martes, 28 de diciembre de 2021

El clavo ardiendo

Hace algún tiempo me preguntaba cómo sería estar tan desesperado. Durante mucho más tiempo, seguí esperando a ver si sentía esa necesidad de, antes de caer al precipicio, agarrarme a cualquier cosa por dolorosa y desagradable que fuera. Si yo podría sentir tanto vacío y tanto miedo para aguantar lo insoportable. Si me valdría la pena, si me daría por vencido. Y no. Nunca pasó. Quizás pasase y yo no me di cuenta: son muchos años y ha llovido una barbaridad. Lo que sí sé es que yo he sido y soy el clavo ardiendo de mucha gente. Y no es que me importe, ni siquiera me molesta, pero me doy cuenta. Y eso resta. Resta y no poco. Me resta a mí, me embebe hasta quedar hecho una minúscula mota de amor que nada importa, que se cambiaría en un abrir y cerrar de ojos, que un chasquido desharía. Una partícula invisible que baja y, al final, se barre porque no hay nada más asqueroso que las pelusas en el suelo, telarañas en las paredes, el graznido de las gaviotas, el aspecto de un roedor con alas; nada del otro mundo, pero desagradable y molesto. Las cosas pequeñas, igual que las grandes, han de ser deseadas sin necesitarlas, ser imprescindibles incondicionalmente, ayudar a la felicidad, o al menos dar alegría, y merecer recibir amor de vuelta. Si no es así, es de la otra manera. Una manera poco deseable, un presente sin recibo regalo que se pueda devolver para obtener algo mejor o, al menos, más apetecible en la subjetividad irresponsable y cambiante del receptor.

2 comentarios:

Sancho Panza el lánguido dijo...

Como lector, y ya tienes historia, ya sabes que te leo desde hace tiempo, no consigo pensarte como un clavo ardiendo. Sería Jauja si una mujer como tú fuera un clavo ardiendo; Dios, cómo serían las que están en el nivel de elegir. No. Eres una pieza exquisitamente rara al alcance de muy pocas sensibilidades. Estoy completamente seguro de eso.

Anónimo dijo...

Lo mejor es que ya podemos elegir no agarrarnos a ningún clavo ardiendo ni ser el clavo ardiendo de nadie. Nos hemos asomado a ese precipicio y nos hemos dado cuenta de que es sólo un pequeño escalón que podemos bajar y subir sin problema.
No somos imprescindibles para nadie pero tampoco nadie es imprescindible para nosotros. Aún así, podemos amar intensamente a quien queramos en cada momento sin renunciar a la dulce libertad que nos da el no tener miedo a la soledad, a no ser correspondidos.