domingo, 17 de noviembre de 2013

La lámpara

Comenzaba el día a una hora indefinida que agotaba de claridad; el sol, tan alto; los niños del vecindario, incendiarios; las ollas, pitando. Comenzaba el día, sin mirarse al espejo ni lavarse los dientes: orinar a oscuras, salir a la sala, colocarse los cascos: allí no hay nada: café recalentado y magdalenas.
En el cuarto, la cama espera deshecha su vuelta. En el pasillo, un largo banco cargado de ropa arrugada. En la cocina, pulcritud y soledad. Un altillo de la entrada rebosa de medicinas, justo al lado de atestadas perchas. Radiohead, 4 minutes. Just like everybody. Se tiende en el sofá. Cierra los ojos. Escucha atenta.
Debo estar incubando algo, se dice, mientras ve manchas pululando tras los párpados cerrados―. No hay resaca que dure tanto.
Es cierto, los dientes apretados ya empiezan a doler. Se incorpora: asoma al ordenador y empieza a trabajar; hoy, extrañamente a desganas, con un sufrimiento agudo y brillante que va in crescendo hasta que no puede más. Las náuseas le vencen: vomita entre el escritorio y el sofá. Salpica ambos muebles y dios sabe qué más. Se limpia con la manga de la bata... Camina encogida hasta la cama, se tiende, alarga la mano y alcanza la botella de agua que vive allí abajo: un litro y medio azul con boca ancha. Bebe, se echa, se duele... Se duerme.
Debería llamarla, parece pensar entre brumas.
*

La puerta cede tras varios intentos. El piso apesta. Nota cómo las rodillas no aguantan su propio peso y eso que ha debido perder al menos diez kilos durante estos días. Camina temblando. Y tiembla tanto que deja de caminar. Deja de moverse, se queda clavada bajo una lámpara oscura que cuelga como un murciélago. Es como un test de Rorschach, una piel de oso, un animal despellejado y abierto flotando en medio de la nada. Qué diseñador loco de mierda haría semejante lámpara. Y allí, bajo un sinfín de connotaciones, recuerdos e interpretaciones, se queda. Allí, se petrifica y se acostumbra al olor a putrefacción, a carne muerta, a fin del mundo. Allí, se olvida un instante de todo y de ella.
Al cabo, la idea de un amuleto indio, la sensación de ser miércoles, de tener hambre a pesar de todo la despiertan. No parece el mismo día, la luz ha menguado; también los ruidos de fuera. Recuerda quién es y dónde está y qué hace allí. Grita de impotencia. No se puede mover, lucha y lo intenta: pero solo consigue caer. Al menos ahora es capaz de gritar, aunque nadie viene. Consigue arrastrarse, cruzar varios umbrales polvorientos conforme el olor es más y más insoportable... Ella ya lo sabe, lo sabía incluso antes de entrar, antes de llegar hasta allí, antes de dejar que pasaran 4 días sin atreverse a ir a verla. Por fin, logra alzarse y moverse y anda encogida hasta la cama, se tiende a su lado, coloca la cara sobre su cabellera, alarga la mano y alcanza la botella. Bebe, se duele, se duerme.


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