domingo, 18 de diciembre de 2011

Periodismo de investigación

Después de ser la más polémica participante del último Gran Hermano, me sentía preparada y me lancé. Primero probé suerte en el mundo del espectáculo, pero por lo visto no tengo talento musical: que ni susurrando canto ni con la pandereta me apaño y bailo sexi, no crean, pero de la barra me caigo. Que no, vaya. 
En fin, como artista no puedo ser y tampoco me permiten acercarme a los futbolistas de Real Madrid tras un par de meteduras de pata en mi etapa de "relaciones públicas" de la discoteca Pachá, pensé que podría ser periodista. Lamentablemente, "en la tele ya no queda ni un hueco", me dijo textualmente el ayudante del secretario del subdirector de Tele5, "pero hoy día, joven, proliferan los periódicos en línea y el mercado por ahí está en expansión". "Eso o leer el porvenir a horas intempestivas". 
"Bueno", dije. Y me fui pensando que si quisiera trabajar ya buscaría trabajo. No obstante, consideré que podría colarme en uno de esos sitios y acabar contando cosas del corazón o dando consejos de belleza. 
Me puse en contacto con una de estas webs que estando como estaban empezando podrían aprovechar mi moribunda fama televisiva para darse algo de publicidad. Mas no solo me piden un ¿¿CV?? sino que me exigen un articulo de 1000 palabras, tema libre, eso sí. Para ver si tengo pasta de periodista o qué.
Total, después de mucho pensar y como casualmente me pasé las noches del viernes y el sábado de bar  en bar con la pandi, decidí matar dos pájaros de un tiro y observar a los grupúsculos de ebrios compañeros de trabajo en las tradicionales cenitas de los días 16 y 17 de diciembre.
Oleadas de jóvenes y maduros con gorritos de Papa Noel, ellas de negro con grandes escotes y breves faldas, ellos con trajes chaqueta, engominados, los pocos que no  están calvos perdidos, vociferando alegres por las calles de la ciudad.
Reconozco que debí tomar notas o hacer fotos con el móvil o al menos centrarme algo más. De todos modos, ocurrió que de tanto observar a un grupo de tipos de mediana edad tratando con una confianza desmedida a un jefe-paganini contenido, se fijaron en mí, en mi rubia melena, en mis gruesos labios, en mi pechera talla 95, y me invitaron a una copa. Ahí ya pasé de la pandi, que muy amigos pero no invitan ni muertos. Y me fui con los tipos estos de cuyo nombre no puedo acordarme. La cosa es que les interrogué cual profesional de incógnito; creo que eran la plantilla casi al completo de un bufete de abogados, cuyo único miembro femenino se despidió tras el café por cierta insinuación masiva. A mí, que soy mujer de mundo, de mente abierta y pocos complejos, -además de que mi fama ya no puede empeorar-, no me escandalizó el asunto y creo que manifesté mi acuerdo con la postura mayoritaria, sin más afán que el conseguir más copas gratis. Perdida la cuenta de las copas, divertidísimos todos y relajado hasta el jefe, pasamos unos días muy agradables.
Mi intento de escribir mil palabras sobre el caso fue un fiasco. Exhausta, tras escribir largos ratos, contaba y me daban cincuenta palabras lo más. Los del periódico on line ni me respondieron el mail. Vale, sin rencores. Reconozco que me hicieron un favor. Los muy estúpidos. Pero mira por donde, ahora trabajo en el bufete y me pagan un montón de pasta por el mero hecho de ser cariñosa, alegre y obediente. A veces, cojo el teléfono, hago café o unas fotocopias aunque en general no me dan mucho que hacer.

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