En un
triste trayecto de autobús, Filólogo se sentó junto a Ministro.
-Buenas
tardes.
-Si usted
lo dice...
Al fondo
los árboles perdían sus hojas mientras banderas rojigualdas celebraban alguna
victoria. El camino iba a ser largo. Algunos “indignados” (N. del T.: el retintín
gráfico a modo de comillas NO es mío es del autobusero)
habían tenido el feo detalle de cortar la Alameda.
-Qué asco.
Qué asco. Esta gentuza va a arruinar el país.
-Breve et irreparabile tempus omnibus est vitae.
-¿Qué
masculla usted, desconocido? ¿Quién es el que a mí se dirige en una sospechosa
jerga extranjera?
-Mi nombre
es Filólogo
-¡Qué
nombre más extraño! ¿No será griego o moro o algo peor?
-Pues no.
-Menos
mal. Ya le veía yo impecablemente vestido, algo poco frecuente en estos
vehículos más propios del populacho.
-No
recordaba dónde había aparcado el coche anoche y me aventuré a probar este
medio de transporte. Más por curiosidad y por pereza que por deseo de llegar a
mi destino. Todo sea dicho.
-Yo soy el
ministro Wert. Me puede llamar Sr. Ministro. ¿Puedo llamarlo Phil? Es que el
otro nombre se me hace antipático, no sé bien decirle a usted por qué.
-Como
guste, Sr. Ministro. Y dígame ¿qué hace Su Dignidad en un transporte público,
si no es atrevimiento preguntar?
-Estoy de
Penitencia. He cometido unos pecados que expío mediante esta tortura
intolerable.
-Pensaba
yo que estos asuntos se resolvían flagelándose o caminando descalzo tras tal o
cual Cristo en Semana Santa.
-Sí, no va
usted descaminado; pero, tras un par de experiencias de ese calibre, decidí que
mis pecados no son tan graves como para tamaño sufrimiento. Además, no me gusta
nada el dolor. Y como figura de importancia capital en este nuestro país,
nación española, no me parece recomendable caminar descalzo en pública
procesión. Eso es más para parados o gente que tiene parientes muy enfermos y
no alcanzan a ir a Fátima.
-Probablemente
lleva usted razón. Y supongo, -estoy seguro, vamos-, que los pecados serán
veniales e insignificantes.
-Eso
depende... La debilidad de la carne me
impele a ir a un lugar llamado HesK Ándalus
donde las representantes y relaciones públicas me obligan a cometer actos y ejercicios que, dada mi condición de
hombre católico apostólico romano, y -para más inri- casado, debo reconocer de un nivel de gravedad de 4, siendo el mínimo 1 y el máximo, 5.
-He de
decir que, como varón, le entiendo a usted...
-No es
para menos.
Toses. Bostezos.
El autobús renueva su marcha.
-Y ¿adónde
se dirige usted, Phil?
-A la
Universidad, donde trabajo.
La
condición del insigne e ilustre político no le permite ocultar un gruñido y una
afirmación algo recargada que se puede resumir en que el señor Wert detesta la
Universidad, si bien el ministro no usa la palabra detestar, sino odiar.
Pensamos que por ser algo más corta y tener más índice de frecuencia en el
léxico disponible de las masas a las que el germanófilo por imposición nominal se
debe como servidor del pueblo soberano, que aunque no lo votare tampoco lo botó.
El
Filólogo, en este caso un hombre cabal, proverbialmente insustancial, proclive
a dar la razón al poderoso y cuya resaca le impedía hacer comentarios en uno u
otro sentido, asintió:
-Ya, ya, ya.
-No me
dirá usted, estimado Phil, que piensa que ese lugar no necesita una buena dosis
de mano dura.
-Siempre
lo he pensado. Sí. Estos jóvenes sin disciplina visten de cualquier modo y no
merecen un esfuerzo por nuestra parte.
-Bueno, ¿y
qué me dice de sus compañeros? En su mayoría unos vagos y unos privilegiados
que se piensan mejores que los demás. ¡Si hasta me consta que desprecian las encuestas! Reforma y recortes y ya verás que suaves se van a quedar.
-Absolutamente
de acuerdo: nos debatimos entre burócratas ignorantes y mujeres descotadas con
falta de masa gris.
-Lo de las
mujeres es una gran verdad... Lo de los burócratas se lo paso porque no acabo
de entenderle. A mí, lo que me revienta es lo de los rojos.
-Lleva
usted toda la razón. Me he de despedir. He aquí mi parada.
-Un
placer, Phil. No se deje abatir. Pronto estará cada cual en su lugar.
-Eso
espero, Excelencia. Quizás coincidamos en ese incierto local algún día en el
que le pueda invitar con mi modesto sueldo para agradecerle su interés por esta
institución.
-Así sea. Y
que el Señor le acompañe.
Prueba fotográfica de que ha escrito UN libro |
4 comentarios:
algo de cierto, algo de ironía, vida real en la ficción de un relato
saludos
La vida en autobús es un tiempo breve e irreparable, por eso siempre voy en taxi.
Saludos, amigos.
Un verdadero tejido narrativo con fino humor e ironía.
De agradable lectura.
Publicar un comentario