viernes, 20 de mayo de 2022

No entres dócilmente por el aro

Todos sentimos un gustito de autocomplacencia cuando nos dicen lo listos, lo guapos, lo presentables, lo bien que hacemos todo. Qué persona maravillosa, cuánto quieres a tu pareja. Qué ideal que eres. Qué perfección de carácter, qué divina tu paciencia. Y así, conformando al mundo, pasas la vida quedando bien. Ole. Pero, pero, pero... para mí que saber estar no es saber ser. ¿Y esto? ¿A qué viene? Bueno. Os cuento. La verdad. Tuve una noche mala. Metí, -me dicen-, la pata. Yo no me acuerdo, pero me lo creo, porque la gente me ve y se aparta. No sé qué hice, pero, dados ciertos antecedentes, debió ser un circo sin sol (porque era de noche). En fin. Mi política de autoindulgencia me obliga a perdonarme cada domingo de resaca. Encima, como no me acuerdo de nada, salvo que un pepito grillo venga a tocarme los cojones, todo me parece hermoso tras un par de ibuprofenos y tres o cuatro cafés. Pero, claro, pasa el tiempo... La gente se aleja y te quedas solo. Y esto inspira, no crean, inspira mucho y te da una lección de vida. Lo de la soledad, digo. Que te dejen atrás, que te abandonen. A veces, a algunos les remueve las entrañas. Y me da por pensar qué digo, qué les digo, qué me digo. Pues que la soledad, la sensación de soledad aturdidora, ensordecedora, dolorosa, no te confunda. Que es solo eso. Una sensación. Y, como cuando estás a dieta, te falta algo, sientes un vacío y te apetece mortalmente comerte un quilo de helado de chocolate. Cualquiera, por tonto que sea, por anuncios que vea, por más películas américanas que se haya tragado en su adolescencia, sabe que el helado de chocolate, al rato, solo pide más helado de chocolate. Y te "cura" solo en ese rato de devoración depravado y vacío. Después, encima, estás más gordo, abominablemente lleno de granos y espinillas, o peor. Y que algunos, para más inri, desarrollan alergias. Para eso, mejor una secta (y así segurísimo que ya no estarás solo), o ausencia meditativa, o gimnasia compulsivamente exigente y repelente. Lo que sea que te engañe. Si la soledad te empuja a que no digas no, cuando lo que quieres es decirlo, pues menudo error, por más que así sí gustemos a todo quisque. Saltando de poemas a ensayos y novelas, te puedes dar cuenta de la desdicha que da pensar demasiado en el ombligo de uno. La propia estima, que dice el personaje que anda por ahí, está muy bien para negarte a vivir como te dé la gana. Más vale, digo yo, no pensar en cosas baldías, en cuestiones pasajeras, en lo que un día es hermoso y, al siguiente, una pesadilla. Autocompasión heredada. Vaya, que si no te dejas engañar por la soledad, puedes estar tan a gustito con tus mierdas de libros, música, puestas de sol, delfines que saltan frente a ti mientras el mar te arrulla, canciones y bailes y risas en la terraza de alguien que aún no te desterró. Pero nos la pasamos sufriendo, a veces, siendo obtusos, torpes y desagradecidos con la vida. Así que no. Que si la lías parda un día o dos o trescientos, mientras no dejes cadáveres por los suelos, da igual. Que la vida es muy corta y no hacemos mal a nadie, salvo a aquellos que sienten que lo estás haciendo mal. Que ya podrían ocuparse de sus cosas, joder. En fin, pues eso. Que el próximo día, lo haré igual o peor, porque me da la gana no sucumbir. Esto ya es, -me parto-, cuestión de principios.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"Damas y caballeros, estos son mis principios. Si no les gustan tengo otros"

Groucho Marx

Riforfo Rex dijo...

Yo también tengo principios, lo que no tengo son medios para llevarlos hasta el final. Ja.

Anónimo dijo...

No son tus mierdas, Pili. Nada relacionado contigo es asqueroso.
A quien no le gustes que se joda.
A veces lo que no les gusta es verse reflejados en ti, ver que puedes hacer lo mismo que ellos porque eres una persona suerte, inteligente e independiente a la que no van a poder controlar ni moldear.
Sigue siendo tú misma. Eres encantadora tal y como eres.