lunes, 6 de agosto de 2012

En una mano, la cabeza; en la otra, la pluma; en la otra, la cerveza. Irish blues


Tengo el cerebro inflamado y mi cabeza toma tintes cómicos; deseo escribir o tomar la botella o, ¡mejor!, ambas cosas para desfogar mi alma y que mi mente retorne a sus dimensiones cabalmente humanas, estéticamente contemporáneas. Quizás, al escribir, vomite el pensamiento que se acumula físicamente haciendo bulto y aleje de mí dolores, angustias, excesos y protuberancias.
En verdad, me siento diferente. Honrado por un don precioso, fatídico, delirante, canallesco, ante todo, grotesco genio. Es, sin duda, por esta cabeza tan gorda, por esta megaloencefalia parcial e inversa, no catalogable ni reconocida, —por la que desgraciadamente no tendré una baja ni una mísera paguita—, que los pensamientos se agolpan y la verborrea permite que, una de tantas veces, diga algo magnífico, heroico y universal.
Genio y desorden: todo con tanta dignidad como un falso funeral con falsa incineración y falsa misa, ataúd vacío y dolientes hartos de whisky y cerveza negra.
Mi señora, Ifigenia, siempre fue enemiga de la venta de alcohol en cementerios y parques infantiles; hospitales y centros de acogida. Lástima. Al fin, acabó cambiando de opinión. Acaudilló, bravísima, una causa con tales argumentos que a punto estuvo de llegar al Parlament. Fue justo cuando el hígado le explotó. Desde ese día, festejo a los dioses y conduzco con cuidado, recibo mi ebriedad como una suerte de destino y alivio, una vida feliz en todo excepto en tener que ir dando tumbos hasta caer redondo en el arcén o en la acera. En ese momento, no obstante, carezco de miedo y, aun sin conciencia, obtengo un don profético solo dado a los sabios y a los locos. Derrocho levedad, la salpico, la regalo y mi existencia se torna un don para los esquivos viandantes. A la sazón, me recibe una lluvia de flores de jacaranda, el turbador color bastardo, el pegamento de su zona erógena. ¡Oh, visión celestial, dulce dormir sin soñar, dulce vivir sin pensar!
Mas el tiempo del verdear siempre acaba y el verano trae la hoja seca, el crujir de la rama, el hostil cacto, y de mi inspiración y mi gracia no queda nada; despierto en algún extraño lugar y recobro, a mi pesar, la cordura; consciente del orden y la amenaza, miro a mi alrededor y cargo con mi testa hasta la siguiente página.

Autorretrato blando con beicon a la parrilla (Dali, 1941)

2 comentarios:

Calamardo dijo...

Siento el tema muy cercano. Me ha gustado mucho.

Anónimo dijo...

Es un texto más cuerdo que loco, una divagación muy realista de lo que es el absurdo.