lunes, 21 de marzo de 2011

Sofía y el muchacho sin nombre

Las hermanas miraban por la ventana. Alguien podaba el viejo ficus. Sus rostros mostraban una melancolía, una curiosidad y, quizás, no sé, unas expectativas. El sonido de la sierra mecánica las hipnotiza ba.Ramas enormes cayendo. Ramas por las que ellas habían trepado, donde colgaron sus columpios, en las que anidaron aves de paso. Donde en la noche la lechuza las miraba impasible en silencio, esperando que algún ratón saliese de su agujero. Ramas como troncos milenarios. ¿Tendrían recuerdos las ramas, las hojas, el muñón blanco y húmedo que quedaba goteante por el miembro amputado? Las chicas miraban y compartían pensamientos, sin saberlo, conectadas desde la infancia como una sola mente.
Había, como en toda historia de adolescentes, un instituto. Había, como en toda historia de chicas, un muchacho de vaqueros mugrientos y camiseta arrugada. Todo tan normal, tan anodino, tan banal. Y sin embargo, una tensión imposible de relatar impregnaba el aire de aquel barrio de clase media-alta. Algo que era sobre todo locura, encubierta por la mentira de lo cotidiano. Una verdad latiente deseando salir tras el segundo trago, tras el primer beso, tras la mano bajo la falda, después de la riña con los padres, después de la traición de la hermana o la amiga. El demonio en los cuerpos que toman las riendas hagamos lo que hagamos.
El instituto era un continente de hormonas y electricidad estática. La gente reía, fumaba hierba, llegaba tarde, se sentaba en el suelo, comía y después vomitaba, maldecía a sus padres, a sus profesores, a los de la clase de al lado. La población de la secundaria se agrupa tribalmente y encuentra ahí la protección y puede que la identidad que se supone que han de tener y no tienen. Todos igual. Todos menos Sofía, que no se inquietaba al caminar sola por los largos pasillos del edificio, por los vericuetos de la institución, por los lavabos del amago de sociedad. Ni parecía darse cuenta de que estaba en un campo de batalla. Las bombas caían a su alrededor, las balas le pasaban rozando pero ninguna le tocaba.
Así iba la vida, en el barrio, en el instituto, en la casa. Padres que funcionaban como relojes. Todo limpio, la comida a su hora; la rutina, esa manta protectora que los arropaba. El gato, el perro, el jardín siempre limpio, las flores jamás marchitas. Las hermanas, creciendo bellas.
Ahora ocurre que como en toda historia viene el cambio. Ese cambio que lo jode todo. Que parte el corazón de alguien, que arruina vidas, por el que algunos triunfan y otros mueren. Ese cambio sin el que no hay historia ni hay nada. Ese volcán que erupciona, esa falla que se abre, esa ola que se traga a miles y no a ti. Esa carta. Ese beso. Esa violación. Esos cuernos. Esa cosa externa que es un ataque, como un bombardeo que viene a salvarte del tirano, pero te da en la cabeza. Otro modo de liberarte, hermano.
También el cambio, la convulsión, puede llegar desde dentro. Algo químico que falla. Una posesión demoniaca. Y es igual, igualito, que el terremoto que todo lo arrasa, solo que ahí el motor fuiste tú.
Aquí el punto de inflexión ocurre en el interior de la hermana mayor, Sofía, que siente un deseo absolutamente natural pero no sabe contra qué o contra quién. El pelo suelto y la mirada límpida acaban por ser un reclamo y un aviso. Y su caminar solitario por los pasillos del colegio se va convirtiendo en un desafío. Una constante matemática a la que hacer frente. Una ecuación. Una x que despejar. El chico antes mentado estaba atento y preparado. Ya desde mucho antes, listo para resolver y resolverla. Se planteaba la cuestión del cómo. Nada más sencillo, grabado genéticamente a fuego, el muchacho tenía todas las respuestas. Y las dio generosamente en noches de cine de verano, en coches de papá prestados. Acompañaba a la ninfa y saludaba con la mano a las otras, agolpadas en la misma ventana a través de la que espiaron al jardinero. En comunión con su hermana y sus avances. Todas desearon lo que ella poseía.
El problema, evidentemente, no está en lo que ocurriera, en que cada una de las cuatro hermanas se pasase por la piedra al muchacho de pantalones sucios y besos ardientes. No. Por supuesto que no. El problema deviene de mucho más adentro, de la mentalidad de Sofía, del hábito adquirido, de lo aprendido, de la vulgaridad de lo normal y consecuentemente admitido. Un novio no se comparte. Lo contrario es infidelidad. Engaño. Traición. Por eso. Porque todos en el cuento sabían esto, no se prodigaban en confidencias y las hermanas empezaron a tener secretos. Pero, como ya se ha dicho, la conexión de sus mentes era un hecho. Y todas conocían, o intuían, que había una verdad detrás de las sonrisas, de las meriendas, de las caricias, del recoger la mesa o cepillarse el pelo mutuamente.
Sofía se envenenó poco a poco de recelos y sospechas. La desdicha no le sentaba bien. Ni su carácter ni su rostro se veían favorecidos por aquellos sentimientos. Y una especie de torbellino, un huracán sucio y canceroso, la llevaba a lo más bajo. Se armó de ira y razones y exigió al muchacho una confesión, una disculpa, un arrodillarse y negarlo todo. Pero lo que obtuvo no fue remotamente cualquiera de las reacciones que entraban dentro de lo posible.

–Ya no te quiero –dijo el chico–. Lo sabes que ya no te quiero. Nunca te quise. Solo... eres tan bonita y me deseabas tanto. Pero no estamos atados, ninguna promesa te hice, nada me obliga. Tus reproches y quejas no me dejan indiferente. Me encienden, pero solo es calor. Si me quedo muy quieto y tomo un refresco, dejo de estar caliente. ¿Entiendes?

Sí. Crueldad en estado puro. Sinceridad brutal, insuperable modo de zanjar una discusión que no deseamos tener. La joven dio media vuelta y se marchó lentamente, tratando de mover las caderas, en un último acto de coquetería hostil. Pero él ya no la miraba. Decidido a no volver a relacionarse con ninguna de las hermanas, encendía un cigarrillo y comprobaba si tenía alguna llamada perdida en el móvil.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Pilar, pertenezco a un grupo que se llama ImaginArte Relato Breve, se publica en fc y en blog. Como veo que hacés cuento breve, no micro, te pregunto: no te gustaría participar? Si te agrada la propuesta mandame en mensaje por facebook y averiguo cómo se hace para presentar una nueva integrante.
Besos

Unknown dijo...

Bravísimo Cartaphilita.
Convertiste una historia sencilla de ritos de paso adolescentes en una pieza plena de fuerza.
Eres de las grandes de la red.
Quiero tener una camiseta con tu foto.

Pilar dijo...

Te escribo Patricia.
¡Hola, Carlos! :D!