sábado, 2 de mayo de 2015

Basado en hechos reales

Durante un tiempo indeterminado me preocupé porque mi sombrero era el más feo. Todos miraban al suelo y sudaban y el ruido lo silenciaba todo. También lo agrandaba. Además del sombrero, también era la única mujer, la única blanca, la única mayor de 40, la única vestida como una parguela occidental de vacaciones y la única, creo, que no rezaba. Estar en cuclillas nunca me ha gustado, ni cuando era una niña y podía sin que las piernas me temblasen doloridas. Siempre he preferido sentarme o, si no queda más remedio, ponerme de rodillas, aunque a mí las rodillas también me duelen, y no poco, al rato. Pero allí todos estábamos en cuclillas. Yo, porque los demás lo estaban. Los demás, quién sabe... por costumbre, imagino, o para poder saltar en un momento dado y salir por patas. Una hora y cuarto después, seguíamos en cuclillas; algunos habían parado de rezar y otros, siempre en cuclillas, iban hacia acá con tazas repartiendo lo que me temí que fuera (y fue) té. Merci, merci, god bless you, dios te lo pague, tesekkular, assalam alaykum, efgaristíes. Di un trago que falta me hacía. Oiga, este, me preguntaba hasta cuando piensan ustedes que habrá que estar aquí, yo, verá, es que necesito ir al baño y estirar las piernas, que tengo reúma, y también, bueno, yo, si no es mucha molestia, con todos mis respetos, querría preguntarles si sabrían explicarme qué está pasando. Yo no sé de terremotos, tsunamis, explosiones de gas y derrumbes de edificios en mal estado, pero nada de esto se parece a nada y desde aquí abajo no se ve y el estruendo es inquietante y poco claro. La cara del que seguía allí mirándome era de perplejidad y entendí que debía explicarme mejor. Eran los nervios, el cansancio, el dolor y la ausencia de conocimientos sobre los protocolos sociales en aquellos lugares entre no nativos y lugareños en situaciones de emergencia. Proseguí hablando más despacio y agachando ligeramente el mentón, tratando de proyectar un simbólico mensaje de respeto y sumisión al ser él un varón y yo, no. Por si acaso. Just in case. Verá usted, no es mi intención entrometerme, joven, pero siento la necesidad de saber qué está pasando. El joven parecía tardar un poco en procesar aquel output-->input, probablemente muy mal emitido. Culpa mía. Además, de verdad, de verdad que necesito ir al baño. Por fin reaccionó. Need to go to embassy. L'ambassade. Votre non garantis ici. Tú aquí no segura. Cela va durer longtemps, femme. Vale, mercy. Y, perdone, una última cosilla, usted por dónde cree que debo salir de aquí. Parpadeé tratando de parecer más indefensa y desvalida y, cuando abrí los ojos, el joven multilíngüe se había esfumado. Cómo, me preguntaba y me sigo preguntando, cómo una criatura humana sin superpoderes, en cuclillas, se pudo mover tan rápido, allí abajo, en medio del surco de gravilla y barro. Aún me lo ando preguntando y aún lo ando maldiciendo. Podría mostrarme más agradecida en mi recuerdo, pues el muchacho se explicó en varios idiomas y perdió 37 segundos atendiendo a una extranjera impertinente y desconocida, pero lo que no puede ser, no puede ser, así que si algún día lo vuelvo a ver y me pregunta algo, lo que sea, le daré solo la mitad de la respuesta y hasta más ver.

1 comentario:

Uno mirando hacia arriba dijo...

no, todavía no. Todavía está muy alto.