lunes, 3 de diciembre de 2012

La agonía de Pobre Tony


Pobre Tony acaba reventando en la parte de atrás de un vagón de metro, rodeado de sus propios excrementos, tras tragarse su lengua, en pleno delirium tremens, después de semanas de vivir en un WC, después de semanas de degeneración y dolor.
Antes de ello, Tony sería un niño; después, un adolescente amanerado y, al cabo, un hermoso joven totalmente extravagante y gay. En un momento indefinido, Tony -como todos por aquí- necesitaría darle un sentido a su vida y no tuvo tiempo de pensar, se topó con la felicidad cuasi gratuita (por la falta de esfuerzo, digo), la felicidad brillante que todo lo compensa, el amor, la ebriedad, la consecución de los deseos conocidos y desconocidos, el brillo de la verdad, la música y la poesía, la amiga y la amante, y la buena cocina, y la cama perfecta. Y Pobre Tony se hizo asiduo a varias sustancias. Podría haber sido solo una. Podría, y su suerte habría sido la misma, si hubiera sido solamente alcohol. Pero no. No fue una, sino varias sustancias las que dieron sentido a su existencia. Y, por momentos, Pobre Tony sería como un rey de la noche (o, más bien, una reina) y, por momentos, sería terriblemente egoísta. Y se sentiría bello y perfecto y fuerte y joven y completo. Y crecería en sí mismo de felicidad y, disimuladamente o no, se cerraría a los demás, pues los demás no son necesarios (aunque no son, tampoco, prescindibles; son, digamos, accesorios) cuando tú y las sustancias formáis un todo con sentido y se supera el insoportable vacío de la existencia.
Y Pobre Tony lograría superar su vacío durante un tiempo cada vez más corto, y comprobaría que, cuando vuelve a la normalidad, el vacío es aun más profundo, más negro y está más vacío, y no solo es angustioso y desesperante y asqueroso, sino que ahora es terrorífico de verdad y cada vez se hace más y más insoportable, no se puede soportar, no es tolerable ya; y llega un momento en que puede ser enloquecedor enfrentarse al vacío. Después, el vacío lo llena todo y acaba por ser la única cosa real.

Seguramente, D. F. W. reconoció la subida a la completa felicidad, la ausencia de miedo, la comprensión de sí y de todo, el descenso más arrastrado por los infiernos de la humillación, e imaginó una muerte lenta y dolorosa como un larguísimo proceso de congelación desde dentro, millones de cuchillos de hielo entrando y saliendo.

Reconocer todo ese sufrimiento y meterte en él, acostarte con él, levantarte con él, mirar a los ojos al horror y, después, salir a la calle y ver las luces navideñas que acompañan fingidas capas de nieve en los portales de los centros comerciales donde enormes carteles de LED  verde cantan a la unidad familiar, al tiempo de hogar, al consumir como dar. Y cantan al amor y a la paz y a la esperanza. Y la intermitente defensa de los clichés debe debatirse en el fondo, como un deseo desesperado de creer en algo asible; aunque, después de haber paladeado la verdadera amargura, después de haber digerido la agonía de Pobre Tony, después de haberse sumergido en ese pantanoso mundo real y haber visto cómo son y serán las cosas de verdad, los clichés no sirven de nada.
Y ver acercarse al monstruo y reconocer la enfermedad e, incluso, intuir cómo sería toparse en mitad de la nada con la Abstinencia. Y aun comprender que hay pocas alternativas al vacío... Dan ganas, no digáis que no, dan ganas de sacar de alguna parte unas fuerzas animales, unas fuerzas irracionales, destructivas, sobrehumanas, ira en estado puro que lo tire todo abajo y bañe de escombros ese mundo de colorines y campanillas; actuar de un modo apocalíptico e irreversible, aunque solo sea irreversible para ti, aunque solo sea apocalíptico para el que en ese instante se cruce en tu camino.

2 comentarios:

Pilar dijo...

Efectos secundarios de la lectura de La broma infinita + la vida misma hecha carne y decepción + síndromes de abstinencia varios + un sinfín de aburridas circunstancias que importan un bledo a cualquiera con una existencia cabal.

Anónimo dijo...

Si me afeito soy renton, o tony, o una luz LED cantando, o uno cualquiera sin ropa interior, o alguien escuchando el bolero de ravel ( y sus tambores) en un teatro, con hambre, pero libre, claro, que es lo que importa.