lunes, 18 de octubre de 2021

Cenizos

Hay una caravana infinita, larga, lenta, pesada, llena hasta las trancas de coches solitarios y personas al borde de un infarto. No la ven, lo sé. Está dentro de mí. Va desde el esófago hasta la última terminación nerviosa de la planta de mi pie derecho; larga por ser su recorrido retorcido y extraño. Pasa, por ejemplo, por el corazón (aurícula derecha nº 7, 2ª planta) y después serpentea por mis intestinos, el grueso y el otro, con la conveniente paradoja de las caravanas que recorren un camino sin que nadie se mueva. Esta lleva ya muchas horas. Empezamos a temer morir de sed o hambre. La cosa es que a mí me ha pillado por sorpresa, pero sé que muchos del resto de reos lo presintieron, algunos esta misma mañana, otros pasaron la noche en vela, viéndola venir. Hay gente así. Ve los problemas, los intuye, siempre alerta por lo malo que se les viene; incluso yo diría que los causan, los muy cenizos. Ahí están. Comiéndose las uñas. Aterrados (eso todos) porque aquí dentro no hay cobertura y no hay manera de avisar, despedirse, si eso, meterse en una app para una última satisfacción llegado el momento, como aquel pompeyano. Imagino a algunos pergeñando un plan B que incluye la antropofagia y la violencia. Yo lo tengo claro, cuando vea que la cosa se pone (más) fea, me bajo del coche y me largo a patita aunque sea para salir de mí mediante autotraqueotomía. Al coche que le den. A los otros reos que les den. La cosa es salir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Acabamos de celebrar Samaín. Ya terminó el verano. La frontera es más difusa que nunca y yo más ceniza que de costumbre. Siento la lenta caravana desde mis hombros a mis manos. Mi estómago es una rotonda donde nadie puede entrar ni salir. Sí, jodidamente ceniza y gris.