viernes, 5 de julio de 2013

Annie la violinista


El diablo no me quiere ni muerta ni en la cárcel; se ve que le complace mantenerme en este mundo, enferma y desesperada. Y su juego es observarme caer y levantarme, deleitándose en mi humillación, frotándose las rojas manos ante la perspectiva de futuros desastres.

Ahora la sombra llega justo a la punta de mis pies y la blancura se esparce; avanza y se esparce. Es esa época en que la calle arde. 

El sitio donde estoy no tiene nombre, que yo conozca. La próxima sombra está a unos metros, bajo el álamo grande. Tengo que correr para que el sol no me abrase. Mis mejillas y mis hombros se duelen del mero reflejo.

El hombre al que llamaba Lagos tuvo que trabajar durante el día. Y abandonarme es tan fácil como dar un paso, ponerse en la acera soleada y caminar hacia el Oeste.


*

Salimos de San Juan al atardecer. El calor no había aún dado una tregua al aire, que era pesado y espeso y tan amarillo que apenas parecía aire. Pensaba que una podía ahogarse en aquel aire, en mitad de la nada, oyendo las voces de los muertos, en un lugar miserable, en un páramo desierto.

Pero aquello no era Comala y nadie de nosotros se murió entonces.

La canícula de agosto se cebaba y al fondo la noche temblaba. Todo tiembla bajo el fuego, hasta el mismo fuego.

-Me marché porque no tenía habitación propia ni dinero.

-¿Qué demonio de motivo para irse es eso?

No me quedaré con ellos, pensé. Era yo entonces una juntacadáveres.

En el horizonte se iba agrandando una línea negra que nos alcanzó. No se podía saber su edad: estaba curtido por el sol, cubierto del polvo amarillo del campo. De su cara gotas de sudor bajaban por unos surcos que estaban allí como para eso. Surcos graves y tensos.

-Vamos al Sur, venimos del Cerro.

-Este camino solo lo usan contrabandistas y cabreros. En la noche, solo los primeros.

-A Ella no la puede ni tocar el sol.

El hombre largó sus ojos hacia Poniente, noté que eran verdes con ese brillo que solo tienen los hombres vivos. Bebió, sin ofrecer, de una petaca de piel gastada del color de la teca. Bebió varios tragos y siguió hasta querer ser de nuevo una mancha.

Sentí, al verle marchar, que habría de darme la vuelta e irle detrás. Me paré recordando, como si un rumbo o una compañía o un pálpito en el pecho de una pudiera desbaratar toda su vida. Como si, yéndole detrás, pudiera borrar hasta mi propio nombre y el suyo.






1 comentario:

Riforfo Rex dijo...

Da la impresión de que algo sucedió, de que algo sucederá, de que vemos flashes de lo que está pasando. Hay atmósfera, eso me gusta.