Donde no queda nada,
nada puede crecer.
Bajo mis ojos puede anidar una entera colonia
de pájaros entrometidos.
Gorriones con cresta que han emigrado;
han entrado por algún lugar,
han hecho como que cantan en lengua de aquí
y se han metido en los nichos más oscuros
para disimular que, de donde vinieron,
allí fueron alegres y descuidados.
Aquí el aire es siempre caliente,
espeso y pesado, brillante.
(Les gusta eso).
A esta hora, que es siempre,
rosado y oscuro, va andando el aire
por el fondo de los ojos,
donde está la línea del final de la mirada,
andando, digo, por el azul hasta que acaba.
Y ya, casi terminando el día,
inútil y cremoso,
(pero, sobre todo, inútil),
florece la luna cual tonto antojo,
avisando aves, intrigantes y cotillas,
que vuelven volando debajo de mis ojos.

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