jueves, 21 de octubre de 2021

El viaje

Por suerte o por desgracia, ahora sí, creo que ha llegado el otoño al Sur. Hace frío si es más de las doce de la noche o antes de las 10:00 hora Zulu, el resto del tiempo te asas viva, pero con alegría. Así somos. 35º es una gozada si llevas desodorante en el bolso y bebes cosas frías. En fin. Como iba diciendo, hoy o ayer me siento feliz porque sí. Hace unos días andaba perdida y cogí un autobús. Como me daba igual, pues por lo visto me metí en uno que iba a mi pueblo natal. Pereza es poco, mas sentada al fondo con mi petaca, la verdad, todo daba igual. Siempre hay un buen samaritano que te saca del berenjenal (ese sitio puritano) a la hora que fuere. La cosa. Iba dando cabezadas ya antes de partir. Mi móvil tan muerto como mis neuronas no daba señales de vida. Todo bien. Normal. En mi línea de estar perdida. En fin. Se sienta un joven pijo, guapo, pero medio tonto de guapo y de pijo, dos sillas más para allá. Vale. Yo con mi testa en la ventanilla. De repente, un frenazo, coscorrón, su puta madre, un señor desdentado, que casi no llega, entra en el bus. Paga el peaje en calderilla. Calderilla, calderilla. Monedas de uno y dos céntimos, verdosas, sobadas, malolientes. El autobusero debía de haber echado un polvo recientemente y no se queja. Y el señor dando bandazos sin motivo gravitatorio, llega hasta donde el joven y yo misma estamos en paz. Elige, listo como se veía que era, sentarse al ladito del joven. No lo tengo en cuenta. Yo, de haber tenido la más remota elección, habría hecho lo mismo. El hombre, al menos, tiene el buen gusto de dejar un hueco entre él y el efebo, id est, se sienta junto a la ventanilla. Para aquellos lectores no habituados a la mierda que es viajar en autobús, en lugar de en taxi, por ejemplo. Es así: fondo del bus, bus currado, asientos desgastados, todo blando con clavos en el culo. Cinco asientos: una ventanilla, mía; otra ventanilla, el borracho desdentado; en medio, pero sin estar al lado, el guapo joven con cara de por-qué-coño-no-tengo-una-limusina. Esa, amigos, es la vida de los pobres que o no tienen carnet de conducir o no se arriesgan a acabar en la cárcel por atropello y fuga. Tengo un frío que te cagas y un mosqueo tremendo. No sé por qué exactamente. Quizás por el enésimo frenazo con golpe en la cabeza que me ha despertado o por los veinte minutos que ha tardado la señora en subir al bus con un carrito de bebé sin que nadie -hay que felicitar la capacidad de aprendizaje del pueblo español- haya movido ni un dedo para ayudar. Nunca se sabe qué bebé monísimo puede ser un genocida y un hijo de puta asesino, así que por si acaso... Igual también me he cabreado conmigo misma. Se me ha bajado el punto y oigo todo lo que unos y otros dicen, lo que aminora las posibilidades de otra siesta. El joven escucha con atención al filósofo poco amigo del agua y se ve que en esta mi ausencia ha aprendido a apreciarlo. Esas cosas pasan. A veces, la gente aprende a despreciar y otras, pasa al contrario. En mi experiencia, se da más la modalidad A, pero este no es el caso. La cuestión es que el hombre tiene una labia privilegiada y se ve que ha pasado por mucho. Muchos viajes, varias carreras, divorcios, desahucios, rehabilitaciones. El amor es una forma de posesión y al final te mata. Y lo decía textualmente. Que mata a uno o a otro porque le ha pasado. De ahí, un tiempito en prisión, claro, del que salió como Nelson Mandela, hechas las paces con la sociedad, sus enemigos y familia, el capitalismo (sic) y varias otras centenas de molestias. Enhorabuena, dice el muchacho. Sí. Pero hay que coger distancia. Digamos que mandar en tu vida para bien va también de estar solo. Le entiendo, dijo el chaval. Yo ya totalmente pegada a ambos escuchándolos con un mohín. Me extrañó de veras que el resto de gente no estuviese allí al fondo amontonada escuchando este pseudo y/o antisermón de la montaña improvisado. Tanta sabiduría desperdiciada. Se nota que no estamos en la India. Me alegré de todo. De no estar en la India, sobre todo, de no haber aprendido una mierda a base de palos, de seguir siendo un puto ser humano inseguro y sin norte. Con más miedo que el resto del autobús, incluyendo al futuro genocida, pero sin recuerdos terribles que me hayan dañado tanto tanto tanto. Me recuesto de nuevo en mi espacio. Sigo con mala leche. No sé por qué. Creo que esta travesía a ninguna parte me está poniendo nerviosa. Decido que, cuando lleguemos donde fuere, voy a pillar un billete de vuelta o de ida a cualquier otra parte. Está la opcion de apearme. Pero tengo demasiado miedo de no perderme, encontrar algo y que me pase como al tipo este. Vale.

lunes, 18 de octubre de 2021

Cenizos

Hay una caravana infinita, larga, lenta, pesada, llena hasta las trancas de coches solitarios y personas al borde de un infarto. No la ven, lo sé. Está dentro de mí. Va desde el esófago hasta la última terminación nerviosa de la planta de mi pie derecho; larga por ser su recorrido retorcido y extraño. Pasa, por ejemplo, por el corazón (aurícula derecha nº 7, 2ª planta) y después serpentea por mis intestinos, el grueso y el otro, con la conveniente paradoja de las caravanas que recorren un camino sin que nadie se mueva. Esta lleva ya muchas horas. Empezamos a temer morir de sed o hambre. La cosa es que a mí me ha pillado por sorpresa, pero sé que muchos del resto de reos lo presintieron, algunos esta misma mañana, otros pasaron la noche en vela, viéndola venir. Hay gente así. Ve los problemas, los intuye, siempre alerta por lo malo que se les viene; incluso yo diría que los causan, los muy cenizos. Ahí están. Comiéndose las uñas. Aterrados (eso todos) porque aquí dentro no hay cobertura y no hay manera de avisar, despedirse, si eso, meterse en una app para una última satisfacción llegado el momento, como aquel pompeyano. Imagino a algunos pergeñando un plan B que incluye la antropofagia y la violencia. Yo lo tengo claro, cuando vea que la cosa se pone (más) fea, me bajo del coche y me largo a patita aunque sea para salir de mí mediante autotraqueotomía. Al coche que le den. A los otros reos que les den. La cosa es salir.

sábado, 9 de octubre de 2021

Que el sol salga por Antequera o De lo que yo quiero y a nadie importa

El mundo va regulín. No lo digo yo, lo dice mi frutero, que, después del chino de mi barrio, es mi persona favorita. No. Ese mango, no, mejor este, pareces nueva. Yo qué sé, José Luis, que me he dejado las gafas en el otro bolso. Y así. Felices para siempre, respetando al chino que, como saben, es el mejor amigo del hombre. Pues nada. Que el mundo va así como loco. De repente, va más rápido (o más lento, hay diversidad de opiniones). De repente, se muestra hostil, dicen. Que parece que no han visto los documentales de La 2, coño. Que el puto mundo está ahí para jodernos. No es el primer virus, la primera epidemia (llámese pandemia o muerte total), ni es el primer volcán que exabrupta desagradablemente sobre casas de criaturas monísimas. No, que va. Ni hay más que hacer que mirar el telediario para saber que el mundo va como el culo, que los ricos se van a hacer más ricos si les suben los impuestos (es un poner), y no es novedad. Ni es la primera vez que un monarca con pinta de subnormal nos roba a saco. La verdad, da pereza. A algunos nos las trae al pairo, porque es que da lo mismo, en verdad (redundancia por mis cojones). Que digo que qué más da. Si te dan por saco, relaja, pues te van a dar por saco igual. Yo, por mi parte, y sé que os importa un carajo (les importa un carajo, que algunos tienen ya su edad), me espanto lo justo, me cabreo poco y me asusto lo mínimo. Que llegue mañana y tener la fiesta en paz. El mundo irá regular o mal o bien (improbable: es mucho mundo) y hay imbéciles por doquier. Yo solo quiero dormir como un bebé en brazos de otro como yo y que mañana sea el mejor posible último día de mi vida, y que después no sea el último. Me voy a sobar. PD. Riforfo, te amo.

jueves, 7 de octubre de 2021

La vida, esa broma...

Por casualidades de la vida y por mi voluntad férrea de exponerme a lo peor, te encontré un sábado demasiado tarde. La verdad y para que no me quede nada en la recámara, más macarra no se puede ser. Me encantó. Como casi siempre detrás de un malo de moto y chupa de cuero había un amante de la historia y un alma tan blanca que mejor no te hubieras acercado a mí. Lo hiciste. Yo también lo hice. Y hoy (ya mañana) debes estar maldicéndome por no dejarte marchar de mi lado fácilmente. Queda ver si vuelves. Si me dejas. Si puedo yo disfrutarte otro día más. Malas influencias, tu pinta y mi aspecto de buenita y, al final, serás tú quien decida. Yo iba dolida y vestida de matar y tú te dejaste embaucar. Pobre Indalecio, pobre gente de otro siglo, otra galaxia, otro tiempo. Pobres Ciprianos y pobres María Eugenias. Imagino a Christóbal y Valle haciendo el amor, mientras sus bobas hermanas andaban en Madrid haciendo regalos al duque. Yo prefiero tener un nombre normal, una salud normal, un sino normal, que me rechace quien desee y que me quiera alguien así como tú. Ya veremos. Las cosas son muy fáciles si lees a quien quieres leer, si escuchas todo tipo de música, si te quiere mucho tipo de gente y les correspondes, y haces oídos sordos a los que no te pueden ver, ni oír, ni leer. Digamos que ahora eres tú, que me quieres ver, oír, escuchar, tocar, besar y perdonas mis torpezas, hasta que las dejes de perdonar. Muero de amor. Lo digo en serio. Muero de amor.