domingo, 31 de julio de 2022

Polvo

El tiempo pasa que es un horror. Sí. Rápido y cada vez más rápido. Hoy, echándote de menos, he releído toda nuestra correspondencia y vaya si hemos escrito, nos hemos querido y nos hemos odiado. Y eso que estoy molida, me duele todo. La semana, devastadora, y estos fríos tan malos para los huesos. Y tú, que no acabas de reconocer quién eres y el rollo de tus padres, los vecinos y la gente. Que a estas alturas del siglo XXI, ya o te matan (que la regresión es un hecho) o te aceptan gloriosamente como la niña, la niña, la niña, qué tiene la niña. Pero no. Vernos a escondidas. Mentir a tus otras amistades (porque eso soy, ¿no?, otra amistad). Y soltarme la mano en cuanto llegamos a tu barrio. Pero, cojones, el tiempo ha pasado y ya son años (con -s porque es plural, id est, más de uno) y seguimos igual. No seré de esa gente que diga que me has hecho perder el tiempo, porque el tiempo no se ha perdido, ni nos ha vencido (a mí me ha quemado, pero eso es para otra entrada menos festiva). Se ha sido feliz, infeliz, psicópata, acosadora, víctima y culpable. Se ha molestado a los vecinos, ha habido voces y llantos y rupturas de dos días y reproches por ambas partes. En fin. Que en nada, llega el día 2, y es la fecha en que celebramos el milagro de no habernos separado. Y sé que tú, porque lo dices todo el rato, estás loca por mí. Y yo, bueno, vaya, te quiero y me costaría un huevo prescindir de ti. Amor entre el viento y la marea y las ballenas comandando naos desesperadamente inverosímiles. Como si otra nube roja escupiese sobre nuestras cabezas polvo rojizo y dejase todo borroso y sucio y raro, sobre todo, raro. Una calima de amor, odio, vergüenza y felicidad. Un polvo que nos ha cubierto y nos ha hecho parecer pelirrojas, acartonadas, secas, brillantes. Si sale el sol es peor. Si no, tampoco es mejor. A lo que iba. Yo solo quería felicitarte el aniversario antes del día 2, por si no llegamos, por si el 1 se jode todo y el 2, ya ni nos hablamos. Que recojas tus camisetas y minifaldas y las medias. Que esta no es tu casa, que si no podemos contarlo, no vale para nada. Pues, no, pues me arrepiento de ser tan necia y qué más da si no se puede contar. Que estoy de acuerdo. Lo entiendo, lo admito, lo consiento. Nos escondemos bajo una sábana manchada y seguimos sin el resto del mundo, polvorientas, con la ropa interior desperdigada por el suelo. Tu pelo suelto, dejando rastros en mi ducha, en mi suelo, en mi lavabo. En mi interior. Ese pelo moreno y largo con ondas que desafían el viento y siempre (dios sabe por qué o cómo lo consigues) está suavísimo y huele a polvos de talco. Me siento al borde de un abismo del que no, por miedo que tenga, me voy a despegar y eso que sufro de mal de alturas, agorafobia, sinceridad aguda, extroversión fatal y desesperación total (diagnosticada). Te espero. Esperaré al día 2. Para escondernos de lo que te asusta. Para, una vez escondidas, vivir del polvo rojo y único que la casualidad hizo que nos fuese imposible rechazar, imposible olvidar, imposible volver a vivir sin tu tacto y tu olor de tierra desértica, arcilla desmenuzada. Te regalaré pastillas para el olvido, cápsulas de valentía, humo de superioridad. Haremos una fiesta en clandestinidad. Una macrofiesta con luces rojas, como nuestro polvo, para dos, sin sitio para más.

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