Tengo el cerebro inflamado
y mi cabeza toma tintes cómicos; deseo escribir o tomar la botella o, ¡mejor!,
ambas cosas para desfogar mi alma y que mi mente retorne a sus dimensiones
cabalmente humanas, estéticamente contemporáneas. Quizás, al escribir, vomite el pensamiento que se acumula
físicamente haciendo bulto y aleje de mí dolores, angustias, excesos y
protuberancias.
En verdad, me siento
diferente. Honrado por un don precioso, fatídico, delirante, canallesco, ante
todo, grotesco genio. Es, sin duda, por esta cabeza tan gorda, por esta
megaloencefalia parcial e inversa, no catalogable ni reconocida, —por la que
desgraciadamente no tendré una baja ni una mísera paguita—, que los
pensamientos se agolpan y la verborrea permite que, una de tantas veces, diga
algo magnífico, heroico y universal.
Genio y desorden: todo con tanta dignidad como un falso funeral con falsa
incineración y falsa misa, ataúd vacío y dolientes hartos de whisky y cerveza
negra.
Mi señora, Ifigenia,
siempre fue enemiga de la venta de alcohol en cementerios y parques infantiles;
hospitales y centros de acogida. Lástima.
Al fin, acabó cambiando de opinión. Acaudilló, bravísima, una causa con tales
argumentos que a punto estuvo de llegar al Parlament. Fue justo cuando el hígado le explotó. Desde
ese día, festejo a los dioses y conduzco con cuidado, recibo mi ebriedad como
una suerte de destino y alivio, una vida feliz en todo excepto en tener que ir
dando tumbos hasta caer redondo en el arcén o en la acera. En ese momento, no
obstante, carezco de miedo y, aun sin conciencia, obtengo un don profético solo
dado a los sabios y a los locos. Derrocho levedad, la salpico, la regalo y mi
existencia se torna un don para los esquivos viandantes. A la sazón, me recibe
una lluvia de flores de jacaranda, el turbador color bastardo, el pegamento de
su zona erógena. ¡Oh, visión celestial, dulce dormir sin soñar, dulce vivir sin
pensar!
Mas el tiempo del verdear
siempre acaba y el verano trae la hoja seca, el crujir de la rama, el hostil
cacto, y de mi inspiración y mi gracia no queda nada; despierto en algún extraño
lugar y recobro, a mi pesar, la cordura; consciente del orden y la amenaza,
miro a mi alrededor y cargo con mi testa hasta la siguiente página.
2 comentarios:
Siento el tema muy cercano. Me ha gustado mucho.
Es un texto más cuerdo que loco, una divagación muy realista de lo que es el absurdo.
Publicar un comentario