lunes, 27 de noviembre de 2023

Noches perdidas. Un alto el fuego en Medio Oriente. El invierno que llega

 Cosas que pasan. Me sentí en la obligación y miré por la ventanilla hasta llegar. Tomé, bailé, sonreí, en exceso, a todos. Todo casi por hacerle el favor a uno. Después otro rato eterno de vuelta. Después el momento fugaz que ocurre a veces. Cada vez menos veces. Y, por fin, el sueño que viene a sacarte de en medio, nunca suficiente. Luego el sueño se acaba y despiertas ahí, de nuevo bromeando, sonriendo, charlando en exceso, sin ganas, solo por agradar, aunque me da que ya ni agrada. Diría casi que se me nota. Que practico cuando me quedo sola y veo en el espejo de las rayitas que lo hago peor y peor cada vez. Como todo. Y llega el momento de trasladar mi cuerpo de un lugar a otro por circunstancias absolutamente insustanciales con una desgana que roza la apatía patológica, anímica-conductual-interpersonal. Pero no es apatía, solo la roza. Llego al otro sitio, hago lo mismo que hago siempre a la hora que es, aliviada en parte de pasar el cepillo y ver el piso relimpio. En lugar de leer, crecer como persona, aplicarme, meditar, hacer ejercicio, yoga facial o algo, decido que antes de que venga de nuevo la noche y me pierda, voy a echar una siesta. Las sábanas me dan la bienvenida, la cama se alegra, me echo todo lo que tengo a mano, las batas, la mantita chica, la manta grande, la sábana de franela. Cierro los ojos y viajo al inenarrable mundo del no estar, no ser, no parecer. Despierto y es de noche. Aunque sean las 18.00 h y aún no hayan acabado con las extraescolares. Hablo casi dos horas de nada por teléfono, mientras juego con el móvil, sin entender la mitad de lo que oigo, sin que eso resulte importante porque a nadie le importa. Cuelgo y la siguiente y cuelgo y la siguiente. Después hablo con alguien pero no por teléfono, en modo analógico-presencial, poco, por suerte, algo funcional sobre los diarios quehaceres pero sin profundizar en la belleza de lo cotidiano. Al grano. Después de hacer lo que tengo que hacer. Voy donde me llevan, vuelvo a sonreír, pienso en la canción que me gustaría estar escuchando. Hago, digo, estoy, y acaba por fortuna. Me llevan. Miro por la ventanilla. Respondo: sí, muy bien; sí, muy feliz; sí, mucho mejor, gracias. Llueve pero no suficiente; sopla un viento racheado de poniente, pero del todo insatisfactorio. Necesitaría un huracán, un ciclón, un terremoto, un diluvio. Sé que eso pasa, y donde pasa es horrible. Pero cada uno necesita algo. Igual los que se ven aplastados por la naturaleza darían lo que fuera por mirar por la ventanilla e ir donde no desean ir y sonreír bajo amenaza. Mas las cosas son así. Le pregunté a Dios y me dijo que mientras esté aquí me tengo que acoplar a las reglas del juego. Me tocan buenas cartas, llevo buena mano, la única pega son las noches. Dios dice que me deje de sandeces, que lo deje en paz que somos muchos y está arrepentido de haber provocado el puto Big Bang (sí, dice muchos tacos, pero hay que comprender que no tiene vida) y que tome antidepresivos o escriba algo que cuando escribía no estaba dándole la lata y, como ya tomo antidepresivos (pero Dios no lo sabe), pues aquí ando, como quien dice en una misión de Dios. La próxima lo haré mejor, con pasión carmelita y devoción mariana, pero hoy me conformo con haber llegado al final del día-noche pesando un poco menos.

No hay comentarios: