una naranja, valoramos poner orden
en el caos, miramos largamente una hogaza de pan tratando de recordar qué
vinimos a buscar.
Volvemos
a trepar al sillón rojo, a tirar de la palanca, a cubrirnos con cuidado con las
mantas, a colocar el libro sobre el brazo de cuero. Ann Kittenplan profetiza un
correctivo disciplinar cercano a la tortura, nuestros pies se quedan helados, los
dedos de las manos se ven azules al pasar las páginas, camino a la nota 215, mientras un haz de luz se inclina y resbala por la cortina imitando el ángulo
que forma el filo del cuchillo con que cortamos el pan.
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eVulcanon_Delicate mind. Confusión |
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