miércoles, 6 de agosto de 2025

Haters

Hay un lugar en Siberia cuyo nombre no pienso mencionar porque, si lo hiciera, se llenaría de turistas de inmediato (los occidentales parecemos tontos, la verdad). Es, según los expertos, el sitio más frío del mundo. Puede que lo sea. Los climatólogos son lo que son, pero ese melón no seré yo quien lo abra. Algunos dicen que tiene 2000 habitantes; otros, que unos 920, habitante arriba, habitante abajo; mil y pico colegas de diferencia, ahí lo dejo (otro melón). Para llegar allí hay que cruzar una carretera larga y recta debajo de la que están los huesos de los presos que la construyeron. Iban muriendo y quedaban ahí, mientras el progreso progresaba sobre ellos. La anécdota favorita de los "periodistas" que llegan (porque es un notición lo del frío) para entrevistar a una entrañable pareja que no para de sacarles comida y té, es que, por las bajísimas temperaturas, las casas no tienen cañerías (reventarían por el agua congelada) y que los retretes suelen estar fuera. Vale. 

Los habitantes de tan inhóspito lugar insisten en que tienen de todo: gimnasios, restaurantes, bibliotecas, que lo pasan bien, que su vida es normal. Y, sí, tienen bares. Y, sí, tienen clubes. Y lo sé porque yo me mudé allí por motivos que solo me incumben a mí. Y, sí, voy todos los días a los bares e, incluso, trabajo en uno (cómodo porque tengo mi cuarto con cocina en la planta superior, ja). Y, sí, fundé el Real (esto tiene su explicación, pero no la doy) Club de Haters de Anna Karenina. También voy los lunes al Trivial Ruso del Bajísimo Sajá, con los demás haters.  

No diré que estar a -50º sea lo ideal, pero tampoco es para tanto: los precios de la vivienda están tirados, no hay que tener casi ropa (solo un anorak o una parka inuit normalmente de segunda mano; ya debajo lo que sea: da igual), y todos te conocen porque, para ellos, tienes los ojos como un personaje de anime. 

Pues bien, estamos un lunes de enero, con toda la mala leche del no dormir y el mono de ensalada con tomate y lechuga y boquerones fritos, añorando los colores y esas cosas, listos los seis para jugar al trivial y petarlo, aunque tengamos que celebrarlo a base de arenques y vodka. Lo importante es 1) ganar, 2) emborracharse, 3) poner a la Karenina a caer de un burro con nuevos motivos que no faltan, desde luego, pero que requieren cierta técnica argumentativa para que la tuya sea la mayor y más despreciable muestra de egoísmo, estupidez, orgullo, falta de lucidez, hipocresía, histeria, falsedad, indignidad, victimismo, obsesión, etc. de las que se puedan mencionar en una ronda con dos oportunidades. Voto secreto. En caso de empate, penaltis. Puede pensarse que es fácil. Mas, ojo: primero está el Trivial del Sajá y, después, la obligada borrachera, así que se podría decir que no lo es. Fácil, digo. 

Y ahí estamos nosotros, dando saltitos, calentando, preparando mentalmente nuestras estrategias, cuando, increíblemente, entran con sus camisetas a juego y sus caras iguales los Haters de los haters de Anna Karenina. Claramente, a buscarnos la boca. Ya. No hay nada peor que Internet y la noche polar. Incapaces de inventarse su propio club, ajenos a la originalidad y a la clase, porque no tienen clase, ya os lo digo. Estos mendrugos, hooligans sin equipo, sucios ignorantes, nos plagiaron y le dieron una vuelta. Lo peor. Ni siquiera son un club-club, ni Real, ni Imperial, ni tantito Asociación, ni nada: directamente "haters" y camisetas. Ni han leído Guerra y Paz, cojones! Y allí en el H4rbyn II, tras disculparnos con la camarera por escupir en el suelo por un subidón descontrolado, nos encontramos cara a cara sin nada que decir. Venimos a jugar al Trivial. Y ¿por qué aquí, eh?, ¿no hay más sitios? No. Ah. Mmmm. Igual en Yakutsk, los miércoles. Pero eso es en abril. Ah. Mmmm. Bueno. Esta es nuestra mesa. Vale. Nos sentamos allí (allí es otra mesa, al lado de los dardos, el billar americano y el karaoke de los martes). 

Les dejamos en paz porque empezó el Trivial y, entre ambas mesas, la tercera mesa en discordia la ocupaban unos presuntos periodistas estadounidenses con su supuesto locutor rubio, su supuesto cameraman calvo y su supuesta redactora políglota y sabihonda que desequilibró la balanza del juego a pesar de las voces que cruzábamos. ¿Cómo se llamaba el padre del director de cine británico que llevaba gafas sin necesitarlas? Ella no se suicidó, se acojonó y resbaló. Claro que se suicidó, la inspiró el accidente que la impactó al inicio... ¿Cómo que impactarla? Si la muy egoísta esa no lo volvió a pensar. Esto lo dirás tú. Entre Vlad y un tal Semen nació una animadversión animal que iba más allá de lo, digamos, grupal. Sus gritos e improperios nos desconcentraron a todos, menos a la redactora americana maldita gafotas. Y, sí, perdimos. Todos. Contra los americanos. Californianos, o algo así de desagradable, pero no tontos, en un descuido de ambos grupos -el de los Haters y el de los Haters de los haters- se piraron sin beberse el vodka recompensa. Cobardes, dijo Vlad; cobardes, dijo Semen. Lo justo es lo justo y hubimos de compartir el vodka. Resulta que sí que habían leído a Tolstoi y a muchos rusos y no rusos. Resulta que lo que ocurre es que no le gustan los haters en general; no nosotros concretamente, salvo por nuestra ignorancia manifiesta de la psicología de la Karenina... QUÉ?! Otra vez improperios que Semen y Vlad zanjaron con un ¡vamos fuera! Tíos, ¿fuera? Vlad me mira y dice sí. Esto lo solucionamos nosotros como se ha hecho siempre. ¿Te importa que te apoyemos desde aquí dentro, vigilando a estos?, pregunté. No. Lo prefiero.

Bien. Bien, ¿no? Y todos sí, sí, bien. Seguimos desglosando la sarta de preparados momentos en los que aquella infiel desagradecida mala madre iba deteriorando su ser, cayendo bajo y más bajo, mientras los otros nos refutaban cada cosa sin mucho acierto, a mi pequeño entender. Pasados unos heroicos 15 minutos, volvieron nuestros colegas con las pestañas blancas de nieve y sonrosados y sonrientes y aliviados y tranquilísimos. ¿Resuelto? Mucho. Guiños. Bien. Por mí también. Por mí, igual. Y por mí. Mmmm. Yap. Entonces, ¿qué? Habrá que irse. Sí, sí. La camarera: sacad vuestros culos sucios de aquí (es un modo siberiano de despedir a la clientela vip). Nos fuimos sin dejar propina (es un modo siberiano de dar las gracias). Y quedamos para el siguiente lunes a condición de que 1) el Trivial cada grupo con el suyo, excepto Semen que ya era de los nuestros, 2) la borrachera no era opcional, y 3) el debate sobre la Karenina, incluiría a otras damas: la semana siguiente Madame Bovary, otra queeee...

Y, bueno, FIN.


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4 comentarios:

Club de fans de Coelho dijo...

La mujercita esa se enredaría con los zapatos de niña que se cree buena cuando en realidad es una… y, de paso, vendría bien por aquello del relato circular, pero ese es un tema que a los espirituales no nos interesa. Nuestro trivial es el jueves y no estáis invitados, allí solo bebemos infusiones de mescalina.

Pilar dijo...

En Siberia no duraríais un minuto. Y los jueves trabajo!

Riforfo Rex dijo...

Yo solo tengo la duda de si le ponen hielo al vodka. Y si es así, si salen a buscarlo fuera y no lo cobran. O tal vez el camarero lo recoge por la mañana con la clarita que está más fresco y lo tiene ya para el resto del día por si alguien lo pide.

Pilar dijo...

El vodka se toma frío y puro o no se toma. Donde no tienen nuestra temperatura sinigual, meten el vodka en el congelador. De ahí, al chupito y padentropadentropadentropadentro.