lunes, 3 de enero de 2022

Reyes del desierto

Un páramo infinito alberga un rey por cada espacio habitable, cada cual en su pedrusco sentado dignamente, pensando, tomando decisiones, juzgando. La mayor parte no tiene súbditos. Su reino abarca apenas unos riscos y montañas calcinadas, estériles calaveras de animales inexistentes, trozos de vasijas (esto, con suerte). Hay, eso sí, sombras y juegos de colores: el día tiene el mismo ritmo allí que en cualquier otra parte, luz y oscuridad y, entre medias, sombras con sus vuelos, espejismos y encantos. Hechizados, los reyes piensan que las formas tienen significado. Cada uno de ellos conoce a sus vecinos: ocasionalmente, de modo respetuoso, se tratan como iguales, amistosamente; al cabo, o en otros casos (los más), se consideran enemigos por malentendidos dialécticos imaginarios. Faltas de respeto telepáticas, posturas altivas y desafiantes apenas vislumbradas en la distancia. Estadísticamente, hay más reyes en disputa que aliados, si bien es difícil hacer cálculos, porque en la mínima sospecha de que uno sea amigo del enemigo, o no sea su enemigo directa y, sobre todo, explícitamente, la relación cambia gravitatoriamente hasta estar justo del revés, como si el cielo fuera un lago-lupa que nos muestra las calvicies y miserias del antiguo amigo y nos hiciera verlo como en verdad es: un traidor, irrespetuoso y un potencial peligro. Cada vez más solos en su decidir sobre nada, en su dolor de espalda por no cambiar de postura, en su sangre en la frente de cargar con la corona pesada, en su quedarse sin batería, en su bloquear a los otros reyes y disgustarse y perder el apetito de pura gana de guerra frustrada. No hay modo de cambiar nada, de, al menos, luchar, sobre todo, por la escasez de ejércitos, súbditos, armas y la imposibilidad de dejar su territorio por miedo a quedarse sin reino. Son tiempos de bandidos errantes, nómadas desterrados, ladrones de feudos. Así que todos se quedan como estatuas pensantes, quietos para siempre, perdiendo amigos y juzgando sobre nadie.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Quizás comprendas algún día que la veleidad de las decisiones responden, simplemente, a los estados de ánimo.

Pilar dijo...

Probablemente, sabio anónimo, sea así. Pero he oído que en las farmacias del siglo XXI tienen muchas pastillas para eso: lo que no tienen es la cura para el orgullo y la suspicacia... Igual en el siglo que viene.

Riforfo Rex dijo...

Ahora que lo he leído con más paciencia me parece una magnífica fábula. Triste fábula, también.

Anónimo dijo...

No sé, eso de "sabio anónimo" lo noto con cierto retintín y me hace pensar que te has dado por aludida de manera personal, nada más lejos de mi intención, me refería al relato de los reyes y a las decisiones que van tomando cada uno de ellos porque como dijo José de Espronceda:
"Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes".

En cualquier caso, tomo nota de tu recomendación ya que este "pobrecito hablador" no suele hacer turismo de botica y está fuera de ese circuito de alquimias y fórmulas magistrales.

Pilar dijo...

No había retitín. Pero lo de la botica no lo descartes. Cualquier día, ojalá no, puedes tener un día horrible de esos de casi querer morirte, y ya te digo que viene bien.

El viajero arrinconado dijo...

.... qué te trajeron los Reyes ...?