domingo, 21 de agosto de 2022

Ventajas y desventajas del final

No es que sea mañana precisamente que se acabe, pero se presiente el final en casi todo. Hay como una melancolía, al tiempo de cierta premura de hormiga que ves en los demás. Apurando sus copas, haciendo viajes, planeando fines de semana, saliendo, entrando, absorbiendo desesperadamente los aires de agosto, -que, por otra parte, han sido un infierno, lo reconozcamos o no. A mí algo de todo esto me viene bien. El pasar desapercibida, ser casi invisible, estar borrada de la mente de los otros. Desaparecida. Y la suerte de que los días se hayan acortado y la puesta de sol se alargue y empiece a una hora que me permite sacar mi nariz de la cueva y asomarme al mundo, cuando solo quedan los restos del torbellino multitudinario de las horas previas: papeles, bolsas de plástico, niños abandonados, sombrillas que huyeron de sus propietarios probablemente aprovechando una racha de viento, hartas de escuchar sandeces a un volumen insoportable para una sombrilla. Y yo me cruzo con los cientos de inquilinos de la playa cuando toca retirarse y me mojo los pies como si acabase de aterrizar desde el puto Marte. Camino por la orilla. El agua está templada; un poco, por haber recibido el sol de un día brutalmente caluroso, un poco por haberse quedado con parte de la temperatura de tantos cuerpos que la han transitado. Todo me beneficia y me viene bien. Está limpia, se ven piedrecitas, conchas y trocitos de cristal regastado que seguramente fueron pedazos de una botella rota arrojada vilmente al mar, que ha hecho de sus trozos suaves teselas. Me cae bien el mar, un Mediterráneo como el de ayer o como el de hoy. Tranquilito, templado, paciente, esperando que nos extingamos para seguir aquí tranquilo, paciente y templado, solo él, las medusas y los peces. Me viene bien el paseo, se hace de noche cerrada, me ha aliviado la angustia con la que vivo últimamente, una como presión en el pecho muy rara que achaco a alguna alergia estacional. Me marcho cruzándome con decenas de personas vestidas de domingo, que salen todas a la misma hora a cenar. Los dejo atrás y me dirijo a casa a leer abrazada a la almohada.

3 comentarios:

Riforfo Rex dijo...

"estar borrada de la mente de los otros": ¡Já!

Pilar dijo...

Bueno, de muchos otros... Me alegra de que tengas memoria de elefante y humo isleño. De que existas, al fin y al cabo.

Anónimo dijo...

El agua en mi playa está más templada de lo que me gustaría a pesar de que en ella se mezcla el Mediterráneo y el Atlántico. A veces, me pregunto si será por haber estado siendo calentada tantos meses ya, o por contener los orines de tantísimos veraneantes que vuelven a casa cuando yo llego. Voy muy tarde, sí. No tengo muy claro si por mi odio al calor o por puro espíritu de contradicción. Voy sin reloj que me esclavice e intento disfrutar el momento sumergiéndome en el agua, flotando sin más, dejándome llevar... Y después de este bautismo, mi alma está más relajada. El final del verano está más cerca, pero no pienso en ello. Quiero disfrutar del "ahora". Aunque, cuando por fin llegue el otoño, lo recibiré con los brazos abiertos, dejaré que la suave brisa me acaricie e intentaré seguir con mi anárquica vida todo lo que mi horario laboral me lo permita, disfrutando "el momento".