miércoles, 18 de julio de 2012

El hombre insustancial y el otro. Alienación, peloteo y muerte por asco


En un triste trayecto de autobús, Filólogo se sentó junto a Ministro.

-Buenas tardes.
-Si usted lo dice...

Al fondo los árboles perdían sus hojas mientras banderas rojigualdas celebraban alguna victoria. El camino iba a ser largo. Algunos “indignados” (N. del T.: el retintín gráfico a modo de comillas NO es mío es del autobusero) habían tenido el feo detalle de cortar la Alameda.

-Qué asco. Qué asco. Esta gentuza va a arruinar el país.
-Breve et irreparabile tempus omnibus est vitae.
-¿Qué masculla usted, desconocido? ¿Quién es el que a mí se dirige en una sospechosa jerga extranjera?
-Mi nombre es Filólogo
-¡Qué nombre más extraño! ¿No será griego o moro o algo peor?
-Pues no.
-Menos mal. Ya le veía yo impecablemente vestido, algo poco frecuente en estos vehículos más propios del populacho.
-No recordaba dónde había aparcado el coche anoche y me aventuré a probar este medio de transporte. Más por curiosidad y por pereza que por deseo de llegar a mi destino. Todo sea dicho.
-Yo soy el ministro Wert. Me puede llamar Sr. Ministro. ¿Puedo llamarlo Phil? Es que el otro nombre se me hace antipático, no sé bien decirle a usted por qué.
-Como guste, Sr. Ministro. Y dígame ¿qué hace Su Dignidad en un transporte público, si no es atrevimiento preguntar?
-Estoy de Penitencia. He cometido unos pecados que expío mediante esta tortura intolerable.
-Pensaba yo que estos asuntos se resolvían flagelándose o caminando descalzo tras tal o cual Cristo en Semana Santa.
-Sí, no va usted descaminado; pero, tras un par de experiencias de ese calibre, decidí que mis pecados no son tan graves como para tamaño sufrimiento. Además, no me gusta nada el dolor. Y como figura de importancia capital en este nuestro país, nación española, no me parece recomendable caminar descalzo en pública procesión. Eso es más para parados o gente que tiene parientes muy enfermos y no alcanzan a ir a Fátima.
-Probablemente lleva usted razón. Y supongo, -estoy seguro, vamos-, que los pecados serán veniales e insignificantes.
-Eso depende...  La debilidad de la carne me impele a ir a un lugar llamado HesK Ándalus donde las representantes y relaciones públicas me obligan a cometer actos y ejercicios que, dada mi condición de hombre católico apostólico romano, y -para más inri- casado, debo reconocer de un nivel de gravedad de 4, siendo el mínimo 1 y el máximo, 5.
-He de decir que, como varón, le entiendo a usted...
-No es para menos.

Toses. Bostezos. El autobús renueva su marcha.

-Y ¿adónde se dirige usted, Phil?
-A la Universidad, donde trabajo.

La condición del insigne e ilustre político no le permite ocultar un gruñido y una afirmación algo recargada que se puede resumir en que el señor Wert detesta la Universidad, si bien el ministro no usa la palabra detestar, sino odiar. Pensamos que por ser algo más corta y tener más índice de frecuencia en el léxico disponible de las masas a las que el germanófilo por imposición nominal se debe como servidor del pueblo soberano, que aunque no lo votare tampoco lo botó.
El Filólogo, en este caso un hombre cabal, proverbialmente insustancial, proclive a dar la razón al poderoso y cuya resaca le impedía hacer comentarios en uno u otro sentido, asintió:
-Ya, ya, ya.
-No me dirá usted, estimado Phil, que piensa que ese lugar no necesita una buena dosis de mano dura.
-Siempre lo he pensado. Sí. Estos jóvenes sin disciplina visten de cualquier modo y no merecen un esfuerzo por nuestra parte.
-Bueno, ¿y qué me dice de sus compañeros? En su mayoría unos vagos y unos privilegiados que se piensan mejores que los demás.  ¡Si hasta me consta que desprecian las encuestas! Reforma y recortes y ya verás que suaves se van a quedar.
-Absolutamente de acuerdo: nos debatimos entre burócratas ignorantes y mujeres descotadas con falta de masa gris.
-Lo de las mujeres es una gran verdad... Lo de los burócratas se lo paso porque no acabo de entenderle. A mí, lo que me revienta es lo de los rojos.
-Lleva usted toda la razón. Me he de despedir. He aquí mi parada.
-Un placer, Phil. No se deje abatir. Pronto estará cada cual en su lugar.
-Eso espero, Excelencia. Quizás coincidamos en ese incierto local algún día en el que le pueda invitar con mi modesto sueldo para agradecerle su interés por esta institución.
-Así sea. Y que el Señor le acompañe.

Prueba fotográfica de que ha escrito UN libro



4 comentarios:

omar enletrasarte dijo...

algo de cierto, algo de ironía, vida real en la ficción de un relato
saludos

Riforfo Rex dijo...

La vida en autobús es un tiempo breve e irreparable, por eso siempre voy en taxi.

Pilar dijo...

Saludos, amigos.

Unknown dijo...

Un verdadero tejido narrativo con fino humor e ironía.
De agradable lectura.